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Opinión

15 de Abril de 2021

Columna de Stephanie Alenda: ¿Qué queda de los partidos?, una reflexión a partir del caso de Pamela Jiles

El hecho de que los partidos, y no la ciudadanía, definan en gran medida las condiciones de la competencia electoral vuelve asimismo poco probable la consolidación de Pamela Jiles como carta presidencial.

Stephanie Alenda
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La consolidación de Pamela Jiles a la cabeza de las preferencias presidenciales, amparada en la legitimidad de ser la voz de los sin voz por encima de cualquier estructura partidaria, coincidió con la noticia de la depuración de los padrones de afiliados de parte del Servel tras la promulgación de la ley de limpieza de “militantes zombies”. Ante la caída general del número de afiliados, uno podría preguntarse si el arrastre de este tipo de liderazgo “populista” es síntoma de una crisis terminal de los partidos.

La situación de los partidos en Chile es paradojal. Si bien no tuvieron ningún protagonismo en la conducción del Octubre chileno a pesar de la sintonía de la izquierda con las protestas, no por ello se devaluaron como formas de organización para defender intereses y objetivos compartidos. Pasaron a ser 30 en febrero de 2021, entre los constituidos y en formación. Este ejemplo es ilustrativo de que pese a su ilegitimidad social, siguen desempeñando un rol institucional central. Por un lado, perdieron la capacidad de integrar sociopolíticamente a quienes habían sido sus bases sociales tradicionales tras un relajamiento de sus vínculos con la sociedad civil. Pero por otro lado, han reforzado su función electoral y monopolio sobre la selección de candidatos. Aun cuando en un afán de ampliar la participación opten por abrir las elecciones a sus simpatizantes, son los partidos quienes designan a sus candidatos a las primarias. Se puede mantener una distancia prudente con ellos (caso de Joaquín Lavín con la UDI) pero no se lograría llegar a la presidencia sin el apoyo de sus estructuras. El hecho de que los partidos, y no la ciudadanía, definan en gran medida las condiciones de la competencia electoral vuelve asimismo poco probable la consolidación de Pamela Jiles como carta presidencial.

Más allá de este caso puntual, la depuración de los padrones puso en evidencia tendencias de fondo de la estructura organizacional y penetración social de los partidos. Además de volver a alertar sobre la necesidad transversal de desarrollar estrategias de relegitimación y de renovación para ofrecer mecanismos efectivos de representación, mostró que los partidos presentaban condiciones distintas para lograrlo. 

Las colectividades de la ex Concertación fueron las más golpeadas por el fenómeno de desafección política, lo que refleja la sangría de sus miembros coincidente con su desgaste electoral, fruto de un desperfilamiento ideológico y debilitamiento organizacional. El PDC, la colectividad histórica que más se había acercado al tipo ideal del partido “de masas” durante los años 60, se redujo a 34.237 afiliados.

“Más allá de este caso puntual, la depuración de los padrones puso en evidencia tendencias de fondo de la estructura organizacional y penetración social de los partidos. Además de volver a alertar sobre la necesidad transversal de desarrollar estrategias de relegitimación y de renovación para ofrecer mecanismos efectivos de representación, mostró que los partidos presentaban condiciones distintas para lograrlo”. 

Por su parte, el número de adherentes de la UDI y RN pasó a superar el del PDC y PPD dando cuenta, comparativamente, de cierto grado de fortalecimiento organizacional gracias a una ingeniería territorial que les permitió ampliar su presencia en distritos y comunas populares urbanas, pero también crecer hacia los sectores medios moderando su oferta. 

Por último, se comprobó la consolidación de un polo de izquierda más radical representado por el PC y el FA. El primero se instaló como el partido más grande de Chile con 47.299 adherentes, lo que demuestra que no sufrió tanto desgaste como los partidos de la ex Concertación. Su larga permanencia en la oposición lo obligó en efecto a encontrar recursos para resistir en política en los espacios que le quedaban: la vida política municipal y la arena protestataria. Por su parte, el FA, a pesar del posicionamiento relativo de RD (con 31.284 afiliados, casi alcanzó al PPD y PDC), no deja de tener un alcance territorial y sectorial aun acotado y un fraccionamiento interno que le ha impedido forjar un proyecto unitario. Las disputas con Pamela Jiles son hasta cierto punto reveladoras de esa ausencia de un ethos compartido por las múltiples identidades que alberga la coalición, más allá de la oposición a un otro antagónico o la crítica al “modelo”. Dadas estas condiciones, el FA no ha logrado revertir el déficit de legitimidad de las coaliciones más antiguas. 

Si bien los partidos no se encuentran en una situación de ingravidez social, tienen el desafío de revertir la crisis de la intermediación política. Esto implica lidiar con factores externos a ellos pero sobre todo a condiciones de funcionamiento y decisiones internas que deberían motivar medidas urgentes.

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