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Reportajes

26 de Marzo de 2021

Hugo Gaggero, el arquitecto incansable que busca rescatar la memoria del GAM

Hugo Gaggero hoy, en su departamento. Gentileza de Hugo Gaggero.

Con casi 93 años y más de seis décadas dedicadas a su profesión, Hugo Gaggero acaba de escribir un libro sobre el icónico edificio que diseñó junto a otros cuatro colegas y que considera que hoy no cumple los objetivos para el cual fue construido. “Soy el único que puede contar la verdad del UNCTAD III”, advierte.

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Antes de acceder a participar en este reportaje, Hugo Gaggero precisa: “Tendremos que encontrar un momento libre en mi agenda, estoy trabajando mucho”. Tras algunos minutos de indecisión -“lunes no puedo, martes tampoco…”- fija un día y una hora exactos: “Veámonos el viernes que viene a las 11:00 de la mañana sin falta”. 

Una agenda llena de compromisos no debiera generar sorpresa. Pero Hugo está ad portas de cumplir 93 años. 

Tiene un largo y rico recorrido personal y profesional. Dos hijos, siete nietos y tres bisnietos. Fue profesor de Arquitectura en la Pontificia Universidad Católica durante más de diez años. Formó a cientos de estudiantes. Realizó decenas de charlas en universidades. Trabajó en proyectos para Chile, Brasil, Ecuador y Argentina. Participó en 21 concursos de arquitectura y obtuvo 11 primeros premios, seis segundos, un tercero y tres menciones. Se dedica a la arquitectura desde hace más de seis décadas. 

Viernes, 11:00 de la mañana. En su departamento en Providencia. 

–¿En qué está trabajando? 

–Mira, yo a las 8:00 de la mañana ya estoy haciendo cosas y dejo de hacerlas a las 20:00 de la noche. Ahora estoy trabajando en un anteproyecto para una casa de una abogada que quiere achicarla de 500 m2 a 300 m2; también estoy haciendo una casa de un amigo que es del año 1960, una fortaleza fea de 300 m2… La voy a arreglar entera, tratar de hacer algo con esa monstruosidad. Acabo de terminar una casa en Santo Domingo y la ampliación de otra. Además, siempre estoy redactando cosas, unos artículos que les envío a mis amigos sobre temas variados. Y terminé recién de escribir este libro. 

Hugo pone sobre la mesa una carpeta verde, con más de 100 hojas impresas adentro. El título: “Del idilio a la destrucción”. 

“Se trata de la historia del edificio UNCTAD III. Desde que se hizo; cómo se nombró a Chile sede de la Tercera Conferencia Mundial de Desarrollo y Comercio de las Naciones Unidas; cómo se desarrolló el proyecto; cuando se incendió el edificio; cómo se hizo el nuevo edificio y sigue, sigue, sigue. Se llama así porque lo destruyeron entero”, explica.  

–¿No le gusta el edificio actual, el GAM?

No.

***

Este 2021 se cumplen 50 años desde que se inició la construcción del UNCTAD III, un edificio con tantos nombres como historia: espacio de la conferencia de la ONU; Edificio Diego Portales, sede central de la Junta de Gobierno durante la dictadura militar; hoy finalmente conocido como Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) tras su remodelación después de que un incendio destruyera prácticamente todo el edificio en 2006. 

El edificio original. Cortesía de Hugo Gaggero.

Y Hugo, quien ganó el diploma de honor del Colegio de Arquitectos de Chile en 1972 por la creación del edificio, se siente responsable de contar su trayectoria.  

“Yo soy el único que puede contar la verdad del UNCTAD III. Los otros cuatro arquitectos que lo diseñaron conmigo ya están muertos: José Covacevic, Juan Echeñique, Sergio González y José Medina”, afirma. 

–¿Y Miguel Lawner? 

No, Miguel está vivo, tenemos la misma edad, somos amigos, pero él no era arquitecto del edificio. Él nos llamó a nosotros, manejó las platas, las empresas constructoras, era el apoyo que teníamos desde la Corporación de Mejoramiento Urbano (Cormu, de la cual Lawner fue director ejecutivo), que era una gran institución. 

–Algunos dicen que él es el arquitecto del GAM… 

Sí, eso ha salido hasta en los diarios. Se han equivocado por todos lados: Miguel no dice ser el arquitecto del GAM. No lo ha dicho nunca.

El edificio original – Cortesía de Hugo Gaggero.

–Es decir, están todos equivocados.

Claro. Pero Miguel nos ayudó mucho a nosotros. Porque para poder hacer ese edificio en sólo 275 días, necesitábamos tener libertad total para trabajar. Incluso teníamos patentes especiales en el auto: yo lo agarraba para hacer gestiones y lo dejaba en cualquier parte. Si no había estacionamiento, lo dejaba en la calle y no podían pasarme un parte. 

“Yo soy el único que puede contar la verdad del UNCTAD III. Los otros cuatro arquitectos que lo diseñaron conmigo ya están muertos: José Covacevic, Juan Echeñique, Sergio González y José Medina”, afirma.

Hugo describe un ritmo frenético de trabajo en aquella época. El equipo de arquitectos empezaba sus labores a las ocho de la mañana y terminaba pasado las 00:00. Las obras no paraban nunca: de día, de tarde, de noche, de madrugada un gran grupo de constructores trabajaban. Todo para alcanzar el objetivo de tener el edificio listo para el evento de Naciones Unidas, al cual acudirían 3.000 delegados de más de 140 países.

Incluso, Hugo comenta que uno de sus compañeros, Medina, tuvo que viajar hasta la sede de la ONU en EE.UU. a apurar el arquitecto de la organización para que les entregara el programa de trabajo de la conferencia y poder saber el detalle de cuántas salas necesitaría el edificio, para cuántas personas y qué debían tener los salones. 

La cuenta regresiva era extenuante: “En las noches detectábamos los problemas, en las mañanas temprano hacíamos los planos en hoja oficio, sacábamos copias con todos los detalles constructivos. Hasta teníamos a un constructor civil joven, a quien le decíamos ‘el espía’, que iba a ver por nosotros los problemas de las obras durante el día”. 

Uno de los planos del edificio, realizado por José Medina. Cortesía de Hugo Gaggero.

“Mientras tanto, además de diseñar el proyecto y dirigir obras, yo iba recolectando todo lo que salía en la prensa de la época sobre el edificio: las fotografías, las entrevistas, las noticias, las revistas. Junté eso, todos los planos y los entregué a la Biblioteca Nacional. Sabía que se trataba de un edificio histórico y único en Chile, ya que no sólo fue realizado en un tiempo récord, sino que también fue hecho sin haber un llamado a concurso público”, relata.   

***

Hacer un edificio histórico para Chile nunca había sido un sueño para Hugo. No era algo que se le hubiera pasado por la cabeza. En realidad, tampoco le había pasado por la cabeza estudiar Arquitectura. 

Nacido en Valparaíso, Hugo tiene un origen humilde. Con su hermano fueron los primeros profesionales de su familia. En su casa no tenían libros, ni juguetes. Pero sí lápices. Y a Hugo siempre le gustó dibujar. 

Llegó a la casa de su tío, Camilo Dicola, en Santiago, convencido de que iría estudiar Medicina en la UC.  

¿Qué vas a estudiar?- le preguntó el tío.

Medicina, tío. Ya le dije. 

Estás completamente loco. Tienes que estudiar lo que sabes hacer. Y lo que te veo haciendo todo el tiempo es dibujar. 

Sólo entonces Hugo pensó en ingresar a Arquitectura. Pero en más de una ocasión dudó si seguir o no con la carrera. Principalmente cuando conoció a Padre Hurtado. 

Hugo Gaggero leyendo un extracto de su nuevo libro.

“Él fue mi profesor de Teología y nos tenía a todos fascinados. Llegué a pensar en ser cura en más de una ocasión. Pero debo admitir que con Padre Hurtado nunca supe qué era la teología, porque él nunca habló de eso. Siempre habló de los pobres. Decía que la misión de los arquitectos en el mundo de la época era proteger a los pobres de los ricos. Lo decía de una forma tan encantadora, que al final me convencí de eso”, recuerda.       

***

Hoy Hugo dice a menudo que quiere “parar la arquitectura”. Todo porque quiere escribir. “Pero yo no soy muy bueno para escribir”, se lamenta riéndose. Y cuando se le pregunta si es posible parar de hacer arquitectura, a lo que se ha dedicado durante décadas, dice que no. “Es que me gusta mucho”, se vuelve a reír, esta vez a carcajadas. 

La cuenta regresiva era extenuante: “En las noches detectábamos los problemas, en las mañanas temprano hacíamos los planos en hoja oficio, sacábamos copias con todos los detalles constructivos. Hasta teníamos a un constructor civil joven, a quien le decíamos ‘el espía’, que iba a ver por nosotros los problemas de las obras durante el día”.

“Del idilio a la destrucción” no es su primer libro. Hace seis años escribió otro, titulado “Gaggero”, donde contaba sus principales trabajos como arquitecto. En aquella ocasión, financió la obra desde su bolsillo y repartió ejemplares de forma gratuita en todas las facultades de Arquitectura de Chile, en todas las bibliotecas públicas y en las cárceles. 

Ahora es probable que no tenga que asumir con los gastos de su nuevo texto. Hugo comenta que la UC de Santiago está muy interesada en su trabajo. “Pero, si te soy sincero, no creo que lo vayan a publicar. Es muy polémico”, señala, adelantando que en el libro realiza muchas críticas al GAM.

–¿Cuáles son sus principales argumentos? 

El rol del GAM era ser un edificio para la cultura de todos, fundamentalmente del pueblo. La idea era que si no llevamos la cultura a la gente que no la tiene porque no le han dado acceso, éste nunca va a ser un país desarrollado. Allende lo pensó muy bien, lo dijo: ‘Este va a ser un centro cultural para todos los chilenos’. El GAM debiera ser eso, pero el edificio no lo acompaña. 

El edificio original. Cortesía de Hugo Gaggero.

–¿En qué sentido?

El GAM tiene muchas actividades buenas, pero no hay dónde hacerlas. Hay dos salas inclinadas que se usan, pero están siempre cerradas; arriba hay una pequeña biblioteca; hay un par de salas que yo mismo he intentado entrar y no me han dejado… Si cumpliera su función, uno podría entrar donde quisiera.  

Hugo recuerda que, tras la conferencia de la ONU, el edificio “anduvo a toda máquina durante un año. Todas las salas se las peleaban. Había salas para 100 personas, otra para 500, la plenaria para 1.000. Todas estaban funcionando. En todos los patios había gente que bailaba, que hacía mimo, que recitaba poesías. Hoy no pasa prácticamente nada en ese edificio. Eso se debe a que las bases del concurso para su reforma tras el incendio eran malas, malísimas”.  

-Pero en el GAM vemos muchas actividades. Obras de teatro accesibles, ferias de libros gratuitas, exposiciones… Antes de la pandemia, jóvenes bailaban en los alrededores del edificio, utilizando esos espacios.

Aun así, no es suficiente. 

–¿Qué le gustaría que pasara en ese espacio? 

Me gustaría que todo estuviera lleno, siempre. ¿Conoces el Pompidou en París? Me gustaría que fuera así. Cuando el UNCTAD III quedó listo, con Medina estuvimos varios meses haciendo estudios del uso futuro del edificio. Nos reunimos con gente de todos lados. Sugerimos modificaciones esquemáticas para el futuro que están aquí (apunta a su nuevo libro) para que el edificio funcionara. 

Gaggero y Medina pensaron en locales comerciales como complemento a un comedor popular, formando una suerte de “supermercado de la cultura”, donde se ubicarían librerías, discoteca, venta de ediciones y audiciones didácticas, arte serializado, grabados, reproducciones, posters, artesanías, etc. Todo esto pensado como ventas directas a bajo costo. 

“(…)Pero debo admitir que con Padre Hurtado nunca supe qué era la teología, porque él nunca habló de eso. Siempre habló de los pobres. Decía que la misión de los arquitectos en el mundo de la época era proteger a los pobres de los ricos”.

Ahora, en su nuevo libro, el arquitecto incluye una serie de ideas que le gustarían que el GAM implementara. Dice que todavía son un secreto, pero se decide a adelantar una: “Que todos los artistas vivos cuyas obras estaban en el UNCTAD III y ya no están, las hagan de nuevo”. 

Los cinco arquitectos encargados del UNCTAD III. De izquierda a derecha – Gaggero, Echenique, Medina, Covacevic y González. Cortesía de Hugo Gaggero.

Cuenta que eso se lo dijo también a Felipe Mella, director del GAM: que cree urgente conseguir financiamiento para realizar esas obras, “porque los militares se robaron parte de ellas y las otras tienen que haberlas destruidas, porque no las entendieron”. Excepto por el mural de José Venturelli. “Su obra es tan magnífica que les fascinó hasta a los militares, que no la destruyeron. Seguramente no sabían que él era comunista”, comenta en tono de burla. 

“(…) la otra vez fui a la Universidad Católica y le dije a un montón de profesores: mientras ustedes no salgan a la calle, la escuela va a ser la misma, parejita, todos iguales… No podemos seguir haciendo arquitectura sin conocer la realidad chilena”.

***

Hugo sabe que la historia del Centro Cultural seguirá marcada por los percances de la política chilena. Hoy, por ejemplo, la fachada del edificio está repleta de consignas sociales y se ha convertido en una suerte de museo a cielo abierto desde que comenzó el estallido del 18 de octubre de 2019.

Respecto de los tiempos que vienen, el arquitecto afirma estar muy contento por la Nueva Constitución. “Voy a ir a las elecciones pase lo que pase. Estoy muy viejo, de lo contrario me hubiese metido a ser uno de los constituyentes”, comenta seriamente. 

–¿Qué aspectos consideras claves para nuestra sociedad hoy? 

Creo que es necesaria más libertad. Que la juventud tenga más libertad y más acceso a posibilidades. El gobierno siempre hace las cosas cuando hay un estallido y lo pilla a nivel de calle. Hay que adelantarse. 

–¿Y en términos de arquitectura?

Uff, hay mucho que hacer. Por ejemplo, la otra vez fui a la Universidad Católica y le dije a un montón de profesores: mientras ustedes no salgan a la calle, la escuela va a ser la misma, parejita, todos iguales… No podemos seguir haciendo arquitectura sin conocer la realidad chilena. Las universidades tienen que salir más, sentir a la gente. Como lo que hizo Alberto Cruz en Valparaíso. 

“El GAM tiene muchas actividades buenas, pero no hay dónde hacerlas. Hay dos salas inclinadas que se usan, pero están siempre cerradas; arriba hay una pequeña biblioteca; hay un par de salas que yo mismo he intentado entrar y no me han dejado… Si cumpliera su función, uno podría entrar donde quisiera”. 

–¿Qué arquitectos chilenos le gustan hoy?  

Hay algunos. En su mayoría mujeres… Cazú Zegers, Antonia Lehmann, Ana Luisa Devés, Cecilia Puga. Son excelentes, pero ni siempre se les reconoce eso. Creo que es porque este país es extremadamente machista. Eso tiene que cambiar. 

Ese es un discurso que Hugo, reconoce, aprendió de su esposa, Margarita Pisano, activista del movimiento feminista durante la dictadura junto a Julieta Kirkwood. Aunque al momento de su fallecimiento, en 2015, los dos ya estaban separados, él dice que ella le inculcó la indignación hacia la desigualdad entre hombres y mujeres. 

El primer libro de Hugo, dedicado a su trayectoria profesional.

“Me gustaría empezar a vivir desde ahora para usar todo lo que aprendí, toda la experiencia que tengo”, dice el arquitecto. Añade que tiene prisa, que quiere leer, que debe escribir, que tiene que seguir diseñando los proyectos que le encargaron, que quiere continuar dando charlas.  

–¿Usted no se cansa nunca?

No puedo. Estoy jugando los descuentos.

Ahora, en su nuevo libro, el arquitecto incluye una serie de ideas que le gustarían que el GAM implementara. Dice que todavía son un secreto, pero se decide a adelantar una: “Que todos los artistas vivos cuyas obras estaban en el UNCTAD III y ya no están, las hagan de nuevo”.

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