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Opinión

25 de Septiembre de 2020

Columna de Marcelo Mena – “Una recuperación verde para Chile”

Marcelo Mena
Marcelo Mena
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América Latina ha mostrado un gran progreso económico en las últimas décadas. Es un continente con economías abiertas que innova con relativa facilidad cuando surgen buenas ideas. Ha sido el hogar de algunos de los crecimientos más explosivos de energía renovable, electromovilidad en el transporte público y en los esfuerzos de conservación de la biodiversidad.

Sin embargo, su talón de Aquiles ha sido la desigualdad. A pesar de los avances logrados en la última década en la reducción de la pobreza, el aumento per cápita, por encima de los promedios de la OCDE, América Latina todavía representa 14 de los 30 peores coeficientes GINI a nivel mundial.

En promedio, el coeficiente de Gini en la región es 0.46 comparado con 0.32 en los países desarrollados (y mucho más alto que los países con desarrollo similar a la región, 0.36). No siempre fue así, ya que esta desigualdad comenzó a establecerse después de la Primera Guerra Mundial. En 2014, el 10% más rico de América Latina poseía el 71% de la riqueza de la región, lo que lo convierte en el continente más desigual del mundo.

Esta desigualdad dificulta la respuesta a la pandemia de COVID19. Cinco de los 15 casos y muertes per cápita más importantes por COVID19 se encuentran en América Latina. Este número posiblemente esté subestimado debido a la falta de pruebas y la alta tasa de positividad en la región. La falta de protección social, el trabajo informal, la carencia de saneamiento, todo contribuye a que la enfermedad afecte más a las comunidades de bajos ingresos.

Esta crisis sanitaria llegó en un momento en el que los países se recuperaban del malestar social. Chile, Colombia y Ecuador se habían enfrentado recientemente a violentas protestas a pesar de décadas de crecimiento y reducción de la pobreza. Si bien la clase media creció en las últimas décadas -del 22% al 35% según la definición del Banco Mundial-, el aumento de los costos de vida, ya sea en el costo del combustible o en las tarifas del transporte público, mostró cuán vulnerable y sensible se siente la clase media emergente para volver a caer en pobreza.

Las oportunidades educativas se ampliaron, muchos que salieron de la pobreza tuvieron la oportunidad de obtener una educación superior, pero esto vino con deudas y expectativas incumplidas. La pandemia interrumpió este ciclo de protestas, que puede volver con toda su fuerza debido a la inminente crisis económica.

“Las oportunidades educativas se ampliaron, muchos que salieron de la pobreza tuvieron la oportunidad de obtener una educación superior, pero esto vino con deudas y expectativas incumplidas. La pandemia interrumpió este ciclo de protestas, que puede volver con toda su fuerza debido a la inminente crisis económica”.

La vulnerabilidad de la clase media en América Latina se puede explicar por la falta de redes de seguridad social que ha definido a la región. Los trabajos informales a menudo se escapan de la protección social y pueden contribuir entre el 30 y el 70% de la fuerza laboral de Chile, Costa Rica, Brasil, Argentina, México, Colombia o Perú.

El gasto social en la región alcanza un promedio del 11,3% del PIB, fluctuando del 6% para Guatemala al 17% para Brasil. De este gasto, lo principal se destina en educación y salud, y sólo algunos países contribuyen a la protección social (en forma de transferencias monetarias) en su gasto social total.

Estos valores son mucho más bajos que los países de la OCDE, que pueden llegar al 31% del PIB. Los precarios sistemas de protección social y los mercados laborales informales contribuyen a la respuesta relativamente débil de la región a la pandemia. Aumentar la protección social y abordar la desigualdad contribuirá a una mejor respuesta a esta pandemia.

Las desigualdades actuales y la vulnerabilidad social de la clase media sin duda se verán amplificadas debido al cambio climático. Los que menos han contribuido al problema serán los más afectados, y se estima que 2,6 millones de personas se verán forzadas a la pobreza para 2030 debido al cambio climático, según el estudio Shockwaves del Banco Mundial. A esto se sumarán más de 10 millones de migrantes climáticos al 2050. 

América Latina tiene la oportunidad histórica de recuperarse de esta crisis económica, abordar las desigualdades sociales, en el contexto de una recuperación económica verde y resistente. Esta será una década decisiva que determinará si podemos prevenir el cambio climático y hacer que nuestras comunidades sean más seguras.

Una recuperación más resiliente para esta pandemia requiere una mayor protección social, lo que beneficiará también al cambio climático y la resiliencia ante desastres. Demanda mayores inversiones para superar la pobreza y abordar los objetivos de desarrollo sostenible. Debe ser capaz de movilizar recursos y crear empleos, con proyectos listos implementar. Considerando cuán vulnerable es la región al cambio climático, los paquetes de recuperación deben contribuir a construir una infraestructura más resiliente, y esta infraestructura debe contribuir a la resiliencia sistémica.

“Una recuperación más resiliente para esta pandemia requiere una mayor protección social, lo que beneficiará también al cambio climático y la resiliencia ante desastres. Requiere mayores inversiones para superar la pobreza y abordar los objetivos de desarrollo sostenible”.

Como dijo la directora del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva, sería una pena desaprovechar el inmenso gasto que se llevará a cabo globalmente en replicar las inequidades y la falta de sustentabilidad del modelo económico actual. Esta reactivación debe ser un puente para construir algo mejor, sentar las bases de una transición inclusiva, resiliente, y de bajas emisiones.  

En el caso de Chile esto requiere un compromiso mucho más decidido hacia una recuperación sustentable. Hemos escuchado a los economistas de siempre decir que el cambio climático es importante, pero que no nos perdamos, la creación de empleo e inversión es lo más importante.

Quizás no ha leído el informe del BID que indica que en la región se crearán 15 millones de empleos netos al 2030 si Latinoamérica apunta a la descarbonización.

Quizás no han reparado que el Banco Mundial indica que Chile crecerá 4.4% más al 2050 si cumple tener cero emisiones netas. Quizás no vieron el estudio de Generadoras que indica que una descarbonización que al mismo tiempo descontamine las ciudades de Chile permitirá evitar daño a la salud arriba de 2.5% del PIB por año.

Quizás vieron que las acciones de empresas con criterios de inversión verdes son más rentables que aquellas que no los consideran, y que nuestras pensiones serían mejores si existiera un nuevo fondo V para invertir en ese tipo de acciones para nuestras pensiones. Quizás optaron por ignorar el hecho que hoy existan 10 mil millones de dólares de inversión en renovables en curso, que representan 99.9% de la nueva capacidad de generación del país.

No nos perdamos, en esta década nos jugamos evitar el cambio climático. En esta reactivación nos jugamos si nos quedamos anclados en la economía del pasado, con todos sus problemas que nos llevaron a un estallido social, o si buscamos una economía nueva, más inclusiva, justa, y menos contaminante, con más inclusión, mejores empleos, y mayor bienestar para nuestra gente. 

Partamos con un potente programa de revestimiento térmico de vivienda financiado con el aumento de impuestos verdes para la industria, lo que permitirá generar decenas de miles de empleos al año. Permitiría a la gente pasar menos frío y no vivir sumidos en la contaminación.  Un programa de inversión pública que no sea una simple lista de proyectos, sino dentro de un plan coherente para abordar temas como la escasez hídrica.

Un programa de techos solares que permita dejar como ahorro permanente más de 250.000 pesos de energía eléctrica por hogar por año, la mismo de contribuir a nuestra independencia energética.

Finalmente, un programa de empleos de emergencia dedicado a abordar la preparación a incendios forestales, inundaciones, y aludes.  Esas medidas dejarían mejor preparados al país para la contaminación y cambio climático. No podemos reactivarnos con los recursos de nuestros hijos, y al mismo tiempo hipotecar su futuro. 

“No nos perdamos, en esta década nos jugamos evitar el cambio climático. En esta reactivación nos jugamos si nos quedamos anclados en la economía del pasado, con todos sus problemas que nos llevaron a un estallido social, o si buscamos una economía nueva, más inclusiva, justa, y menos contaminante, con más inclusión, mejores empleos, y mayor bienestar para nuestra gente”.

*Marcelo Mena es director del Centro de Acción Climática PUCV.

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