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Entrevistas

15 de Octubre de 2020

Manuel Canales, sociólogo: “El plebiscito es un acto político y ha logrado controlar la crisis”

Canales es de esos sociólogos que se arremangan la camisa y se juntan no una sino muchas veces con los grupos a los que estudian. Desde ahí habla del fenómeno del “fra-fru”, fraude y frustración, como uno de los motores ocultos del estallido social. Y advierte que la pandemia ha generado un paréntesis en el movimiento, pero que “la sociedad chilena nunca va a estar quieta hasta que resuelva esta crisis”.

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Después de la conmoción de octubre del año pasado, muchos intelectuales se agolparon para decir que sí lo habían visto venir. Pero no sólo se trataba de tener el buen ojo para advertirlo, sino de tener claras las razones que llevaron a más de un millón de chilenos a lanzarse de pronto a la calle sin más banderas que sus propias demandas.  

El sociólogo Manuel Canales ha venido estudiando a los jóvenes desde hace muchos años y ya en 2005 advertía que la frustración juvenil iba a pasar la cuenta. Cuando octubre estalló, Manuel ya tenía un registro de razones posibles. 

“Esta crisis no es, en su origen, ni política ni económica; tampoco fue por circunstancias externas ni impulsada por movimientos sociales. Es la crisis del sujeto y el cotidiano popular formado bajo el régimen neoliberal. Ese es el quién y el contra qué de la revuelta”, señala esta académico de la Universidad de Chile en su informe “La (re) vuelta de los que sobran”.

La promesa no cumplida. El mandato de “tú puedes”, empezó a hacer agua en aquellas generaciones que apostaron a que con su puro esfuerzo cambiarían su destino. De ahí que las palabras fracaso y frustración, “fra-fru”, sean parte de las investigaciones en las que ha trabajado este sociólogo.

En el marco general de estos días cruciales, Manuel Canales pone el acento donde hoy se están procesando asuntos históricos de gran calado. “Aquí  -dice- se están jugando los próximos 50 años. Estamos en ese tránsito que aún no tiene programa y que nadie puede predecir”. 

-A un año del estallido social, ¿cómo ves lo que ha pasado? ¿La pandemia, los miedos, condicionaron el movimiento social? 

-La palabra estallido no me gusta. Es como que hubiera habido una explosión. Y aquí hay un pueblo en estado reivindicatorio. Esto es más bien una revuelta que deja instalada una reivindicación. Por lo tanto, a diferencia del estallido, hay que ver cómo sigue. La pregunta es: ¿si ésta es una reivindicación estructural, desaparecerá o no? 

-¿Y qué dirías tú?

-Creo que el movimiento no va a cesar hasta que se enfrenten las grandes cuestiones de la sociedad chilena. No hay margen histórico. 

-En ese sentido, ¿estás optimista? ¿pesimista?

-Ya hay una conversación abierta. La sociedad no va a poder quitarle el bulto de nuevo, como sí lo hizo en la década de los ’90. En ese sentido, estoy esperanzado: no volveremos a esa estupidez sociológica de los años ’90 y de los 2000, en que parecía que todo era la gloria. Los que veíamos que nuestra matriz productiva iba a hacer crisis éramos vistos como amargos.

La palabra estallido no me gusta. Es como que hubiera habido una explosión. Y aquí hay un pueblo en estado reivindicatorio. Esto es más bien una revuelta que deja instalada una reivindicación”.

-Se dice que Chile despertó. ¿En qué momento de ese despertar estamos?

-Con la pandemia, Chile entró a un paréntesis. La vida en pandemia lo suspende todo. La emoción es el desánimo, la preocupación, el miedo. No es la esperanza. En cambio, octubre era rabia y esperanza juntas y se dieron en forma colectiva. 

Crédito: Unidad de Comunicación Institucional de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República Uruguay.

-¿Se congeló el proceso?

-La pandemia desmovilizó octubre, eso es evidente. Pero no significa, para los efectos del análisis, que hayan cambiado las razones que generaron esa movilización ni menos todo lo que se tiene que procesar. Desde ahí hay que leer la coyuntura política porque el foco, el centro, no está ahí.

-¿Dónde está?

-El foco está puesto más profundamente en si están circulando o no convocatorias para una refundación de esta sociedad. Si la hay y se hace creíble, entonces puede iniciarse un proceso muy interesante. Creo que eso está apareciendo en una parte de los sectores dirigentes.

“Ya hay una conversación abierta. La sociedad no va a poder quitarle el bulto de nuevo, como sí lo hizo en la década de los ’90”.

-¿En qué lo ves?

-No deja de ser notable que lo mismo que en octubre genera un remezón en el imaginario y en la representación de los sectores populares, también lo genera en una clase dirigente. Hay una elite que de pronto se percata que está montada sobre un relato que está a punto de cortarse y que escondía a una sociedad que no podía ver. Hace unos días, se publicó una encuesta que le hicieron a la clase dirigente. ¡Es increíble! Ellos creían que las casas del mundo popular valían cinco veces más que su precio real. Entonces, ¿qué pasa? Que sobre la salida de la pobreza se construyó un relato mesocrático. El amigo de arriba creyó que los otros tenían casas ejemplares. 

¿La llamada burbuja como una suerte de ecosistema  de la clase dirigente? 

-Claro, pero esa burbuja envolvía a la sociedad entera. No era un aislamiento. Era un relato. Era un imaginario sociológico formidable que instaló una conformidad como no conocíamos desde los tiempos de los fundos. En el 2005, yo planteaba que ya estaba expuesta la matriz del conflicto que venía. Era evidente que con la matriz productiva que se instauró en Chile hasta ahí no más llegaba el cuento. 

-¿Y cuál era el cuento?

-Para entender a este pueblo nuevo, hay que mirar a los los niños, niñas y jóvenes que crecieron en los ’90. Me refiero a los que salieron de los liceos municipales, subvencionados de copago bajo, que luego lograron tener su título universitario con mucho esfuerzo, endeudándose incluso. Hay que entender también cuál era la racionalidad de las familias. Nosotros hemos estado investigando y les seguimos la pista a esos jóvenes hasta ahora. Estaba la promesa de la nueva clase media, de una generación que no conocía la pobreza. Pero ¿qué pasó? Muchos jóvenes se toparon con la frustración de un destino limitado.

-¿Y qué fue configurando esa limitación de que había un techo?

-Bueno, sería interesante hacer sonar la banda imaginaria que nos conformó durante todo este tiempo. Se hablaba de la superación de la pobreza, del “cómprate un auto Perico”, del señor Faúndez, de Don Graf… Todos esos mandatos del “Tú Puedes”, “Piensa Positivo”, “Aula Justa”. Esas frases son fundamentales para entender lo que fue pasando. Ahí está el programa de sujeción, de modelación de un ánimo, la inmersión práctica de los sujetos en la vida cotidiana neoliberal.

-¿Y eso en qué se tradujo? 

-En que las grandes cuestiones de la sociedad chilena parecieron disueltas. En el año ’90 nadie más habló del pueblo. Se olvidaron de lo popular, de que en Chile había estamentos y de que teníamos una matriz productiva de toda la vida. 

-¿Y pasamos de ciudadanos a consumidores, donde Faúndez era un prototipo?

-Obvio, y mira lo que representó Perico. Todo el pueblo le gritaba: “¡Cómprate un auto, Perico!”. Era una presión social que contrastaba con las imágenes del pueblo chileno de los años ’60 y ’50. ¿Adónde se fue ese pueblo? ¿Cómo apareció este pueblo desagradable, burlesco? Porque así partió el consumo en Chile, punzando. Y esos jóvenes fueron criados con la imposición de “Tú Puedes”.

“La pandemia desmovilizó octubre, eso es evidente. Pero no significa, para los efectos del análisis, que hayan cambiado las razones que generaron esa movilización ni menos todo lo que se tiene que procesar”.

-¿Esos son los jóvenes que ahora dicen: “esto no lo quiero más”? ¿Por ahí revienta?

-Efectivamente. Dejaron de funcionar los dispositivos de conformidad como la post pobreza, el consumo. Estaba la idea de la promoción social, del emprendedor y su ascenso en la jerarquía social. Muchos entraron en esa suerte de ideología del “yo elijo”, pero se van dando cuenta que sólo pueden elegir dentro de su estamento; que hagan lo que hagan, siempre estarán donde mismo. Y la guinda de la torta es la promesa de que todos podrán ser profesionales. Se aspira a tener un rango más arriba, como huyendo de la maldición del empleo simple. 

-Pero esa promesa tenía una esperanza. Romper el círculo de la pobreza, hacer otro camino, ¿no? 

-Claro, pero todos tuvieron que jugar a ser individuos que les iba a ir bien según sus méritos. Y estudiaron una carrera de educación superior, pero era una educación clase B. No valió lo que le ofrecieron. Esa torsión es la frustración. No sólo la tristeza de una prosperidad que no fue, sino que el dolor de haberte ilusionado. Es el naufragio. La derrota se la vivieron solos. Eso es octubre 2019. Un octubre que tiene un componente terapéutico también. 

-¿De sacar la rabia?

-Sobre todo de darse cuenta que la culpa no era de ellos. De que nunca eligieron de verdad. De que eso de las clases medias fue un imaginario. A los de arriba, les costaba ver y los de abajo fueron programados para verse como individuos de clases medias, luchando unos contra otros, creyendo que todos pueden salir adelante y el que no puede, perdió no más. Octubre reveló ese espejo. 

-¿Como un desfile de quiénes se sentían los perdedores del sistema?

-Sí. Fue la revuelta de los que sobran. El desfile de los perdedores. De decir: “y la culpa no era mía, ni de la carrera que elegía, ni del instituto que me tocó”. Y descubrir ahí que la angustia que cada uno vivía en solitario era una angustia colectiva. 

SIN AIRE

Todo eso sucedió en gobiernos de centro-izquierda. ¿Qué le pasó a ese mundo político que alimentó ese relato?

-El desfonde de la política es parte del problema. Por eso, tenemos que resolver el tema de la matriz productiva, porque sino, no hay vuelta. Si los empleos van a seguir siendo sólo para ganarse la vida, no hay más que hablar. La gente quiere hacer una vida. Y si eres clase dirigente, tienes que ofrecerle a las personas un camino de realización personal.

-¿De dignidad? 

-Bueno, esa es la palabra que marcó octubre. Lo que explotó es una vida que, en lo cotidiano, la vives como si te faltara aire. La prosperidad no era próspera. No era expansiva, era estrecha, sacrificial. En los días duros estás sin red. Aquellos que tuvieron que trazar un camino y recorrerlo duramente, lo viven como un ahogo. Se esfuerzan por alcanzar el éxito, pero no pudieron más. Entonces, no es que sean revolucionarios. Ni siquiera anti neoliberales. Lo que pasa es que el neoliberalismo es un pésimo negocio para el pueblo. No da para más, no da aire. No te da red y te corta el camino. 

Octubre también desplegó una esperanza, eso decían muchos manifestantes…

-Claro. Muchos jóvenes vieron en ese octubre algo que ellos dicen que fue hermoso. En la hermosura de ese millón y medio de personas en la calle, anidaron una esperanza de que ellos pueden. No es el “tú puedes” como individuo, sino que el “sí se puede”. Es la sensación de que todos juntos podemos. Y es una aparición ante la cual ellos mismos se sorprenden y se emocionan. “Nos vimos”, dicen. 

-¿Era como haber encontrado un colectivo, la manada?

-Sí. Octubre tiene el componente del reencuentro de quienes no podían verse porque estaban en el imaginario de que cada cual hacía su camino. Eso funda la esperanza, porque rompe el principio básico del neoliberalismo de que no hay sociedad, sino individuos.

“Fue la revuelta de los que sobran. El desfile de los perdedores. De decir: ‘y la culpa no era mía, ni de la carrera que elegía, ni del instituto que me tocó'”.

-¿No era verdad que el gran salto de Chile fue el surgimiento de los sectores medios? 

-No es mentira ni verdad. Es imaginario. Es chamullo. Es lo que todos querían creer. Aquí había un actor: el pueblo. Y fue desconocido, desvalorizado. Lo que la crisis hace es quebrar una imagen y mostrar, de paso, la insostenibilidad del neoliberalismo como programa.

-¿Por qué?

-Porque si la sociedad hace crisis, ergo: la sociedad existe. Ahora todos están tomando nota. “Oye, existía el pueblo”. ¿Y por qué hizo crisis? Bueno, porque jugamos a que no existía. Nunca estudiaron la sociedad, por eso no entienden por qué pasó octubre. Pero ya no hay margen histórico. Entramos en un proceso. Sería extraordinario que apareciera un actor político que pudiera darle expresión a ese pueblo nuevo. 

-Si “la política está desfondada”, como dices, ¿cómo se hacen cargo de ese cambio?

-No pueden. Es parte del problema. Me consta que los partidos están buscando el modo de hacer una reconexión, pero eso pasa por asumir una sociedad que habían negado. Los partidos tienen que refundarse. ¿Qué sentido tiene un proceso constituyente si no te vas a hacer cargo de la demanda social, que es la demanda por otra sociedad? A todos los actores políticos les ha costado mucho aceptar esa dimensión.

-El proceso constituyente fue la respuesta del mundo político a la crisis. Mirado hoy, ¿fue la mejor salida?

-Las crisis tienden a profundizarse o a resolverse. El plebiscito es un acto político y ha logrado controlar la crisis, aunque la pandemia también ayudó. Se instaló un dispositivo de procesamiento de macro conflictos, pero ese acuerdo también significó entregar la joya de la corona. Fue simbólico. Una clase dirigente que dice: “Ok. Me rindo un poco. Está bien, ustedes ganan. Ahí tienen la Constitución”. La pregunta ahora es si van a lograr o no procesar la crisis. 

-Tal como están las cosas, ¿cómo crees que irá decantando?

-Yo creo que es muy temprano para decirlo. A mí me gustaría que un actor convocara a participar en ese proceso diciendo: “Quiero una Constitución tan atrevida como la de José Piñera. Tan porfiada, tan obsesiva como la del ’80, que sea con un proyecto, con una convicción”. Porque esto parte el ’78, no el ’90. Y parte con José Piñera que tiene la lucidez, la radicalidad de concebir una revolución, una refundación.

Crédito: Unidad de Comunicación Institucional de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República Uruguay.

¿Planteas que se requiere una Constitución más bien ideológica? 

-No ideológica, sino una Constitución que sabe que está apareciendo como respuesta a una demanda popular. No es una Constitución que esté naciendo a propósito de una discusión de abogados sobre modos de reorganizar el poder político. No. Es una demanda popular. Y la sociedad chilena nunca va a estar quieta hasta que resuelvan los temas que nos trajeron hasta acá. La sociedad necesita ser reconstruida densamente. Y hay que mirar este proceso a 30 o 40 años plazo, pensar en los hijos de los hijos de Faúndez. ¿Qué le vamos a decir a los cabros? ¿Cuál va a ser el camino?

“Los partidos están buscando el modo de hacer una reconexión, pero eso pasa por asumir una sociedad que habían negado. Los partidos tienen que refundarse”.

LA VIOLENCIA

Algunos dirigentes sociales dicen que en sus barrios ya no ven esperanza porque apareció la pobreza… 

-Es correcto. La pandemia instaló una re-precarización. Devuelve la conversación -por un período- a cuestiones más urgentes de sobrevida, como era la vida popular de los años ’60,  ’70 u ’80. Entonces, claro, las prioridades cambian. Mientras la pandemia instale esa urgencia, va a haber un debilitamiento de la potencia movilizadora. Probablemente, también va a haber otra complicación: que ante una ausencia de organizaciones y de proyectos políticos, hayan más dinámicas espontáneas de protestas que no necesariamente van en la línea del movimiento, pero que es catártica. 

-¿Hablas de la violencia?

-Prefiero no entrar en conceptos que obligan a hacer reflexiones profundas. El análisis de los fundamentos sobre de qué violencia estamos hablando, enreda todo. Estoy hablando de la dimensión catártica que, a veces, tiene la violencia inexpresiva, simbólica. En Chile, la conocemos. En los ’80, tuvo una función muy importante para la juventud poblacional. Y es algo que no puedes evitar. Por eso, de lo último que hablo es de eso.

-No entiendo por qué…

-Porque me interesa la densidad del proceso que estamos viviendo. Y estoy convencido de que ése va a ser el modo en que se quiera cerrar esa discusión. Lo peor sería que el asunto se dé entre unos políticos jugando a una guerrilla electorera y una escena de unos encontrones continuos, duros y tristes en Plaza Italia. La densidad de lo que hay que enfrentar es muchísimo más profunda y relevante. 

¿Consideras que la conversación sobre la violencia y su legitimidad es esquivar el tema de fondo?

-No. Lo que digo es que si uno conversa sobre la violencia, lo primero es asumir -como un dato de la causa- que aquí hay un actor nuevo, que tiene capacidad de incidir en la puja diaria del orden. Y eso tiene que ver con el poder del acto de presencia. Con eso paran la ciudad. De hecho, lo hicieron. Segundo, también se tiene que discutir sobre la legitimidad que esa violencia empieza a encontrar en parte importante de la sociedad chilena, y no por gusto ni por catarsis, sino por racionalidad de método, por el uso de ciertas formas de presión forzada. Y eso tiene que ver, de nuevo, con el propio desfonde de la política. 

“La sociedad chilena nunca va a estar quieta hasta que resuelvan los temas que nos trajeron hasta acá. La sociedad necesita ser reconstruida densamente”.

-¿Ahí está instalado uno de los nudos, entonces?

-La política hizo el elogio de su despolitización a fines de los 90. Eso es lo que hoy nos pasa la cuenta. La sociedad también está constituida por individuos jugando a ser hostiles, que se consuelan en su rabia común y se juntan, y cobran. De ahí sale una esperanza, pero el problema es que nadie la puede representar.

-¿Manifestaciones más violentas tendrán apoyo en la ciudadanía? 

-Nunca se puede hacer ningún elogio de la violencia, menos ahora. Mi punto de análisis es que, en el discurso del actor de octubre, es la masa la que le da legitimidad. Y ahí hay un razonamiento. En esta sociedad, si no te temen, no te respetan, no te escuchan. Fue el método de hacerse escuchar. El grito. Forzar la voz. La marcha de un millón y medio de personas es un grito y con esa fuerza logras cambiar las cosas. Se instaló esa idea.

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