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19 de Febrero de 2021

Quitarse un peso de encima: La vida luego de una reducción mamaria

Pixabay

Tener pechos excesivamente grandes no es cosa de suerte -como muchos y muchas podrían pensar-. Duele y puede afectar a las mujeres de diferentes maneras: enfermedades crónicas a la espalda, incapacidad de realizar acciones básicas o disminuir su autoestima. Constanza (18), Katherine (21) y Natalia (22) relatan cómo cambiaron sus vidas tras someterse a una mamoplastia.

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Constanza González (18) siempre estaba encorvada, completamente tapada y tratando de ser invisible. Sobre todo en lugares públicos, sin importar que tan altas fueran las temperaturas del verano. 

—¿Cómo andas tan abrigada? —preguntaba su mamá cuando caminaban por la calle. 

—Es que no tengo calor —mentía la joven. 

Constanza padecía hipertrofia mamaria, una alteración de los pechos en la que existe un crecimiento excesivo y desproporcionado. Según la Dra. Marilú Sylvester, Jefa de Cirugía Plástica del Hospital Clínico de la Fach, esta afección se da “principalmente en jóvenes entre los 16 y 25 años, y en mujeres que acaban de tener hijos. Generalmente se trata de algo genético u hormonal, donde también puede influir el sobrepeso”.

Esta alteración, a Constanza le impedía realizar diferentes actividades cotidianas como lavar la loza, hacer educación física, o incluso estar parada. A todo esto, se le sumaba la presión social: “Vivía preocupada porque sufrí mucho cuando estaba en octavo, en pleno desarrollo. Me atrevo a decir que fue acoso por parte de mis compañeros, por mis pechos”, explica. Desde entonces se preocupaba de no llamar la atención. “Igual estaba el tema de la morbosidad de los viejos en la calle”, agrega.

Si esta afección no se trata, puede desencadenar diversas complicaciones como “dolor de espalda o incluso alteraciones en la forma de la columna”, según explica Andrea Hasbún, cirujana plástica de la Clínica Alemana.  En el caso de las pacientes más jóvenes “pueden haber repercusiones en el desarrollo de la personalidad, porque evidentemente le afecta  su autoestima, la posibilidad de hacer deporte y otros aspectos que van deteriorando su calidad de vida”, afirma.

Imagen referencial

Para Constanza todo cambió el 19 de febrero de 2020, cuando a sus 17 años se sometió a una reducción mamaria, un procedimiento que no solo cambiaría el tamaño de sus pechos, si no también disminuiría la producción de fibroadenoma, unos tumores benignos que ya le habían extirpado dos años atrás. La mamoplastía de reducción es una cirugía frecuente en Chile, según la Doctora Hasbún, ya que existe una alta población de mujeres con un desarrollo glandular mamario importante. 

Le sacaron más 500 gramos por cada mama y el cambio fue inmediato. En las dos semanas que alcanzó a ir al colegio, en su último año escolar -antes de que cancelaran las clases presenciales por la pandemia- sus compañeros y compañeras le comentaban que se veía diferente, que estaba más contenta y «brillocita». “Y claro, yo había cambiado porque tenía más confianza, andaba más derecha, porque antes siempre estaba encorvada, me escondía, me gustaba andar tapada”, recuerda.

La confianza en su nuevo cuerpo también comenzó a notarse cuando bailaba k-pop. Le decían:  «¡ahora sí bailas bien!» A lo que ella respondía: «No, siempre he bailado bien solo que ahora sí me puedo mover». Antes de la mamoplastia, era conscientemente más tiesa, así evitaba que sus pechos se movieran y la hicieran sentir incómoda. 

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Katherine Sanchez (21) y Natalia Hurtado (22) también trataban de tapar o disimular su escote. A ninguna le gustaba que le miraran esa zona. “Nunca me compré mi talla real de sostén, siempre me compré dos tallas menos, o una menos. Me quedaban chicos obviamente, pero yo quería que me quedaran así, porque me aplastaban las pechugas”, cuenta Hurtado, a quien le sustrajeron en total un kilo de mamas. 

Se operó el 5 de enero de este año, aunque su primer intento de entrar al quirófano fue en marzo de 2020, procedimiento que fue postergado por la pandemia y que realmente venía deseando desde 2018. La primera vez que le recomendaron una reducción mamaria, fue en el traumatólogo, al que había asistido por su fuerte dolor de espalda y porque le costaba mucho estar erguida.

“Si no ocupaba sostenes me sudaba debajo, y si ocupaba sostenes me hacía la presión en los hombros, en la espalda.Todo era incómodo al final, estaba como prisionera de mis pechugas”

—Tú tienes hipertrofia mamaria. Con las pechugas que tienes nunca vas a tener buena postura. Si no te operas, vas a tener problemas crónicos en la columna —sentenció el médico.

Natalia preguntó incluso por ejercitar los músculos de la espalda, pero no hubo caso: la cirugía tenía que hacerse. De cierta forma fue un alivio para Hurtado, cuyos pechos eran una molestia en su día a día. No podía estar mucho tiempo sentada, o la espalda le dolía por días. “Si no ocupaba sostenes me sudaba debajo, y si ocupaba sostenes me hacía la presión en los hombros, en la espalda. Todo era incómodo al final, estaba como prisionera de mis pechugas”, reflexiona.

                                                                  ***          

Cuando las tres mujeres mencionaban el procedimiento al que se someterían, su familia y amigos cercanos estaban felices por ellas. Casi todos conocían lo tedioso y difícil que resultaba vivir con hipertrofia mamaria: las inseguridades que generaban o los dolores físicos. Pero cuando lo conversaban con alguien no tan cercano, existían algunos cuestionamientos. “La típica pregunta era: «¿Y qué piensa tu pololo?» Eso igual me molestaba un poco, porque lo importante era lo que pensara yo, no él”, recuerda Katherine Sanchez.  

Los comentarios no discriminaban género. Mientras los hombres lo hacían antes de la operación: «¿Pero para qué te vái a operar si estás bien así?», murmuraban incrédulos, las mujeres lo hacían post cirugía: «¿Cómo te las sacaste, por qué no me las diste a mí?», «¡La suerte, de que tuviste que haberte sacado y yo que quiero tener!», decían con algo de humor. Pero no causaban gracia: “No tiene ninguna suerte tener hipertrofia mamaria, hay gente que lo ve como que casi soy mal agradecida por haberme sacado, pero no tienen idea de cómo me dolía esto”, reflexiona Natalia Hurtado.

“No son empáticos, piensan que uno es feliz con lo que uno tiene, pero no, yo no era feliz así, y en algún momento me cuestioné por esos comentarios, pero preferí hacerlo”, relata Constanza González.

                                                                     ***

«¡Oh! es como si te hubieses hecho una liposucción!», le dijo la prima de Natalia, a los pocos días de someterse a la operación. Las tres mujeres coinciden en que antes de la cirugía se sentían voluptuosas, pesadas y desproporcionadas. Su condición las hacía ver más anchas de lo que realmente eran y uno de sus grandes problemas cotidianos era encontrar ropa adecuada y de su gusto. “Cuando me vestía siempre sentía esa zona apretada, me pesaban y me dolían”, recuerda Katherine Sanchez, a quien le extirparon un poco más de 350 gramos por cada lado.

En el caso de Natalia tenía que escoger su vestimenta minuciosamente, y limitándose de las prendas que realmente le gustaban, como los bralettes y las poleras sueltas. Hace unos días se probó todo su closet y los petos que antes solo le cubrían el pecho, ahora les llegaban hasta el ombligo. “Me siento mucho más cómoda para ocupar escote y me encanta tener la libertad de vestirme como quiero”, afirma.

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Lo primero que hizo Constanza luego de la mamoplastia fue comprarse un sostén blanco, juvenil con lindos detalles de encaje. “Era lo que siempre había querido, pero nunca había podido porque nunca habían”. Las tallas grandes solo tenían sujetadores básicos en tres colores: blanco, beige y negro. En palabras de Constanza, eran “sostenes de abuelita”, pero ahora esos tiempos quedaron atrás: “Estoy muy feliz porque ahora sí siento que estoy en el cuerpo de alguien de 18 años, porque antes me sentía alguien muy mayor”, expresa. 

Tampoco ninguna de las jóvenes usaba traje de baño. Nunca. Ni en la playa, ni en la piscina. Todas preferían quedarse en short y polera. “Me veían en bikini y me decían «erís demasiado pechugona» y era tema porque se notaban mucho”, cuenta Natalia. 

“Cuando me vestía siempre sentía esa zona apretada, me pesaban y me dolían”

En el caso de Constanza, no encontraba partes de arriba que le quedaran bien, y hoy, luego de un año exacto de su mamoplastia asegura todavía sentir rechazo por esos lugares veraniegos. “De a poco intento ir soltándome, porque tengo que trabajar más en cómo me muestro al mundo”, dice optimista.

Ella no se arrepiente ni por un segundo de su decisión, “aunque sufrí tres días el postoperatorio y lo vomité todo”. En una pausa en su respuesta, toma aire y luego añade con más fuerza: “¡LO VOLVERÍA A HACER! ¡Porque estoy feliz y me despierto contenta todos los días!”.

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