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Opinión

19 de Noviembre de 2020

Columna de Susana Muñoz: Acompañar en la vulnerabilidad

“Esta crisis nos ha enfrentado a la incertidumbre, nos ha obligado a mirar la muerte de frente -la propia y la de quienes amamos- y muchos, por primera vez, nos hemos conectado con la posibilidad cierta de enfermar, de morir, de dejar a los nuestros”.

Susana Muñoz Politzer
Susana Muñoz Politzer
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La inquietud sobre cómo acompañar a personas enfermas, que se encuentran aisladas de sus seres queridos, a quienes viven sus últimos días y saben que van a morir, sobre cómo estar para sus familiares y amigos, sobre cómo acercarse a quienes viven un duelo, ha estado más presente que nunca durante este año.

En los últimos meses, prácticamente a todos nos ha tocado –en lo profesional y/o en lo personal-  acompañar a otros en su vivencia de malestar emocional a causa de la pandemia. La mayoría de nosotros conoce a alguien que ha enfermado gravemente por Covid-19, a personas que han fallecido producto del virus o por otras causas, a sus familiares o a algún amigo cercano. Esta crisis nos ha enfrentado a la incertidumbre, nos ha obligado a mirar la muerte de frente -la propia y la de quienes amamos- y muchos, por primera vez, nos hemos conectado con la posibilidad cierta de enfermar, de morir, de dejar a los nuestros.

A la mayoría nos cuesta acompañar el sufrimiento del otro, especialmente si se trata de una persona que nos importa. Es difícil acercarse a la vulnerabilidad del otro cuando ello nos conecta con nuestra propia fragilidad y la sensación de que no sabemos cómo actuar. Frases como “no te preocupes, ya va a salir de ésta…”, “tienes que ser fuerte, por ella y por el resto de tu familia…”, “el tiempo todo lo cura…”, “al menos ya no está sufriendo…” no son más que la demostración de que queremos escapar del dolor y huir ante la posibilidad de profundizar en la experiencia del que sufre.

“Esta crisis nos ha enfrentado a la incertidumbre, nos ha obligado a mirar la muerte de frente -la propia y la de quienes amamos- y muchos, por primera vez, nos hemos conectado con la posibilidad cierta de enfermar, de morir, de dejar a los nuestros”.

Reconocer genuinamente que no sabemos cómo acercarnos, puede ser un buen comienzo. Una forma de comunicar honesta, sin prejuicios, sin críticas ni mandatos, que dé respuesta a las necesidades del que sufre y a la propia de acompañarlo, es vital para mostrar que, a pesar del miedo, estamos presentes.

La presencia y la atención concientes son fundamentales para el acompañamiento. La calidad de nuestra presencia y la profundidad de nuestra atención, resultan el motor de nuestras acciones. Y esa forma de estar para el otro, será lo que le entregue el reconocimiento afectivo que necesita de sí mismo y la validación de lo que está sintiendo.

En el caso de quienes trabajamos en el área de la salud, el proceso de cuidar a personas que sufren requiere de intuición y sensibilidad. Sin dejar de lado los conocimientos técnicos, sino todo lo contrario, la forma de ejercerlos hace la diferencia. Si curamos una escara, si le aseamos, si lo cambiamos de posición en su cama, se trata de acercarnos conscientes de que no estamos ante un cuerpo enfermo, sino frente una persona con sus luces y sombras, como nosotros mismos. Así, por ejemplo, tomarle la mano con ternura, es parte de los detalles que contribuyen a dignificar el cuidado y la propia vida.

“La presencia y la atención concientes son fundamentales para el acompañamiento. La calidad de nuestra presencia y la profundidad de nuestra atención, resultan el motor de nuestras acciones”.

Más allá del ámbito profesional, acompañar es ante todo un encuentro humano. Un espacio en el que se encuentran las distintas experiencias personales, y en el que el diálogo entre ambos es clave para lograr el cuidado amoroso del otro. En esa interacción, cobra especial sentido el lenguaje no verbal, la postura, la mirada, y hasta el silencio, cuando la palabra resulta inútil y vacía. Quien necesita ser cuidado es sensible a aquellos gestos de cercanía, lo que le permite entregarse y mostrar su fragilidad con menos temor.

Acompañar es observar y ser receptivo a las necesidades del otro, con respeto a su biografía, a su identidad y a sus convicciones, las que, en ese momento, pueden ser diferentes de las que sostenía hasta hace un tiempo atrás. El acompañamiento en la vulnerabilidad requiere del cuidado compasivo, donde no se trata sólo de comprender y conectar con la experiencia del otro, sino de movilizarnos para aliviar su padecimiento.

Las formas de estar y expresar afecto han cambiado en tiempos de pandemia. Hemos descubierto –a la fuerza- que también es posible estar por medio de la tecnología: mirarnos a los ojos a través de una pantalla, escribirnos con la inmediatez del whatsapp, enviarnos fotos significativas… son actos que nos permiten sentir la presencia del otro y hacen más tolerable la distancia.

El tabú de la muerte es también el tabú de la intimidad; es el miedo a mirar dentro nuestro y compartir esa intimidad con otros. Tal vez por este motivo, las pantallas incluso nos han permitido entregarnos más, precisamente porque nos protegen de sentirnos tan expuestos.

“Las formas de estar y expresar afecto han cambiado en tiempos de pandemia. Hemos descubierto –a la fuerza- que también es posible estar por medio de la tecnología: mirarnos a los ojos a través de una pantalla, escribirnos con la inmediatez del whatsapp, enviarnos fotos significativas… son actos que nos permiten sentir la presencia del otro y hacen más tolerable la distancia”.

En los tiempos que corren, quizá la pandemia no sólo nos ha llevado a mirar la muerte de frente, sino que, además, nos ha invitado a compartir desde nuestro ser más íntimo. Acompañarnos en la dificultad que este escenario desconocido nos ha impuesto, porque nos es más fácil vivir la experiencia del otro cuando en alguna medida la compartimos. Acompañar es el encuentro de la intimidad de ambos a través del gesto y la palabra, donde nace esa complicidad única de una experiencia de vulnerabilidad compartida.

*Susana Muñoz Politzer es psicooncóloga paliativista y trabaja en el Hospital Sótero del Río.

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