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Opinión

25 de Septiembre de 2020

Columna de Víctor Barrueto – ¿Es viable una Socialdemocracia para el siglo XXI?

Pixabay
Víctor Barrueto
Víctor Barrueto
Por

Reinventada, sí. La socialdemocracia fue sin duda la fuerza progresista más relevante del siglo XX. La pregunta es si será capaz de readecuarse a esta nueva época. Para ello, las ideas son primero. ¿Con qué ideas lo hará?

En Chile, hasta Lavín ha intentado recientemente acercarse a esa definición. Lo que no es malo, ya que indica más bien que esa visión responde mucho al momento que vive el país. La definición socialdemócrata debiera alcanzar hoy desde el Frente Amplio hasta la Democracia Cristiana, a todos aquellos que quieran construir una superación realista del neoliberalismo. Lo increíble es que hasta ahora los naturalmente llamados a liderar algo así, no lo hacen, o por lo menos no se ven lo suficiente. Urge que superen todo complejo, se revitalicen y propongan un nuevo camino para el Chile de hoy, tan distinto.

La socialdemocracia vivió en el mundo un momento de crisis, tanto por su dificultad para mantener lo propio y característico en medio de una globalización neoliberal, como también por sus limitaciones para ponerse en la avanzada de esta nueva época. En Europa, se hizo evidente una notoria disminución electoral en muchos países, asediada por múltiples expresiones distintas, como los Verdes en muchos lugares. 

“La Socialdemocracia vivió en el mundo un momento de crisis, tanto por su dificultad para mantener lo propio y característico en medio de una globalización neoliberal, como también por sus dificultades para ponerse en la avanzada de esta nueva época”.

Sin embargo, la nueva crisis del neoliberalismo, ha generado un resurgimiento de las ideas socialdemócratas en el mundo, incluido Chile. En lo clásico de esa opción, esto es, articulación de las aspiraciones de libertad e igualdad en democracia, el Estado de Bienestar, la garantía de derechos sociales, la redistribución del ingreso vía tributos y gasto publico progresivo, y, la constante generación de acuerdos económicos y sociales ente el estado y la sociedad civil. En esto lo que marca la diferencia entre un auténtico socialdemócrata, o no, es la convicción en la necesidad de una carga tributaria mayor y de carácter progresiva para financiar los derechos sociales universales que sean necesarios.

La pregunta es si además esa opción es capaz de reinventarse o renovarse para dar respuesta a las nuevas realidades. Una socialdemocracia del siglo XXI.

Que, así como, “La tercera vía” fue una versión de la socialdemocracia que se adecuó/acomodó, al predominio neoliberal sin contrapeso en la globalización, hoy necesitamos una versión socialdemócrata que sea una respuesta a la crisis del neoliberalismo, a los cuestionamientos de la globalización tal cual se ha dado hasta ahora, y levante un proyecto de futuro.

En efecto, “la tercera vía” fue una respuesta centrista, más liberal en lo económico y que en cierto sentido fue también una concesión ante las dificultades para sostener y financiar el Estado de Bienestar, en medio del predominio sin contrapeso del capital financiero internacional.

Se ha dicho que Ricardo Lagos representó esa visión en Chile. Sin embargo, lo que la tercera vía representó en Europa (con un sólido Estado de Bienestar) era algo muy distinto a lo que significó en Chile, en una sociedad que recién venia saliendo de una dictadura y de una instalación profunda del neoliberalismo, más que en cualquier otro país de América Latina.

Ella en el Chile de ese momento era algo sumamente avanzado y progresista. La dificultad vino a continuación. Cuando la autocomplacencia antes los grandes avances logrados paralizó el impulso para ir mas allá en reformas sociales hacia un Estado de Bienestar. Por la misma razón aludida, se debieron llevar adelante más a tiempo, ya que partíamos desde un punto muy bajo, en todo, lo que hacía obligatorio incluso por razones civilizatorias, acercarnos más en otros ámbitos, y no solo en crecimiento económico a los países desarrollados. Ello se intentó con algunos resultados en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, pero solo después que múltiples movimientos sociales los pusieron en la agenda.

“La dificultad vino a continuación. Cuando la autocomplacencia antes los grandes avances logrados paralizó el impulso para ir mas allá en reformas sociales hacia un Estado de Bienestar”.

A su vez, para ponerse en la avanzada de esta nueva época, se debe integrar el concepto clásico socialdemócrata con el ecologismo, el feminismo y la innovación. ¿Qué significa eso? ¿El mismo concepto con algunos agregados? O ¿definitivamente otra cosa? Significa una reinvención conceptualmente hablando, producto de integrarse con esas nuevas ideologías, usando la palabra “ideología” en su mejor versión, más positiva y constructiva.

El feminismo con su cuestionamiento al patriarcado se convierte en la ideología más radicalmente democrática y anti autoritaria, a la vez que permite una transformación cultural en las relaciones cotidianas e intersubjetivas, haciéndolas más horizontales, respetuosas e igualitarias, dando con eso una dignidad mayor a todas las personas.

El ecologismo significa una nueva mirada más sistémica, compleja e integral de la vida y obliga a poner la sustentabilidad en todo lo que hacemos.

Y también un necesario tecno-progresismo, que responda a los desafíos de la inmensa revolución tecnológica en curso, que, si bien es muy potente para la humanidad, también contiene amenazas de mayor concentración del poder, autoritarias, sino totalitarias y anti humanistas muy peligrosas.

“A su vez, para ponerse en la avanzada de esta nueva época, se debe integrar el concepto clásico socialdemócrata con el ecologismo, el feminismo y la innovación”.

Todo lo anterior exigirá sin duda otra visión del desarrollo. Un tipo de desarrollo que se estructure en torno al bienestar colectivo, al “buen vivir” común y la búsqueda de la felicidad personal, superando la “religión del crecimiento”. Que sea sustentable, y capaz de decidir en qué “crecemos” y donde “decrecemos” (huella de carbón, por ejemplo). Que sea igualitario, revirtiendo la tendencia a una mayor concentración en el 10% de mayores ingresos, sino en el 1%. Que asume el futuro del trabajo con las implicancias que tendrán en él la revolución tecnológica, la automatización y la robotización.

En Chile la oportunidad de un reimpulso a un crecimiento de otro tipo, basado en el conocimiento, la mayor productividad y el valor agregado de nuestras antiguas y nuevas riquezas naturales (por ejemplo: energía solar, litio, energía eólica) podría ser muy potente.

También todo lo anterior obligará a una visión democrática superior, que enfatice el enfrentar la extrema concentración del poder, buscando su redistribución en la sociedad, al mismo tiempo de “democratizar la democracia” para que ésta supere sus actuales limitaciones en una sociedad más compleja.

Llegó quizás así el momento de configurar una alternativa que, para empezar, derrote al neoliberalismo en su principal éxito, el instalar la idea, casi en nuestros genes, de que no hay alternativa a ese sistema, que sería prácticamente lo único “natural”.  

Afirmar por el contrario de que sí existe y que insistiremos en ella hasta que se haga políticamente inevitable. Dado el momento Constitucional en que nos encontramos necesitaremos pensar más que “en la medida de lo posible”, a la medida de lo “imposible”, hasta que lo “imposible” se vuelva políticamente inevitable.

“En Chile la oportunidad de un reimpulso a un crecimiento de otro tipo, basado en el conocimiento, la mayor productividad y el valor agregado de nuestras antiguas y nuevas riquezas naturales (por ejemplo: energía solar, litio, energía eólica) podría ser muy potente”.

*Víctor Barrueto es director de la Fundación Por la Democracia.

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