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Reportajes

14 de Octubre de 2020

La doble herida de una bala loca: la historia de la joven de 18 años que falleció amamantando a su hija

Durante la noche del 11 de septiembre, Yasna Yaupe murió producto de un impacto de bala, mientras alimentaba a su hija de tan sólo dos meses. Cercanos a la joven que alguna vez soñó con ser policía, reconstruyeron para The Clinic su vida y los cortos 65 días que alcanzó a ser madre. La Fiscalía asegura que ya está tras los responsables.

Por

–¡Cuídame a la niña! Por favor papito, ¡cuídame a la niña!

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Yasna Yaupe, la mayor de cuatro hermanos, nació sorpresivamente el 2002. Sus padres, Nataly Castro y José Yaupe se conocieron antes de cumplir los diez años cuando eran vecinos en el sector de Las Perdices, comuna de El Bosque. Tuvieron que pasar más de cinco años para que formalizaran una relación. Ella tenía 16 y él, 18 cuando comenzaron a pololear: dos meses después se enteraron de que Yasna vendría al mundo. 

El nacimiento de su hija alteró los planes de ambos. José, que postulaba para ser carabinero, desistió de ese camino y buscó un empleo reparando y recargando buses y Nataly comenzó a cimentar una carrera en la construcción. El dinero que pudieron obtener con sus empleos les permitió independizarse prematuramente e irse a vivir solos. 

Al principio arrendaron pequeños departamentos en el sector sur de Santiago. Luego de dos años, Nataly volvió a embarazarse de una niña a la que nombraron Mitxy. Justo en esa época, la joven pareja pudo optar al beneficio de una vivienda. Nataly y José cumplieron con el sueño de la casa propia, antes de cumplir los veinte años. Esperanzados, llegaron a vivir con sus dos niñas al pasaje Salvador Sanfuentes, en la Población Santo Tomás de La Pintana. 

–Yo tenía 18 cuando nos salió la casa, -cuenta Nataly-. Estábamos esperanzados de poder tener una vida mejor, la Yasna tenía como dos años y la Mitxy estaba guaguita.  

Yasna creció siendo la nieta mayor de la familia. De niña asumió ese papel, le gustaba hacerle bromas a sus primos menores, aunque también siempre los cuidó cuando era necesario. En su casa en la población Santo Tomás, nacieron otros dos hermanos: Vayolett y Johan. Desde temprana edad, Yasna adoptó un rol maternal con cada uno de ellos: los llevaba y traía del colegio, los peinaba, les cocinaba y los cuidaba hasta que sus padres llegaban de sus empleos, pasada las ocho de la noche.

La Yasna muchas veces era como una mamá para sus hermanos, -recuerda Nataly-. De repente le hacían más caso a ella que a mí. Ella no era muy buena para cocinar, pero igual lo hacía por sus hermanos.  

Carol Constanzo, su profesora jefe en tercero y cuarto medio del colegio técnico profesional “Aprender” agrega: “Yo siempre admiré la devoción con la que se dedicaba a sus hermanitos. Johan, el más chiquitito, terminaba más temprano sus clases y él  golpeaba la puerta de la sala preguntando por la Yasna. Yo veía a un porotito chico y él se metía, entonces la Yasna me decía: “él es mi hermanito, puede estar en la sala conmigo, él no va a meter ruido”. Yo siempre se lo permití. A veces, le teníamos lápices de colores o si estábamos en el laboratorio le dejábamos un computador para que jugara”.   

Yasna junto a su profesora Carol

Como la familia se agrandó, José decidió ampliar a pulso su casa y construyó una habitación anexa en el segundo piso: esa se convertiría en la pieza de Yasna.  La construcción de material ligero, fruto del esfuerzo de una familia trabajadora, significó un preciado espacio personal para cada integrante de la familia. Una realidad distinta a la que viven muchos de sus vecinos de La Pintana, la cuarta comuna con más hacinamiento del país, según un reporte del INE con datos del Censo 2017, donde un 13,5% de las personas deben compartir su habitación con más de dos personas.  

Pese a la mejora del hogar, José siempre quiso mudarse de comuna. No lo hizo -cuenta- porque sus hijas no querían cambiarse de colegio. “Cuando llegamos allá no era tan conflictivo, pero con los años empezaron a llegar las balaceras. Algunos cabros chicos se pusieron malos y le fueron cambiando la cara al pasaje”, agrega.

La casa de los Yaupe fue afectada por esta nueva “cara del barrio”. En los últimos dos años, dos balas impactaron en su hogar. Una realidad que se repite en muchos otros en La Pintana, principalmente en las poblaciones Santo Tomás y El Castillo, catalogadas como barrios prioritarios por el gobierno de Sebastián Piñera y en los que la propia alcaldesa de la comuna, Claudia Pizarro, ha señalado que el Estado no tiene presencia. 

En la Pintana tenemos un carabinero cada mil habitantes y cuatro vehículos para 30 kilómetros cuadrados y eso también significa desigualdad, precisa la alcaldesa. 

“Santo Tomás y El Castillo son dos zonas, donde las calles están mal pavimentadas y las viviendas son de mala calidad y eso aviva un foco de desamparo. La gente de allí no siente la preocupación del Estado y lo que se produce es un resentimiento que responde con violencia y eso se amplifica con mayor maldad con cada hecho que sucede. Cuando yo era niña, los problemas se resolvían a combos en los barrios, hoy los vecinos deben enfrentarse al armamento de guerra”, se lamenta la edil.

Acostumbrada a ese contexto, Yasna fue creciendo. Su casa era una especie de oasis de una dura realidad en su entorno. Mientras estaba en la enseñanza media decidió que quería incorporarse a la PDI. Como era menor de edad, José la acompañó a inscribirse como voluntaria y firmó un poder simple. A Yasna, como a todos los otros voluntarios, le dieron una medalla. Ella estaba orgullosa.

Durante el 2019 Nataly y José se separaron. El distanciamiento no significó un gran golpe para Yasna y sus hermanos, quienes se quedaron en casa junto a su padre. Nataly los iba a ver tres veces a la semana y José decidió seguir yendo a las reuniones de la familia de su expareja, las que casi siempre se realizaban en la casa de su excuñada, quien además está casada con uno de sus hermanos.

Ese mismo año y cuando tenía 17 años, Yasna quedó embarazada de una niña. El padre  – menor de edad- no se hizo cargo. Pese a la desilusión inicial, la joven asumió rápidamente que tendría que asumir sola la responsabilidad de su maternidad. La realidad no la abrumó. En su casa, dicen que haber cuidado a sus hermanos desde muy chica la preparó para ser madre. Su habitación -la misma que construyó su padre- ahora sería para las dos.

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–Me dispararon, me dispararon ¡Cuídame a la niña papá!

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A pesar de su corta edad, la familia de Yasna asegura que su embarazo fue feliz. En cuanto se enteró que sería madre -como lo hizo su padre años atrás- desistió de su idea de ser policía, por los peligros que suponía el ejercicio de esa profesión. Pese a ello y aún estando en el colegio, comenzó a trabajar pintando uñas a domicilio, a las vecinas del barrio y vendiendo productos cosméticos de Avon por catálogo. 

–Yo por suerte nunca tuve problemas de plata, siempre le decía que todo lo que tenía era para ella y sus hermanos –cuenta José, su padre–. Pero ella en verdad quería trabajar para ganarse las cosas con su propio esfuerzo.

Yasna no solo buscó un empleo. En el colegio, donde siempre había sido una alumna de notas regulares, también se notó un cambio de actitud. Junto con el trabajo, Yasna decidió repuntar en lo académico. Su profesora jefe, Carol Constanzo, contadora de profesión, quien hace dos años decidió abandonar altos cargos en empresas del sector oriente para dedicarse a la pedagogía en La Pintana, lo recuerda bien. 

“Cuando me contó que estaba esperando a la bebé nunca la vi amargada, ni arrepentida. Lo tomó con un sentido de responsabilidad. Desde ese instante ella resplandeció, era otra persona. Brillaba. Estaba tan feliz, tan dichosa. Terminó el año escolar esforzándose, iba a tutorías, yo le dejaba tareas y ella tenía puesta las pilas al mil por ciento y logró pasar el año con su propio esfuerzo”, rememora.  

Yasna salió de cuarto medio el 2019. Su tía materna, Mónica, también estaba embarazada en esa época, ella se transformó en una de sus confidentes más cercanas y quién resolvió todas sus dudas respecto al embarazo

–Me decía que estaba ansiosa porque naciera la niña. Yo la calmaba, le explicaba qué significaba cada dolor, porque ella siempre pensaba que debía ir al hospital. Siempre estuvo preocupada de su hija y tuvo un embarazo lindo. Un día cuando ya tenía guata se pintó con temperas una carita. Lo hizo sola mirándose al espejo, -recuerda su tía. 

Quien también asumió un rol importante en su embarazo, fue su hermana Mitxy (16). Ella la acompañó a todos los controles médicos en el consultorio Santo Tomás de La Pintana. “Nunca me voy a olvidar de la primera ecografía. Ella se puso muy feliz cuando pudo escuchar el corazón de su hija”, cuenta.

Yasna fue madre el 7 de julio. Producto de la pandemia, nadie pudo acompañarla en el trabajo de parto. Dos días después de nacida la pequeña Adeline, junto a Yasna llegaron a la casa de Santo Tomás. El apego entre la madre y la hija fue inmediato. La niña nació sana y fuerte. Se alimentaba sin problemas y su madre no despegaba los ojos de ella. 

–Yo la molestaba, le decía que era una mamá luchona. Pero ella en verdad daba todo por su hija. Como era su primera guagua la trataba con mucho cuidado. Cuando alguien la tomaba en brazos decía “no tan fuerte, sé más delicadita”, -recuerda Mitxy. 

Nataly y sus hijas Yasna y Mitxy

De vuelta en casa, Yasna tuvo tiempo para compartir con su familia. Por la crisis del covid, su padre tuvo que acogerse a la suspensión laboral, lo que significó una merma en lo económico, pero también recuperar algo que escaseaba hace años en su casa: el tiempo con sus hijos -y ahora- con su nieta. 

–Estos últimos días yo estuve en la casa. Me levantaba todas las mañanas a comprarle pan y jugos para el desayuno y a las 2 les tenía el almuerzo listo, cuenta José. 

Luego del nacimiento de Adeline, Yasna comenzó a realizar su práctica profesional en una agencia de aduanas. Por las cuarentenas levantadas en la región, el trabajo lo debió realizar desde casa. Su madre, Nataly, le consiguió un computador. Yasna se sentaba cada día con su niña en brazos para completar labores administrativas que le parecían desafiantes y un peldaño más para cumplir con su sueño de independizarse junto a su hija.

–Estábamos postulando para que pudiera optar a una casa. Estábamos recién empezando con el papeleo. Ella siempre decía que quería su casa, que era mejor tener las cosas de uno que estar de allegado. 

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–La niña, la niña… 

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La mañana del pasado 11 de septiembre, un llamado alteró a Nataly. Su hija Yasna la llamó desesperada contándole que se había tropezado cargando a su hija y que la niña se había golpeado en la cabeza. Agitada, Nataly tomó el auto y partió a ver en qué condiciones se encontraban las dos. 

Al llegar, se dio cuenta que el golpe no había sido grave. A pesar de ello, Yasna lloraba desconsolada, sintiéndose culpable por el accidente doméstico.

El incidente terminó en una profunda conversación entre madre e hija. Ambas repasaron parte de sus vidas: hablaron de la separación con José, de la maternidad sin padre que debía afrontar Yasna y de lo duro que a veces resulta ser madre. También se abrazaron fuertemente, se prometieron estar juntas y se dijeron lo mucho que se amaban. El encuentro tuvo un aire de despedida. 

Cómo Nataly debía volver a trabajar, fue a dejar a sus hijas a la casa de Verónica, su hermana. Esa mañana, Yasna trabajó para su práctica en la mesa del comedor de su tía sosteniendo a Adeline entre sus piernas. Trató de culminar con sus tareas rápido, para poder ir a una feria persa a comprarle un cintillo a su hija. 

Al terminar con su trabajo y junto a sus hermanas, grabó y publicó videos en Tiktok en los que aparecía bailando y riendo. A pesar de que solían estar juntas, Mitxy dice que ese día sintió una conexión especial con su hermana. 

En el Persa, ubicado en el paradero 40 de Los Morros, además del cintillo, Yasna se compró calzones y un cosmetiquero. Le pidió a su padre mil pesos que le faltaban, esto pese a que ella hace años que manejaba sus cuentas bancarias. No era la primera vez que hacía algo así. Un día, cuando fue a la feria, no compró toallitas húmedas para su hija, porque que no quería gastar lo de su papá.

–Yo le conté a mi papá y él la retó diciéndole “pero cómo te va a dar vergüenza pedirme plata, –recuerda Mitxy.  Y su padre agrega: “Era raro porque la plata la manejaba ella, todas mis cuentas, mis claves. Yo le decía transfiere a tal persona, o anda a comprar un pedazo de carne. Confiaba a ciegas en ella, era mi compañera, era mi pilar y en este último tiempo sentía un apoyo más grande todavía. La Yasna era una especie de amiga”.

Al salir del persa, Yasna compró handrolls para su familia. Los comieron en la casa de su tía -quien ya había dado a luz a su hijo- donde estuvieron hasta cerca de las 20:30. Decidieron irse a su casa, mientras hubiera luz por las manifestaciones del 11 de septiembre. El trayecto lo hicieron en el auto de José.

Al llegar, Yasna mudó a la niña y se realizó un tratamiento de botox y keratina en el pelo. Desde niña, le gustaba tenerlo prolijo y liso. Le dijo a su hermana Mitxy que al otro día le haría el tratamiento a ella. 

Antes de acostarse, ambas compartieron en la cocina. “Cahuineamos nuestras cosas”, recuerda.  Yasna se preparó un sándwich de queso derretido y subió a la pieza de su padre, quien cuidaba a Adeline. 

En la cama, José estaba junto a su nieta y su hija Vayolett quien dormía. Faltaban unos pocos minutos para la medianoche, cuando los balazos comenzaron a sonar. 

José Yaupe y su hija Vayolett

El ruido, cruelmente familiar en la zona, no alertó de sobremanera a la familia. Yasna tomó a Adeline, su niña, y se sentó en la cama de su pieza para amamantarla. Su padre podía verla, ya que ambas habitaciones están enfrentadas.

Segundos después, mientras seguía alimentando a la pequeña, una bala calibre 40 atravesó el muro de madera de su habitación y le ingresó por la espalda.  

“Ahí sentí ese grito de: ‘papá me dispararon’. Ella con sus últimas fuerzas, me pasó a la niña, a su chiquitita, para que la tuviera. Yo se la entregué a mi hija Vayolett (de 11 años), que vio todo lo que pasó a su hermana mayor. La Yasna se desmayaba, la tomé en brazos y ahí le preguntaba ‘hija donde te pegaron’. La revisaba, pero no reaccionaba, me dijo que cuidara a la niña, luego dio un último suspiro donde solamente abrió la boca. Yo la abracé”, cuenta José. 

Mientras su hija moría en sus brazos, el ruido de los balazos no daba tregua. Mitxy que estaba en el primer piso, subió corriendo las escaleras. Al ver a su hermana mayor tendida, tuvo que asomarse por una ventana y gritarle a los pistoleros para que pararan el enfrentamiento.

–Les dije que le habían disparado a mi hermana. Salieron arrancando.-recuerda- luego fui a ver a la Yasna, pero ya estaba en casi lo último. Ella le decía a mi papá que por favor cuidara a la niña. La Yasna se desmayó y se orinó por el impacto de la bala, ella no reaccionaba. Entre todos ayudamos a bajarla, porque tenía el cuerpo pesado.  Entonces la empezamos a bajar por la escalera y su cuerpo como que se le viene todo para abajo. La llevamos al hospital.

Nataly, quien estaba en su casa con Johan -su hijo menor-, se enteró de lo sucedido unos 20 minutos después del disparo. Una vecina la alertó al teléfono. Sus hijas intentaron llamarla, pero no contestó ya que Johan (8) estaba ocupando su celular para jugar. Tras cortar, voló en su auto al hospital Padre Hurtado.

Al llegar se enteró que Yasna ingresó al hospital ya fallecida con una bala que ingresó por su espalda. Según cuenta ella, el médico tratante le informó que la posición curva que adoptó su hija al amamantar a Adeline, provocó que no hubiese salida de proyectil, lo que muy probablemente le salvó la vida a su niña. 

Yasna falleció a los 18 años. A las 00:14 horas del 12 de septiembre en su pieza, producto de un trauma toracoabdominal por proyectil balístico. La bala rebotó zigzagueando entre sus costillas, destrozando parte de sus órganos. Su hija Adeline no sufrió un rasguño. Apenas alcanzaron a estar 65 días juntas.

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La mañana siguiente del fallecimiento de su hija, Nataly Castro fue sola a la casa. Entró a la habitación de Yasna e intentó buscar respuestas. Vio el orificio de la bala en la pared y en el respaldo de su cama. 

–Me puse a llorar, comencé a golpear las cosas. Tuve un momento de desahogo, pero luego me calmé. Salí tranquila de la casa, -cuenta-. 

La muerte de Yasna es una más de un oscuro listado de jóvenes y niños fallecidos producto de balas en La Pintana. Hace exactamente un año, Baltazar, una guagua de dos meses, murió a causa de una bala de origen desconocido que atravesó el techo de su casa e impactó de lleno en su cabeza. 

En mayo de 2018, Isaías, de 15 años, fue asesinado a balazos en plena calle; en diciembre del 2017, Dylan, de ocho años, falleció luego de recibir un tiro en la cara cuando viajaba a bordo de un Transantiago.  Un año antes, Bastián, de 11 años, murió mientras jugaban con una pistola en una casa en la Villa Colombia. En el 2008, una bala furtiva mató a Cristopher, de 12, mientras jugaba en un cibercafé de la población Santo Tomás, por nombrar sólo algunos casos.

Para Héctor Casanova, director del Departamento de Balística y Explosivos del Colegio de Criminalistas de Chile, y quien ha realizado peritajes para el Poder Judicial y la Defensoría Penal Pública, el alto número de fallecidos en La Pintana no es producto del azar. Según él, son dos los elementos que inciden en el alto número de casos. 

–Esto tiene que ver con un factor principalmente social. En el barrio alto, uno no ve gente disparando en las calles. Pero en los barrios marginales, donde las bandas están asociadas con el narcotráfico, se ha creado una cultura delictual, donde no les importa nada disparar a mansalva. Es la ley de la selva. Hay otro factor importante y es que muchas de las casas de estos sectores están construidas con materiales ligeros, en los que una bala transfiere y perfora las superficies que no presentan ninguna resistencia balística. Las balas pasan como mantequilla -asegura.

La noticia del fallecimiento de Yasna, recorrió programas de televisión y portales de noticias. En un principio se habló de que la bala habría llegado proveniente de disparos efectuados a una Tenencia de Carabineros, ubicada a unas cinco cuadras del inmueble, hipótesis descartada por la Fiscalía.

Por este hecho, el municipio de La Pintana presentó una querella en contra de quienes resulten responsables. “Se debe señalar que doña Yasna, víctima de este terrible hecho, era una joven mujer de la comuna de La Pintana, de 18 años de edad, esforzada, estudiante, trabajadora y madre de una hija de dos meses”, se lee en el escrito.

Yasna fue velada en la casa de sus abuelos en San Bernardo. Varios vecinos, amigos y desconocidos fueron a entregar sus condolencias. En la ceremonia, una visita inesperada pidió hablar con Nataly. 

–Cuando falleció la Yasna, unos vecinos se agarraron a balazos con unos cabros que no sé quiénes son y que querían ajustar cuentas, -cuenta la mujer-. En el velorio se me acercó alguien desconocido que se identificó como integrante de una banda narco (…) después llegó con otro caballero, que era de otra banda (la que efectuó los disparos) y él me dijo que quien había sido y que me lo iba a entregar, detalla. 

Funeral de Yasna Yaupe

Nataly asegura que le entregó esa información a la PDI, quien investiga el caso. 

Sobre la investigación penal. Christián Toledo, fiscal jefe de delitos violentos de la Fiscalía Metropolitana Sur afirma que “lo que tenemos en principio es que hay una acción de una persona determinada en los disparos. Y ya tenemos los antecedentes de quién pudo ser el autor. La bala no iba dirigida a esa casa en específico. En términos generales, hay una rencilla anterior, con una de las casas adyacentes a la víctima y producto de esa rencilla se habrían efectuado disparos que habrían llegado a la víctima y ocasionándole la muerte”. 

Sobre la identificación del eventual responsable en la causa, que aún se encuentra desformalizada, el fiscal agrega que se habría determinado, a través de declaraciones de testigos y pericias balísticas. 

A diferencia de su expareja, José Yaupe no volvió a entrar a su casa, hasta hace un par de semanas. Dice que sólo fue a buscar un par de cosas y que no quiere saber más de la vivienda, que compró para su familia antes de cumplir 20 años.

–Por ser de La Pintana nos meten a todos a un mismo saco, pero allá la mayoría de la gente es buena, son unos pocos los que disparan y matan. Yo no voy a perder a otro hijo por estar allá, me da lo mismo la casa. Cuando yo volví a ir traté de salir lo más rápido, de no ver nada. No quería vivir con esa escena en mi cabeza, cuenta José, quien ya arrendó una casa en el Bosque y cambió a sus niños de colegio.

Con resignación, Claudia Pizarro lamenta, pero entiende la decisión de José. “Es triste ver cómo la gente honesta, trabajadora y que quiere salir adelante como la familia Yaupe, quienes eran los únicos que habían ampliado su segundo piso, se terminan yendo. Yo me siento impotente con esta situación, porque andamos con estas bandas letales libres por la calle y vemos cómo la gente que queremos que se quede, termina abandonando la comuna. Aquí no puede seguir muriendo gente producto de las balaceras”, dice. 

Los vecinos del barrio y ex compañeros de Yasna la acompañaron masivamente en el cementerio. José Yaupe les pidió a los visitantes que no lanzaran fuegos artificiales para despedirla, como se acostumbra en los funerales del barrio.

–Yo les dije que no quería que tiren nada de esas cosas, porque la Yasna no era de ese estilo. Y todos respetaron eso, -asegura.

Sus vecinos acataron la decisión y en vez de fuegos artificiales, juntaron dinero para comprarle pañales a su nieta. 

En casa de su tía abuela Verónica, Adeline está acostada, durmiendo plácidamente. Está posicionada de tal forma que todos en la casa pueden verla, como si se tratara de una figurita de pesebre.  Mitxy cuenta que, en un principio, la niña resintió la falta de su madre, no quiso beber de la leche en polvo que le preparaban. Su tía-abuela Verónica tuvo que convertirse en su nodriza, durante algunos días. 

Verónica junto su hijo y su sobrina-nieta Adeline

A un mes del fallecimiento de su madre, la niña ya está mejor. Coinciden sus familiares que ella se ha convertido en el reflejo de Yasna. La niña sonríe contagiosamente. A su lado, está sentado su abuelo, José. Mirándola a los ojos, dice que lo que pasó con su hija es el dolor más grande que ha sentido y que, sin dudarlo, respetará el último deseo que la joven tuvo en vida:

–La Adeline, nunca va a estar sola. 

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