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Entrevista Canalla

31 de Julio de 2020

Iván Arenas, el Profesor Rosa: “No me interesa salir de mi casa”

Imagen de Agencia Uno, editada por Marcelo Calquín

El artista confiesa su deseo de seguir eternamente encerrado. Podría ser el paladín del “Quédate en Casa Para Siempre”. El Profesor cuenta, además, su extraño sistema de trabajo. Investiga de noche, duerme de día. Y nunca para de fumar.

Por

23 de julio. 11 horas. Suena el teléfono personal de Iván Arenas, el Profesor Rosa. Una voz ronca, desbalanceada, atiende. “Aló”, dice con desgano el señor Arenas. “Aló”, repite, agrio. “Señor Arenas”, le comunica el reportero, “¿se encuentra bien?”. “No, huevón”, responde con franqueza, “¡cómo se te ocurre llamarme a esta hora!”. El reportero, interpelado, ponderando un desatino, mira el reloj. Son las 11.03 de la mañana, es jueves, los matinales en su esplendor, muchos chilenos en mangas de camisa forjando su destino en Zoom. 

-A esta hora yo no existo- agrega.

-¿A qué hora existe?

-Lo que pasa es que yo existo recién en la tarde. Me despierto tipo 14 horas.

El Profesor señala que contestó el teléfono porque iba al baño, pero que, mentalmente, continúa durmiendo. Está, de alguna manera, hablando en sueños, orinando. Y quizás por eso, en lo que se considera un desafiante arranque metafísico, el Profesor, dormido y despierto a la vez, señala con sinceridad:

-Yo soy nada.

-Es algo- le responde velozmente el reportero.

-¡Soy nada, huevón, nada!- insiste el Profesor, tal vez balanceándose de pie ante el wáter, culminando, ido, su necesidad.

-Yo pienso que usted es algo ¡Y algo grande!

-¡¡No, no me vengan con cosas, soy nada!!- y se escucha la cadena- Y, de hecho, todos son nada. 

-¡Puede que todos sean nada, pero usted no es nada!

-¡Yo, en realidad, soy nada y también soy nadie!

-¡Eso sí que no se lo voy a permitir, Profesor!

Y el reportero se agita, porque ha seguido lealmente la carrera de este artista y maestro. El Profesor Rosa, el mito didáctico, el primer animalista de la televisión chilena, el pionero que legitimó el rosado. El traductor del pajarraco. El humano con dos caras: la del instructor de niños y el instructor de chistes picantes. 

“¡Soy nada, huevón, nada!- insiste el Profesor, tal vez balanceándose de pie ante el wáter, culminando, ido, su necesidad”.

-Y, a veces, hay gente que me dice: “Uy, que es bacán usted”. “Uy, cuánta sabiduría”. No. ¡Yo tampoco soy bacán!

Se lava las manos, o eso le parece al reportero, y luego, con enorme cortesía, admite que se va a dormir otra vez. Acepta las disculpas por el llamado impertinente, pues, apunta, ni siquiera son las 12. Lo que ocurre es que se quedó toda la noche despierto, buscando datos de animales, en paz consigo mismo. Y su primera entrevista dormido ha finalizado.

28 de julio. 11.49 horas. Suena el teléfono personal de Iván Arenas, el Profesor Rosa. La misma voz ronca susurra, “Aló”. Su mente, otra vez, se halla entre el sueño y la Tierra. El reportero se presenta y el Profesor estalla: “¡Pero, huevón, eres el mismo del otro día! ¡No me puedes llamar a esta hora! ¡Es muy desubicado!”. “¿Está en su casa?”, pregunta el reportero. “No, huevón, estoy en París… ¡Obvio que estoy en mi casa. Yo, por mí, me quedaría para siempre en mi casa! Yo no quiero salir nunca más”. El Profesor confiesa que sólo atendió el llamado porque pensó que podía ser urgente, como esos llamados alarmantes que se reciben a las 4 de la mañana, y, tras admitir que se quedó toda la noche buscando datos de animales, vuelve a dormir.

Imagen de Agencia Uno, editada por Marcelo Calquín

29 de julio. 16.15 horas. El Profesor Rosa, con ayuda de su mujer, se ha conectado a Zoom. Luce una barba blanca, atrevida, y un chaleco verde, insinuante. Tiene 69 años, dos hijos, una mujer, vive en un departamento de 600 metros cuadrados, de tres pisos, en Vitacura con Américo Vespucio. Es un señor tranquilo que pasa la tarde fumando. Acumula siete programas de televisión y cinco infartos al corazón. No toma agua. Fuma treinta cigarros al día y calcula que pronto le vendrá el infarto número seis. Está en Zoom, pero, a decir verdad, no sabe dónde está: “¡Chucha, ¿¿¿pero tengo que hablar???”, grita. El Profesor considera que la tecnología es un desagrado. Que las cosas prácticas son un desagrado. Por ejemplo, él tuvo una camioneta por ocho años y nunca le puso aceite. Su explicación es lapidaria: “Es que no cachaba nada”. 

-Oye, Patricia, aquí no hay nadie- se desespera. 

El Profesor Rosa, sea como sea, ya está despierto.

“Y, a veces, hay gente que me dice: “Uy, que es bacán usted”. “Uy, cuánta sabiduría”. No. ¡Yo tampoco soy bacán!”.

LA NOCHE CULTA

“El otro día”, le comenta el reportero, instalado ante la cámara, “usted dijo, misteriosamente, que es nada, que es nadie”. El señor Arenas abre los ojos y gesticula con asombro: “Ah, mierda… ¿yo dije eso?”. Según parece, muchas veces, en estado de vigilia, el Profesor dice cosas metafísicas. Y le brota un pesimista. “Pero, fíjate, que sí, estoy de acuerdo conmigo mismo. Soy nada, soy nadie y no son bacán”, reconoce. 

-¿Esta seguro que no es bacán?

-Es que muchos te saludan, te dices cosas, todo es muy falso. Hay mucho vacío en la gente. Tanto “maestro”, “genio”, “¡salud”, “¡salud!”… Noo… a mí me interesa saber cómo se saludan los romanos. No ser bacán- dice el Profesor.

Prende un cigarro y su mente se activa. Ahora está diciendo que el pulgar se llama así porque era el dedo para matar pulgas, que Hitler tuvo un solo testículo, que hay un tiburón con dos penes, que el día de la Batalla de Waterloo Napoléon tuvo hemorroides. 

“No, huevón, estoy en París… ¡Obvio que estoy en mi casa. Yo, por mí, me quedaría para siempre en mi casa! Yo no quiero salir nunca más”.

-¿Cómo obtiene esos datos?

-Los busco. Me meto en la noche a buscarlos. 

El señor Arenas es un hombre muy simpático que vive al revés. Se acuesta a las ocho de la mañana, de modo que cierra los ojos cuando la gente los abre. Y pasa las noches encerrado en un escritorio, fumando, y detectando anécdotas. 

-¿Y cómo es la noche, Profesor?

-La noche es una maravilla. La noche es callada, muy buena para concentrarse. Así yo puedo encontrar mi material de trabajo. Los datos.

Apaga el cigarro. Prende otro cigarro.

-Mira, dime una palabra y yo te doy un dato…

-Candado- propone el reportero.

-¿Sabías que acaban de sacar 4 mil candados de un sitio en Francia?

-Pelafustán- propone el reportero.

-Viene de la época de los anacoretas.

-Pordiosero- propone el reportero.

-Viene de pedir a Dios. Por Dios. 

-Rameras- propone el reportero.

-Viene de unas mujeres que se colgaban a las ramas.

Da una pitada al cigarro. Respira.

-¿Está bien, Profesor?

-Puta, un poco agitado. Es que fui muy rápido.

El Profesor piensa que si se tiene que morir, bueno, se muere. Aunque, idealmente, prefiere morir durmiendo, al mediodía, con luz solar en el dormitorio y no de un sexto infarto. El doctor le dijo el otro día: “Iván, un día de estos te vas a morir”. Y el Profesor le dijo: “¡Y vos también, pos huevón!”. Y el doctor se puso a reír, dado que Iván Arenas tiene un excelente sentido del humor.

-Oye- continúa- ¿sabes qué es lo más importante que puede haber?

-¿El amor?

-El amor… piensa el huevón… ¡El ocio! ¡Todo viene desde el ocio! Con el ocio te vuelas, expandes tu mente, aparece la rapidez de pensamiento. Pero, claro, siempre te dicen: “Ese huevón es un ocioso”. Peyorativamente.

-El ocio merece respeto, Profesor- se suma el reportero.

-¡Absolutamente!

“¡El ocio! ¡Todo viene desde el ocio! Con el ocio te vuelas, expandes tu mente, aparece la rapidez de pensamiento. Pero, claro, siempre te dicen: “Ese huevón es un ocioso”. Peyorativamente”.

El señor Arenas es un hombre muy trabajador que pasa todo el tiempo acostado. Laboriosamente tendido, con el cerebro alerta, a quien los humos del cigarro jamás se le van a la cabeza. En ciertas oportunidades da charlas a gerentes tensos que también colindan con un infarto y les recomienda tirarse en la cama, volar sin drogas, vivir. 

-Y les cuento la siguiente historia…- dice.

Había una vez una mujer muy normal que trabajaba en la casa del señor Arenas. La mujer lavaba la ropa, pero siempre veía al señor Arenas tendido en la cama. Un día, mientras el señor Arenas permanecía tendido contemplando atentamente el techo, le dijo:

-Señor, ¿usted a qué hora trabaja?

Y el señor Arenas le dijo con mucha dulzura:

-Estoy trabajando. Mi mente ya hizo dos libretos.

La señora trabajaba de lunes a viernes, que son los días en que el señor Arenas suele estar tendido. Porque él, en una situación normal y sin pandemia, se pone de pie el viernes en la noche. Y permanece de pie todo el fin de semana, actuando en distintos lugares. Pero los lunes en la madrugada se vuelve a tender y es justo el momento en que reaparece la señora. La señora, entonces, sólo vio acostado al señor Arenas.

-Y así trabajo, pensando. Se lo expliqué a la señora para que no me creyera un flojo.

Iván Arenas. Crédito: Agencia Uno.

-¿Le creyó?

-Yo creo que no me creyó ni una huevá…

Es un adelantado que está más allá del sistema. No tiene isapre, no tiene AFP, hace treinta años que no tiene cuenta corriente. Hace un tiempo se compró un auto y para pagarlo llevó decenas de millones en un bolso. El vendedor se alarmó y, a causa de un reflejo capitalista, se negó a vender el auto. El Profesor Rosa le gritó:

-¡Estos son billetes, huevón! ¿¿Para qué crees que sirven??

A los minutos salió acelerando el auto nuevo desde la automotora.

-Así soy yo no más- concluye desde su casa.

“Es un adelantado que está más allá del sistema. No tiene isapre, no tiene APF, hace treinta años que no tiene cuenta corriente. Hace un tiempo se compró un auto y para pagarlo llevó decenas de millones en un bolso. El vendedor se alarmó y, a causa de un reflejo capitalista, se negó a vender el auto”.

INDOOR

“Disculpe, señor Arenas”, le señala el reportero, en plena tarde pandémica, “usted, en una de esas imprudentes llamadas que le hice días atrás, cerca de las doce, también dijo que no quiere salir más de su casa”. “Eso es cierto”, corrobora el señor Arenas. Y se pregunta, teatralmente: “¿Salir? ¿Para qué, huevón? No tengo ningún interés en salir más”. Este artista ya ha visto lo necesario: ha visto animales, gente, la gloria, los palmotazos, la soledad, los hospitales. Y agrega: “Y si salgo, ¿a dónde voy a ir?”.

-¿No le interesa sociabilizar?

-¿Con quién?

-Con amigos…

-No, huevón, si a mí nadie me entiende. Yo no tengo feedback con nadie. ¿A quién le interesa que en mitad de un asado yo me ponga a hablar de Constantinopla?

-¿No le agota el encierro?

-El encierro no me preocupa para nada. Yo nunca me aburro. Y yo ya me planifiqué para, mínimo, dos años más encerrado.

El señor Arena es un hombre precavido que organizó el tercer piso de su departamento para trabajar eternamente allí. Instaló una cámaras, un computador y, arrimado a ese teclado, investiga los datos menos visibles.  Investiga a los animales. Investiga a los humanos. Y, en ocasiones, mezcla las dos especies.

-Si Piñera fuera un animal- comenta con seriedad- podría ser un león.

“No, huevón, si a mí nadie me entiende. Yo no tengo feedback con nadie. ¿A quién le interesa que en mitad de un asado yo me ponga a hablar de Constantinopla?”.

-¿Por qué?

-Porque el león sólo protege a su familia. El resto no le importa.

Y sigue:

-Si, por ejemplo, Daniel Jadue fuera un animal, podría ser un animal hiperkinético, de aprendizaje rápido. Me inclino por algún mono. Un chimpancé podría ser.

Y sigue:

-Y si, por ejemplo, Joaquín Lavín fuera un animal podría ser un antílope. Muy sagaz, pero que vive rodeado de peligros.

Y finaliza:

-Y el ministro de salud, el señor Paris, sería un ornitorrinco. Animales que pueden romper esquemas.

El señor Arenas, el exótico Profesor, cree que si los humanos se replegaran en unas eternas cuarentenas, los pumas se asentarían en el valle. Aparecerían los insectos, las plagas, la ciudad se tornaría más salvaje. Pero sabe que eso no ocurrirá. Las restricciones a los seres humanos se están levantando y la muchedumbre está ansiosa por volver a verse. 

-Yo estoy feliz en mi casa- reitera.

“Si Piñera fuera un animal- comenta con seriedad- podría ser un león”.

Él, el Profesor, esta ave nocturna que se radicó en el escritorio, ni siquiera anhela viajar a su casa de Rapel. Hace más de cuatro meses que no se asoma al exterior. Ni siquiera a la entrada de su edificio. Opina que el delivery está capacitado para todo. “¡El otro día no sabía qué comprar y pedí que me trajeran una caja con clavos, huevón, imagínate! ¡Y después le agregué un martillo!”, confiesa fascinado.

Señoras y señores, todo indica que el Profesor Rosa nunca más saldrá de su casa. Es un punk de bigotes que, tras cinco infartos al corazón, causados por el cigarro, sigue fumando. Y que a lo largo de esta conversación acumula seis cigarros más. 

-Es que a los que me quieren, no les queda otra que entenderme- dice como un pájaro nocturno extraviado en el día. Es el Búho Arenas. El artista que vive a destiempo. El ocioso que planea, dice, un último programa de televisión. Un intercambio de datos y cultura. Y ése sería su final.

-Estoy investigando. Y por eso vivo de noche- concluye, mientras todo se oscurece, todos se duermen, y él se prepara para trabajar. En su casa, como siempre lo hará.

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