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7 de Abril de 2021

Novela romántica y feminismo: el sentimiento en disputa

Película Orgullo y prejuicio. Foto: Captura de pantalla de Youtube

Que la novela romántica deje de ser la hija bastarda de la literatura escrita por y para mujeres, la habitación de los trastos, antes que el cuarto propio del que hablara Virginia Woolf, es el gran desafío que deben sortear hoy sus cultores.

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El año pasado se produjo un remezón en la escena literaria local. Bastó un tuit, que fue contestado por otro, para que se destapara un caldero que llevaba tiempo en ebullición: fondo y forma, la novela o la autora como protagonista, el mercado, las estrategias capitalistas, el patriarcado. Del intercambio, doloroso para las partes involucradas, surgieron una serie de textos sobre tantos temas como escritoras dispuestas a participar de la contienda. Sin duda, un parteaguas en que se tomaron posturas o se cayó en la cuenta de que había que tomarlas. La academia, la crítica, las nuevas tribus, las AUCH, las que se salieron de AUCH, las que nunca estuvieron ni en AUCH ni en la academia, todas unidas unos meses antes durante el 8M en Plaza de la Dignidad, moviéndose al compás de LASTESIS, registrando la contundente presencia, festivas afuera del GAM. Ahí, o desde ahí, el mundo se volvía paisaje homogéneo, alienado bajo la fusta implacable del machismo. En torno a la plaza, por el contrario, había espacio para la macro lucha -el piso mínimo, los derechos básicos-, pero también para los bordes más difusos, aquellos que siguen en conflicto con la causa feminista por haber estado supeditado históricamente al patriarcado. 

Como la novela romántica, la hija bastarda de la literatura creada por y para mujeres. Confieso que no había reflexionado con mayor profundidad al respecto hasta que escribí mi propia versión del género. Los cuestionamientos no tardaron. ¿Por qué tributar una literatura que reafirma un modelo de sociedad que subyuga a la mujer? ¡Con los tiempos que corren! Mi propia hermana, amante de las policiales escandinavas, al verse obligada a leer mi incursión rosa, me sugirió que el personaje masculino al final fuera sicópata. Una opción válida, pero entonces ya no se trataría de una novela romántica como tampoco sería una de detectives si no se encuentra al asesino. 

Como la novela romántica, la hija bastarda de la literatura creada por y para mujeres. Confieso que no había reflexionado con mayor profundidad al respecto hasta que escribí mi propia versión del género. Los cuestionamientos no tardaron. ¿Por qué tributar una literatura que reafirma un modelo de sociedad que subyuga a la mujer? ¡Con los tiempos que corren!

El desprecio, ciertamente, no es gratuito: ¿Quién entendería hoy como parte del cortejo a una violación? Nadie, al menos nadie que se considere feminista. Sin embargo, la reivindicación de los derechos de la mujer es una casa con múltiples accesos. Unos más vistosos que otros. Recordemos el hito que marcó en Estados Unidos el movimiento de denuncia contra la violencia sexual Me Too (Yo también), mientras su homólogo francés, Balance Ton Porc (Controla a tu cerdo), era denostado por personajes de la cultura como Catherine Millet o Catherine Deneuve al castigar  hombres “que lo único que hicieron mal fue intentar robarse un beso o enviar mensajes con connotaciones sexuales a una mujer que no correspondía esos sentimientos”. 

Resulta insultante la total desconexión con la realidad que encierra dicha queja, de una trivialidad apabullante que contrasta con la batalla vital que dan las mujeres cada día en las calles y en sus hogares. “Máteme ese mal recuerdo de ese amargo amor” fue la frase que viralizó en las redes sociales una mujer mexicana a la que se le estaba tomando la temperatura en campaña contra el Covid. Curiosamente, iba vestida de violeta, el color por excelencia del feminismo y símbolo de denuncia contra el femicidio del movimiento Ni Una Menos. 

El mal amor, el cariño malo, la violación descrita como seducción forzada, los golpes como escarmiento a la histeria, a la volatividad del alma femenina. Misoginia pura que ha permeado a la literatura por siglos y que no ha sido fácil de erradicar. Dentro de ese contecto, no resulta extraño que Julio Cortázar, basándose en la dicotomía patriarcal  activo-pasivo haya teorizado acerca de la lectura  recurriendo a los paradigmas de “lector macho” y “lector hembra”. Su gran amiga, Cristina Peri Rossi, en cambio, en su novela “La nave de los locos” presenta a quien lee como un espectador del acto creativo, habitando una misma cosmogonía. El material que utiliza es “El tapiz de la creación”, obra medieval que se encuentra en la catedral de Girona y sobre la cual opera como una artesana en cuyo tejido los framentos finalmente encanjan en un todo coherente. De este modo, rehuye las categorizaciones fáciles al transformar el acto de tejer, propio del espacio doméstico, en un acto creador de realidades, fundacional. 

Resignificar el espacio privado ha sido una de las grandes batallas que se han librado en terreno  sentimental. Desde sus inicios en siglo XIX , la novela tal como la entendemos hoy fue considerada un arte menor consumido mayoritariamente por mujeres, a quienes se las veía como seres dotados de gran imaginación, de limitada capacidad intelectual, frívolos y emocionales. Mientras los periódicos, que informaban sobre los acontecimientos públicos, constituían una reserva masculina, las novelas se transformaron en una amenaza para el marido y la familia, ya que podía fomentar ilusiones románticas poco razonables y promover un erótismo que hacían  peligrar la castidad y el orden en el hogar. De este modo, la imagen de buena dueña de casa era incompatible con la lectura, salvo aquella destinada a salvaguadar la costumbre, como la Biblia o La vidas de los santos

Desde sus inicios en siglo XIX , la novela tal como la entendemos hoy fue considerada un arte menor consumido mayoritariamente por mujeres, a quienes se las veía como seres dotados de gran imaginación, de limitada capacidad intelectual, frívolos y emocionales.

Sin embargo, a fines del siglo y comienzos del siguiente, escritoras como Jane Austen y las hermanas Brontë ajustaron cuentas con la literatura de su tiempo lúcida y lúdicamente, al ultilizar el mismo formato que recluía a la mujer en el ámbito privado, para instruirlas y liberarlas. Al hacer la resistencia dentro del sisteman le siguieron otras estrategias, como la del camuflaje. En los años setenta, por ejemplo, la novela rosa sirvió para que las mujeres aprendieran sobre anticoncepción y su propio placer sexual. 

Película Cumbres Borrascosas (1992), basada en la novela homónima de Emily Brönte. Foto: Captura de pantalla de Youtube

Hace poco, Isabel Allende se refería al feminismo, del que le consultaban al ser una best seller romántica. Imagino que la pregunta la habrá sorprendido, ya que siempre se ha definido como feminista. Quizá por lo mismo envió un mensaje claro: discriminar es un lujo que el feminismo no se puede dar. Coincido, más aún con un formato congregante, masivo, que lidera los ránkins de ventas y cuenta con seguidoras fieles, voraces, que leen cientos de libros al año y conocen mejor que nadie los catálogos editoriales. 

Que la novela romántica deje de ser la hija bastarda de la literatura escrita por y para mujeres, la habitación de los trastos, antes que el cuarto propio del que hablara Virginia Woolf, es el gran desafío que deben sortear hoy sus cultores. 

Al hacer la resistencia dentro del sisteman le siguieron otras estrategias, como la del camuflaje. En los años setenta, por ejemplo, la novela rosa sirvió para que las mujeres aprendieran sobre anticoncepción y su propio placer sexual. 

Ciertamente, ya no responde a lugares comunes como aquellos a los que recurre Hillary Clinton cuando señala que “la industria de la literatura romántica se basa en coger a una mujer de los pelos, subirla a un caballo y cabalgar hacia el horizonte”. Ya nadie considera la violación como parte del cortejo y las “novelas de artimaña y confección”, como las calificaba George Elliot y que leían con fruición las heroínas de Jane Austen, hoy son releídas, también con fruición, pero desde un lugar donde la mera anécdota se transforma en bisagra de una revuelta mayor. 

Aunque se siguen abordando temas asociados al ámbito doméstico que se riñen con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres como la dicotomía entre realización personal y perpetuación de la especie, las novelas románticas actualmente se construyen desde otra perspectiva, pese a que se mantenga el modelo base; esto es, que la novela termine bien y que los protagonistas sean felices para siempre. 

Sin duda, falta mucho que recorrer. Todavía la literatura romántica homosexual o lesbiana, por ejemplo, son compartimentadas como homosexual o lesbiana antes que como románticas, pero el arte es político, por ende el género sentimental, que se gestó como resistencia al orden establecido, no puede quedar al margen. No en un momento en que se están deconstruyendo mandatos. Siempre se escribirán historias de amor; el desafío, me parece, es de qué tipo de amor vamos a dar cuenta de ahora en adelante. 

Aunque se siguen abordando temas asociados al ámbito doméstico que se riñen con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres como la dicotomía entre realización personal y perpetuación de la especie, las novelas románticas actualmente se construyen desde otra perspectiva, pese a que se mantenga el modelo base; esto es, que la novela termine bien y que los protagonistas sean felices para siempre. 

*Periodista, licenciada en Estética y magíster en Literatura. Autora de “El milagro”.

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