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Entrevistas

6 de Noviembre de 2020

Guadalupe Nettel, escritora mexicana: “las mujeres han mostrado ser tan buenas escritoras que no creo que exista un hombre capaz de ponerlo en duda”

Crédito: Mely Ávila

La escritora mexicana que recientemente publicó La hija única, un libro en el que habla sin tapujos sobre la maternidad, las culpas que ello conlleva y el deseo de no ser madre, participará este sábado 7 a las 18:00 en la actividad “Mujeres al borde del canon” organizada por Puerto Ideas, junto a las escritoras Alejandra Costamagna, Mariana Enríquez y Alejandra Delgado. ¿Cómo lidia Guadalupe Nettel con los límites y las diferencias? Su respuesta: “Bueno, la belleza es eso: encontrar eso que nos diferencia, no lo que nos uniformiza”.

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Al borde del canon es donde la escritora mexicana Guadalupe Nettel ha estado desde que es consciente de su existencia. Se lo hicieron saber explícitamente cuando siendo ella muy pequeña le sugirieron que sobre el aspecto de su ojo derecho, en el que tiene visión absolutamente reducida por un glaucoma que la hace lucir como si tuviera estrabismo, era mejor que no dijera nada. “Obviamente, eso me creó sensaciones de mucha inseguridad en ciertos momentos, pero sé que la mía es mínima comparada con otras; hay gente que no puede caminar, gente que está parapléjica, gente que tiene parálisis cerebral”, reflexiona.

Las malformaciones y la exposición social que eso conlleva, a raíz de su propia experiencia, lo ha profundizado de alguna u otra manera en sus libros El huésped (2006), El cuerpo en que nací (2011) y El matrimonio de los peces rojos (2013). A Guadalupe le interesan los seres anómalos, sobre todo -dice ella- “lo que nos pueden mostrar con toda su fragilidad. Cómo ese ser anómalo subvierte las normas. Ser distinto es ser subversivo a cómo se piensa lo común que se debe ser. Aunque esas son reflexiones que han ido entrando después, no partí nunca desde esa premisa, ni desde esa voluntad, sino que fue inevitable”. En su última publicación, La hija única (2020), ese intermedio entre el “afuera” y “adentro”,   Guadalupe lo explora desde la la maternidad con todos sus matices, culpas, y el fuerte deseo de serlo y la implacable decisión de no serlo.  

-En La hija única uno de los temas centrales es cómo las mujeres hemos estado históricamente relegadas a un deber ser no sólo con cánones físicos, sino también con temas como el de la maternidad. Es como si hubiera una manera estándar de hacer las cosas a la que te revelas en tu escritura, ¿o esa es una lectura errónea?

–Es acertada, hay un par de antecedentes que me ayudaron a reflexionar en el tema. Por una parte, me inspiré en ciertas cosas de Contra los hijos, de Lina Meruane y, sobre todo, en ensayos de Virginia Woolf, en especial cuando habla sobre el “ángel de lo doméstico”, refiriéndose a esa especie de deber ser que todas las mujeres cargamos encima, como si nuestro valor humano se demostrara en nuestra habilidad para cuidar de los demás, tener una casa acogedora y formar una familia de manera armónica. Se trata de un ángel brutal que llevamos dentro de nosotras y que nos está amenazando todo el tiempo. Con eso cargamos las mujeres y con eso cargan también los personajes de La hija única. En principio quise hablar de la historia de Alina y Aurelio, pero acabé hablando de la maternidad, aunque no era mi propósito inicial. 

-Bueno, tú tienes dos hijos, ¿cuánto te pegan estos temas que socialmente nunca han dejado de estar bajo la lupa y que al mismo tiempo ficcionas?

-El hecho de ser madre implica reflexionar constantemente sobre el tema. Entré en este debate de forma inevitable, no porque lo haya buscado. El feminismo y la maternidad, además, siempre han estado ligados. Es imposible ser madre y no interesarte por discutir al respecto. Ahora en México hay una crisis de violencia estatal que ha obligado a muchas madres a buscar a sus hijos desaparecidos. El caso Ayotzinapa es un ejemplo claro de esto. Ellas nos han enseñado que si tocan al hijo de una nos afectan a todas. 

-Un poco lo que pasa con los detenidos desaparecidos en otros países, como las mujeres de la Plaza de Mayo en Argentina.

-Es que eso viene desde las dictaduras en Argentina y Chile. En México lo estamos viviendo de otra manera, porque ya no se trata de rastrear a los que fueron torturados solamente, sino de una amenaza latente: aquí en cualquier momento pueden desaparecer a alguien. El movimiento feminista ha tomado mucha fuerza a partir de esas luchas, porque ya estamos hartas de los feminicidios. Antes de la pandemia eran 9 al día y durante el confinamiento ese número se ha elevado a 11. Las movilizaciones sociales en este sentido y las historias de violencia machista que llegaban colateralmente a mi vida permearon también la escritura de mi novela.

-Tus personajes mujeres hablan harto de la culpa, de cosas que les pasan emocionalmente que no son capaces de exteriorizar por temor a no ser comprendidas y, por el contrario, ser juzgadas. ¿Te ha pasado eso?

-Hay un dicho anglosajón que en español dice “hace falta todo un pueblo para criar a un hijo”. Pero resulta que toda esa responsabilidad nos la delegan a las mujeres. Y peor: a una sola mujer. Yo he pasado por eso y me parece descomunal. No entiendo cómo se sobrevive a los primeros años de crianza sin redes de apoyo. Es absolutamente indispensable inventarse ya otras configuraciones. Hay una sacralización de la familia biológica y de su núcleo (formado por padre, madre y —en el mejor de los casos— hijos)  que es urgente derribar. Nadie se mete con esa estructura, es como si hubiera una muralla sanguínea que la apartara de todo. A veces te enteras de casos de familias donde hay múltiples violencias y la gente prefiere no meterse porque piensan que van a profanar esas fronteras sagradas. Hace falta desacralizar a la familia biológica. Urge. También hace falta volver a imaginar configuraciones un poco más pobladas, clanes o tribus donde podamos ayudarnos unas a otras. 

“Hay una sacralización de la familia biológica y de su núcleo (formado por padre, madre y —en el mejor de los casos— hijos)  que es urgente derribar”.

-¿Cómo sería eso para ti?

-Imagínate una casa donde haya cinco o seis personas adultas encargándose de los niños. Unos están cocinando, otros echan un vistazo para que el niño no se caiga por el balcón, otros más lavan ropa. En ese escenario la carga doméstica y la carga mental (que además es inmensa) no sería asunto de una sola persona o dos. A la hora de escribir me interesa decir eso. En la maternidad se acumulan la culpa, una soledad inmensa y toda la responsabilidad de los cuidados de la crianza.

-En tu libro hablas de Laura y todo lo que conlleva el opuesto al ser madre: el no querer tener hijos y la carga social y familiar que eso implica.

-Laura tiene razón. Ése es otro de los tabús: el no querer ser madre. Es un hecho que una mujer, a diferencia de un hombre, no puede decir con toda libertad y tranquilidad que no desea ser madre, porque de inmediato caen sospechas sobre ella. La gente va a tratar de cuestionarla, convencerla, hacerla cambiar de opinión. Encima, la van a someter a otros juicios, del tipo “debe tener un trauma”, “seguro no puede tener hijos biológicamente”. ¿Por qué si un hombre dice a cualquier edad que no quiere tener hijos, nadie lo cuestiona? Ésa es una de las desigualdades más injustas y arraigadas que existen hoy, pese a todas las nuevas discusiones..

Mujeres leen mujeres

-¿Ha habido una transición entre la importancia y la crítica que se otorgan hoy a la escritura y los espacios de mujeres que escriben? Recuerdo haber escuchado en Filba decir a Claudia Piñeiro que estaba aburrida de que le preguntaran sobre escritura femenina como si no pudiese hablarse de dicha escritura en calidad y comparación con la de los hombres.  

-Ahora hay una perspectiva distinta, que es es justamente un triunfo de las mujeres. Antes, digamos que en los años 90 y al inicio de los 2000, era indignante que te pusieran en una mesa de “literatura de mujeres”. Sonaba como a segregación, a segunda categoría. Lo mismo pasaba si ponían a escritores en “literatura de la negritud”, por ejemplo. Y le dimos una vuelta grande. Cambió el paradigma, eso es impresionante y muy bonito de atestiguar. Ahora, por ejemplo, los escritores del Boom, machotes tipo Vargas Llosa, o los “caciques de la literatura” como Octavio Paz dan una pereza infinita. Sus divagaciones grandilocuentes sobre Simón Bolívar y asuntos de la conquista, lo épico y lo universal también generan una pereza infinita.

-Suena somnífero. ¿Y qué prefieres tú?

-Prefiero que me incluyan donde haya personas hablando de las cuestiones que a mí me interesan, como el cuerpo, lo doméstico, lo íntimo. Es maravilloso y súper relajante que se transformen nuestra manera de ver la literatura y lo que esperamos de ella. Claro que me siento más cómoda ahora que durante los años 90. Además, las mujeres han mostrado ser tan buenas escritoras que no creo que exista un hombre capaz de ponerlo en duda. Las literaturas más interesantes vienen de las mujeres, pero también de hombres que no tienen miedo de meterse en los mismos temas que las mujeres. Al final estábamos (y estamos) todos segregados. Esto también ocurre con los trans, los homosexuales y todo lo disidente, que las mentes más cerradas consideran “contranatura”. . 

“Ahora, por ejemplo, los escritores del Boom, machotes tipo Vargas Llosa, o los “caciques de la literatura” como Octavio Paz dan una pereza infinita”.

Lorena Amaro, escritora y académica chilena, hizo un ensayo sobre cómo las mujeres en la literatura hoy estaban -algunas- muy concentradas en la estética de su imagen y de su literatura más que en el contenido y la calidad de lo que escribían. Generó mucho debate y se abrió la discusión en varios flancos, pero en esa primera arista se generó harta conversación. ¿Qué piensas tú sobre esa aseveración?

-Si las escritoras se autopromocionan o no, es secundario. Es incuestionable que hay mucho talento entre las mujeres de habla hispana y de lugares  como Estados Unidos. Eso es lo que verdaderamente importa. Y sobre la estética, bueno, hay algo que no me encanta de este siglo, pero está muy generalizado y tiene que ver tal vez con lo que ella dice:es cierto que hay un culto a la personalidad. . 

-¿A qué te refieres con lo del culto a la personalidad?

-Me refiero a los perfiles de Facebook, de Instagram. Hoy el escritor no se debe solamente sus libros, que era lo que a mí me gustaba de antes, sino que su carrera también se compone de  cómo se viste, cuál es su postura, si va de excéntrico o de revolucionario, los comentarios que hace en las redes sociales. Me parece vulgar y lamentable. Pero no es verdad que sea un asunto sólo de mujeres. El fenómeno existe, pero lo alimentan mujeres y hombres. Es una tendencia compararse con los congéneres, lo entiendo desde ese punto aunque, seas escritor o no, todos los perfiles de Facebook parecen altares a uno mismo. 

-¿Vivimos en un circo de las vanidades?

Quizás. Hoy hasta pones tus mejores fotos de cuando eras chiquito. No sé, hay una especie de autopromoción y autobombo todo el tiempo que no es de mi agrado, como se puede oír, pero es característica de la época que vivimos y hay que darle la lectura que corresponde, atraviesa todas las edades y todos los géneros..

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