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Opinión

22 de Octubre de 2020

Columna de Ernesto Águila: La noche del 25-O

“La tensión entre calle e institucionalidad sigue muy presente y no parece que se vaya a resolver fácilmente. Es legítimo preguntarse por la capacidad que el proceso constituyente tiene de encauzar un movimiento como el 18-O y las consecuencias que tendría que éste fuera excluido o transformado en un invitado marginal”.

Ernesto Águila Z.
Ernesto Águila Z.
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La gran noticia de la noche del 25-O debiera ser el fin de la Constitución del 80. A cuántos metros bajo tierra quedará esta Constitución al final de esa jornada dependerá de la participación y la contundencia de los resultados.

Si en las elecciones lo importante es ganar, aunque sea por un voto, un plebiscito requiere más elocuencia. Cuanto más claro e inequívoco sea el mensaje electoral del 25-O más persuasivo será para desarmar cualquier intento de revivir en una futura Convención Constitucional (CC) las esencias neoliberales de la Constitución actual.

Si algo caracterizó el grado de radicalidad del neoliberalismo chileno fue su constitucionalización. Ningún otro país llegó tan lejos. Por ello, el plebiscito del 25-O es finalmente la consulta sobre la continuidad de ese ordenamiento económico, social y cultural que consagró la Constitución del 80, y de la “sala de máquinas” con que se neutralizó la expresión plena de la soberanía popular. Es, por tanto, un plebiscito en que estará en juego también la emancipación del voto popular.

El grado de radicalidad del neoliberalismo chileno fue su constitucionalización. Ningún otro país llegó tan lejos. Por ello, el plebiscito del 25-O es finalmente la consulta sobre la continuidad de ese ordenamiento económico, social y cultural

El camino al plebiscito pasó días atrás por el primer aniversario del 18 de octubre. Su conmemoración sorprendió por su espontánea masividad y dejó en evidencia que el 18-O ha calado hondo en el imaginario popular. La extensa jornada concluyó con fuertes contrastes que van desde la celebración festiva y multitudinaria acompañada de la denuncia de las violaciones a los derechos humanos que tuvo lugar la mayor parte del día, hasta la trágica muerte de un joven por la acción policial en la población la Victoria, pasando por la lamentable quema de dos iglesias, hecho este último que tiene entre sus detenidos, en calidad de sospechoso, a un funcionario de la Armada.

¿Tendrán estos hechos incidencia en el comportamiento electoral del 25-O? Difícil saberlo. El gobierno y la derecha, y un sistema de medios vergonzosamente cortesano, solo ha puesto de relieve los momentos violentos y destructivos de la protesta, minimizando la masividad de la conmemoración y sus dimensiones festivas, comunitarias y reivindicativas, y prácticamente no ha dado cobertura a los nuevos actos de represión policial con resultado de muerte y heridos. El intento por inocular temor en la población, vinculando el Apruebo a violencia y destrucción, proseguirá hasta el día del plebiscito. La drástica pérdida de credibilidad de las versiones oficiales posiblemente neutralice la eficacia de esta campaña del terror.

Más allá de estos hechos, la conmemoración del 18-O dejó en evidencia no sólo la fuerza y vigencia de este movimiento, sino también uno de sus rasgos esenciales: después de un año no solo sigue sin representación política, sino que parece no querer generarla. La adhesión al Apruebo podía palparse en la calle, pero también una actitud recelosa y desconfiada. Quienes se movilizaban parecían esperanzados con el momento constituyente que abría el plebiscito, pero no dispuestos a abandonar su posición destituyente ni su impronta iconoclasta y trasgresora.

La conmemoración del 18-O dejó en evidencia no sólo la fuerza y vigencia de este movimiento, sino también uno de sus rasgos esenciales: después de un año no solo sigue sin representación política, sino que parece no querer generarla.

La tensión entre calle e institucionalidad sigue muy presente y no parece que se vaya a resolver fácilmente. Es legítimo preguntarse por la capacidad que el proceso constituyente tiene de encauzar un movimiento como el 18-O y las consecuencias que tendría que éste fuera excluido o transformado en un invitado marginal. El sistema electoral distrital con el tipo de territorialidad que impone, así como la conformación de las listas de convencionales en manos casi exclusivas de los partidos no augura una buena resolución de esta tensión. La nueva irrupción del movimiento, el pasado domingo, envía una señal potente al sistema de partidos acerca de su vigencia y recuerda a los actores políticos la centralidad del 18-O en la legitimidad de origen del proceso constituyente.

La derecha vive con incomodidad este plebiscito. Algunos de sus dirigentes han jugado a tratar de disimular la derrota sumándose al Apruebo, pero el grueso de su electorado y de sus partidos se han alineado con el Rechazo. Las esperanzas de la derecha están puestas en la existencia de un “voto escondido” -el “peso de la noche” en el inconsciente colectivo chileno– capaz de provocar un vuelco electoral o acercarse a ese confortable 44% del plebiscito del 88. Y si esto no resulta, subirse sin pudor al carro de la victoria –el momento carnavalesco de Lavín- diluyendo el significado y la profundidad de la derrota.

Para la oposición los problemas comienzan el día después del plebiscito. El resultado no es indiferente para sus dilemas. Un resultado más contundente potencia a los sectores políticos y sociales que buscan una transformación constitucional más profunda. Por el contrario, uno más estrecho fortalece a aquella parte de la oposición que quiere cambios, pero no muchos. La fuerza de la oposición disponible para entenderse con la derecha dependerá también de los resultados de esa noche.

El dilema opositor a partir de la noche del 25-O se escenificará entre quienes reclamarán una unidad con contenidos antineoliberales claros y explícitos, y quienes repetirán como un mantra vacío la palabra unidad, pero rehuirán definiciones precisas que los amarren de manos en una futura CC.

Si el 25-O gana el Apruebo y la CC y lo hace con claridad y contundencia, este pueblo del 18-O habrá obtenido un triunfo histórico. Algo que nadie estuvo en condiciones de realizar en los últimos 30 años y que este movimiento habrá logrado concretar en una combinación de calle, revuelta, imaginación política y avance institucional

El dilema no es simple, porque se requiere unidad amplia para lograr los 2/3 de convencionales, pero si esta unidad es tan amplia que resulta ambigua en sus definiciones programáticas, el día que haya que contarse al interior de la CC puede ser que un número de electos estén sentados en la bancada de enfrente. No es paranoia, sino enseñanzas que dejan los acuerdos de los 90; la neutralización, desde adentro de la coalición, del programa de la Nueva Mayoría; y las votaciones recientes en el Congreso, que evidencian que existe un sector minoritario pero suficiente en la centroizquierda dispuesto a construir mayorías con la derecha.

Si el 25-O gana el Apruebo y la CC y lo hace con claridad y contundencia, este pueblo del 18-O habrá obtenido un triunfo histórico. Algo que nadie estuvo en condiciones de realizar en los últimos 30 años y que este movimiento habrá logrado concretar en una combinación de calle, revuelta, imaginación política y avance institucional. Se habrá ganado el derecho a celebrar esa noche. Un pueblo que tiene que aprender a reconocer y disfrutar sus propios triunfos, por efímeros y frágiles que puedan resultar los triunfos en política, aunque sepa que el cambio que anhela tendrá muchos obstáculos por delante y que sólo habrá comenzado a despuntar la noche del 25-O.

*Ernesto Águila es analista político y académico de la Universidad de Chile.

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