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Selección Nacional

18 de Febrero de 2021

Carla Correa, la fundadora del santuario de animales rescatados que sobrevivió a la pandemia

Foto: Archivo personal

Cuando llegó la pandemia los aportes solidarios disminuyeron en un 50 por ciento y mantener el Santuario Clafira, que alberga a casi 150 animales, comenzó a ser una tarea cada vez más titánica para Carla Correa, una de las fundadoras de este espacio natural donde los animales viven libres y en igualdad de condiciones. Esta es su historia.

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Como una cachetada directa y dura le llegó la pandemia en marzo de 2020 a Carla Correa (28) y a todos los colaboradores del Santuario Clafira, que ya planificaban un fructífero año de voluntariados, campañas para donaciones y apadrinamientos que, por fin, afirmarían un poco la situación económica de este refugio de animales. 

Campañas que en realidad son el sustento económico por al menos tres meses de este refugio que queda entre Limache y Quilpué, y que alberga cerca de 150 habitantes. Cada día, caballos, vacas, toros, ciervos y chivos, consumen 5 fardos, o sea, $35.000 pesos diarios, los que alimentan sólo a una parte de los animales, lo que se traduce en cerca de un millón de pesos mensuales.

Foto: Archivo personal.

El Santuario Clafira es un proyecto que nació en 2012 desde el genuino amor hacia los animales, cuando por los constantes incendios en los cerros de Valparaíso, los animales que vivían ahí debían huir para poder sobrevivir. Se trataba de perros, patos, burros y caballos que, ya en malas condiciones por el abuso que sufrían a diario, tenían que ser rescatados de las llamas.

Vecinos de la zona y rescatistas amigos no dudaron en llamar a Carla, que en ese entonces ya tenía varios perros rescatados, los que vivían en la fábrica de panderetas de su papá “por mientras” y además ya tenía fama de amante de los animales.

Sin dudarlo, se llevó un pato, el primero de los rescatados del incendio. En los mismos cerros de Valparaíso, corto tiempo después, encontró a Pancha, una yegua que corría desesperada por las calles de la ciudad con un hachazo en la cabeza: habían intentado faenarla, pero logró escapar. 

Foto: Archivo personal.

Desde ahí, cuenta, comenzó el proceso para ganarse de vuelta la confianza de estos animales, que debido al maltrato que han sufrido, les cuesta el trato con humanos.

Sobrevivir a una pandemia

Foto: Isidora Correa.

Antes de que llegara el coronavirus a Chile, en el Santuario trabajaban cuatro personas. Las tareas eran simples, pero era trabajo duro. Cargar fardos y granos para las aves, mezclar el afrecho, darle comida a los perros y finalmente, abrirles las puertas de sus corrales a los animales para que pasten libres durante el día dentro del predio, eran parte de las actividades regulares. 

Hoy, quedan dos personas. Gabriel, la pareja de Carla y ella, que hasta septiembre estaba embarazada, de una hija que, como cuenta, fue muy planeada porque en diciembre del 2019, cuando supo que la estaba esperando “las cosas estaban más calmadas”.

Foto: Archivo personal.

Muy planeada, repite, porque se ríe de la desgraciada coincidencia de que justo, cuando al fin decidieron dar un paso hacia adelante para hacer crecer su familia humana, cambiaran las condiciones tan drásticamente.

Jamás se imaginó que sólo tres meses después de enterarse de su embarazo, un golpe duro azotaría tanto su economía familiar, como la de todos los colaboradores del Santuario, que al final son quienes le daban el sustento económico más estable en el tiempo. 

Junto a las donaciones, este pedazo de cielo para animales rescatados también se mantiene gracias al “Emporio Clafira”, un local ubicado en Quilpué, donde venden productos veganos de todo tipo, cuyas ganancias van directamente para el Santuario.

Sin embargo, una vez llegada la pandemia, los colaboradores lentamente dejaron de depositar, reduciendo los aportes en un 50% y las ventas presenciales en el local, ya no daban para más. Es por eso que decidieron adaptarse.

Comenzaron tímidamente haciendo repartos de los productos veganos en comunas cercanas a Quilpué y ahora ya abarcan casi toda la región. Van desde la zona Costa, Valparaíso, Viña del Mar y Concón, hacia el interior, a Quilpué, Villa Alemana, Limache, Quillota y en algún momento llegaron hasta La Calera.

Lo duro, cuenta, es que sólo ella y su pareja eran los encargados de recibir, empaquetar y repartir estos pedidos antes del toque de queda, además de sus labores dentro del Santuario. Aún así, hasta ahora sacan cuentas alegres, ya que el aumento de las ventas les permitió incluso pensar en expandirse a otras regiones con el Emporio.

Y así fue como a pesar de la desalentadora situación, lograron salir adelante con este proyecto de vida que involucra a 150 animales. En el camino, comenzaron la tradicional colecta anual llamada “Clafiratón”, que normalmente les permite comprar alimento para cuatro meses, pero la combinación de la sequía, la pandemia y la escasez, han disparado los precios, por lo que ahora esos $7.000.000 millones de pesos alcanzan sólo para tres meses.

Activismo online

Recrea los eventos por Zoom”, le decían. Pero no. Carla se negó a producir eventos como la Fonda Vegana, el Vegan Tattoo y el puertas abiertas –actividades realizadas años anteriores– por internet. Si bien era una alternativa viable, cuenta, todo el fin de estas reuniones se olvidaría.

Y es porque el Santuario es activismo. Hace algunos años la conciencia por los derechos de los animales era algo de lo que no se hablaba, y ese es justamente uno de los objetivos de este encuentro.

Foto: Archivo personal.

“Hemos trabajado muy duro para visibilizar que los habitantes son igual o incluso más cariñosos que un perro, se sorprendían al ver a un toro o a un gallo abrazados a una. Ahí es cuando las personas se comienzan a replantear su relación con los animales, su uso y consideración, no sólo con los animales domésticos”, asegura Carla.

Foto: Isidora Correa.

El puertas abiertas y la Fonda, son eventos muy provechosos económicamente, pues en cada uno se pagaba entrada y una vez dentro, las personas aparte de conocer a los animales, podían consumir alimentos preparados ahí mismo, escena que hasta ahora, probablemente no se vuelva a repetir en un buen tiempo.

Distinto es el caso del Vegan Tattoo, que se realiza fuera del Santuario, pero que congrega a distintos tatuadores con una manera de ver la vida en común: son veganos y aman a los animales. En este evento, donde también hay charlas, talleres y venta de productos naturales, se forma un ambiente de mutua colaboración.

Despedir a un amigo

Foto: Archivo personal.

Hace unas semanas, Octavio, el ciervo de 24 años que vivía en el Santuario, falleció.

Cuando lo rescataron, hace cuatro años, vivía en la hacienda de una persona muy adinerada de la V Región que, para no ir al zoológico, decidió armar pequeños corrales con piso de cemento para tener animales exóticos en exposición.

Este ciervo, que en ese entonces tenía 18 años, pasaba sus días encerrado en un pequeño corral, sin tocar la tierra, el pasto húmedo, ni comer alfalfa, ya que le daban alimento para conejos.

En un intento para darle una mejor vida, las hijas de este adinerado señor se contactaron con Carla para que lo rescatara de esas condiciones.

“Cuando llegamos, los animales que tenían no estaban en tan buenas condiciones, porque además los trabajadores se robaban la comida y la vendían después”.

Al llegar al Santuario y encontrarse con un gran corral, donde podía estar en contacto con la naturaleza, se fue soltando y vivió tranquilo por casi cuatro años, junto a otras dos ciervas.

Foto: Archivo personal.
Foto: Isidora Correa.

Aceptar la ayuda

Hoy, en 2021, a pesar de que dejaron de recibir a nuevos animales en el Santuario, por falta de espacio, dinero y en realidad, capacidad, se dedican a mejorar las instalaciones que ya tienen.  

En una parcela de 9 hectáreas alejada de la ciudad, cabritos, caballos, vacas, burros y patos corren libremente por los montes de un terreno que, con mucho trabajo, han podido cercar completamente para resguardar su seguridad.

Foto: Archivo personal.

Sin embargo, el suministro de agua tradicional no existe y es por eso que durante las últimas semanas, cinco voluntarios se dedicaron a terminar un corral para los patos y a cavar una zanja para poner cañerías de agua en algunos de los corrales más alejados.

Foto: Archivo personal.

Y así, luego de casi un año sin recibir a ningún visitante o voluntario, el Santuario Clafira decidió abrir sus puertas nuevamente para recibir la ayuda de estos jóvenes que, sin nada a cambio, decidieron colaborar pese a la pandemia.

Si quieres aportar, puedes escribirles a su Instagram o hacer un depósito a la cuenta:

NOMBRE: Fundación Santuario Clafira
RUT: 65.143.995-7
Cuenta corriente BANCO DE CHILE N°1490800108
CORREO: [email protected]
ASUNTO: Tu nombre y apellido

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