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Opinión

29 de Septiembre de 2020

Columna de Agustín Squella: La gata en la repisa

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¿Qué pueden decir los filósofos sobre el momento actual que vive el planeta, y no solo en términos de la pandemia, sino de los probables efectos políticos, económicos, sociales y culturales que ella está produciendo en el mundo? ¿Qué pueden decir también las filósofas, las mujeres que hacen filosofía, puesto que las hay, y en buen número, y no solo ahora, sino desde que se empezó a hacer filosofía, bajo ese nombre, a lo menos 5 siglos antes de nuestra era?

Agustín Squella
Agustín Squella
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Muchos creen que en tiempos de  honda perplejidad como los que vivimos habría que consultar más a los filósofos, como si estos fueran sabios que pudieran darnos las mejores interpretaciones de lo que ocurre y las apreciaciones más exactas acerca de lo que podrá acontecer en el futuro próximo. Pero la filosofía no es sinónimo de sabiduría, sino, y como la etimología de la palabra pone en claro, solo amistad o amor por la sabiduría, de manera que un filósofo, lejos de ser un señor de todas las verdades, es únicamente un amigo de la verdad, un buscador de esta, alguien que se pone en marcha para descifrar incluso de qué hablamos cuando hablamos de verdad. José Ortega y Gasset decía que la filosofía es algo así como la historia de la extraña aventura que a las verdades acontece, así, en plural –verdades-, y verdades venturosas, cambiantes, de una manera difícil de predecir e incluso de entender y aceptar.

Platón, como se sabe, llevando las cosas demasiado lejos, propició el gobierno de los filósofos, de los mejores, entre los cuales se contaba él, por supuesto, de modo que esa idea fue toda una autoproclamación. Al gran filósofo solo le faltó decir, como hoy, que estaba “disponible” para competir por el poder.

¿Qué pueden decir los filósofos sobre el momento actual que vive el planeta, y no solo en términos de la pandemia, sino de los probables efectos políticos, económicos, sociales y culturales que ella está produciendo en el mundo? ¿Qué pueden decir también las filósofas, las mujeres que hacen filosofía, puesto que las hay, y en buen número, y no solo ahora, sino  desde que se empezó a hacer filosofía, bajo ese nombre, a lo menos 5 siglos antes de nuestra era? Hay un libro que tiene ya sus buenos 10 años y que recomiendo a lectores y lectoras: se llama “Mujeres filósofas en la historia, desde la antigüedad hasta el siglo XXI” y es de Ingeborg Gleichauf. Solo faltan allí las filósofas que han emergido en lo que llevamos ya del siglo XXI, aunque muchas de las que reconocemos en este vienen trabajando desde el XX. Tal es el caso, por ejemplo, de nuestra espléndida Carla Cordua, lúcida y comunicativa como pocas.

¿Qué pueden decir también las filósofas, las mujeres que hacen filosofía, puesto que las hay, y en buen número, y no solo ahora, sino  desde que se empezó a hacer filosofía, bajo ese nombre, a lo menos 5 siglos antes de nuestra era?

En cuanto a varones,  hoy decimos echar de menos a Jorge Millas, muerto en 1982, tan lúcido y comunicativo como Carla, y provisto de una similar libertad de pensamiento, puesto que se trató de un filósofo que entendió bien el tiempo que le tocó vivir y que supo involucrarse también con la práctica, con la acción, con la contingencia, como suele decirse en nuestros días, y llevar adelante comportamientos públicos y privados muy estimables, muy orientadores, muy atentos a los dilemas éticos y políticos que de continuo se presentan a los individuos y a las sociedades en que estos viven. Los hombres de pensamiento –decía Millas- deben pensar como hombres de acción, mientras que los de acción deberían conducirse como hombres de pensamiento.

Pero volvamos al libro de Gleichauf para llamar la atención acerca de que si hoy se trata de consultar a los filósofos lo hagamos también con las filósofas. Gobiernos encabezados por mujeres han hecho una mejor gestión de la pandemia que aquellos  liderados por hombres, y es probable que en materia de filosofía ocurra otro tanto y que debamos prestarles más atención a ellas que a ellos. Por lo demás, ese libro pone de manifiesto que la mayoría de las filósofas mujeres han puesto mucha atención en la realidad, en la práctica, en la experiencia, sin debilitar por ello el brillo de sus teorías.

Gobiernos encabezados por mujeres han hecho una mejor gestión de la pandemia que aquellos  liderados por hombres, y es probable que en materia de filosofía ocurra otro tanto y que debamos prestarles más atención a ellas que a ellos.

Pero el libro ya mencionado para en el siglo XX, aunque concluye con una de las más notables pensadoras de ese y nuestro siglo – la norteamericana Martha Nussbaum-, muy activa aún en materia de publicaciones, la última de las cuales, de este año, trata de la importancia que para la idea de dignidad humana tiene ese espíritu cosmopolita que nos permite interesarnos no únicamente por nuestra familia, nuestras amistades, nuestros compañeros de trabajo, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestros país, nuestro continente, sino por la completa humanidad. Un espíritu ante el cual el cinismo criollo posmoderno de nuestros días hace una mueca de ironía y desdén.

En el libro de Gleichauf echo de menos a dos de las primera filósofas de la historia que yo tengo en mi registro: Hiparquía y Cleobulina. La primera iba por las calles de Atenas en actitudes muy liberales, trasgresoras incluso, formando parte del grupo que acompañaba a Diógenes el Cínico, llamado así no por su doblez –que no la tenía-, sino por el descuido personal del que hacía ostentación. Iba pobremente vestido, dormía en la calle dentro de una tinaja, y a él y a sus seguidores los llamaban kinikus, palabra griega para “perro”. Diógenes y los suyos eran entonces despreciados como “perros”, pero vaya que el filósofo tuvo dignidad cuando Alejandro Magno, al verlo tendido a mediodía en plena calle, le ofreció, deteniéndose junto a él: “Dime qué quieres”, y el filósofo respondió: “Que no me hagas sombra”.

En cuanto a Hiparquía, practicaba el sexo en público y era combatida por su constante atrevimiento verbal ante los varones. “¿Qué quieren?”, les decía. “¿Qué vuelva a casa y me ocupe del tejido?”. Por su lado, Cleobulina, más recatada, tenía la costumbre de hacer filosofía valiéndose de adivinanzas que inventaba a cada rato para poner en aprietos a los hombres, partiendo por su padre, un cascarrabias que se sulfuraba al no poder resolver los acertijos que le planteaba su hija. En realidad, nada de mal esto de hacer filosofía como si todo se tratara de adivinanzas.

En cuanto a Hiparquía, practicaba el sexo en público y era combatida por su constante atrevimiento verbal ante los varones. “¿Qué quieren?”, les decía. “¿Qué vuelva a casa y me ocupe del tejido?”. Por su lado, Cleobulina, más recatada, tenía la costumbre de hacer filosofía valiéndose de adivinanzas que inventaba a cada rato para poner en aprietos a los hombres.

    Resulta interesante comprobar que muchas de las mujeres filósofas de la historia se ocuparon de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, partiendo por Hiparquía. La lista es larga y se remonta a varios siglos a.C, hasta rematar, en el XX, con la figura de Simone de Beauvoir y las actuales pensadoras feministas. Una de ellas, Fintis, que vivió 400 años antes de nuestra era, lo dejó bien claro con estas palabras: “Puede que muchos piensen que no es adecuado para una mujer filosofar, como tampoco cabalgar o hablar en la asambleas. Pero yo creo que algunas cosas son propias del hombre, otras de la mujer, y otras son comunes a los dos”. Por ejemplo, de estas últimas, hacer filosofía.

Por su parte, Marie Le Jars de Gournay, siglos más tarde, fue mucho más directa en la comparación entre hombres y mujeres: “Nada se parece más a un gato en una repisa que una gata en una repisa”.

Por su parte, Marie Le Jars de Gournay, siglos más tarde, fue mucho más directa en la comparación entre hombres y mujeres: “Nada se parece más a un gato en una repisa que una gata en una repisa”.

Uno pensaría que con la Ilustración las cosas cambiarían rápidamente para las mujeres, pero no fue así. Inmanuel Kant, uno de los más grandes filósofos de la historia, en su curso universitario de 1790-1791, expresó lo siguiente: “Las mujeres son siempre niños grandes, es decir, que no se fijan nunca un objetivo, sino que se dejan caer ahora aquí, ahora allá, pero no contemplan objetivos importantes; esto último es tarea del hombre”.

En ese mismo tiempo, Olympe de Couges, desmintiendo al filósofo de Koenisberg, escribió, así, entre signos de interjección, y de manera más afín con el espíritu de la época que entonces comenzaba: “Mujer, ¡despierta! La campana que toca la razón resuena por todo el universo; ¡conoce tus derechos”. Bettine von Armim, años después, se refirió a la filosofía como una actividad que vivifica y que se trata de “un roce de ternura con la verdad”, mientras que su colega, Madame de Staël, amiga de escribir corto, valiéndose de breves ensayos, fragmentos, cartas y aforismos, consideró que solo así “los pensamientos hacen circular el aire y los lectores no se ahogan”. En otras palabras, escribir filosofía como si se tratara de un género periodístico, como hizo también Harriet Martineau en el siglo XIX, observando esa propuesta que en el  siglo pasado fue realzada por Italo Calvino: la levedad. Levedad como quitar peso a los textos, salir de la pesadez del mundo, contemplar el drama propio y ajeno un poco desde afuera.

Olympe de Couges, desmintiendo al filósofo de Koenisberg, escribió, así, entre signos de interjección, y de manera más afín con el espíritu de la época que entonces comenzaba: “Mujer, ¡despierta! La campana que toca la razón resuena por todo el universo; ¡conoce tus derechos”.

“Un roce de ternura con la verdad…”.

¿Es necesario destacar la belleza de esa frase que habla de rozar la verdad, no de poseerla, y de hacerlo además con ternura? 

Solo una mujer filósofa pudo escribir algo semejante.

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