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24 de Agosto de 2020

Cuentos en cuarentena | Verborrea de una noche en el encierro

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Tomaba un té en el living de su casa, mientras bailaba y escuchaba con el corazón sonriente, su música favorita. Sin darse cuenta, en ese preciso momento había cazado la liebre azul que describía Tristán en sus musicales cuentos y que por días, había hipnotizado sus momentos de melomanía poética hace algunos años.

Tomó su celular decidido a escribir un cuento en el que relataría todo lo que en ese momento vivía

Aquella noche, en su andar cotidiano, se reencontró con viejas canciones y admiró desde cerca sus cuerpos perfectos de distintas melancolías. Historias que, aunque moldeadas con letras tristes, la piedra angular del soplo de su vida, sin sufrimiento alguno recibía. ¿Por qué agradecía a la música cuando esta se muestra descaradamente ante sus sentidos en tonos menores? Esa simple pregunta siempre había acompañado sus días y en ese preciso momento la vida para él, sin pedir nada a cambio, en voz baja respondía. Comprendió por qué su espalda se complacía y retorcía con la calidez de un abrazo dado por la melancolía.

Y fue así que la tranquilidad llegó, primero de manera inconsciente. Bailando, sonriendo, solo fluyendo coordinadamente con la música y sus vibraciones. Aunque en intermitentes minutos la voz de su mente volvía, y comprendía, a pesar de los golpes que ese maldito encierro a todos repartía, que afortunadamente, la fuerza de estos golpes no lo atacaba a él con la misma intensidad que a otros embestía. A los más débiles, a los desamparados, a los que ya en días “normales” no podían con el presente ni el futuro, a los olvidados por los indiferentes corazones que desde siempre nos gobiernan y se jactan del progreso. 

Foto enviada por el autor: Fernando Soto Gatica

Se expresó ante él la dualidad medular del universo, en la simple paradoja del estar y entregarse al inconsciente; comenzando ahí, un inesperado ritual en el que se destruían sus cotidianos miedos, sus recurrentes ansiedades, las socialmente impuestas expectativas, los viejos y nuevos recuerdos que invocan la frustración de cometer siempre los mismos errores, esos que en el presente atormentan a ratos la intimidad de sus más solitarios días.

Comprendió aquella noche que cazar la liebre azul era vivir siendo feliz de forma inconsciente, con lo simple, con lo humilde, con conservar aún intacto el regalo más grande de la vida. La vida misma dentro de todo este infinito que día a día pasa frente a nosotros, desnudo, escondido, con calma, eterno o fugaz, dependiendo de los ojos con los que se mire. Entregando cada día el regalo de las posibilidades. El poder remendar aun los errores cometidos. 

Tomó su celular decidido a escribir un cuento en el que relataría todo lo que en ese momento vivía y sin darse cuenta, hacía pausas para seguir tambaleando su cuerpo, como respuesta a las caricias de sus viejas melodías, más frescas que nunca para el cristal de sus nuevos ojos con las que las veía. Todo estaba bien hoy en día. Tomaba un té en el living de su casa, mientras bailaba y escuchaba con el corazón sonriente su música favorita. Desde aquella noche, no era más de un mes la cuenta de los días. Desde ese momento nunca más los contaría. 

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