Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

4 de Diciembre de 2020

Una canasta familiar importada

Agencia Uno

No nos dimos ni cuenta cuando comenzamos a usar kétchup estadounidense, fideos italianos, aceite argentino o lentejas canadienses como si fuera lo más normal del mundo. Lo peor, muchos ni siquiera se lo cuestionan y no asumen que hasta podría llegar a transformarse en un problema. O mejor dicho, en varios.

Por

Muchas veces hemos escuchado a autoridades –ministros de Agricultura, directores de INDAP y hasta presidentes- acuñar el lema “Chile Potencia Agroalimentaria”. Y claro, hay números para respaldar esos dichos. Mal que mal, la producción de alimentos en el país ronda montos cercanos a los 35 mil millones de dólares. Algo no menor, sobre todo si se considera que hacia fines de los noventa esa cifra no llegaba a los 20 mil millones. Obviamente, buena parte de esta producción de alimentos se va a exportaciones que en la actualidad se reparten entre casi doscientos países. Y sí, nos conocen en todo el mundo por nuestras frutas, hortalizas e incluso algunas carnes. A la luz de los números y sobre todo de nuestros productos, podríamos decir que vivimos en un vergel. Sin embargo, nos vemos enfrentados a la paradoja de que buena parte de los productos alimenticios que los chilenos consumimos, en el día a día, son importados. 

Está por ejemplo lo que pasa con la carne de vacuno, con un consumo per cápita anual de alrededor de 27 kilos -la cifra más alta desde que se hace la medición-, de la que se calcula que alrededor del noventa por ciento corresponde a carne importada, fundamentalmente desde Brasil. Esto se nota al visitar cualquier supermercado, en donde la oferta de carne bovina extranjera es infinitamente más abundante que la chilena. Además, un dato no menor, el principal proveedor de carnes de restaurantes y hoteles en Chile importa gran parte de este producto desde Estados Unidos y otros países. También está el caso de las legumbres, que aunque cada día las consumimos menos, lo poco que se produce en el país no alcanza para alimentar a los chilenos. 

De hecho, prácticamente todas las legumbres que se comercializan en los supermercados y almacenes nacionales son importadas, procedentes principalmente de Canadá, Argentina y últimamente España. 

Algo similar –aunque no al nivel de las legumbres- pasa con la harina y las pastas, que también muchas son importadas. Salsas de tomate, concentrados y otros productos afines corren la misma suerte. El jugo de naranja fresco, el que se refrigera, en su mayoría también es importado. 

Algo similar –aunque no al nivel de las legumbres- pasa con la harina y las pastas, que también muchas son importadas. Salsas de tomate, concentrados y otros productos afines corren la misma suerte. El jugo de naranja fresco, el que se refrigera, en su mayoría también es importado“.

En algunos quesos y productos lácteos en general la presencia de marcas foráneas también es fuerte. De hecho, muchas compañías chilenas que se dedican a este rubro ya han hecho costumbre el poner una bandera chilena en sus productos para identificarse como tales frente al consumidor. 

Ahora bien, esto de los productos alimenticios importados no se remite a lo que uno compra en el supermercado. Basta darse una vuelta por distintos tipos de bares, sangucherías y fuentes de soda –en Santiago y regiones- para darse cuenta que muchos ya han adquirido como norma el usar kétchup y mostaza de una conocida marca estadounidense. 

Algo similar pasa con el té si se pide en una cafetería u hotel. Es altamente probable que la bolsita de marras sea de procedencia inglesa. Es más. Existe en Santiago una lujosa parrilla que utiliza –y lo explicita- sólo carne estadounidense en sus preparaciones. Algo parecido a lo que pasa con una hamburguesería del barrio alto, muy en la onda gringa, que importa no sólo la carne de sus hamburguesas sino que también el queso y hasta el pan. En resumen, encontrar todo tipo de productos alimenticios importados en mesas, cocinas y despensas nacionales –de variados estratos sociales- hace rato que no es novedad. 

¿Por qué pasa todo esto? Según Sergio Olavarrieta, profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y experto en temas de consumo, hay un tema no menor y simple que posibilita este fenómeno. 

“Mucha gente compra productos alimenticios importados que en muchos casos son mejores o más sofisticados que sus pares nacionales porque tiene las posibilidades económicas para hacerlo. Es cosa de ver el PIB actual de Chile y compararlo con el de veinte años atrás para darse cuenta de que hay un aumento considerable en el poder adquisitivo de los chilenos”, explica. Ahora bien, los productos alimenticios importados no siempre son más caros que los nacionales. Pasa con los ya mencionados jugos frescos, con algunos tipos de conservas y fideos e incluso con ciertos destilados provenientes de Europa que terminan siendo más baratos que una botella de  nuestro noble y querido pisco. 

“El depender de la importación de tantos y tantos alimentos y otros productos del ramo podría llegar incluso a ser un problema en un área mucho más seria, como es la defensa nacional”.

“Eso pasa porque las economías de escala son demasiado poderosas. Entonces, no es lo mismo producir para un mercado de 17 millones de habitantes que para uno de 300 millones. De esta forma, cuando produces a un volumen tan alto tu producto, obviamente tendrás un precio menor aún cuando tengas que transportarlo hasta un país como Chile”, cuenta Olavarrieta. 

De esta forma, no son pocos los compatriotas que incluso sin saberlo se apertrechan con una buena cantidad de productos alimenticios importados incluso sin saberlo, porque simplemente van en busca de lo más barato. 

“El retail privilegia la comercialización de productos importados y elaborados a gran escala porque los necesita para poder mantener bajos precios, sobre todo en sus locales de formato más económico ubicados en sectores populares”, cuenta Valeria Campos, doctora en Filosofía, especializada en filosofía de la alimentación. 

Al final, ya sea por esnobismo, placer o simple necesidad; todos adquirimos productos alimenticios foráneos. Un análisis simplista podría establecer que este escenario está bien: la gente puede comprar artículos para alimentarse a bajo precio. ¿Será tan así la cosa?

“Esto claramente es un problema de soberanía alimentaria, porque no somos capaces de producir siquiera para satisfacer nuestro mercado interno. El caso de las legumbres es emblemático porque pasamos de ser un país productor para el mercado interno a un importador de éstas”, sostiene Valentina Campos, agregando también que este escenario ha hecho que muchos pequeños agricultores hayan tenido que cambiar sus productos que durante años cultivaban por otros con mejor mercado “o incluso transformarse en productores de otros artículos con mayor valor agregado y que por ende son más caros, pero que por lo mismo llegan solo a un pequeño sector de la población”. 

Porque ese es el otro problema cuando uno intenta darle visibilidad a todo esta situación, no falta el que te asegura que sí es posible privilegiar la compra de productos alimenticios nacionales abandonando el retail y orientando nuestro consumo hacia comercios como tiendas especializadas, mercados orgánicos y otras instancias similares. 

Pero, ¿cuánta gente puede solventar eso? Poca, muy poca. Mientras tanto, el grueso de los chilenos compra cada vez más cosas importadas sin pensar mucho en el tema y en muchos casos naturalizando esta acción, porque simplemente así son las cosas. Lamentablemente, no es tan así el asunto. 

 “Al final es un problema de soberanía alimentaria y cambiar eso tiene que ver con el sistema que tenemos en Chile, por eso es que sería muy bueno que esto estuviera en la nueva constitución, aunque es muy difícil que ocurra”, comenta Valeria Campos y asegura que “los productos de la pequeña agricultura campesina no tienen por qué ser de nicho. Si estuviéramos organizados de otra manera y cambiáramos el mercado transaccional actual podríamos abastecer a sectores desfavorecidos de los grandes núcleos urbanos. Por ejemplo, la zona sur de Santiago podría abastecerse perfectamente y con mejor calidad, con la producción de pequeños productores organizados que llevaran hasta esa área sus productos”.

 Pero hay más. El depender de la importación de tantos y tantos alimentos y otros productos del ramo podría llegar incluso a ser un problema en un área mucho más seria, como es la defensa nacional. Porque no olvidemos que el pasado invierno el gobierno tuvo que importar más legumbres porque el stock –entre las cajas que se regalaron y el aumento en el consumo de éstas- simplemente se quebró.

 ¿Qué pasaría en el caso de un conflicto armado con nuestras provisiones? “Tenemos una vulnerabilidad estratégica alimentaria, dada por este contexto de depender de tantos alimentos importados”, explica Eduardo Santos, analista en temas de defensa y fuerzas armadas, aunque aclarando que en los tiempos que corren “no se puede pretender producir todo lo que consumimos”. 

“Si estuviéramos organizados de otra manera y cambiáramos el mercado transaccional actual podríamos abastecer a sectores desfavorecidos de los grandes núcleos urbanos”.

Entonces, ¿qué hacer? Según Santos, hay que tomar en cuenta lo que hizo ENAP con el petróleo a inicios de la pandemia “que compró más litros para así tener más volumen que el stock normal que se tiene en Chile que alcanza solo para dos semanas”. 

Consultado sobre lo que podría pasar con nuestros alimentos en caso de conflicto es claro: “podría haber escasez de alimentos, salvo que el Ministerio de Agricultura se preocupara de estoquearse adecuadamente, pero me parece que en ese tema estamos aún muy verdes y no hay estrategias claras al respecto”. Así las cosas, dice Santos, “nos podría pasar lo que pasó con el gas argentino años atrás, que nos lo cortaron y terminamos con racionamiento eléctrico”. 

En resumen, por mucho que estemos hace rato en la era de la aldea global, tampoco hay que pasarse de la raya con eso de ir a buscar todo afuera, sobre todo en lo que a alimentación se refiere. 

Primero, porque puede ser hasta peligroso en el amplio sentido de la palabra y segundo porque un país que pretende ser “potencia agroalimentaria” para el mundo, también debiera serlo –en alguna dimensión- en su mercado interno. Así, mientras las cosas no cambien, los productos alimenticios nacionales se irán “anichando” cada vez más, satisfaciendo las necesidades de unos pocos chilenos que lo pueden costear. El resto seguirá armando una canasta básica con cada vez más ítems importados. Del componente cultural, social y patrimonial que se pierde en todo este largo proceso que ya lleva décadas, mejor ni hablar.

Notas relacionadas

Deja tu comentario