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Entrevistas

24 de Febrero de 2021

De Puente Alto a L.A.: Bryan Yonki, el artesano de las letras

Foto: Fernanda Requena

Su apellido real es diaguita (Choapa), pero se apoda con el pseudónimo que ocupaba en sus tiempos de grafitero. Nacido y criado en Puente Alto, aprendió el lettering de forma autodidacta y hoy se dedica a pintar letreros comerciales en Los Ángeles, Estados Unidos. Hizo maquetas de videoclips para Daddy Yankee, Miley Cyrus y Taylor Swift, y aunque son sus trabajos menos apreciados, lo posicionaron en un mercado donde las letras son valoradas. Un oficio “venido para abajo” en Santiago: “La gente no quiere pagar más de 20 lucas por un trabajo que demora más de una semana”.

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Cuando cursaba enseñanza media, en 2005, Bryan Choapa (31) empezó a grafitear bajo el pseudónimo de Bryan Yonki. “Siempre fui súper mateo, medio ñoño”, dice sobre esa época. Pero siempre le gustó la calle, Puente Alto, estar con los amigos, y esa fue su rebeldía: “Estar ahí me soltó. Ahí saqué esa actitud de que te importe menos lo que piense la gente”.

Aunque ya no grafitea –“la última vez ya ni me acuerdo cuándo fue”, dice- reconoce que esa escuela fue la base de su amor por el dibujo de letras: pensar en diseños, colores y formas nuevas. Cuando entró a la carrera de psicología en la Universidad Central -de la que sólo se licenció- esto se fue poniendo más serio: hizo murales en los dos campus que estudió y participó de un “Arte Accesible” en el Bar The Clinic.

– Estaba experimentando con herramientas caligráficas y había empezado a pintar con pincel. Y me salió esa oportunidad, donde invitaban a artistas a exponer y se hacía una subasta silenciosa. Un amigo tatuador vio esos cuadros con composiciones de lettering y me pidió un letrero para su estudio que cambié por un tatuaje. Hice como 10 letreros así antes de venirme, así muy sin saber que materiales ni qué pinceles, a lo que salga no más.

Dentro de ese “revoltijo de intereses y conocimientos”, en pleno proceso de exploración del oficio, se fue en 2013 a la ciudad donde viven las estrellas de Hollywood, siguiendo a su pareja con quien llevaba un año de relación. Se casaron allá -por facilidades de estadía- y aunque se divorciaron años después, decidió quedarse. “Acá hay una tradición de letreros hechos a mano. Está todo, todo, todo pintado”, señala.

El artesano, quien se define así y no como artista “por esa visión de oficio, de ejecutar algo que va a ser útil y que no sólo colgará en un muro”, conversó con The Clinic sobre su actividad y el transcurso de su carrera en Estados Unidos, además de reflexionar acerca del estado del arte y la cultura en Chile.

RECOLECTOR DE CONOCIMIENTOS

Con un inglés básico que adquirió de parte de su familia que es canadiense y más práctica que teoría en la disciplina del lettering, irse a Los Angeles fue una casualidad. “Si la comadre vivía en el campo o en Miami, le habría llegado igual”, confiesa. Apenas se instaló en la ciudad californiana se dio cuenta de que había casi tantos letreros impresos como los pintados a mano. Muy diferente a Santiago, donde tenía casi exclusivamente dos referentes: Juan Cadena, legendario pintor de carteles de micros amarillas, y Nicolo Montoni, quien hace letreros de hace más de seis décadas y llevó el “fileteado porteño” a la capital. Pero ni la admiración por ellos logró motivarlo a ir más allá.

¿En qué sentido?

– En cuanto a habilidades de pintura sí, pero si visitas sus talleres, por ejemplo, no están en el mejor estado. Es un oficio que está muy venido para abajo en Santiago, en el sentido valórico. La gente no quiere pagar más de 20 lucas por algo que demora más de una semana en pintar, ¿cachai? Bacán que existan estos locos y que sigan pintando, pero al mismo tiempo, yo no quería tener 60 años y seguir cobrando así. Por eso jamás me proyecté, hasta que llegué acá.

Foto: Fernanda Requena

¿Qué es lo que encontraste allá?

– Ponte tú aquí hay una escuela, como un instituto técnico con una variedad de oficios como carpintería, plomería y pintor de letreros. Es un “oficio de cuello azul”, como le dicen acá. Y eso a mí me vuela la cabeza, hay una tradición que la gente valora y que paga bien. Además, si están saliendo 30 pintores nuevos cada año, es una hueá que debe tener un mercado. Por eso me lo tomé en serio, y aunque no entré a la escuela porque no quería estudiar dos años enteros más, empecé a tomar workshops para mejorar mis habilidades con el pincel.

Además, fuiste bien autodidacta. Imagino que ya sabías muchos de los conocimientos que impartían…

– Ni tanto en verdad. Si yo hablo con un diseñador, yo le voy a hablar, por ejemplo, del “palito de la R” – se ríe Bryan. Y continúa… – No tengo conocimiento académico, pero conozco al revés y al derecho el pincel, la pintura, y como hacer para que un letrero sea estilizado y efectivo. Puras cosas aprendidas en talleres y con pintores de acá. Antes del Covid viajaba a distintas ciudades y siempre intentaba a conocer por lo menos un pintor local en sus talleres para hacer preguntas. Ando con un saco recolectando conocimientos y los voy poniendo en práctica.             

GRAFITI VS. LETTERING

Bryan cuenta que si bien se juntaba con raperos cuando salía a pintar, el no viene de la escuela del hip-hop (cultura de la que es parte el grafiti). Dice que era más outsider y no le salía el mismo flow que sus compañeros. Su imaginario venía más de logos punk, metal y hardcore. “Mis diseños salían más cuadrados, como una fuente casi. Eso me gustaba y empecé a perseguir eso, dibujar más y más letras hasta que dejé de lado el grafiti”.

¿Cuáles son las principales diferencias con el lettering? ¿Por qué “te cambiaste”?

– Tienen distintas connotaciones sociales, distintos usos, y además creo que el grafiti está teñido del ego. Es yo, yo, yo, en todo momento y eso genera que existan ciertas personalidades que me terminaron por asquear. Me encanta el grafiti como formato, pero lo odio a la vez. Por eso comencé con lettering y la caligrafía, sin saber bien lo que era todavía, pero empecé a investigarlo y siempre me gustó. Experimenté un montón.

El grafiti tampoco es muy apreciado en Santiago. Causaron harta polémica entre los vecinos de la comuna los rayados en la Alameda tras el estallido social. ¿Qué visión tienes de eso?

– Jamás le va a gustar a todo el mundo, porque está ahí para hacer daño. Entiendo el tema del rayado, en el contexto del estallido el grafiti tomó el poder que le corresponde: se unió al grito del pueblo y por eso se volvió tan masivo y los grafiteros dejaron de pintar sus nombres. Todo era dignidad o gritos de guerra y eso era bacán, que le sacaran el ego.

Foto: Fernanda Requena

Explica que el hasta hace unos años no era muy consciente de este rechazo. Años atrás, Bryan ocupaba su Instagram como “cuasi portafolio” y cuando los clientes veían -además de los letreros- muchos grafitis de tiempos pasados, perdía pegas. “Le estaba tratando de vender un letrero al mismo viejo que todas las semanas tiene que pintar su muro porque se lo rayan apenas pueden, entonces no le iba a pagar a ese mismo loco”, cuenta.

El chileno ha sabido abarcar distintos rubros con su talento. Carteles y letreros para locales comerciales en Los Ángeles (tatuajes y barberos es su mercado objetivo), gigantografías y murales en edificios para distintas marcas y también trabajó diseñando maquetas para videoclips. Se pueden ver Bryan Yonki’s originales en videos de Daddy Yankee (Dura), Miley Cyrus o Taylor Swift. “Aunque no me gusta que sean trabajos muy desechables. Lo hago porque son buenas lucas pero no me interesa meterme full en eso”.

¿Cómo pasaste los momentos más críticos de la pandemia?

 – Al principio se me paró la pega de una. El 90% de lo que trabajo es comercial, entonces cuando todo cerró y no podíamos salir, no había nada. Lo que hice ahí fue que en verdad siempre he querido tiempo libre para pintar lo que yo quiera, y dije: “este es mi momento”. Pinté una serie de letreros que decían “solo efectivo” o “gracias por su propina”, cosas genéricas, con los que logré sobrevivir los primeros dos meses vendiendo por Instagram.

Ahí tomó muy en serio esa red social como herramienta de trabajo, por dónde, dice, ahora recibe la mitad de sus pedidos. “He tenido la suerte de que mientras estoy en un trabajo, me llegan dos o tres pedidos más. Los letreros que pinto los he mandado a Australia, Europa, a donde te imagines”.

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CONTINUAR EL OFICIO

Algo que Bryan mencionó varias veces durante la entrevista, es que él es un “eslabón en la cadena”. Valora mucho a los pintores que no se rindieron ante los plotters -carteles impresos- y que inspiraron de alguna forma que él se dedicara a eso. Es por eso que ahora no puede “solamente pintar. Tengo la necesidad de hacer otras cosas”. En 2017, por ejemplo, compró los derechos de Sign Painters, un film documental sobre pintores de letras hecho en EE.UU. y lo exhibió gratis en el auditorio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.

– Siempre he tenido ganas de compartir y promover la cultura, de hacerle ver a la gente cosas que no ve. A medida que me meto en el oficio, más ganas tengo de difundir: quiero hacer un podcast, ahora tengo una mini tienda de merch relacionada a la pintura a mano. Trato siempre de ser un aporte positivo.

Foto: Enkrypt Los Angeles

¿Qué falta en Chile para que tu oficio sea más valorado?

– Responderé lo que está en mi control, porque podría dar un discurso de políticas públicas y bla bla… Falta que los mismos creadores regalemos un poco de nuestro conocimiento para que la gente se interese, lo comparta y se valore. El loco que hace bicis, muebles o yo mismo, tenemos que mostrar nuestros procesos, sin pensar en que nos van a copiar. La gente no entiende que la individualidad es lo que nos distingue. Le diría a todos los creativos de Santiago que nos dejen mirar qué está pasando dentro y que compartan sus conocimientos desinteresadamente más que sólo el producto final. Si yo no mostrara mis procesos y mostrara sólo mis letras finales, estaría coja mi práctica en este eslabón que te digo, estoy dentro de la cadena.

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