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24 de Agosto de 2020

Cuentos en Cuarentena | El deseo de Laura

Laura está encerrada, pero en una vida que no desea, que no le gusta, que la hiere. Un amor fugaz parece ser un escape necesario; pero una catástrofe natural puede cambiar todo. Este cuento fue escrito por Susam Carolin Acuña Donoso y es mención honrosa en este ciclo.

Por

Desde la ventana de la cocina, colgaban los pañales, la ropa, las toallas y Laura cocinaba el puchero para la familia numerosa que tenía.

Se había levantado cerca de las cinco de la mañana para mandar el informe que tenía que haber enviado antes de las 12 de la noche anterior a su profesora correctora de tesis. 

Laura estudiaba para ser abogada durante las noches y trabajaba en el día como asistente social de una escuela pública. Ganaba muy poco, pero sabía que eran necesarios esos pesos para llegar a fin de mes, ya que su marido no había podido terminar la escuela de diseño y sus trabajos eran esporádicos.

Ellos iban a cumplir 20 años de matrimonio y todos a su alrededor festejaban esa suma de años juntos. Para sus amigos, colegas y familia, este matrimonio era un ejemplar en extinción. Ya no había parejas como ellos. Se mostraban al público como cercanos, cómplices, amigos, amantes e incondicionales el uno con el otro.

Nadie sabía la verdad.

Foto de la autora: Susam Carolin Acuña Donoso

El silencio de Laura con sus hijos, su familia era una bomba de tiempo… las constantes descalificaciones, la ambigüedad e indiferencia de él hacia ella era parte del diario vivir para Laura.

Sin mencionar, las veces que las amenazas de golpes se hacían claras y explícitas. Aún no habían llegado a eso, pero él, ya había destrozado algunas paredes, había roto algunos platos y empujado a Laura en más de una ocasión, en sus constantes ataques de ira.

Estaba en constante amenaza de silencio de lo que realmente pasaba en esa pareja. Para que Laura, no pudiera revelar nada, la iba a buscar todas las noches al terminar sus clases. La trataba con mucho amor delante de todos y luego, al subir al auto, la denigraba y descalificaba todo el camino a casa.

Laura tenía tres hijos de distintas edades, el menor, un bebé de un año. Por esta razón la carrera de derecho se le había ido cuesta arriba y su marido, que apodaremos “El maldito” nunca la había ayudado en nada de sus proyectos personales.

Este hombre era un intento de ser humano que se quedó dañado y justificando todo su pesar y mal humor a razón de la culpa de otros. Primero, su justificación fue su infancia maltratada, luego, los problemas económicos, luego, las diferencias con Laura y con sus hijos, para él, todos sus problemas eran causa de los errores del resto.

Su cabeza no lograba hacer la sinapsis necesaria para que mirara dentro de él y hacer algo de introspección.

Laura, inocente y desconociendo casi todo en el plano amoroso, se enamoró del maldito en el colegio, fueron compañeros de curso hasta que se graduaron.

Esa semana, al maldito lo habían llamado de un trabajo en una isla en el sur del país. Un lugar lejano y de difícil acceso. Era un trabajo de poco esfuerzo mental, pero de buena paga. Así que basado en todas las veces que el maldito reclamaba por sus déficits, tendría que aceptarlo.

Para Laura esa era la primera vez en año que podría sentir algo de libertad. Estaba fascinada con la idea de la ausencia de el maldito.

Llegó el lunes y el hombre viajó, se despidió de ella y de sus hijos y partió a su trabajo, no sin antes y por su puesto … hacerse la víctima por todo esto.

Esa semana fue MARAVILLOSA. Laura pudo salir de clases y quedarse fumando con sus compañeros de curso en la Universidad.  Pudo juntarse con sus grupos de trabajo sin tener miedo de regresar a su casa.

Y pudo cocinar a gusto lo que a ella se le antojara.

Para eso tenía que ir a la feria … pero era tan engorroso, tanto tiempo perdido. 

Uno de esos días de desesperación por conseguir verduras para el almuerzo, se dio cuenta que en la esquina de su casa había una. Una verdulería que parecía que hace años había estado ahí, pero que ella nunca había visto. 

Ni siquiera había pensado en el maldito, si sus hijos no lo recuerdan, nada lo habría hecho para ella.

Laura entró a este pintoresco lugar, muy ordenado, muy limpio, como un local Europeo, todo estaba en orden y eso le pareció asombroso.

Cuando escogió un par de lechugas y unos zapallos, se dirigió a la caja para cancelar.

Estaba buscando el dinero en su cartera y escuchó una voz grave, que le decía a otra “No te preocupes, Yo atiendo a esta Señorita.

Laura alzó su mirada y al ver esos ojos tan intensos, la bajó inmediatamente. Esa voz profunda, provenía de un hombre que la miraba fijamente. 

Alto, de grandes ojos azules, de manos grandes… de contextura grande, mesomórfica.

En esos momentos a Laura, se le cayeron todas las monedas. El hombre, sonrío… y le dijo: “Déjeme ayudarla señorita…” Ella contestó entre balbuceos, nunca lo volvió a mirar a los ojos, pagó y salió de ahí rápidamente. 

Se fue a su casa pensando en el ridículo que hizo frente a este hombre.

Al llegar la noche no pudo dejar de pensar en los ojos de este “Verdulero”, ella no conocía su nombre, pero el sonido de su voz, era algo que no la dejaría dormir tranquila.

Al día siguiente Laura se fue a trabajar, evitando pasar por la vereda de la verdulería elegante que había encontrado. El día y sus quehaceres lograron que su cabeza se mantuviera alejada de tal provocación.

Ni siquiera había pensado en el maldito, si sus hijos no lo recuerdan, nada lo habría hecho para ella.

Laura, quería salirse de la relación tóxica en la estaba hace años y no encontraba la forma. Quería de verdad sentirse amada, por alguien que la respetara, que la valorar, que la apoyara.

Desde ese primer encuentro no dejó de pensar en Nicolás, el nombre de ese enigmático hombre, su nombre lo escuchó por ahí de unas vecinas que comentaban lo guapo y gentil que era.

A la semana siguiente, y aún en ausencia del maldito, Laura, necesitaba de más verduras para cocinar el almuerzo de los niños. La embargaba la culpa de pensar sólo en el hecho de acercarse al local que estaba en la esquina de su casa. Sin embargo, se maquilló, se cambió de ropa y fue a comprar. 

Cuando llegó al local, se dio cuenta que él no estaba… y además de su decepción se sintió una vez más ridícula por haber sentido el impulso de coquetear con este hombre que había conocido. En fin… comenzó su compra y cuando estaba de espaldas a las frutillas, sintió que alguien le toca su hombro y le dice: “Srta Laura…?”  Ella no lo podía creer… ¿Cómo sabía su nombre?

A penas y muy nerviosa se dio vuelta y le preguntó a él: “Co, ¿cómo sabe mi nombre?” Y él contestó con esa hermosa voz profunda: “Lo que pasa es que el otro día, cuando Usted estuvo aquí, se le cayó su cédula de identidad…” 

Laura, dice: “Ah, sí, claro… eeee, muchas gracias por guardarlo… “ Nicolás sonrió y le entregó el documento.

Laura, muy nerviosa y olvidando casi toda la lista, terminó su compra y se fue de ahí.

Nicolás la observó hasta que ella se perdió en la calle.

Estaba claro que existía atracción por ambos lados, pero para Laura era muy difícil reconocérselo sin dejar de lado que el maldito regresaría en unas semanas más.

A la semana siguiente, Laura  se quedaría sola por unas noches, ya que sus hijos permanecerían en casa de sus abuelos, y ella debía terminar con su tesis.

La primera noche, Laura se encontraba sumergida en los libros sacando citas y complementándolas con los párrafos escritos.

De pronto, sonó el timbre de su casa… se acercó a la ventana y ahí estaba… era él, el verdulero, el hombre de voz profunda, de manos grandes. Laura se miró frente a un espejo y nada podía hacer, no estaba lista para una cita… pero ¿cómo podía pensar en eso? Su cabeza daba vueltas.

Qué hacía ahí? cómo se enteró que estaría sola? Cómo sabe dónde vivía? 

Después de esos tormentosos 10 segundos, Laura, abrió la puerta… Sonrió y le dijo: “Am, Hola… Nicolás, ¿cierto?”

Él sonrío, bajó sus hermosos ojos y contestó: “Si… Nicolás”

Laura, continúa la conversación y le pregunta si desea pasar…él contesta…claro.

Cuando llegan al living de la casa, Laura le hace la pregunta de rigor :”¿En qué te puedo ayudar?”

Él se queda en silencio mirándola fijamente y le dice: “Creo que debes estar muy estresada porque, la última vez que fuiste a mi local, dejaste tu billetera con todos tus documentos…” 

Laura, se rinde ante tanto pensamiento equívoco y larga una carcajada hilarante… contagiosa, a la que él no puede contenerse y terminan riendo los dos sin poder parar.

En ese relajo, Laura se confiesa más en confianza y un poco sonrojada le dice “Vas a pensar que estoy loca… pero pensé que tenías otras intenciones viniendo hasta acá… “y ¨´El respondió riendo también, “¿Quién dijo que no las tenía?” 

El aire de la habitación se congeló… los dos se quedaron serios mirándose fijamente. Laura solo sentía como el corazón se le salía de su pecho un poco descubierto, ya que andaba con una polera escotada.

Nicolás comenzó a acercarse lentamente, tocó su cara, con su mano derecha acarició su cabello mientras la miraba intensamente, Laura estaba inmovilizada. Pero él continuó…con su otra mano comenzó a bajar el tirante de su polera y acercó sus labios al cuello de Laura. Besó su cuello, su cara, sus ojos, como si estuviera curándola de tanto dolor. Laura despertó del estado en el que se encontraba, con estas sorpresivas caricias y con sus manos comenzó a tocar lentamente los brazos de él.

Se fundieron en el sillón en una danza de besos mientras Nicolás con cuidado la desvestía… sus manos la tenían atrapada, desde sus pies hasta sus caderas recorrían el cuerpo de Laura que ardía en esta pasión que jamás pensó en sentir. 

El sonido de sus voces plasmadas en gemidos y lamentos sólo revelaban el inmenso placer que los dos sentían. Laura, sentada en él lo besaba con fuerza una y otra vez. Apretaba con vigorosidad la espalda de Nicolás mientras exclamaba su nombre en el oído de este adonis gentil y hermoso que había aparecido en su vida.

Ese encuentro duró toda la noche. Cansados se rindieron al amanecer y se quedaron por una hora o dos abrazados. No se distinguía dónde comenzaba la mano de uno y terminaba la del otro… entrelazados se besaron por última vez y Nicolás se levantó para irse de ahí.

Laura, no lo podía creer… jamás pensó en ser infiel. No podía dejar de sentir el aroma de la piel de Nicolás.

Lo había entendido todo… ya nada sería como antes… se fue a la cocina y mientras calentaba el café, miró por su ventana, salió al patio y botó el colgador de ropa que impedía ver el cielo, con furia lo tumbó, fue su acto de emancipación. 

Luego, Encendió el televisor y se enteró del gran terremoto que había sucedido en el sur del país… se asustó, tomó su celular y había 25 llamadas perdidas… cuando escucha en el noticiero, La lista de nombres de los muertos que había dejado un derrumbe… entre ellos, el nombre del maldito… José Miguel Orellana Pizarro. 

Susam Carolin Acuña Donoso

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