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24 de Agosto de 2020

Cuentos en Cuarentena | Relatos desde la orilla

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Horacio tiene recién cumplidos los 8 años. Está en primero básico en un colegio municipalizado de Puente Alto. Horacio no sabe que tiene 8 años, no sabe que está en un colegio municipalizado, no sabe que está en primero básico. Ha repetido, no sabe si una o dos veces. No le importa mucho. No sabe cuándo está de cumpleaños. Aún no aprende a leer. No sabe que vive en Puente Alto. Sabe que vive en Chile, pero cree que Chile es un equipo de fútbol. Le gusta el Alexis y el corte de pelo de Vidal. Lo quiere imitar, pero su madre le dice que mejor que se lo haga cuando esté más grande.

Sale a chutear igual a la cancha. No le tiene miedo al COVID 19. No usa ni la mascarilla. Horacio no sabe de la muerte. Su abuela está contagiada, se la llevaron al Sótero. Horacio no sabe que es el Sótero. Sólo sabe que le dicen el Soterror. Siempre son muy pocos los que vuelven de ahí, y las que vuelven, por lo general lo hacen con una Guagua. Como su hermana y varias vecinas del Block. Ojalá que la Abuela no llegue con una guagua pensaba, ya no tendremos donde meterla. Tendríamos que dormir yo, mi abuela y ahora más encima una guagua en la misma cama!

Decían que había vuelto el papá del Jonathan del Sótero. Entró cojeando y salió inválido. El Tío del Mario entro por un dolor a la espalda y salió tieso!
Parece que el que entra tuerto, sale ciego. Horacio tiene un teléfono celular, pasa muchas horas jugando, viendo videos y escuchando música. La mamá de Horacio es costurera, tiene una máquina de coser. Su papá está preso, parece que asaltó una bencinera, trató de arrancar como con 300 lucas a Argentina y lo pillaron. Al parecer ya no le queda tanto tiempo preso. No quieren verlo, sólo los llama de repente por teléfono. La última vez que los llamó fue el día antes del cumpleaños de Horacio. Le prometió una pelota de fútbol, unas tobilleras y una Bicicleta.

Desde ahí no se supo más. Capaz que ya se haya contagiado ahí en la Pen . La mamá de Horacio no lo quiere recibir cuando salga. Estaba ya cansada de que se dedicara a puro robar. Siempre robaba en supermercados, arroz, paquetes de tallarines. Aceite. La mercadería para el mes, decía él. El papá de Horacio tampoco sabía leer. También se llamaba Horacio. Horacio Antonio, como su abuelo. Contaba que nunca fue al colegio. A los 5 años su mamá se fue y lo dejo a cargo de su hermana mayor, de 11 años. Nunca volvió a ver a su madre.

Cuando hay muchos balazos deben dormir todos en la pieza de al fondo, a veces en el suelo para esquivar los balazos. Pero parece que nada importa tanto.

Horacio es pequeño, moreno y de pelo muy corto. Cara redonda. Obeso. No hace deporte, a veces sale a la cancha a jugar a la pelota. No es muy bueno. Lo ponen al arco. Come papas fritas, cuando iban a puente, al centro de Puente Alto, le gustaba comer sopaipillas con kétchup y con mostaza. Se comía varias. Con bebida Fruna. En verano cambiaban las sopaipillas por mote con huesillo, por helados. Completos comía todo el año. Ahora ya no podían ir ni a puente. No lo dejaban ni ir a ver a la abuela.

Siempre deben entrarse temprano a su departamento, no sólo ahora en cuarentena, porque después de las 6 o 7 de la tarde se pone muy peligroso. Se llena de volaos pidiendo plata, de traficantes. Balazos. Horacio no tiene pieza para él, tampoco cama. Duerme con su abuela, en una cama de plaza y media. El departamento tiene sólo dos piezas. En una duerme su madre, con su hermana de 17 años y la Tiare, su sobrina de 9 meses. A veces se queda el Byron, pareja de su hermana.

Cuando hay muchos balazos deben dormir todos en la pieza de al fondo, a veces en el suelo para esquivar los balazos. Pero parece que nada importa tanto. Igual tienen una tele en la pieza del fondo, ven el Pasapalabra. Varias veces comentaron y soñaron con el premio. Que harían con 20 millones. Comprar una tele más grande, cambiar los celulares, zapatillas como las de los Basquetbolistas o como las del Alexis. Un auto, una camioneta. Curiosamente nunca soñaron con cambiar de casa. No pensaron tampoco en cambiar de colegio. Al parecer que resignados a su suerte, se conformaban en realizar cambios más bien cosméticos.

Foto enviada por el autor: Stefan Hauser

Sueños limitados.

A Horacio le gustan los fideos con salsa. Es su plato favorito. Los cocina su abuela, por suerte con mucha frecuencia. Unos cinco…o seis días a la semana. El presupuesto no alcanza para muchos más. Aún no les llega la canasta del gobierno, con tarros de atún, Jurel. De once un té con pan y mantequilla. A veces con huevo. No le gustan las manzanas. Prefiere guardarlas para tirárselas a las micros que pasan por la avenida. Prefiere tirar manzanas que piedras. Las piedras son muy pesadas. Le gusta ver como las mazanas se revientan contra los ventanales de las micros. Horacio cree que todo es un juego, las micros vienen de otros países, países que él nunca conocerá, vienen de lugares lejanos que él tampoco nunca visitará. Vienen esas micros repletas de gente que él conoce pero que nunca hablan de dónde vienen. Ahora todos con mascarillas. Horacio cree que las mascarillas no sirven para nada, igual en el barrio dicen que están ya todos contagiados.

Algunos le han dicho que vienen de un lugar en el que no se venden sopaipillas ni empanadas fritas en las esquinas. Dicen que en ese lugar no conocen las salchipapas. Que en ese lugar hay bicicletas tiradas en las calles y que cualquiera las puede tomar y usar. El que se aburre de andar la deja ahí, tirada en cualquier parte hasta que llega otro…la toma y sigue andando.

Dicen que en ese lugar ya casi no hay Coronavirus, que en ese lugar cada uno tiene su pieza, que cada uno tiene su patio, que cada uno tiene una cama. Horacio no conoce, no imagina ese planeta.

Por Stefan Hauser

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