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20 de Noviembre de 2020

¿De verdad nos gusta el vino?

Foto: Agencia Uno
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Para comenzar, dos aclaraciones. Lo primero. No me gusta tomar el vino mezclado con nada. Frutas, bebidas de fantasía, harina tostada, soda… nada. Segundo. A pesar de lo anterior no me molesta en lo más mínimo que la gente beba el vino de su preferencia combinado con lo que mejor le parezca. Dicho lo anterior, vamos al tema. Hace un par de semanas, la asociación gremial Vinos de Chile repartió entre la prensa especializada un kit de preparación para el llamado Tinto de Verano, un brebaje muy popular en España que mezcla vinos jóvenes y económicos con hielo, rodajas de cítricos más alguna bebida gaseosa suave. Se trataba de una bonita caja que contenía una botella de vino (reserva), otra de Sprite Zero, un limón y dos vasos. Todo esto, se explicaba en la misma caja, se hace para promover el consumo de vino en el mercado nacional, preferentemente entre los jóvenes. En lo personal me llamó la atención que se intente llegar a más público que consuma vino por medio de una preparación famosa en España pero no mucho por acá, teniendo a mano nuestra tradicional oferta de vinos con fruta que –aunque no con el entusiasmo y volumen de décadas atrás- toma bastante fuerza durante los meses de primavera y verano. Sin embargo, en los círculos del vino, es decir prensa, enólogos, sommelliers y más; se puso el grito en el cielo en relación a que ésta era una forma errada de apuntar a un aumento en el consumo de vino en el país. 

¿Las razones? Varias, aunque al parecer –por algunos diálogos que pude leer en redes sociales y lo que conversé con ciertas personas- el hecho de mezclar el vino con bebida gaseosa, más encima tratándose de vinos reserva, pareciera ser un pecado mortal. Como sea, la polémica no trascendió del llamado “mundo del vino”. Sin embargo, me parece que hay un tema mucho más importante y que va más allá de ponerle tal o cual cosa a un vino. ¿Qué pasa con nuestro consumo interno de vino que tenemos que estar pensando en campañas para fomentarlo?

El gran problema es que las cifras de consumo de vino en Chile no son muy prometedoras ya que hace rato estamos pegados alrededor de los 14 litros per cápita anuales, bastante menos si nos comparamos con otros países productores como Argentina, España o Australia que andan entre los 25 y 30 litros. 

De esta forma, nuestro bajo consumo contrasta con los más de 1.200 millones de litros que Chile produce anualmente y que terminan siendo consumidos en distintos rincones del mundo, donde nos hemos ganado una reconocida fama de producir vinos buenos, bonitos y baratos; aunque hace rato se vienen haciendo esfuerzos para poner también mejores botellas (y más caras) en distintos mercados internacionales. Pero eso ya es otro tema. A lo que voy es que al final somos un país que produce mucho vino, pero no se lo toma ni le hace empeño. Y eso se nota, porque mientras esto pasa con el vino,  el consumo de la cerveza sube literalmente como la espuma con 30 litros per cápita en 2005 y más de 50 el año pasado. Y qué decir del pisco, con una producción anual superior a los 35 millones de litros anuales, de los cuales más del noventa por ciento se consumen aquí mismo en Chile a punto de piscolas y algo de pisco sour. Como si esto fuera poco, somos el principal destino en el mundo del pisco que Perú exporta. Además, el gin –nacional y extranjero- viene pegando fuerte incluso en tiempos de pandemia. La competencia está desatada. Entonces, ¿por qué preferimos otras bebidas antes que el vino? 

El gran problema es que las cifras de consumo de vino en Chile no son muy prometedoras ya que hace rato estamos pegados alrededor de los 14 litros per cápita anuales, bastante menos si nos comparamos con otros países productores como Argentina, España o Australia que andan entre los 25 y 30 litros.

“Al chileno le gusta ponerse a tono rápido, entonces ahí el vino ya tiene una desventaja sobre todo enfrentado a destilados como el pisco, que tiene una graduación alcohólica mucho más alta”, comenta el sommelier Pascual Ibáñez, quien también da cuenta de un aspecto más externo en torno a la valoración que se tiene del vino. 

“Para muchos es algo de elite, de estatus, el consumo de ciertos vinos. Todo lo demás es rasca. Por eso aún una persona tomando un vino en un bar o restaurante aún se ve mal y se prefieren otras bebidas”, sentencia. De alguna manera pareciera haber espacio –al menos en el discurso público- sólo para esos vinos caros que se venden en tiendas especializadas o se consumen en restaurantes con buenas cartas de vino. Lo que contrasta con el vino en caja y los botellones más baratos de vino que se producen en Chile, que superan en volumen de producción el 70 por ciento del total y es lo que la gente realmente está tomando. Porque de ahí en más vienen las botellas que están por sobre los cinco mil pesos, algo así como un muro de pago para millones de clientes, y luego los vinos realmente caros, premium, íconos o con el nombre que quieran darle. Esos, los consume una pequeña parte de la población que gusta del vino en Chile. 

Con este panorama, no resulta tan descabellado pensar que para intentar subir el consumo de vino en el país no quede otra que probar mezclarlo con algo más. Como alguna vez se dijo por ahí, “todas las formas de luchas son válidas”, y en el caso del vino pareciera ser que esto se aplica incluso en términos de endulzar el vino, porque a veces da la impresión que si algo no tiene azúcar en Chile no se bebe. De muestra un botón: el Terremoto, que es furor desde las fiestas patrias de 2010 –asumimos que gracias al terremoto de ese año- y que ha desplazado a la chicha que se vendía a raudales en fondas y ramadas. A tanto ha llegado el éxito del terremoto que hasta en cartas de bares del sector oriente de Santiago se le ha visto. 

“Al chileno le gusta ponerse a tono rápido, entonces ahí el vino ya tiene una desventaja sobre todo enfrentado a destilados como el pisco, que tiene una graduación alcohólica mucho más alta”, comenta el sommelier Pascual Ibáñez.

Obviamente, la venta de pipeño –y helado de piña- ha aumentado considerablemente. “El paladar chileno es muy dulcero, nos gusta todo dulce. La piscola es dulce y el pisco sour se pide dulce”, ratifica Pascual Ibáñez. “Nuestro paladar es dulce y la historia refuerza el hecho que nuestras bases etílicas se fundan en el dulzor. Veamos: la chupilca, el pihuelo, el clery, los ponches de chirimoya, frutilla, las mistelas y macerados, el vino con leche condensada de los bares de San Diego, el cola de mono… todos llevan azúcar o se preparan dulces. Incluso nuestro bitter y digestivo nacional, el Araucano, es dulce y no amargo, como los bitter europeos”, acota el investigador vitivinícola Alvaro Tello, aunque se apura en precisar que esto “no es criticable desde ningún punto de vista”, si no más bien parte de nuestra cultura. 

Pero, ¿nos gusta realmente el vino? A ratos, viendo las mesas de los restaurantes llenas de bebidas de fantasía y hasta de los asados de mis amigos con más piscola que vino, tiendo a pensar que simplemente no nos gusta. Afortunadamente, hay gente conocedora del tema, como el crítico de vinos Patricio Tapia, que tiene una visión más optimista: “Mi sensación es que los chilenos, en general, estamos orgullosos de nuestros vinos y por lo mismo su consumo está totalmente incorporado a circunstancias cotidianas como el asado del día domingo o las empanadas con vino tinto. Hay un cierto cariño y en general nos gusta el vino”. Además, Tapia destaca que el fenómeno del bajo consumo es algo global. “El consumo de vino ha disminuído en todo el mundo y tiene que ver con un cambio en los estilos y ritmos de vida, que ya no son tan propicios para el consumo de grandes cantidades de vino”. ¿Estamos condenados entonces a ser un país productor de vinos pero que los consume poco? “No creo que volvamos a los 50 litros per cápita de antes. Los que aspiran a eso, a ese pasado idealizado, están siendo ilusos. Sí se puede mejorar y es una realidad que lo que se bebe ahora es mejor que lo que se bebía antes, más interesante y con más narrativa que cuando nos chupábamos 50 litros al año”, dice el autor de la guía de vinos Descorchados. Ojalá sea así y yo me equivoque. Que el vino se tome en copa, en cañita y también mezclado con algo más. ¿Por qué no? De lo contrario, me temo que nuestra próxima revolución –si la hay- será con sabor a barros luco y piscola. 

“Mi sensación es que los chilenos, en general, estamos orgullosos de nuestros vinos y por lo mismo su consumo está totalmente incorporado a circunstancias cotidianas como el asado del día domingo o las empanadas con vino tinto. Hay un cierto cariño y en general nos gusta el vino”, dice el crítico de vinos Patricio Tapia.

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