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2 de Marzo de 2021

Cuando cocinar se pone cuesta arriba: Las alternativas culinarias en pacientes con enfermedades crónicas

Hace algunas semanas causó polémica la venta de una papa cocida envasada en un supermercado, lo que en redes sociales fue clasificado como comida “para gente floja”. Sin embargo, lo que algunos desconocían, es que para personas con padecimientos crónicos, cocinar es una tarea compleja, desgastante y en muchos casos, peligrosa.

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Una tarde de verano, Francisca Vergara (35) estaba friendo papas fritas para disfrutar en familia. Sin querer metió hasta la punta de los dedos en el aceite hirviendo, pero no reaccionó hasta al cabo de unos segundos, cuando la piel quemada comenzó a arderle. Entonces, empezó a llorar. “Más que por el dolor, lloraba por no sentir mi cuerpo, no sentir que me estaba quemando, y no poder hacer algo tan básico”, recuerda Francisca, quien padece esclerosis múltiple desde los 28 años.

Antes de enfermarse, trabajó durante tres años cocinando platos preparados en un supermercado. Le encantaba cocinar, y junto a su marido soñaban con tener su propio restorán, de hecho, se mudaron a Melipilla con esa intención. Sin embargo, cuando la diagnosticaron todo cambió: “Detesto cocinar ahora, no soporto el calor en la cocina. Casi siempre lo hago sentada, y me ayuda mi hija, mi marido, o la persona que esté conmigo, porque sola me demoraría una enormidad”, cuenta.

“El calor del ambiente o el agua caliente hace que se reproduzcan los síntomas de algún brote, aunque no tengan la enfermedad activa”, explica Pablo Salinas, neurólogo del Hospital San Borja. En el caso de Francisca le reaparece el vértigo, los mareos o queda muy cansada, por lo que debe tomar largas siestas para reponerse. “Nosotros no podemos estar ni en el sol, imagínate en una cocina con el horno prendido. Es terrible”, asegura Francisca.

“Detesto cocinar ahora, no soporto el calor en la cocina. Casi siempre lo hago sentada, y me ayuda mi hija, mi marido, o la persona que esté conmigo, porque sola me demoraría una enormidad”, cuenta.

Vergara sufre espasticidad, lo que ha reducido su fuerza y ha generado que tenga poca sensibilidad en el lado derecho. Para ella abrir latas, pelar verduras o sofreir no sólo es complejo, sino también peligroso. “Cocinar no es lo mismo que para una persona normal, no es la misma rapidez. Nosotros tenemos que hacerlo con calma porque sabemos que en cualquier momento el cuchillo se te pasa de donde tenía que ir o la mano no te responde”, explica.

La paciente y su familia han ideado diferentes métodos para lidiar con la comida diaria. Su principal apoyo, es su suegra, quien cocina grandes porciones, para llevarles almuerzo al menos tres veces a la semana, la que muchas veces congelan para otros días. Otras veces, cocina a medias con su hija de 16 años, y también optan por el delivery. 

“GENTE FLOJA”

Hace algunas semanas una usuaria de Twitter, viralizó la foto de una papa cocida y pelada, que estaba envasada. En ese tuit los usuarios criticaron el uso de plásticos y que se tratara de un producto para “gente floja”. Por otro lado, salieron al debate personas que defienden su uso por razones médicas.

La terapeuta ocupacional de la Clínica Universidad de los Andes, Fabiola Villalobos, explica que este fenómeno se debe a que: “Hay una visión más parcializada de lo que es una discapacidad en general. Cuando uno piensa en discapacidad, piensa en una persona que no puede moverse o que no puede desplazarse, pero actividades básicas como vestirse, comer, cocinar, o asearse, también se ven súper limitadas”.  

Para María José Soto-Aguilar (34) este tipo de preparaciones son claves en su dieta, ya que desde los 12 años tiene fibromialgia, una patología crónica que produce dolor en los músculos de todo el cuerpo. “Tomar un cuchillo y cortar la comida para cocinarla, hay días en que es un trauma”, explica Soto-Aguilar desde Roma, donde vive hace casi dos años. Allá, mejoró su calidad de vida en cuanto a su enfermedad, ya que según cuenta estos platos comenzaron a existir sólo hace algunos años en Chile, antes “tenía que pedir comida a domicilio cuando estaba con peak de dolor y no era capaz de prepararme algo de comer”.

También, aprovechaba los días sin tanto dolor para cocinar y congelar lo restante, aunque advierte que su freezer era pequeño, por lo que no le cabían más de dos porciones. “Si yo hubiese podido salir a comprar comida congelada a la esquina, y llegar y echarlo a la olla, me hubiese facilitado mucho las cosas”, dice respecto a la poca oferta que existe en este tipo de alimentos. Por lo mismo, cuando vio los comentarios de este tweet, sintió que de alguna u otra forma la atacaban.

SIN ALTERNATIVAS

Jennifer Acevedo (36) nació con hemiparesia, una parálisis parcial que afecta toda su lado izquierdo. Además, desde los 14 padece lupus eritematoso sistémico y otras enfermedades asociadas como fibrosis pulmonar y nefropatía. Tiene un hijo de dos años y ahora, vive con su mamá, pero ha vivido sola gran parte de su vida. “Cuando estoy en otra parte, tengo que ingeniármelas sola, no voy a estar pidiéndole ayuda a todos”, señala.

Según la terapeuta de la Clínica Universidad de Los Andes, el que las personas con discapacidad desarrollen su independencia depende de las posibilidades que les entregue el ambiente. “Si manualmente no se puede trozar, cortar o manipular en la cocina, el que unas papas vengan listas y yo las pueda integrar en una comida, me da una opción de autonomía. Si me desplazo por un lugar y no existen barreras arquitectónicas o no me miran extraño porque tengo otra forma de comunicarse, también implica autonomía”, ejemplifica.

Acevedo ha perdido la sensibilidad en algunas partes del cuerpo y suele tener las manos entumecidas, debido al síndrome de Raynaud, por lo que no se da cuenta de lo caliente que están los implementos, o incluso cuando le salta aceite. De hecho, suele quemarse, pero no se percata hasta que ve las heridas días después. “De repente me cuesta pelar el tomate, o llevar una olla pesada que tiene agua, ahí tengo que tener cuidado porque pierdo la movilidad y se me cae”, explica y agrega que debe ser precavida de no tropezarse con sus mismos pies. 

En los días que el dolor le impide levantarse de la cama le pide ayuda a su mamá, aunque: se esfuerza por hacerlo ella “porque si me quedo quieta igual es peor, porque más se atrofian las piernas o las manos”, dice.

Para casos como estos, es que los expertos defienden el uso de este tipo de productos. “Los alimentos preparados pueden ser muy útiles para una persona que tiene discapacidad, porque entregan un rango o espacio de autonomía, al darle la posibilidad de participar de la preparación, más que comprar la comida lista”, concluye Villalobos.

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