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Entrevistas

29 de Octubre de 2020

Claudia Heiss, cientista política: “El peligro principal de este proceso es que las élites traten de cooptarlo”

Si hay alguien que puede responder a cabalidad la pregunta de por qué necesitamos una nueva Constitución es ella, que escribió un libro precisamente con ese título. La principal respuesta que ofrece a esa pregunta es: porque llegó el momento de que élites tengan que ceder cuotas de poder. Si ello no ocurre, dice, volverá el malestar y el descontento.

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Claudia Heiss ha seguido el paso a paso de este proceso político que se cristalizó en el plebiscito del pasado 25 de octubre, pero que viene desde mucho antes y que se fue expresando primero como un malestar hasta estallar como una crisis social. Fue así que se abrió la opción de avanzar hacia una nueva Constitución como salida institucional. Probablemente, la noche del 15 de noviembre en que se llegó a ese acuerdo, pocos habrían apostado a un resultado tan rotundo: el 78% de la ciudadanía marcó la opción de aprobar una nueva carta magna.

Ahora viene otra etapa. Para la jefa de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, esta segunda fase del proceso es muy compleja y requerirá de los guiños que haga la élite para ceder poder. Y dependerá, dice, de la codificación que haga la clase política para revincularse con la sociedad.

La politóloga ya venía procesando el cambio. De hecho, representó a Revolución Democrática en la mesa técnica que trabajó la reforma constitucional y escribió el libro “¿Por qué necesitamos una nueva Constitución?”. Hoy, Claudia Heiss, al igual que varios otros cientistas políticos, mira con especial atención el armado que tendrá la Convención Constituyente, órgano que deberá redactar la nueva carta de navegación del país  ¿Qué rol van a jugar los independientes? ¿Cómo está leyendo la élite política y económica la estela que deja el plebiscito? Ella lo responde aquí:

El triunfo del Apruebo fue rotundo. ¿Cuáles son las principales conclusiones que se deben considerar?

-Lo primero es que la altísima votación que tuvo el plebiscito puede considerarse como una señal de que el proceso constituyente sí canaliza el estallido social. Esa era la gran pregunta que estaba detrás: ¿Cuánta participación habría? Si participaba poca gente, significaba que no había correlación entre el estallido y el proceso constituyente. No fue así. Tuvimos una participación muy alta. Pero ésta era la elección fácil, como escribió el cientista político Juan Pablo Luna.

-¿Fácil?

-Claro. Lo fácil es la parte “destituyente”. Decir: “esto no me gusta”. Pero la pregunta ahora es cómo vamos a pasar de esta masiva destitución a construir una fuerza propositiva. El otro dato clave es que la votación fue una señal súper clara contra el sistema político.

¿Grafica la desconfianza hacia la política?

-Exacto. Fue una señal directa contra los parlamentarios y los partidos. La diferencia que hubo entre la Convención Constituyente y la Mixta no sólo fue enorme, sino que muy elocuente.

¿No es ambivalente también? Por un lado, la política trazó el camino que canalizó el estallido. Pero por otro se evidenció un rechazo brutal al mundo político. ¿No es raro?

-Justamente. Y ése es el dilema que convierte esta salida en algo frágil. Estamos transitando un camino muy frágil y eso me preocupa. ¿Las élites políticas, que son las llamadas a conducir este proceso, tienen conciencia de su propia fragilidad?

¿Pero de qué fragilidad debiera tomar nota la elite?

-No toda la gente que está protestando -y que fue la que motivó el estallido social- se queda tranquila con el proceso constituyente. Lo más probable es que la tensión social va a continuar en los próximos dos años. O sea, vamos a hacer el proceso constituyente en un marco de efervescencia social.

-¿Y cómo dirías que esos sectores que no creen que una nueva Constitución pueda cambiar las cosas? ¿Pesimistas? ¿Desafectados?

-Hay sectores que creen que no hay salida política posible. Hay sectores que perciben el daño que les ha hecho este modelo como algo tan grande que ni siquiera esperan una respuesta del sistema político. No tienen ninguna expectativa de que el cambio constitucional mejore sus vidas. Es un sector muy desafectado. Ahora, hay otro sector que está en una posición un poco más intermedia y que dicen: “La Constitución la van a hacer los mismos de siempre”. Este rechazo a las élites es políticamente transversal. Y ahí hay algo por atender.

CEDER PODER

-A un año del estallido y con el resultado en la mano, ¿la elite estará leyendo lo que dijo la ciudadanía en el plebiscito?

-La gente no sabe leer aquello que no le conviene. Ese es el problema que hemos tenido. Cuando tienes poder, no lo vas a ceder a menos que te veas forzado a cederlo. Y estamos en un punto tal que las circunstancias fuerzan a los partidos a ceder poder. Eso es lo que ocurrió con el acuerdo del 15 de noviembre.

-Pero algunos sectores políticos cedieron a la fuerza, sin convicción. ¿Cómo influye eso ahora?

-Evidentemente, hay sectores de la UDI que hubieran preferido no cambiar la Constitución. O quizás hubiesen preferido hacer un autogolpe. O llamar a las Fuerzas Armadas, reprimir la movilización social y mantener todo igual. Finalmente, el cálculo fue que el costo era tan alto que no era posible usar esa salida. Yo espero que ese mismo cálculo lo tengan hoy día los partidos políticos respecto de abrir la participación a la ciudadanía y proponer mecanismos de representación que sean realmente más inclusivos.

-¿Ve esa disposición?

-Es que si no lo hacen, ellos mismos se van a volver irrelevantes. Y van a terminar perdiendo más de lo que creen que pueden ganar. Sí quiero decir que sería bueno despejar el discurso moral del debate. Ni las élites son peores que la gente ni la gente es peor que la élite. Lo que pasa es que la élite hace más daño porque tiene más poder.

Por lo tanto, se trata de que la élite vea el peligro en el que está su propia supervivencia si no cambia su forma de funcionar. Me refiero a la élite política, a los partidos.

-¿Te refieres a todo el arco político, incluida la centro-izquierda?

-Los grupos más defensores del status quo son el empresariado y la derecha, pero evidentemente la centro-izquierda tiene una responsabilidad en el inmovilismo en el que estamos. La centro-izquierda no puede decir que hizo todo lo que pudo. Profundizó el modelo neoliberal. En general, no puso toda la energía que pudo haber puesto en cambiar las cosas.

-¿Por qué crees que no lo hizo?

-Porque se acomodó a la estructura del poder político. De alguna manera, fue cooptada por los intereses empresariales, por los intereses de la derecha. Así funciona la política. El tema es que esa misma cooptación van a tratar de hacerla ahora en el proceso constituyente.

-¿Y lo ves posible?

-O sea, la pregunta es si van a ver el peligro que encierra el tratar de actuar dando apariencias de un cambio para tratar de mantener las cosas tal y como estaban. Por eso digo: el peligro principal de todo este proceso es que las élites traten de cooptarlo. Ese sería el fracaso del proceso constituyente.

“La centro-izquierda no puede decir que hizo todo lo que pudo. Profundizó el modelo neoliberal. En general, no puso toda la energía que pudo haber puesto en cambiar las cosas”.

-Cuando hablas de la fragilidad del proceso, ¿lo pones en directa relación con el rol de la elite? ¿O la ciudadanía también debe cuidar este proceso?

-La fragilidad depende mucho más de la inconsciencia de las élites. La ciudadanía lo único que pide es reglas del juego más equitativas, capacidad de incidir a través de la política, menos desigualdad y más justicia social. Esa es la demanda ciudadana.

-¿Y qué pasa si este proceso constituyente no va respondiendo a esas demandas? ¿Se viene rabia?

-Estamos en un momento frágil y depende mucho de lo que hagan las élites. Los que tienen que ceder poder son las élites. Hasta ahora, la demostración de que el proceso constituyente sí contribuyó a calmar las aguas es que bajó mucho la confrontación. La gente confió en el plebiscito y lo más importante es que votaron los jóvenes de sectores bajos que antes no votaban.

-Ese es un buen punto. ¿Por qué crees que los jóvenes decidieron ir a votar? ¿Qué los habrá movilizado? ¿La esperanza?

-Buena parte de los jóvenes que participaron de la revuelta social se sienten protagonistas de este cambio político. Sienten que ellos forzaron al sistema político a generar esta apertura. Tienen una cierta dosis de esperanza de que este camino constitucional permita cambiar las condiciones de vida de la mayoría de las personas. Si esa esperanza se ve frustrada, claro que puede fracasar el intento de canalización institucional.

-Entonces, ¿cómo les debiera responder la política?

-Cediendo poder. Ya vimos que la gente va a votar cuando siente que votar le va a significar algo. No quiere empoderar a otros. Quieren hablar ellos. Por eso digo que redistribuir poder, acercar la decisión a la gente a través de la descentralización, de nuevos mecanismos de participación de democracia directa, esa es es una manera de recuperar la legitimidad del sistema político en general.

“Ya vimos que la gente va a votar cuando siente que votar le va a significar algo. No quiere empoderar a otros. Quieren hablar ellos”.

-¿Y cómo se hace?

-Bueno, se tendrá que avanzar en reducir el poder presidencial, en aumentar los mecanismos de consultas ciudadanas vinculantes, de iniciativas de democracia directa y descentralizar el poder.

-En esa línea, ¿quiénes deberían estar en la Convención Constituyente? ¿Cualquiera? ¿O deben ser los expertos?

-Esa idea tecnocrática de que deben ser puros abogados constitucionalistas los que discutan sobre la Constitución es también una artimaña para disfrazar el elitismo y mantener las cuotas de poder. La discusión constitucional es una discusión política. Todos los ciudadanos y ciudadanas estamos habilitados para la política. Todos podemos determinar qué nos parece justo y qué injusto. Y si hay alguien que no entiende cómo está formulado un cierto tema, bueno hay asesores técnicos que pueden traducir en lenguaje sencillo y explicarlo. Pero esta idea de que la Constitución sólo la pueden hacer expertos, no solamente es poco democrática, sino que además está refutada.

“La discusión constitucional es una discusión política. Todos los ciudadanos y ciudadanas estamos habilitados para la política. Todos podemos determinar qué nos parece justo y qué injusto”.

LOS MIEDOS

-Como cientista política que vienes observando hace rato este proceso, ¿qué esperas ahora?

-Tengo la esperanza de que el sistema político entienda que su supervivencia depende de abrirse a la participación y recuperar sintonía con la ciudadanía. También espero que este proceso realmente sirva para canalizar la disputa social. Pero eso requiere –insisto- que haya una real distribución de poder. Y lo reitero porque uno ve que hay sectores que están tratando de mantener las cosas como están y minimizar el efecto transformador del proceso constituyente. Nos van a tratar de decir: “Ya, les vamos a dar derechos sociales, pero codificados de manera tal que no cambien mucho las cosas”.

En el fondo, ¿que parezca una discusión constituyente, pero que se cocine por abajo?

-No me cabe duda que hay sectores políticos que entienden así el proceso constituyente. Y tampoco se les puede culpar. Es la forma en la que han hecho política por 30 años. Ahora, la incorporación de la paridad de género, de los escaños reservados, de los independientes, son una señal de que hay una cierta conciencia de que ya no se puede funcionar así. Pero no sé si ven la magnitud del peligro que acecha a todo el sistema político. 

Si la calle se ha empoderado y el mundo político está deslegitimado. ¿Cómo se avanza?

-Por eso decía que es un momento muy frágil. No es evidente que esto vaya a salir bien, en absoluto. Puede salir mal si es que no logramos conservar el pluralismo, conservar la diferencia legítima de opiniones en el proceso constituyente.

-Juan Pablo Luna decía que el camino constituyente es importante, pero no resuelve todo. Que la elite debe sentarse a negociar…

-Estoy totalmente de acuerdo. Por eso llegamos donde llegamos. Es inaudito que un país que ha tenido el nivel de desarrollo y crecimiento de Chile, haya estirado la cuerda hasta este punto. Es inaudito que la elite haya sido tan ciega, sorda y muda a la realidad social. Es inaudito que hayamos tenido que tener 30 personas muertas y 400 mutilados oculares para reaccionar. Realmente la tozudez de nuestra dirigencia es impresionante. Y ahí hay una responsabilidad de todos los sectores políticos. No sólo de la derecha. La derecha evidentemente es la más reacia a hacer los cambios, pero la centro-izquierda tampoco vio la gravedad de la situación a la que estábamos llegando. 

-Entonces, ¿no toda la responsabilidad de lo que ha pasado la tiene la Constitución?

-Si la centro-izquierda hubiera estado peleando con uñas y dientes para cambiar el sistema de pensiones, esto no hubiera ocurrido. La gente no es tonta. El clivaje “nosotros-ellos” se superpuso al clivaje “izquierda-derecha” y en buena parte eso fue porque tanto la izquierda como la derecha dejaron de representar alternativas reales. ¿Por qué los empresarios aman al gobierno de Ricardo Lagos? Porque la centro-izquierda dejó de ser una amenaza para los intereses económicos.

“Es inaudito que hayamos tenido que tener 30 personas muertas y 400 mutilados oculares para reaccionar. Realmente la tozudez de nuestra dirigencia es impresionante. Y ahí hay una responsabilidad de todos los sectores políticos”.

-Se ha cuestionado si en estos años hemos tenido una democracia sólida. ¿Dirías que hoy, después del plebiscito, tenemos más democracia?

-Definitivamente. Tenemos más democracia porque las instituciones de la Constitución del ’80 ya están agónicas. Estamos en un momento de empoderamiento de la mayoría y la democracia es el gobierno de las mayorías. Eso es algo que no hemos tenido en estos 30 años. La mayoría no ha podido hacer su voluntad. Fue frenada por todo este tramado institucional diseñado, justamente, para impedir que si llegaban a gobernar los adversarios, no pudieran hacer algo muy distinto de lo que ellos habrían hecho. Bueno… hemos pasado todos estos años haciendo algo no muy distinto de lo que la propia dictadura hubiera hecho en algunos temas estructurales.

-¿Tienes el temor de que, finalmente, no se pueda mover tanto el tablero constitucional?

-Si el proceso constituyente no produce transformaciones reales, el malestar va a seguir. Pero creo poco probable que no se produzcan transformaciones. Nada va a ser tan malo como la Constitución del ’80. Ya no vamos a tener la regulación de la propiedad privada como un bien supremo, que es como está puesto en la Constitución del ’80. Pero, además, esto no es solamente un tema de cómo quede en el texto, sino del ethos que está detrás del proceso constituyente.

-¿Cómo así?

-Creo que esto va a moderar el neoliberalismo, porque la fuerza que está detrás del proceso constituyente es reducir la desigualdad, fortalecer la protección social y redistribuir el poder.

-Por ahí van los miedos de una parte de la derecha: que una nueva Constitución cambie el derecho de propiedad, la autonomía del Banco Central…

-Es que no tengo para nada la impresión de que esto sea un movimiento para abolir la propiedad privada, ni que vaya por la ruta del socialismo ni mucho menos. Es un error leerlo así.

-Pero es un miedo que existe en algunos sectores…

-Entiendo que hay una derecha apanicada que cree que esto es contra el derecho de propiedad y que es para construir un soviet en Chile. Pero es un grupo minoritario. En el fondo, es una derecha que tiene miedo de que la nueva Constitución sea un programa político tal como ha sido, en cierta medida, la Constitución del ’80. Pero con la regla de los dos tercios, eso no tiene ninguna base en la realidad.

“No tengo para nada la impresión de que esto sea un movimiento para abolir la propiedad privada, ni que vaya por la ruta del socialismo ni mucho menos. Es un error leerlo así”.

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