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Entrevistas

16 de Septiembre de 2020

Marta Cruz-Coke: La mujer del collar de diez pesos

Crédito: Ilonka Csillag. Cortesía de Fundación ProCultura

Ha sido una adelantada para sus tiempos. Dice que se casó tarde, a los 24 años, cuando su mamá ya la creía solterona. Entró por primera vez a la universidad a los 42. Lideró la batalla por instaurar el Día del Patrimonio, por declarar Valparaíso como Patrimonio de la Humanidad y aceptó ser -durante siete años- la primera mujer a cargo de la Dibam (Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos) y de la Biblioteca Nacional. Afirma con voz fuerte que aprueba una nueva Constitución porque "hay que callar a todos los que rechazan". A un mes de cumplir 97, Marta Cruz-Coke sigue siendo una rupturista, con collar de perlas que confiesa es completamente falso.

Por

Marta durmió mal. “A mí me da lo mismo lo que hablemos, sólo que anoche no dormí muy bien y me estoy vistiendo recién”, contesta cortés al teléfono. Está dejando los remedios para dormir. Está haciendo lo que nadie está pensando hacer en plena pandemia. Desintoxicarse.

No era una mujer de pastillas hasta que se fracturó la cadera, en enero del año pasado. Se cayó de brazos abiertos sobre una torre de papeles y comenzaron los dolores y los problemas para dormir. Antes del accidente, dice convencida, tenía otra personalidad. Marta quiere volver a ser la de antes, por eso hay noches que no toma la pastilla diminuta para el sueño que le recetaron, ésa que muchas noches se le cae y no encuentra. “A mí me podrían envenenar cuando quisieran y sería muy fácil”. 

Edilma Zuluega es colombiana y esa confesión de Marta la hace reír fuerte. Son cómplices, disfrutan el mismo humor. Se pasea detrás de ella. Le repite, delicada, lo que le pregunto y alerta cuando la conexión a internet es inestable. Se acerca, le hace cariño en los hombros. Edilma es los ojos y oídos de Marta. También su equilibrio. Desde el accidente, Marta camina inestable y la necesita para moverse. Trabaja con ella hace un año y medio y desde que empezó la cuarentena no se mueve de su lado. La cuida como a una madre que se quiere. Le lee los mensajes por WhatsApp de sus nietos y la conecta por videollamada para esta entrevista. Pero Marta detesta la tecnología. “Fíjese”, dice, “usted me parece encantadora a primera vista, pero no tenemos ningún tipo de relación real. No sé cómo son sus gestos, que revelan tanto de una persona. No sé si es usted una persona cálida, no alcanzo a darme cuenta porque estamos separadas por la tecnología. Todo lo que significa una amistad real y profunda es muy difícil a través de esto”. 

Pero la usa. 

Marta puede escuchar música sin moverse de su cama. Le dice a un aparato en su velador “Mozart” y de vuelta le contestan “¿quieres oír a Mozart”. Ella solo necesita lanzar un sí al aire. “Puedo decir Beethoven también, lo que yo quiera, y lo escucho”. 

Marta Cruz Coke junto a la Ministra de las Culturas, Consuelo Valdés. Foto: Mario Ruiz / Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

-Marta, ¿me ve bien?

-La verdad es que no la veo. Tengo un glaucoma en un ojo, entonces veo solo sombras. El otro bueno que me quedaba recibió una especie de misil y me dejó ciega. Por suerte el misil que se paseó por mi cuerpo me llegó al ojo y no al cerebro porque me hubiera dejado en calidad de bulto. Como ve soy muy privilegiada. Me dan lata mis enfermedades. Piense en esas señoras que les pregunta cómo están y empiezan a contarle del hígado (ríe). Las enfermedades pertenecen a un pasado y yo estoy tratando de meterme en el futuro.

-Se ve bien de salud.

-Estoy muy agradecida de mi salud. Hay días que estoy muy mal, pero hoy estoy muy bien. Como a todo el mundo, a veces me baja la depresión. Pienso que estoy demás, que no sirvo para nada.

Marta luce sana, fuerte y lúcida. Dice que su carácter está intacto, pero ya no tiene la libertad de hacer lo que quiere. Tiene que pedir permiso si quiere salir. “Estoy transformada en una niña chica”, patalea redimida. Al principio se reveló, no le gustó para nada el cambio de roles y transformarse en la hija de sus hijos. Lo conversó con sus amigas y se dio cuenta de que era una realidad que todas estaban viviendo. “Eso me dejó más tranquila”. 

“Como ve soy muy privilegiada. Me dan lata mis enfermedades. Piense en esas señoras que les pregunta cómo están y empiezan a contarle del hígado (ríe). Las enfermedades pertenecen a un pasado y yo estoy tratando de meterme en el futuro”.

-¿Ha salido?

-Hace unos días me dieron permiso para ir a ver una amiga. Igual que una niñita chica tuve permiso de mi hijo Gustavo. Fui con la Edilma, pero nadie más. Una sola amiga me dejaron ver, ¿qué le parece?

-¿A quién querría ver ahora?

-A mucha gente. A mis padres. A mis hermanos, que fueron extraordinarios, un apoyo increíble cuando murió mi marido.

Se queda fija en la pantalla. Esta vez no es la conexión a internet, es su mirada que se pierde como si estuviera frente a una feliz y cariñosa foto familiar.

Entonces retoma.

-Cuando se murió el resto de la familia me quedaron mis hermanos, que eran mis amigos, Eduardo y Ricardo. Fuimos muy unidos. 

ISABEL ESTÁ ENOJADA

La primera hija de Marta, María Isabel, estaba completamente sana hasta que cumplió un año. Entonces la atacó un brote de difteria. En Chile no existían vacunas ni tratamientos para curarla. “El Ministerio de Salud encargó los remedios en avión, refrigerados, y una partida no llegó buena. Esa le tocó a mi hija que perdió la mitad de su cerebro”, recuerda Marta.

Isabel, hoy de 72 años, no ve a su madre desde marzo y no entiende las razones de la distancia. De un minuto para otro, Marta despareció de su mapa. Pero ella la llama todos los días después de almuerzo. “Le digo que la quiero mucho y ella oye, de eso estoy segura”. Entonces su voz dulce se endurece y protesta. “íbamos a todos lados juntas y hace siete meses que no me ve, tiene toda la razón de estar enojada conmigo”. 

Marta y Ricardo, su marido, cuidaron a Isabel hasta que Ricardo murió. Siguió sola cinco años más pero ambas necesitaban atención. Así fue como su hija mayor llegó al Hogar de María, donde está hace dos años. 

Isabel, hoy de 72 años, no ve a su madre desde marzo y no entiende las razones de la distancia. De un minuto para otro, Marta despareció de su mapa. Pero ella la llama todos los días después de almuerzo. “Le digo que la quiero mucho y ella oye, de eso estoy segura”. Entonces su voz dulce se endurece y protesta. “íbamos a todos lados juntas y hace siete meses que no me ve, tiene toda la razón de estar enojada conmigo”. 

-Isabel fue su primera hija y tuvo esta enfermedad, ¿se sintió usted muy sola?

-Sabía que lo que había por delante no era fácil, porque en ese tiempo nadie cotizaba a la gente con retardo mental. Las escondían en el último lugar de la casa y no habían instituciones, salvo una, que fueran a hacerse cargo de esos niños. Era un porvenir muy negro. Desde entonces hasta ahora, he juzgado un poco a la gente por la forma en que son atentas o dijes con María Isabel.

-¿En quién se apoyó?

-En mi marido, mis padres y mis hermanos. Mis cinco personas más cercanas fueron maravillosas. También mis hijos que, aunque eran chicos, se hicieron cargo de su hermana. Mi hijo la defendía en todas partes. A mi hermana no la toca nadie, era la frase de este niño de cinco años.

-Usted dio gracias a Dios cuando supo la noticia de su hija.

-Así es. Había tenido una vida excesivamente buena. Yo soy católica, apostólica y romana y creo en la ayuda de Dios. El hecho de que la niña tuviera esta enfermedad me pareció un equilibrio porque había tenido una vida demasiado buena y fácil. 

-¿Siente que ha sido una mujer que ha roto con las estructuras?

-Fíjese que no lo sé. Nunca resolví romper moldes por mí misma, lo he hecho sin querer, aceptando la realidad que venía. Cuando me nombraron como la primera mujer directora de la Dibam, recuerdo que el presidente Aylwin me dijo “le estoy ofreciendo un cacho” y yo dije altiro “acepto”, porque ese cacho era un desafío.

-¿Un cacho le parecía más desafiante aún?

-Me pareció estupendo porque no era una cosa fácil. Siempre le he tenido miedo a lo fácil. Creo que en la vida hay que ir rompiendo cosas difíciles.

-¿Qué ha sido lo más difícil de romper?

-Es una muy buena pregunta. No sé (ríe). Han sido varias cosas y cada una la he tomado como una oportunidad.

“Yo soy católica, apostólica y romana y creo en la ayuda de Dios. El hecho de que la niña tuviera esta enfermedad me pareció un equilibrio porque había tenido una vida demasiado buena y fácil”.

4 de Octubre del 2018, Santiago. El Presidente de la República, acompañado por la Ministra de las Culturas, asiste a la exposición “Legado de un Republicano, Centenario de Patricio Aylwin”. En la imagen Marta Cruz-Coke, Enrique Krauss, Andrés Chadwick, Patricio Rojas y Pablo Piñera. Foto: Agencia Uno

-¿En qué momento de la historia se siente viviendo ahora?

-Estamos en un cambio de civilización. Hay una a la que yo pertenezco que está muriendo y otra que está naciendo, que es donde pertenecen mis nietos. No tengo nada que ver con la civilización que nace, no sé lo que va a pasar con ella, pero si sé que estoy metida intentando comprenderla.

-¿Qué tiene esta nueva civilización?

-Es una civilización tecnológica, que ha simplificado una serie de procesos humanos y a la vez ha deshumanizado a la persona. Ha hecho las dos cosas al mismo tiempo y muy bien hechas.

-Y nos permite comunicarnos en este momento…

-Claro. Usted está viendo de mí una parte delantera y yo de usted lo mismo, pero no sabemos nada la una de la otra. Nunca nos hemos tocado. Nunca hemos guiñado un ojo o tenido algún tipo de complicidad física. Esto es una manera totalmente nueva de mirar las relaciones humanas. Son más fáciles, más rápidas, más extensas y al mismo tiempo, más pobres.

-¿Qué le pasa con eso?

-He sentido dos cosas al mismo tiempo. Siento que somos una insignificancia, pero junto con eso se destaca la importancia dignificadora de mi persona porque soy única como usted es única. No va a haber nunca más una persona como usted y como yo. Eso hace nuestra grandeza. Mi tarea, como la suya, es hacer cada día lo mejor posible lo que tenemos que hacer. Con eso cumplo la parte que me corresponde en el mundo, en esta civilización que conozco tan poco.

“Estamos en un cambio de civilización. Hay una a la que yo pertenezco que está muriendo y otra que está naciendo, que es donde pertenecen mis nietos. No tengo nada que ver con la civilización que nace, no sé lo que va a pasar con ella, pero si sé que estoy metida intentando comprenderla”.

EL COLLAR DE DIEZ PESOS

Conoció a Ricardo cuando sus padres la creían lista para vestir santos. “En esos años las chiquillas se casaban a los 18, a mí eso me parecía casi un infanticidio”, dice aún espantada. Marta quería salir, conocer gente, experimentar. El tiempo pasaba y no se decidía por ningún pretendiente. 

Ricardo era presidente de la juventud masculina de la Acción Católica. Marta era presidenta del mismo grupo, pero de las mujeres. Hombres y mujeres trabajaban separados físicamente, por lo que Ricardo y Marta tuvieron que conformarse con las miradas a lo lejos. 

En 1946 el Partido Conservador proclamó a Eduardo Cruz-Coke, el padre de Marta, como candidato a la presidencia. Ricardo se sumó a la campaña y eso le valió un almuerzo familiar en la playa donde pudieron, finalmente, sentarse juntos, mirarse de cerca y conversar. 

-Usted militó en la Democracia Cristiana, ¿siente afinidad todavía por el partido?

-Soy miembro de la Democracia Cristiana porque ellos profesan el socialcristianismo. Soy de todas maneras la militante más vieja, no conozco a nadie que tenga 96 años y esté como yo.

-¿Y participa?

-Para nada. Fuera de ir a votar, nada. En este momento estoy ajena a la política, simplemente me permito tener opiniones en la mesa a la hora de comer. Estoy dedicada 100% al tema del patrimonio y para eso hay que estar ausente de lo político. Son temas que no pueden ser mezclados.

-¿Por qué?

-Porque el patrimonio es de todos los chilenos y es algo precioso que crea comunidad. Es el hilo conductor de la historia de Chile.

“Soy miembro de la Democracia Cristiana porque ellos profesan el socialcristianismo. Soy de todas maneras la militante más vieja, no conozco a nadie que tenga 96 años y esté como yo”.

-¿Se siente parte del patrimonio?

-Sí. Hago cada día mejor lo que me toca hacer cada día, con eso cumplo con mi pequeña obligación cultural. La cultura no tiene que ver con conocer las guerras napoleónicas, tiene que ver con comportarse con valores y ética. Por ejemplo, el respeto. Hoy por hoy, las formas del respeto no se respetan. La gente que usted convida a comer puede llegar o no llegar y no avisarle. 

-¿Y perdona las faltas de respeto?

-Uno vive perdonando porque, en el conjunto de la vida entera, no tiene mucha importancia.

-¿Cuánto influye su manera de ver la cultura en lo rápido o lento que podamos salir de esta pandemia?

-Cuando hay disciplina la gente se cuida; y al cuidarse no contagia. Pero si en vez de eso se dan unas fiestas tremendas, se ríen de los peces de colores y parten en helicópteros a cualquier parte están desafiando a la naturaleza y echando a perder la convivencia social. Sería terrible que esta pandemia, que dicen que va mejor, volviera en gloria y majestad por toda la gente imprudente que existe.

-¿Cómo proyecta el futuro de nuestro país?

-En este momento lo veo confuso, no me atrevería a decir nada porque no tengo la menor idea de lo que va a pasar mañana. Acá en Las Condes nos quitaron la cuarentena, pero no sabemos si las imprudencias que comete mucha gente pueden traer un recrudecimiento de la pandemia y el encierro. No sé ni siquiera lo que va a pasar mañana.

-Sí sabemos que en pocas semanas tenemos plebiscito.

-Claro, y me parece muy necesario porque es la primera vez que el pueblo chileno va a elegir su Constitución. Desde el último peón hasta la más encumbrada figura que se quiera imaginar van a votar por lo que creemos que debe cambiarse. Para eso hay que prepararse. Debemos elegir la mejor gente para que trabajen por los cambios.

-Entonces aprobaría con Convención Constituyente.

-De todas maneras, no lo dudo.

“Cuando hay disciplina la gente se cuida; y al cuidarse no contagia. Pero si en vez de eso se dan unas fiestas tremendas, se ríen de los peces de colores y parten en helicópteros a cualquier parte están desafiando a la naturaleza y echando a perder la convivencia social”.

-¿Qué reforma le parece prioritaria?

-No lo he pensado y para dar una respuesta hay que haberse sentado a pensarlo. Espero pensarlo cuando se acerque la fecha y tenga que ayudar a tomar una decisión. Por el momento, responderle sería una opinión liviana. Ese es el gran problema que tenemos en Chile: pensar livianamente temas que no lo son.

-¿La van a dejar ir a votar?

-No es cuestión que me dejen, voy a ir. Hay que votar un sí rotundo, un sí que deje callado a todos los no, a los que rechazan y se oponen al avance de la historia…

Marta se interrumpe.

-Perdón que yo le pregunte. Usted sabe bastante de mí. Explíqueme, ¿qué va a hacer con todo esto?.

Llevamos más de una hora conversando. Le explico que buscamos iluminar, a través de su experiencia de vida, el estado de las cosas, de Chile, de sus batallas.

-Ahora me doy cuenta hacia dónde va. Por eso sabe del collar de perlas que uso siempre (ríe). Para que usted sepa es de esos de 10 pesos que se venden en los bazares y que son perlas de río de distintos colores. Una vez que usted se los pone en filas de tres o cuatro y los mira de lejos parecen perlas, pero no lo son (ríe).

“No es cuestión que me dejen, voy a ir. Hay que votar un sí rotundo, un sí que deje callado a todos los no, a los que rechazan y se oponen al avance de la historia…”.

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