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Selección Nacional

3 de Agosto de 2020

Abigail Pozas, la transportista escolar que ahora traslada pacientes Covid

Crédito fotos: Registro personal

Su trabajo era movilizar escolares en Peñalolén y La Florida, pero en marzo la pandemia se instaló en Chile y todo quedó en pausa. Desde el 3 de junio traslada pacientes Covid o con sospechas de contagio. Lo hace para enfrentar las deudas y conseguir ingresos. Pero antes de aceptar el nuevo trabajo, debió vencer sus miedos.

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A Abigail Pozas (29)  la vida se le complicó en octubre pasado, cuando tras el estallido social los colegios municipales de La Florida y Peñalolén cerraron sus puertas y los estudiantes debieron quedarse en casa. Ahí vino su primera merma económica: tras los reclamos de algunos papás, debió devolver lo correspondiente a los días que los niños no asistieron a clases. En noviembre retomó, pero era demasiado tarde: el año escolar se terminaba. 

Diciembre, enero y febrero fueron complejos. Trató de arreglárselas con una guardería de verano que instala en su casa, donde trabaja en época de vacaciones y donde aplica sus estudios como técnico en párvulo. Debió pedir prestada plata a su familia y préstamos a casas comerciales, esperando ponerse al día en marzo, al inicio del año escolar.

Este es el furgón escolar con el que trasladaba a niños y ahora a pacientes covid o sospechosos de contagio. Crédito: Registro personal.

Entonces vino otra crisis. “Y pasó esto inédito en el mundo, jamás se habían suspendido las clases a este nivel”, dice. El presupuesto en marzo era crítico: “Los papás pagan por adelantado y hubo que devolver parte del pago mensual. Durante abril y mayo estuvimos sin ingresos. Nuestra familia nos apoyó con mercadería y tuvimos que endeudarnos. Quisimos hacer negocios, pero, claro, necesitábamos presupuesto para invertir y no nos alcanzaba. No se podía salir además, nos sentimos de brazos cruzados”, cuenta.

Ella vive en el límite entre La Florida y Peñalolén con sus hermanos, pareja e hija en una casa que era de sus padres. Ahí, entre todos, trataron de subsanar meses complejos. Fue así como a fines de mayo surgió una oportunidad que venía desde la Seremi de Salud: trasladar pacientes con Covid o con sospecha de contagio a residencias sanitarias. Justamente el  Ministerio de Transportes había hecho una modificación al decreto que rige a los transportistas escolares y que indicaba que sólo podían trasladar a estudiantes. 

Abigail tiene dos furgones y la idea, inicialmente, era que ella y su pareja trabajaran. Pero tenían una dificultad: su hija de 6 años sufre de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica y exponerse al contagio del virus podía ser letal para su sistema respiratorio. Entonces decidieron que él se quedaría en casa y ella trasladaría pacientes.

Empezó el 3 de junio junto a otros ocho “tíos de furgón”. “Éramos los pioneros, con los días empezaron a llegar cada vez más furgones y ahora somos más de 40. Hacemos una o dos rutas diarias dependiendo de la cantidad de solicitudes que lleguen al call center”, explica. 

Abigail Pozas subiéndose al furgón para trasladar pacientes. Crédito: Registro personal.

Las dos primeras semanas fueron caóticas para Abigail. “Era bien desordenado al principio, costaba organizarse con las rutas y había muchos pacientes. Ahora ya sabemos cuáles son los equipos de trabajo y estamos más organizados. En pleno peak hacíamos hasta tres rutas diarias por distintas zonas de la Región Metropolitana, 10 ó 12 pacientes por ruta. Eso fue durante casi todo junio y julio. Empezábamos temprano y terminábamos a las 20 horas. Una vez llegué a las 1 de la madrugada a la casa. Recién hace dos semanas empezó a bajar y ahora hacemos como una ruta diaria”, cuenta. 

Llega poco antes de las 9 de la mañana a la puerta del ex Hospital Barros Luco, donde la sanitizan: aplican amonio afuera del furgón y por dentro ionizan. Después se dirige al Paseo Bulnes, donde está ubicada la oficina de la Seremi. Esperan en la calle hasta que le pasan el listado con rutas, las que pueden durar hasta dos horas al recoger cada paciente a domicilio. Trabajan en duplas: chofer y asistente de salud, que monitorea a los pacientes que están al interior por si se descompensan durante el trayecto. Tras completar el listado, parten a los hoteles, hoy convertidos en residencias sanitarias.

Con el primer sueldo del mes pagó todo lo que tenía adeudado. “Fue complicado. No era tanta la deuda, pero todos los bancos me llamaban. Había días en que lloraba de impotencia. Llamaban por los créditos que había asumido, porque uno como persona común y corriente y cuando ya estás acogotado de lucas, vas destapando un hoyito para tapar el otro, y el otro, y el otro. Como estuvimos enero y febrero sin ingresos fue súper difícil pagar todo de una”, dice.

¿Fue muy compleja la decisión de sumarse a este trabajo?

-Uff, súper complicado. Me dio mucho terror pensar que podía contagiar a mi hija. A mí no me gusta taparla en remedios, entonces le doy multivitamínicos todos los días para que ande bien. Igual pensaba “¿Y si se enferma?”. Por eso decidimos que fuera sólo uno el que fuera a trabajar en las residencias sanitarias, así reducimos las posibilidades de contagio.

“Uno como persona común y corriente, y cuando ya estás acogotado de lucas, vas destapando un hoyito para tapar el otro, y el otro, y el otro. Como estuvimos enero y febrero sin ingresos fue súper difícil pagar todo de una”, dice.

¿Cómo fueron para ti esos primeros días?

-Imagínate, llegaba vestida como Minion a la casa, con un dolor de cabeza terrible porque con la mascarilla te mareas y estar todo el día mega tapado es súper pesado. Las primeras semanas quería dejar todo tirado porque llegaba muy cansada, directo a bañarme y acostarme: vivía en el estrés de tener que trasladar a pacientes enfermos y con el miedo a contagiar a la gente de la casa. Los primeros días fueron horribles, más encima llovía, habían inundaciones, entonces fue muy complicado. 

¿Y cómo lo hiciste con tu hija?

-Al principio era: “Hija, no te acerques. No se acerquen a mí”. Uno se pone medio paranoico y piensa: “¿Si lo tengo en las manos?, ¿en el pelo?”. Era pura incertidumbre. Todos los días decía “Ya un día más, no me contagié”. Ahora, cuando ya pasaron casi dos meses, estoy más tranquila. Llego, hago todo el protocolo de sanitización y la saludo sin problemas.

¿Les hacen exámenes para controlar un posible contagio?

-No, de hecho fue una de las primeras preguntas que nos hicimos todos. Nos hicieron cero exámenes, la Seremi igual está colapsada con tanta cosa. Nos controlan eso sí: nos toman la temperatura diariamente y si alguien se siente mal lo mandan de inmediato a una residencia sanitaria. Además nos dijeron que si nos contagiamos ellos nos pagaban igual esos 15 días.

¿Te sale a cuenta este trabajo?

-Nos ofrecieron un monto al principio, pero nos dimos cuenta de que no nos alcanzaba. Había días en que iba dos veces a Lampa, por ejemplo. Había días en que nos tocaba ir a  Talagante, el Monte, Buin o Champa, otros tíos tuvieron que salir de la Región Metropolitana para tomar pacientes en Rancagua. Ahí hicimos una mediación con la Seremi y nos subieron un poco las lucas. O sea, nos igualaron el sueldo inicial, pero además consideraron el monto de los gastos operacionales: bencina, tag, peajes. Nos sale más a cuenta hoy día, y nos sirve un montón, pero nada iguala lo que gana uno como independiente. Hay que adaptarse con esto mientras dure.

“Al principio era: “Hija, no te acerques. No se acerquen a mí”. Uno se pone medio paranoico y piensa: “¿Si lo tengo en las manos?, ¿en el pelo?”. Era pura incertidumbre. Todos los días decía “Ya un día más, no me contagié”.

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