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Cultura & Pop

24 de Febrero de 2021

Adelanto de libro: “Las diez marchas que cambiaron Chile” de María José Cumplido

La escritora e historiadora María José Cumplido presenta su nuevo libro "Las diez marchas que cambiaron a Chile". Aquí cuenta detalles de las diez marchas de las más significativas que se han vivido en nuestro país y que sirven de contexto a las movilizaciones de octubre de 2019. Revisa en The Clinic un adelanto del primer capítulo sobre el Levantamiento Mapuche de 1881.

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LEVANTAMIENTO MAPUCHE 1881

Todo conflicto tiene un origen —o varios motivos— que nos permiten contextualizar mejor el presente y acercarnos a entender un largo proceso que tiene continuidades y cambios. La tensión que existe entre el Estado chileno y el pueblo mapuche es conocida; tan conocida que día a día vemos en los noticiarios manifestaciones al respecto. El levantamiento mapuche de finales del siglo xix es clave para comprender la actualidad.
La historia de este conflicto se remonta al nacimiento de Chile como país, aunque es posible retroceder aún más en el tiempo, hasta la llegada de los españoles, un hito que marcó un antes y después para los distintos pueblos indígenas que habitaban estos territorios. En el proceso de conquista e invasión, los españoles relegaron a los pueblos indígenas a espacios reducidos o derechamente los despojaron de sus tierras. Muchas mujeres indígenas fueron violadas, y gran parte de los nativos murió rápidamente a causa de las enfermedades nuevas que llegaron del viejo continente. A pesar del duro sometimiento vivido, no todo fue guerra y horror: también existieron espacios de intercambio comercial y cultural, y muchos sacerdotes intentaron proteger a los indígenas.

A pesar de los intentos de España por someter al pueblo mapuche y anexar sus territorios a la corona española, este pueblo luchó contra la invasión y no fue conquistado. De hecho, a fines del siglo xvii —y luego de un período intermitente de guerra— el pueblo mapuche unido se levantó contra los españoles y destruyó todas las ciudades fundadas al sur del Biobío. Incluso, la misma corona española se cansó de perder dinero para tratar de conquistar a este pueblo guerrero, por lo que llegaron a un acuerdo beneficioso para ambos. En 1641 se acordó el primer tratado de paz entre mapuches y españoles en el llamado Parlamento de Quilín. Ahí se decidió que los mapuches tendrían absoluta libertad en su territorio que comprendía el sur del río Biobío. Este trato permitió al pueblo mapuche vivir independiente de España por más de doscientos años.

¿Qué tenían de particulares los mapuches que no fueron vencidos por una corona que ya había conquistado diversos territorios? Hay varias teorías al respecto, pero hasta ahora la más aceptada es que los españoles no lograron vencerlos debido al tipo de sociedad no jerarquizada del pueblo mapuche. Sin un líder único que controlara el mando fue imposible que los españoles derrotaran a un jefe y con ello conquistaran a la comunidad (como sucedió en Perú, por ejemplo). Además, cuando la corona se vio vencida no quiso seguir gastando recursos en intentar la ocupación de la zona. ¿Quién querría invertir en algo que parecía imposible? Fue así como inició un período dominado por los parlamentos, en el que criollos y mapuches lograron ciertos acuerdos en términos de la lealtad hacia el rey, el comercio y la independencia de Arauco. Para el siglo xix, el pueblo mapuche había cambiado diametralmente en comparación a la llegada de los españoles. Trescientos años no habían pasado en vano.

Durante el siglo xix, y siguiendo al historiador José Bengoa, «el pueblo mapuche —en primer lugar— era una sociedad independiente en guerra y paces inestables con la sociedad española. Controlaba —en segundo lugar— uno de los territorios más grandes que ha poseído un grupo étnico alguno en América Latina. Se habían expandido a las pampas, las habían ocupado y las dominaban desde la actual provincia de Buenos Aires hasta el Océano Pacífico. Era —en tercer lugar— una sociedad ganadera. La ganadería era la principal actividad económica mercantil».

María José Cumplido es historiadora de la Universidad Católica de Chile. Es editora de contenidos culturales del sitio Memoria Chilena. En 2017 publicó Chilenas, la biografía de 10 mujeres que han hecho historia en el país, y en 2018 Chilenas rebeldes 1 y 2. 

A pesar de las transformaciones que había experimentado el pueblo mapuche, la situación cambió luego de la Independencia de Chile y la conformación del nuevo Estado republicano. Una vez terminado el proceso de Independencia, hubo una crisis importante en la agricultura de la zona central del país debido a que los agricultores estuvieron en la guerra y no trabajando en el campo. El nuevo gobierno se vio en la necesidad de abrir mercados y recuperar la producción, para así también sumar dinero a las arcas fiscales. A esto se le sumó la fiebre del oro en California, Estados Unidos, que produjo una alta demanda de productos agrícolas y, por lo tanto, también en el valor de las tierras. Ante esa coyuntura Chile necesitó que los agricultores produjeran rápidamente para exportar y traer dinero al país. Pero había un problema importante con la estrategia: en esa época una recuperación económica de tal envergadura requería mucho tiempo y, además, el campo chileno no contaba con tecnología eficiente para producir grandes volúmenes. Era una producción lenta y casi «artesanal». El Estado debió cambiar su plan. Si no era posible producir con mayor eficiencia y aprovechar las tierras, entonces lo que se necesitaban eran más tierras para aumentar la producción. Pero ¿de dónde podían aparecer más tierras cultivables? Las miradas apuntaron al sur del Biobío. Era necesario extender la frontera agrícola más allá de esa zona y entrar a los territorios del sur. Así esas tierras tuvieron mayor protagonismo y el gobierno potenció la llegada de colonos a la zona y a la Región de Magallanes. Sin embargo, esto no solucionó el problema en su totalidad. Muchos de los colonos que llegaron al país se dedicaron al comercio y no necesariamente a la agricultura (como esperaba el Estado). Otro problema fue que la mayoría de los colonos no tenía demasiada experiencia en el trabajo agrícola, por lo que tampoco pudieron mejorar las tecnologías ni el trabajo en el campo. Ante esto, la vieja fórmula era conseguir más y más tierras.

Este cambio en las políticas agrícolas del Estado puso en alerta al pueblo mapuche ante la posible pérdida de su independencia, ya que sus tierras eran las que iban quedando, y veían los ojos puestos sobre ellos.

El problema del territorio mapuche no solo era un asunto económico, sino también político y se vio afectado por los conflictos de la élite de ese momento. Durante el siglo xix, las guerras civiles de 1851 y 1859, que habían hecho pelear a las regiones con el gobierno central en Santiago, entre otros asuntos, fue una oportunidad para los mapuches de intentar vencer el centralismo y sumarse a un proyecto federalista que podía asegurarles la autonomía. Como cada región se iba a autogobernar, los mapuches vieron en ese conflicto una forma de organización política más estable para asegurar sus tierras, sobre todo porque la atención estaba puesta en ellas. Fue así como decidieron participar en este conflicto chileno.
A pesar de los intentos y las guerras que trajo, las opciones regionalistas perdieron y así también los mapuches que apoyaron la causa. Esto generó una sospecha en la sociedad chilena —particularmente en los santiaguinos— que reforzó la idea del mapuche como un «guerrero peligroso». En este contexto el Estado comenzó a preparar un plan para someter a los mapuches y poder ocupar el territorio en cuestión. Así mataban dos pájaros de un tiro: se quedaban con las tierras que necesitaban y sometían a un pueblo que se sublevaba cada cierto tiempo. Esta decisión fue ampliamente aceptada por la sociedad de esa época, quien calificaba al pueblo mapuche como «bárbaro», «atrasado» y «pagano», adjetivos injustos, por supuesto, pero que alentaron a que la opción de la invasión fuera vista como algo positivo por la opinión pública.

El 24 de mayo de 1859, la editorial de El Mercurio de Valparaíso —que se mostró a favor de la ocupación— señaló lo siguiente: «Pretender obtener por la persuasión y la propaganda, la dulcificación de las costumbres bárbaras del araucano es pretender una quimera, es pretender la realización de un bello sueño de trescientos años. Pensar en domesticar al indio poniéndole en contacto pacífico con el hombre civilizado es otro bello ideal que solo puede tolerarse a las dilataciones generosas del sentimentalismo y de la poesía».

“Esta decisión fue ampliamente aceptada por la sociedad de esa época, quien calificaba al pueblo mapuche como «bárbaro», «atrasado» y «pagano», adjetivos injustos, por supuesto, pero que alentaron a que la opción de la invasión fuera vista como algo positivo por la opinión pública”.

Ante este tipo de opiniones generalizadas, exceptuando algunos sectores de la Iglesia Católica, el pueblo mapuche, que antaño había hecho alianzas y acuerdos con los criollos, se quedó sin aliados. El Estado chileno comenzó a ejercer mayor presión sobre ellos. Un ejemplo fue el fracaso de los parlamentos, ya que desde este momento comenzaron a exigir que los mapuches cedieran su independencia para anexar el territorio de Arauco, cuestión que para los mapuches era algo central, por lo que no estaban dispuestos siquiera a negociarlo. El Estado, por otro lado, que puso sus intereses políticos y comerciales por encima de cualquier apertura, tampoco iba a ceder ni un centímetro. O perdían la independencia o nada. Y ese nada fue el inicio de una —nueva— invasión.

En 1861 Cornelio Saavedra, intendente de la Araucanía, presentó un plan para ocupar el territorio mapuche. Tenía como objetivo invadir el territorio y reducir, lo máximo posible, la tierra indígena con el fin de que el Estado fuera dueño de la mayor cantidad de terreno. El escenario ideal para Saavedra consistía en lo siguiente: «1. En avanzar la línea de frontera hasta el río Malleco; 2. en la subdivisión y enajenación de los terrenos del Estado comprendidos entre el Malleco y el Biobío; 3. en la colonización de los terrenos que sean más a propósito».

Durante los siguientes diez años, Cornelio Saavedra entró a territorio mapuche para mover la frontera hacia el Malleco e instalar diversos fuertes que ayudarían con la ocupación. Por otra parte, la resistencia mapuche no estuvo unida, porque no todos los pueblos apoyaron la defensa de las tierras. Esta falta de unidad permitió que Saavedra moviera la frontera y recurriera a una violencia extrema contra los guerreros mapuches.
En 1868 la violencia del Estado había dado un golpe muy duro: saquearon rucas, robaron ganado, violaron a mujeres y asesinaron niños con total impunidad. El pueblo mapuche se había debilitado. Sin embargo, el horror y brutalidad del ejército chileno causó cierto escándalo en la opinión pública. En febrero de 1869 El Mercurio de Valparaíso se mostró contrario a la ferocidad de la guerra: «Si somos civilizados, ¿cómo es posible que hagamos al araucano una guerra de salvajes? No hay que avanzar imprudentemente. Defiéndase el territorio adquirido, puéblese de colonos y dejemos que la civilización se encargue por sí sola de lo demás». Así el plan se enfocó en asentarse en los territorios ganados y el peso de la guerra bajó de intensidad hasta la década de los ochenta. Además, en 1879 estalló la Guerra del Pacífico que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia, por lo que gran parte de los militares migró hacia el norte.

A pesar de este pequeño giro, el Estado no había olvidado la necesidad de ocupar la Araucanía. Estos años se destacaron por tres elementos que ayudarían a ocupar el territorio: en primer lugar, la llegada del ferrocarril a la Araucanía, lo que agilizó los tiempos de viaje y de comunicación con la capital. El segundo fue la consolidación de la nueva frontera en el Malleco y, por último, la Guerra del Pacífico que mejoró considerablemente la capacidad técnica y profesional del Ejército chileno, transformándolo en un cuerpo bastante mejor preparado para atacar al pueblo mapuche. Siendo conscientes de lo que se venía, los mapuches también habían preparado un plan para enfrentar al Ejército chileno. Los distintos grupos pudieron unirse de mejor manera y para 1881 ya estaban listos para dar la pelea y defender la independencia de sus tierras.

Como señala el antropólogo José Bengoa, «los mapuches sabían perfectamente que iban a perder y que la mayoría de ellos moriría en esta insurrección general; sin embargo, el hecho tenía un sentido ritual histórico insoslayable. La independencia mapuche debía morir, muriendo». La sublevación de 1881 del pueblo mapuche contra el Estado chileno fue un rito simbólico, quizá desesperado, pero que tenía un fuerte correlato con el espíritu autónomo que hace siglos venían defendiendo. Este levantamiento fue una defensa de su tierra y de su nación independiente, y había que hacerlo costara lo que costara.

En 1881, luego de años de conflicto, el Ejército chileno, al mando de Gregorio Urrutia, ya estaba listo para continuar la ocupación hasta darla por finalizada. Urrutia fundó Victoria y Temuco, y comenzó un ataque que continuó con los saqueos, la destrucción de las comunidades y el robo del ganado. El intento de diálogo había fracasado completamente para la llegada del invierno, cuando las hostilidades bajaron levemente por el mal clima. Sin embargo, al pasar la estación y llegar el calor de noviembre el pueblo mapuche se levantó.

El 5 de noviembre de ese año cientos de mapuches atacaron el fuerte de Lumaco. Dos días después fue el turno de la ciudad de Imperial, hasta destruirla por completo. En la costa se levantaron contra Puerto Saavedra y Toltén. Las autoridades chilenas comenzaron a desesperarse ante este ataque que les abrió diversos frentes, así que utilizaron todos los medios para solicitar ayuda al gobierno central. Como ya existía el tren, esta ayuda no tardó, lo que fue decisivo para aplastar el levantamiento. Llegaron trenes repletos de hombres para apoyar al Ejército, y se repartieron en distintos pueblos, fuertes y ciudades donde los mapuches estaban atacando. Durante ese mes fueron abatidos y masacrados en Ñielol y luego en Temuco. Y así, en cada batalla, los mapuches perdían hombres, comida y fuerzas, provocando así la derrota que tanto veían venir. Urrutia, no satisfecho con vencerlos militarmente, los persiguió sin piedad, intentando destruir sus comunidades para reducir su territorio al mínimo.

Pascual Coña, mapuche que habitó la zona del lago Budi, relató esta feroz derrota de la siguiente manera: «Los pobres mapuches ya no poseían ni casas siquiera, se les habían reducido a ceniza todas; ellos quedaron en un estado por demás lamentable. Con eso se terminó el malón. Nosotros volvimos a nuestra patria Rauquenhue sin movernos más, quedamos en completa tranquilidad; ninguna novedad ulterior hubo. Eso sí, oímos que los chilenos de otras regiones no se cansaban de maloquear a los mapuches desgraciados».

La sublevación indígena de 1881 y la posterior ocupación de Villarrica en 1883 representó el fin de una larga lucha contra el Estado chileno. Este hecho marcó al pueblo mapuche hasta la actualidad y, a pesar de que fue un conflicto entre dos naciones distintas, es importante contarlo acá porque explica bastante bien los conflictos entre el pueblo mapuche y el Estado hasta el día de hoy. Sobre todo porque, luego de la ocupación del territorio, los mapuches se encerraron en terrenos reducidos y sus tierras fueron usurpadas violentamente: se les entregaron a colonos, se remataron, se vendieron al mejor postor. De esta repartija, el pueblo mapuche vio muy poco. Además, la mutilación de su territorio provocó que el Estado transformara a un pueblo que logró desarrollar una economía mercantil en un pueblo obligado a volver a la agricultura de subsistencia. Esto marcó el empobrecimiento de sus comunidades, y es uno de los antecedentes principales para entender no solo la pobreza, sino la defensa que muchos grupos mapuches siguen sosteniendo con respecto a la autonomía de su territorio.

“La sublevación indígena de 1881 y la posterior ocupación de Villarrica en 1883 representó el fin de una larga lucha contra el Estado chileno. Este hecho marcó al pueblo mapuche hasta la actualidad y, a pesar de que fue un conflicto entre dos naciones distintas, es importante contarlo acá porque explica bastante bien los conflictos entre el pueblo mapuche y el Estado hasta el día de hoy”.

Título: Las diez marchas que cambiaron Chile
Autora: María José Cumplido
Sello: Sudamericana
Págs.: 148
P.V.P.: $10.000

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