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Opinión

9 de Abril de 2021

Columna de Álvaro Bisama: Días extraños

El 2020 parece no irse jamás y el 2021 es un upgrade tan idéntico como atroz. Las elecciones postergadas parecen que no van a suceder nunca, toda candidatura parece eterna, los monstruos llaman a otros monstruos. Pero también todo horizonte es una paradoja.

Álvaro Bisama
Álvaro Bisama
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Como si no bastara con su obsesión por salir todo el tiempo en las noticias, Sebastián Piñera citó hace poco una frase de “The Dark Knight”, la segunda de las cintas de Batman de Christopher Nolan. “Nunca olvidemos que nunca la noche está más oscura que justo antes de amanecer”, dijo. El fanservice fue reconocido ipso facto. Piñera quería sonar como Churchill, pero en realidad la cita pertenecía a Harvey Dent, un hombre probo convertido en un villano de cómic llamado Dos Caras. Y si bien es cierto que resulta inquietante el origen de la frase, es más perturbador que sea el presidente de Chile quien mencione a un psicópata desfigurado para llevarle algo de consuelo a los ciudadanos. 

Mientras, el país parece llenarse de niños y niñas muertos, todos perdidos en medio del paisaje, baleados al azar, encontrados en zanjas, asesinados por familiares o cercanos. Los detalles se convierten en carne de matinal, alimentan las teorías conspirativas de videntes y tarotistas y expertos forenses y abogados y animadores televisivos. Es otra colección más de horrores pues en este retorno de la crónica roja también es posible ver la distancia que hay entre las imágenes de todos esos niños y niñas muertos y las de los candidatos y las candidatas a constituyentes, concejales, alcaldes y gobernadores. Eso puede ser el 2021: los rostros que ya no tendrán un futuro contra los rostros que sólo se dedican a especular con uno.

Hoy, la sensación de que todo parece un matinal es ridícula pero cierta. En la peor crisis de la pandemia, las conferencias de prensa del ministro Enrique Paris adquieren tintes inverosímiles: acusaciones de fake news, saludos a comediantes televisivos; y cameos de piedra como la presencia de Piñera un sábado en la mañana. Pero no son sólo ellos. Mientras el número de contagiados diarios se vuelve una catástrofe, cuesta saber si las pantallas cuadriculadas, todas llenas de diputados, senadores, ministros y alcaldes, corresponden a un programa o una sesión en el Congreso. 

“Es otra colección más de horrores pues en este retorno de la crónica roja también es posible ver la distancia que hay entre las imágenes de todos esos niños y niñas muertos y las de los candidatos y las candidatas a constituyentes, concejales, alcaldes y gobernadores. Eso puede ser el 2021: los rostros que ya no tendrán un futuro contra los rostros que sólo se dedican a especular con uno”.

Lo mismo sucede con la franja electoral, pero ahí la confusión es aún más dramática. La escasez del tiempo otorgado a los candidatos y candidatas descarga de sentido a una buena parte de las ideas expuestas, que parecen consignas apenas apoyadas en las imágenes de los aspirantes a ser elegidos para la Convención Constitucional. Lo que hay: un bombardeo de rostros y siluetas recortados sobre paisajes chilenos o fondos de Zoom, de ciudadanos tratando de decir todo sobre sí mismos con el mínimo de tiempo, todos convertidos en suspiros, frases cortadas o gritos; a veces el rictus de exclamación, en ocasiones una sonrisa breve. Ahí, la precariedad es sinónimo de urgencia. Mal que mal, esas fracciones de segundos televisivos son un retrato fugaz pero vivo; al lado de lo zombis que parecen las campañas de los partidos políticos, hechas de publicidad calculada, luz perfecta, confeccionadas con focus group en mano y con cameos impresentables de los presidenciables como un sello más bien penoso de marketing electoral. 

Así, el 2020 parece no irse jamás y el 2021 es un upgrade tan idéntico como atroz. Las elecciones postergadas parecen que no van a suceder nunca, toda candidatura parece eterna, los monstruos llaman a otros monstruos. Pero también todo horizonte es una paradoja. El calendario de vacunación es lo único que parece marcar el paso del tiempo con alguna benevolencia, es lo único que parece diluir el miedo, espantar un poco el horror, acompañar la pena y ayudar a soportar las ausencias. 

Nada parece terminar de modo alguno. Ahora mismo la policía cuida el pedestal de una estatua ausente en Plaza Italia o Dignidad, a una cuadra donde se ubican las animitas de los muertos de la revuelta. Ahí, gracias a agentes y patrullas apostados al lado de una reja metálica que rodea un plinto vacío, el gobierno perpetra su propia versión de lo que debe ser el arte contemporáneo. Quizás sí hay un cambio ahí. Si el año pasado buscábamos las señales del presente en la literatura de ciencia ficción, en las escrituras del virus y del contagio; lo único que tenemos ahora son versiones agrietadas, crueles, cómicas y chilenas del realismo mágico. 

“Nada parece terminar de modo alguno. Ahora mismo la policía cuida el pedestal de una estatua ausente en Plaza Italia o Dignidad, a una cuadra donde se ubican las animitas de los muertos de la revuelta. Ahí, gracias a agentes y patrullas apostados al lado de una reja metálica que rodea un plinto vacío, el gobierno perpetra su propia versión de lo que debe ser el arte contemporáneo”.

No es raro. En estos días dolorosos, “La Segunda Venida”, el poema de W.B. Yeats se materializa insomne, merodea en redes sociales, habita en viejas y nuevas series de tevé, en el éter. Es de 1919. Yeats lo escribió mientras su mundo, como el nuestro, parecía cambiar o deshacerse. “Girando y girando en el creciente círculo/ El halcón no puede oír al halconero;/ Todo se deshace; el centro no puede sostenerse; / Mera anarquía es desatada sobre el mundo, /La oscurecida marea de sangre es desatada, y en todas partes /La ceremonia de la inocencia es ahogada;/ Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores/ Están llenos de apasionada intensidad”, dice.

*Alvaro Bisama es escritor.

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