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18 de Octubre de 2020

Módulo 14: la vida de los presos primerizos del estallido social

Agencia UNO

Este espacio de Santiago 1 se convirtió en uno de los recintos que más imputados recibió en la región Metropolitana por delitos relacionados a las protestas. Al menos 160 personas, la mayoría sin antecedentes delictuales, fueron testigos de la hostilidad de la cárcel y de condiciones de vida aún más precarias que las que denunciaban cuando salieron a las calles en el estallido social de octubre de 2019.

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C.B.B. había llegado a Santiago desde Pichilemu, donde se había tomado unas vacaciones junto a su pareja, Teresa. El joven había conseguido un “completamente logrado” en su práctica final de la carrera Técnico en Prevención de Riesgos en el DUOC UC. En su regreso a la capital se juntó con sus amigos para ir a patinar, una de sus pasiones, y de paso asistir a una protesta cerca de San Miguel. 

Cerca de las 22:00, una voluntaria de una agrupación de Derechos Humanos se comunicó con Teresa para avisarle que C.B.B. había sido detenido. Según la denuncia del Ministerio Público, el 23 de octubre, el joven participó de una manifestación en la calle Álvarez de Toledo con Gran Avenida. En el proceso, C.B.B. supuestamente habría lanzado una bomba molotov en contra de la 12° Comisaría de San Miguel, que impactó a un funcionario de la institución y le provocó lesiones leves. 

Tras la audiencia de control de detención, el 11º Juzgado de Garantía de Santiago decretó que C.B.B. pisaría la cárcel por primera vez a sus 27 años durante la investigación. El joven fue trasladado al centro penitenciario Santiago 1, donde fue instalado en el módulo 14. Este sector del recinto, habilitado para 180 personas, ha recibido a la mayoría de los imputados por lanzamiento de bombas molotov, saqueos y desórdenes públicos, entre otros delitos, de la Región Metropolitana durante el estallido social.

Según las organizaciones de familiares cercanos a estos presos, como la Coordinadora 18 de Octubre, al menos 160 personas habrían pasado por Santiago 1 desde octubre hasta marzo. Un catastro realizado para este reportaje rastreó a 40 de ellos y pudo comprobar que ninguno tenía antecedentes penales. Gendarmería negó a través de Transparencia entregar el detalle de la cantidad de presos acusados por delitos relacionados al lanzamiento de bombas molotov, desórdenes públicos y saqueos que pasaron por el módulo 14 desde el 18 de octubre hasta marzo.

C.B.B. fue uno de los primeros que tuvo que adaptarse a la hostilidad de la cárcel. El compañerismo de las protestas había quedado atrás. “En el módulo se formaron dos grupos: los reos comunes y los reos del estallido social. Los que estaban desde antes se creían dueños de todo”, dice Teresa, pareja del joven de San Miguel. 

David Miño, otro de los presos del estallido que pasó por Santiago 1 confirma esta versión: “nos miraban como si estuviéramos relajados y eso los ponía violentos”. El joven recuerda que “de repente se ponían a jugar y uno no quería participar, y llegaba una manada de los más malos y te pegaban y sacaban a patadas”. Ese ambiente lo viviría el propio C.B.B. en más de una oportunidad.

Créditos: Agencia UNO.

“Le han pegado hartas veces. Hubo una oportunidad en que, porque tenía un polerón de marca y los otros lo querían, lo golpearon y se lo quitaron”, relata su pareja. Uno de los momentos más álgidos de C.B.B. lo viviría tras la llegada de Alejandro Carvajal, joven que se hizo conocido por ser acusado de provocar el incendio de la Universidad Pedro de Valdivia del 8 de noviembre en Providencia.

Como una forma de sobrellevar el encierro, Alejandro Carvajal, de 19 años, utilizó el tiempo que tenía en el patio para escribir. En Santiago 1 se les permite salir al patio entre las 9:00 y las 17:00. En una de esas jornadas, el joven estaba escribiendo una carta para sus familiares, lo que no fue del agrado del resto de reos. “Los presos comunes le gritaron que estaba sapeando”, narra María Gutiérrez, madre de Alejandro Carvajal.

María Gutiérrez cuenta que su hijo le dijo que no supo reaccionar ante la agresividad de los otros reos y que C.B.B., al salir en su defensa, se llevó la golpiza por él. El chico, desesperado con la situación, intentó tranquilizar a la turba mientras estos golpeaban a C.B.B. y trató de explicarles que solo estaba escribiendo para su familia.

Alejandro Carvajal, que no conocía los códigos de la cárcel, optó por cuidar más sus acciones. “Yo tengo que ser inteligente, para qué provocar a otros que vengan llegando, porque es como echarle arena al mar, así que voy a escribir dentro de las celdas, no más en el patio”, le dijo Alejandro a su madre.

Teresa, la pareja de C.B.B., recuerda que tardó dos semanas en ver a su pareja desde que fue detenido, y notó lo afectado que estaba aquel día. “Se quiso hacer el fuerte, pero se puso a llorar al tiro apenas nos vio con su mamá”, cuenta. Pese a que ha sido uno de los apoyos más importantes del joven, cree que ni con ella ha comentado todo lo que ha vivido dentro de Santiago 1.

La hostilidad también se traspasó a otros módulos del recinto. Cuando los gendarmes pasaban por las celdas buscando a los reos que debían salir, los presos vaciaban sus bolsillos y trataban de ir solo con la ropa que tenían puesta. Incluso llegaban a cambiársela entre ellos mismos para no mostrar alguna prenda que fuera de marca, según relatan los mismos protagonistas.

La convivencia con los presos comunes no era la única preocupación que tenían. La relación con Gendarmería era un vaivén. David Miño denuncia que vivió un episodio de violencia con un funcionario. “Unos compañeros venían ‘leseando’ y el gendarme gritó: “apúrense malallas culiaos”. Ahí empezó a pegarle al que pasaba y a mí me golpeó fuerte en la cabeza”, recuerda el joven.

A través de la Ley de Transparencia, Gendarmería informó que se inició una investigación desde la Fiscalía Local Centro Norte por la ejecución de un presunto delito en contra de un reo por parte de un funcionario. Sin embargo, ningún sumario fue iniciado por este episodio, ni por ningún otro. 

Desde la Fiscalía Local Centro Norte señalan que, según la declaración del preso afectado, este iba caminando por el patio cuando sintió un fuerte impacto por la espalda, sin reconocer al gendarme que le había propinado el golpe. Sin embargo, tras no sufrir lesiones finalmente optó por no realizar la denuncia, y la investigación no prosperó.  

Pese al ambiente, C.B.B. se mostraba optimista y esperanzado al comienzo, incluso le decía a su pareja que esperaba salir en unas semanas. Sin embargo, ni él, ni Alejandro Carvajal, ni David Miño lograron su libertad tan pronto. Es más, decenas de presos del estallido fueron llegando con el paso de las semanas.

Ambiente de guerra 

Los presos del estallido social tuvieron que adaptarse a condiciones de vida que ellos mismos describen como “deshumanizantes”, en contraste a las que tenían en sus propias casas. 

Desde el 18 de octubre hasta el 31 de marzo, según una solicitud por Ley de Transparencia realizada para este reportaje a Fiscalía Nacional, se decretaron 1.161 prisiones preventivas por delitos relacionados a desórdenes públicos, al lanzamiento de artefactos incendiarios, entre otros. De ese grupo, 1.031 personas fueron procesadas por porte de armas y químicos, mientras que 81 personas fueron imputadas por desórdenes públicos. 

Los presos del estallido que fueron llegando a Santiago 1 con el paso de las semanas, como Elías Cruz (27 de noviembre), Diego Ulloa (3 de diciembre) y Nahuel Reyes (22 de diciembre) y Christian Sanhueza (3 de enero) fueron apoyados en el módulo 14 por Alejandro Carvajal y C.B.B.. A medida que los iban conociendo, les enseñaron sobre lo que habían aprendido, les ofrecieron comida y ropa si la necesitaban.

Tras pasar por un módulo de transición y hacerse chequeos médicos en el Área de Salud (ASA), los reos son colocados en celdas al azar durante su primera noche. Algunos podían caer en una celda recién desocupada, otros llegar a una con tres o cuatro habitantes, pese a que están habilitadas solo para dos personas. Según denuncian los presos, se tuvieron que adaptar a espacios de tres por dos metros, con una litera, un escritorio y un baño, donde podían llegar a vivir hasta cinco reos.

Si tenían suerte, podían ocupar algún colchón viejo y desocupado para dormir las primeras noches. Sino, tenían como opciones que algún compañero les compartiera cama, acostarse en las mismas literas o simplemente dormir en el suelo. Misma situación con las frazadas: los primerizos, como no habían recibido la primera encomienda, debían utilizar lo que fuera quedando de los otros reos o usar su propia ropa para taparse.

“Los primeros días no tenía nada, no tenía frazadas, sábanas, así que ponía una toalla y me abrigaba con una polera”, cuenta Nahuel Reyes sobre las condiciones a las que se enfrentó sus primeros días en la cárcel. “Ya después empecé a tener mis cosas. Es complicado, el primer mes es de pura guerra nomás”.

Coincide Elías Cruz, quien agrega que “la primera noche fue todo un horror ahí adentro, no pude dormir, no me sentía cómodo”. Mientras que Christian Sanhueza afirma que “estay en un lugar que te causa repugnancia, si se puede decir, no quieres estar ahí, pasai frío, son cosas que por lo menos yo no estaba acostumbrado”.

Pese a que podían pedirle a Gendarmería que les facilitara colchones, muchos de los reos reclaman que la ayuda tardaba un tiempo. Christian Sanhueza explica aquella situación: “cuando llegas te tiran a una pieza y después tienes que buscarte otra celda. Ahí te encuentras lo que haya. Si no hay un colchón, cagaste, porque tienes que avisarle a Gendarmería y cuando ellos tengan la disposición llegan, si no, no”.

Los colchones viejos que utilizaban parte de los reos venían con un problema adicional: los chinches. Muchos de los presos del estallido social han reclamado por la cantidad de estos insectos en el interior de las celdas y cómo les dificultaba aún más dormir. Según denuncian, esto les provocaba amanecer con muchas ronchas en su piel. Christian, quien fue detenido junto a su hermano menor Rodrigo, fue uno de ellos y de manera artesanal tuvo que aprender a lidiar con los bichos.

“Para matar los chinches lo que hacíamos era quemar papel, hacíamos casi un incendio en la pieza. Todos ahogados, todos para la cagá”, cuenta Christian Sanhueza acerca de las medidas que tomaban para resolver las malas condiciones de las celdas. “Ahí te das cuenta de que la cárcel es precaria, no mantienen las condiciones mínimas de salubridad dentro de una pieza para que haya gente. Somos presos, pero también somos personas”.

Cuidar de su propia salud también era complicado. La enfermería, cuentan los reos, no se visitaba a menos de que fuera algo de vida o muerte, usualmente para quienes habían sido apuñalados o estaban en condiciones críticas. El mayor temor de los jóvenes del estallido era arriesgarse a ser confundidos con otros presos, ser asaltados por otros reos que estuvieran “probando suerte”, e incluso que les ofrecieran puñaladas.   

La electricidad también era un problema que, en algunos casos, debían solucionar por cuenta propia. Ya instalado en una celda junto a su hermano, Christian Sanhueza denuncia que tardó 40 días en tener luz. Mientras que Nahuel Reyes afirma que debió realizar, sin la facilitación de elementos de seguridad, la instalación de electricidad en la pieza donde estuvo sus primeras semanas.

La alimentación al interior de la cárcel se sumó también a los cambios drásticos que les tocó afrontar en su primera experiencia penitenciaria. Algunos internos con dieta vegana tuvieron que adaptarse a su nuevo ambiente. Uno de ellos fue Emerson Martínez, joven que fue detenido el 9 de marzo acusado de atentar contra la Comisaría de Santa Adriana en Maipú, quien reconoce que a los pocos días de estar en Santiago 1 entendió que había que comer lo que fuera para estar fuerte.

Créditos Agencia UNO.

“La comida adentro es súper importante, pero ni frutas hay. Estuve con problemas físicos debido a eso, problemas digestivos, entonces fue súper complejo también en ese aspecto”, recuerda el joven. “Entendí que debía comer y alimentarme bien para estar bien psicológicamente, pero eso igual a mí como llevaba esta dieta se me hizo más complicado”.

Los presos del estallido concuerdan en que no era suficiente estar fuertes mentalmente todo el tiempo, sino que también demostrarlo hacia el resto. “Eres débil una vez y quedas marcado. Adentro tienes que cambiar, si hay que pelear, se pelea nomás”, dice Christian Sanhueza. “Tenís que andar atento a todo lo que haces, a lo que hablas, con quién hablas, qué vas a hablar con esas personas. Cuando te decían que en la cana las paredes tienen ojos y orejas, es verdad. Todo se sabía, lo que hablas con cierta persona, había la posibilidad de que alguien que tú no querías que supiera de eso, lo supiera”.

La comunidad del módulo 14

Los presos del estallido social ya llevaban un par de meses dentro de Santiago 1, y sentían que necesitaban una distracción, así que formaron una “asamblea” en el patio y empezaron a organizarse. Aprovecharon las especialidades de cada uno, por sus trabajos o estudios para hacerse cargo de algunos talleres y campeonatos deportivos al interior del módulo 14.

Uno de los principales impulsores de estos distractores fue Christian Sanhueza. Antes de caer en prisión estaba estudiando pedagogía, por lo que aplicó sus conocimientos en la cárcel. “El módulo es tuyo, tienes que hacerte cargo y hacer algo para que todos compartamos”, dice. Por esta misma razón, aseguran que no pidieron autorización de Gendarmería para realizar actividades, salvo para ingresar los implementos que necesitaban. 

“Estábamos haciendo algo distinto de lo que se hacía normalmente dentro de la cárcel. Entonces también por llevar la fiesta en paz digamos, para no caer en el mismo juego de los otros presos, quisimos hacer estas iniciativas. Yo me sentí bien, me sentí parte de todo esto”, destaca Diego Ulloa sobre estas actividades.

A las semanas de haber llegado a Santiago 1, Christian y Rodrigo Sanhueza estaban conversando sobre lo que podían hacer para cambiar la rutina dentro de la cárcel. Ambos observaron que una de las actividades que más realizaban al interior era jugar ping-pong y fútbol. Tomaron un cuaderno y comenzaron a organizar el primero de los dos torneos de tenis de mesa que llevarían a cabo. Tuvo tan buena acogida del resto de los reos que el cuadro que inicialmente tenía a ocho jugadores se terminó ampliando hasta 32 participantes. El éxito del campeonato llevó a que organizaran uno de fútbol al poco tiempo. Los premios para los ganadores fueron bebidas y cajetillas de cigarro.

Las iniciativas también tuvieron un impacto en la relación con los reos comunes. En un comienzo, aseguran varios reos, el resto de presos los “miró en menos” y más de uno se burló. Aunque con el paso de los días, y al ver el éxito de estas actividades, hubo un par que se interesó y comenzó a participar.

“Al final del día todos decían: oye bacán lo que hiciste, que se repita”, cuenta Christian Sanhueza, describiendo las sensaciones posteriores a la actividad. “Para mí fue bacán después en la pieza, solo, sistematizar en mi mente y ver que mejoramos las relaciones, no hubo peleas durante el torneo, hubo compromiso”.

Para el mayor de los Sanhueza, el paso por la cárcel también significó un cambio de pensamiento en él sobre las personas que están privadas de libertad. “No toda la gente que está ahí es mala, tú vas aprendiendo in situ que era una forma de vida, es lo que les tocó, pero más allá de eso tienen familia, tienen hijos, sentimientos, recuerdos, son personas”, reflexiona el estudiante de pedagogía básica.

Los presos del estallido social se enorgullecen al referirse a las actividades que llevaban a cabo dentro del módulo 14. Pero dentro de todas estas, su gran “legado” en la cárcel es  una biblioteca autogestionada llamada “La Revuelta”. Cuando los hermanos Sanhueza llegaron a Santiago 1, esta iniciativa iba cobrando fuerza, gracias al impulso de algunos reos como C.B.B. y Diego Espinoza, cuya familia optó por no participar del reportaje. “En un comienzo, la librería del recinto penitenciario no tenía más de 30 libros, la mayoría historietas o manuales, y algún ejemplar en mal estado del Don Quijote de la Mancha”, recuerda Sanhueza.

A partir de esa base, los impulsores de esta idea fueron pidiendo donaciones al resto de presos para que solicitaran libros durante sus encomiendas. Ellos mismos se hicieron cargo de reunirlos y administrarlos, llevando anotaciones de aquellos a quienes les prestaban los libros y por cuánto tiempo lo hacían. 

La hermandad de los presos del estallido se había fortalecido al interior del módulo 14 y lograron disminuir las peleas con los reos comunes. Los hermanos Sanhueza se volvieron grandes amigos de Nahuel Reyes, Elías Cruz y Diego Ulloa. “El módulo era como un colegio de hombres”, afirma entre risas el mayor de los Sanhueza.

“Se formaron grandes amistades, con los Sanhueza, con el “rubio” Elías, con C.B.B.”, relata Nahuel Reyes, asegurando que ya hay planes para una junta cuando la crisis sanitaria termine. “Elías andaba corriendo todo el día de allá para acá, Nahuel era un poco más flojo, pero de los divertidos”, agrega riéndose Christian Sanhueza.

Para dejar aún más plasmado su paso por Santiago 1, el grupo del módulo 14 dibujó un mural que dieron a conocer el 29 de marzo a través de las redes sociales de la Coordinadora 18 de Octubre. En él se aprecia un ave fénix rompiendo los muros de una cárcel en llamas y con la consigna “libertad a los presos” escrita en una de las paredes.

Caos en la pandemia

Las alarmas comenzaron a sonar a eso de las 13:30 del 19 de marzo y se extendieron por todo el recinto penitenciario. El ambiente tenso se reflejaba en los rostros de incertidumbre de los presos del módulo 14. “Súbanse a los techos conchetumadre” y “nos están matando los pacos” se escuchaba desde los sectores aledaños. 

Internos de los módulos 31 y 32 iniciaron un intento de motín con desórdenes que incluyó fogatas en el patio del recinto penal. Algunos encapuchados, otros a rostro descubierto. Rompiendo puertas de acceso, con palos, fierros y armas blancas, se comenzaron a tomar las instalaciones de la cárcel. Varios reos provocaron incendios quemando ropas y colchones, generando una humareda que podía verse incluso a larga distancia. Otros en cambio empezaron a formar barricadas en el sector de las celdas y los pasillos. 

La multiplicación de las noticias sobre el coronavirus que llegaban al penal comenzó a generar un ambiente de nerviosismo y preocupación entre los reos. C.B.B. habló con su pareja el miércoles de esa semana y le contó que ya comenzaba a rondar el rumor de un posible motín por las condiciones sanitarias del penal.

Al interior, la escalada de violencia se fue extendiendo a los demás sectores. Cuando todo comenzó, los presos del estallido consideraron participar de la revuelta, pero al pasar los minutos se dieron cuenta que un motín carcelario no era como una protesta en Plaza Italia

“El módulo de al lado tiene más cuchillas, entonces abrieron la puerta de acceso de ellos y trataron de abrir la de nosotros. Si la llegaban a abrir, podían darse rencillas entre los módulos también. Los motines se prestan un poco para eso”, explica Martínez sobre la decisión de no sumarse a la revuelta.

Según datos del Tercer Estudio de las Condiciones Carcelarias en Chile de 2019 realizado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), cerca de un 90 % de las cárceles: “presenta algún problema relacionado con las condiciones materiales en celdas, módulos o espacios comunes (…), problemas de iluminación y de ventilación, humedad, filtraciones y falta de limpieza e higiene”. En Santiago 1, los reos reclamaron que Gendarmería no les entregó mascarillas, alcohol gel ni un sanitizador para las celdas cuando la pandemia empezó a cobrar fuerza en el país. 

Desde Gendarmería señalan que ese día se intentó realizar una fuga dentro del penal, lo que pudo ser identificado a través de escuchas telefónicas. Sin embargo, los presos del estallido denuncian que lo que terminó por desatar el motín habrían sido las condiciones sanitarias que tenía Santiago 1.

Aquel día, la jornada en el recinto penitenciario comenzó con las habituales visitas de los familiares. Emerson Martínez fue uno de los pocos reos del estallido social que alcanzó a ver a su padre antes de que todo estallara en Santiago 1.

En el exterior también se vivía un caos. Los familiares de los reos del estallido social que no alcanzaron a entregar sus encomiendas decidieron reunirse en un sector apartado debido a la violencia que se vivía a las afueras de Santiago 1. “Había gente con pistola, con cabros chicos en la mano y no les importaba nada, nos llegaron piedrazos, a mí me zafaron un dedo con un camote que tiraron”, recuerda Karina Hurtado, prima de Nahuel Reyes, a quien no pudo ver aquel día.

El temor de enfrentar a reos armados sumado al olor a lacrimógena que se empezó a apoderar del módulo, llevó a los presos del estallido a resguardarse en el “rancho”, el casino de la prisión. Dicho espacio sirvió para que se pusieran a salvo de lo que estaba pasando en diferentes sectores del recinto. Finalmente, fuerzas antimotines se hicieron presentes en el módulo 14. Nahuel Reyes recuerda el miedo que sintió aquel momento: “nos tuvieron acorralados contra la pared, con metralletas, como una hora”.

Consultados por las condiciones sanitarias denunciadas por los presos del estallido social vividas antes y durante la pandemia, desde Gendarmería señalaron que éstas son revisadas constantemente. “Se está entregando colchones de manera permanente, y hay un programa de sanitización implementado, servicio de aseo que es proporcionado por la empresaria concesionaria. Paralelamente, se ha autorizado el ingreso de útiles de higiene, ampliando la cantidad de elementos desinfectantes”.

La amenaza del coronavirus, sin embargo, permitió que muchos lograsen un cambio de cautelar mientras esperaban sus juicios. Según consiga la Defensoría Penal Pública, casi 4 mil reos lograron salir de la cárcel por la pandemia. Mientras Emerson Martínez, Nahuel Reyes o Elías Cruz empezaban a asimilar el trauma ocasionado por la cárcel desde sus hogares, aquellos que iban quedando veían cómo su grupo se reducía cada vez más. 

La rabia nacida tras las rejas

Pese a que solo estuvieron cinco meses separados, la madre de Elías Cruz notó que su hijo ya no era el mismo. “Venía flaco, con unas heridas horribles de un pie infectado. Los primeros días era como si estuviera allá todavía. Se acostaba temprano, no hablaba, le tiritaban las manos y las piernas. No se acostumbraba a estar en casa”, recuerda Ely Cruz.

Elías Cruz y su familia vivieron en carne propia las consecuencias económicas que arrastró el paso por la cárcel. Ely Cruz cuenta que tuvo que pedirle prestado $200.000 a su sobrina que vivía en Punta Arenas para pagar la defensa de su hijo. Su pensión era de $100.000 y no podía costear sola el proceso. Horas más tarde, el 7° Juzgado de Garantía decretó la prisión preventiva y 90 días de investigación para Elías Cruz.

Debido a la ausencia de Elías como sostén económico de su hogar, Ely Cruz tuvo que arreglárselas con su pensión de $100.000 y con trabajos esporádicos. Al tener a otros dos de sus hijos desempleados, no podía recurrir a ellos buscando ayuda para solventar los gastos de la casa y al abogado de su hijo. Pagó $700.000 a un segundo abogado, quien tampoco pudo mejorar la situación de Elías.

Ely Cruz destinaba cien mil pesos para el arriendo de su casa en Colina, mientras que su hijo se hacía cargo del resto de los gastos hasta antes de caer detenido. Su arrendataria, amiga de la abuela del joven, le permitió dejar de pagar algunos meses para que pudiera destinar sus recursos a la causa judicial. Sin embargo, con la llegada de la pandemia, perdió ese beneficio. La falta de ingresos derivó en que ambos debieran abandonar su casa para ir a vivir con su hija, quien además tiene a sus propios hijos y pareja.

El joven, que antes de ser detenido pensaba entrar a estudiar mecánica, hoy no puede ayudar a su familia a solucionar los problemas que generó su paso por la cárcel y asegura que ahora actuaría distinto. “Lo pensaría dos veces, porque me arriesgaría a caer de nuevo, pero iría más pacíficamente, no lanzando cosas, por ejemplo”, comenta. 

Créditos: Agencia UNO.

Emerson Martínez, otro de los que logró su libertad, asegura que la cárcel solo “te caga la cabeza” y no te prepara para el momento del regreso al mundo exterior. “Uno entiende que la cárcel es cruda, pero vivirla en carne propia es complejo. Saliendo de la cárcel, entendí que esta cuestión es psicológica, el encierro repercute de verdad mucho en lo mental. Por cuestiones tan básicas, por ejemplo, de cuando uno habla con un gendarme hay que tener las manos atrás o cuando caminas por los pasillos te hacen caminar por el lado”.

Nahuel Reyes tiene otro punto de vista sobre los actos que lo llevaron a Santiago 1. “Cuando uno hace algo malo, tiene que pagarlo, pero yo no considero que eso haya sido malo, hay personas que hacen cosas peores y no pagan nada. Todas las marchas viendo que no paraban, los escopetazos, los perdigones. Eso me fue dando rabia más que nada”.

El joven de Coquimbo recalca que su paso por la cárcel solo potenció esa visión. “Yo pensé que me iba a bajar la rabia en la cárcel, pero no, todos los días era más y más, sobre todo porque hay casos adentro que conocí que son puro montaje y todavía están en cana, van a cumplir los seis o siete meses y no pasa nada. Te da mucha impotencia”, relata Reyes.

Es más, dice que se sintió más aleonado cuando se dio cuenta que su nombre empezó a sonar en las protestas con una consigna: “Libertad a los presos políticos del estallido social”. Este movimiento ha sido impulsado principalmente por la Coordinadora 18 de Octubre, organización que ha asesorado a las familias durante estos meses.

“Cuando la Coordinadora entraba a ayudarnos y nos decía que estábamos detenidos por estar contra el gobierno, nos hacían sentir bien. Nos sentíamos apoyados desde afuera”, explica Nahuel Reyes sobre este término. “Era bacán, porque saben realmente que uno está luchando y que uno no es delincuente. Porque decir que uno está en la cárcel es pensar qué robaste, a quién mataste, qué hiciste. Pero uno estaba por otro contexto, entonces yo me sentía bien feliz, contento”, agrega el joven.

Eso sí, no todos los reclusos al interior de Santiago 1 estaban de acuerdo con las demandas del movimiento social y se lo hacían saber a los reos del 18-O. Varios presos coinciden en que fueron insultados y amenazados por su rol en las protestas. “No tenías que hablar mucho del tema de manifestaciones allá, porque te podían agarrar pal hueveo. Nos gritaban ‘Ustedes andan dejando la cagá’ o ‘ahí viene el terrorista’. Llegar por ese motivo a la cárcel es fome”, recuerda Elías Cruz.

Ser conocidos como “presos políticos” en el exterior les traía problemas con los presos comunes. “En un momento tuvimos que decirles: “O dejamos de movernos para que ustedes no la pasen mal aquí en la cárcel, o seguimos haciendo lo mismo para que ustedes salgan luego de acá”, cuenta Jorge Ulloa, vocero de la organización Familiares Santiago 1.

El término “preso político”, que tanto había asimilado Nahuel Reyes dentro de Santiago 1, fue refutado rápidamente por su prima. Karina Hurtado explica que para ella el joven no es tal y se lo hizo saber tanto a él como a la Coordinadora 18 de Octubre. Ella acusa que desde la organización la presionaron para que llamara a Nahuel de esta manera, sobre todo ante su hija.

“Yo no considero a Nahuel un preso político, y se lo dije a la gente de la Coordinadora porque tuvimos un encontrón. Él me decía que así los llamaban a ellos. Pero yo le dije que no, que él no era preso político, a él lo llevaron detenido por hueón nomás”, explica respecto de su postura.

Karina Hurtado reconoce que el joven lo primero que quería era salir a manifestarse a la “Plaza de la Dignidad”, tras todo lo que había pasado. “Ahí es cuando tuve que conversar con él para que bajara las revoluciones, para que bajara algunas publicaciones de sus redes sociales. Le dije que buscara un psicólogo para desahogarse, porque yo sé que salió con mucha rabia y que no se arrepiente. Sé que lo haría de nuevo”, comenta preocupada.

Así mismo lo reconoce el propio Nahuel Reyes, quien dice que no tiene nada de lo que lamentarse. “Sinceramente yo no me arrepiento de lo que hice. Sé lo que hice y sé por qué lo hice. No fue un error, no sé, me llevó la rabia, no me dejó pensar tal vez que podía perder hartas cosas”, comenta el joven.

Ely Cruz también le preocupa que una vez terminada la pandemia su hijo vuelva a protestar a pesar de los antecedentes que ya tiene, pero dice que solo le queda confiar en que sus palabras lo hayan hecho reflexionar. “Era como si estuviera toda nuestra familia detenida, no solo él”, asegura Ely Cruz.

La visión general de los “presos políticos” al interior de la cárcel, y aún después de salir, es que el haberlos hecho pasar por la cárcel fue una criminalización del movimiento. “Adentro pensaba netamente que era un castigo. Fue para intimidar al movimiento”, expresa Nahuel Reyes, quien además entrega su visión sobre cómo cree que lo ven desde el Gobierno: “un enemigo no, pero sí un peligro para el Estado, aunque no para la sociedad”.

Diego Ulloa, quien logró su libertad condicional tras tres meses encerrado, asegura que la experiencia carcelaria solo aumentó el descontento. “Obviamente es más el enojo con el que uno sale, aparte de todas las cosas que uno vivió, uno se da cuenta de cómo es el sistema, de podrido y corrupto en general”, señala tras su paso por Santiago 1.

A excepción de David Miño, quien asegura que no arriesgaría su libertad, el resto de los reos del estallido social entrevistados para este reportaje dicen que seguirán manifestándose. La mayoría comenta que lo harían con más resguardos, pero tanto ellos como sus familiares declaran que, una vez pasada la pandemia, saldrán con más motivos a demostrar “su descontento social”. 

“Yo no voy a dejar de salir a las calles, yo no voy a dejar de salir a manifestarme, de salir a demostrar mi descontento con todo este sistema”, asegura con firmeza Diego Ulloa. “Ahora con la cuarentena se está viendo las malas gestiones, solo por resguardar sus bolsillos. Con mayor razón voy a salir a marchar cuando esto termine”. 

La mayoría de los presos contactados para este reportaje están a la espera de concluir sus procesos judiciales. Nahuel Reyes, Christian Sanhueza, Emerson Martínez y Diego Ulloa han podido ir retomando sus vidas con firmas mensuales o arrestos domiciliarios nocturnos, mientras que Elías Cruz sigue con arresto domiciliario total. Alejandro Carvajal fue condenado a tres años y un día de libertad vigilada por el incendio de la U. Pedro de Valdivia y David Miño declarado inocente en mayo de este año.

Uno de los pocos presos del estallido social que queda en Santiago 1 es C.B.B. quien aún tendrá que esperar algunas semanas más para saber si podrá salir en libertad. El 1 de septiembre, el 11º Juzgado de Garantía de Santiago confirmó que se otorgarían 45 días más de investigación, lo que hará que acumule más de un año en prisión.

Tal ha sido la frustración de C.B.B. al ver que su situación no cambia que incluso le ha dicho a su madre que ha pensado en “afilar un cuchillo y cortarse las venas”. 

C.B.B. ha pensado en quitarse la vida, porque encuentra que esto es injusto para él. Él no es una persona mala que haya estado metido en otros delitos. Dice que es un tiempo perdido para él y para mí también. Todos van saliendo y me dice: ‘puta mamá, ¿qué tienen conmigo?’. Y lo mismo pienso yo, que no avanza su causa. ¿Qué más hay que esperar? ¿Qué se pudra en la cárcel?”, relata con angustia la madre de C.B.B..

Tras enterarse de las intenciones de su hijo, su madre buscó ayuda con otras familias de los presos del estallido. “Todos los cabros se quieren matar”, fue la respuesta que recibió de sus compañeras. 

Al término de este reportaje, desde Gendarmería informaron que quedaban 33 personas vinculadas a delitos del estallido social en Santiago 1, aunque ya no están en el mismo ambiente. Tras el 4 de mayo, la institución reasignó la función del módulo 14 para recibir imputados que tuvieran que estar en cuarentena durante dos semanas. Los presos del estallido fueron trasladados al módulo 12, donde residen otros presos acusados de delitos comunes y ex funcionarios Carabineros.

*Este reportaje es parte de un proyecto de título de la Escuela de Periodismo UDP, guiado por el profesor Rodrigo Fluxá.

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