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18 de Abril de 2021

La historia de Alejandro Valdés, el primer fallecido por Covid-19 en el fútbol chileno

Everton

El utilero de Everton murió en su departamento a los 41 años, esperando una ambulancia que nunca llegó. Su caso reforzó el debate respecto a los protocolos de una de pocas industrias que prosiguen en actividad, como el fútbol. Un relato donde quienes más lo conocieron tienen más dudas que certezas sobre su temprana partida.

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“Lamentamos informar el sensible fallecimiento de nuestro querido Alejandro Valdés B., ferviente hincha Oro y Cielo y trabajador de nuestro Club. Enviamos un fuerte abrazo y todo el apoyo a su familia, amigos y cercanos en este difícil momento”.

Este fue el comunicado emitido por el club Everton de Viña del Mar el pasado lunes 5 de abril del 2021. Se referían al fallecimiento del Alejandro Valdés, el popular Ale, el Pajta, utilero del club por más de 25 años. La familia de Valdés ha estado ligada al cuadro ruletero, primero como hinchas y luego como trabajadores en distintos roles. No sólo Alejandro Valdés tenía un vínculo laboral con Everton. También su hermano mayor, su madre y hasta su pareja, a quien conoció trabajando en el cuadro oro y cielo.

Para Alejandro Valdés, Everton era algo mucho más importante que su lugar de trabajo: era parte esencial de su vida. Era la pasión que lo movilizaba y su trabajo por más de dos décadas. Por eso al interior de la institución, entre los futbolistas, juveniles, administrativos, su muerte golpeó con una fuerza inusitada. Todo ocurrió en menos de una semana, desde que se enteró del contagio, junto a dos juveniles y otro utilero del plantel. Para evitar propagar el virus, Alejandro Valdés se trasladó al departamento de su madre y se aisló de todos. En los primeros días no registró síntomas. Al contrario, estaba mucho más preocupado por su madre, Viviana, quien padece una grave enfermedad de base. Pero el domingo 4 de abril, el corazón de Alejandro se detuvo. Se recostó sobre el sillón el living del departamento y no pudo levantarse más. La ambulancia solicitada nunca llegó.

La situación quedó al descubierto tras la denuncia de la periodista Magdalena López del programa Los Secos del Var de radio USACH.

“Pude comunicarme con cercanos a la familia y esto fue lo que pasó. Ale se contagió previo al partido con O’Higgins y dio positivo junto a otro utilero y dos juveniles. Un jugador del primer equipo, resultó indeterminado. Todos se fueron a cuarentena obligatoria”.

“Todos estos casos fueron informados a Seremi. Cuando digo que no se informó, es porque creo que los clubes deberían hacerlo (no los nombres, sí la cantidad de positivos). Debería hacerse con todas las divisiones de un club, no sólo si son del plantel de honor”, agregó a través de sus redes sociales.

El club emitió un comunicado posterior.

“El PCR de Alejandro fue previo al partido con O’Higgins, por ende él se va a una cuarentena obligatoria por tener su PCR positivo. Él estuvo en cuarentena en su domicilio, donde no presentó complicaciones ni síntomas más allá de un resfrío común. Hubo gente del club que estuvo al tanto de esta situación, preguntándole cómo estaba”, explicaron.

Sin embargo, el domingo su estado de salud empeoró.

“El domingo Alejandro se agrava en su domicilio, y cuando se hace el llamado para que fuera una ambulancia, para que la autoridad sanitaria llegara a su domicilio, el sistema estaba colapsado. No habían ambulancias disponibles y Alejandro falleció en su domicilio”, aseguraron en el club.

Lo cierto es que la muerte de Alejandro Valdés, utilero de Everton de Viña del Mar, es la primera que afecta directamente a una actividad que no se ha detenido, como el fútbol profesional chileno. Se formó una comisión médica que estableció protocolos para el regreso a los entrenamientos, el traslado de los equipos, las prácticas y los partidos de fútbol. Quienes defienden esta medida aseguran que la cantidad de casos positivos que se han registrado, con brotes en clubes como Universidad de Chile, Unión La Calera y Curicó Unido, sigue siendo marginal en cuánto a la estadística.

Pero la muerte de Alejandro Valdés no es una estadística. Es la muerte de un padre, un hijo, un hermano, un amigo, un utilero, el primer profesional del fútbol que fallece directamente por el COVID.

Esta es la historia de Alejandro Valdés.

El Piri

A Eduardo Valdés, hermano de Alejandro, todos le dicen Piri. Es un apodo heredado porque el Piri original era el padre de ambos, también llamado Eduardo, quien se instalaba con un carro de frutas y verduras, todos los días, en la calle 13 norte de Viña del Mar. El Piri tenía una pasión incombustible, heredada por sus tres hijos y su hija: el fanatismo por Everton de Viña del Mar.

“Mi papá nos llevaba al estadio cada vez que podía, a veces las lucas eran pocas, pero ir a ver al Everton era  lo más lindo para nosotros”, recuerda Eduardo.

Lo que nunca pensaron era que esta pasión se convertiría en una forma de trabajo para diferentes miembros de la familia en distintos roles.

“El Ale entró como utilero cuando era bien chico, tenía como trece años. Al principio era pelotero, de esos que se ubican detrás de los arcos, después entró como ayudante de utilero y se fue quedando. Con los años me llevó a mí. Y mi mamá tenía un kiosco que administraba cerca del club y que tuvimos que cerrar por la pandemia. Como verá, Everton es algo mucho más importante que nuestro equipo de fútbol”, rememora, aún afectado por el fallecimiento de su hermano Alejandro, a los 41 años.

Eduardo también trabajó en la utilería del cuadro viñamarino. En medio de esta crisis económica los montos no alcanzaban. Trabaja estampando camisetas de todo tipo. Desde su lugar, con la pena aún en ciernes, recuerda los rasgos y características de su hermano.

“El Ale era un tipo muy alegre, era bueno para hablar y para poner sobrenombres. Le ponía apodos a todos. Era medio mecha corta, se enojaba, pero se le pasaba al tiro. Tenía buena relación con la mayoría de los futbolistas que pasaron por el club en estos años, pero tenía sus regalones. El Nico Díez, Marco Estrada, el Chano Velásquez, Álvaro Madrid, Fernando Saavedra. Los conocía desde que eran niños”, recuerda el Piri.

El Caroca

Cuando solicitaba datos, historias, anécdotas, datos biográficos sobre Alejandro Valdés, la referencia conducía siempre a la misma fuente: “Tienes que hablar con el Caroca, él fue el formador del Ale y todos los utileros del Everton. Es como su padre en el club”.

El Caroca no se llama Caroca, ese su apodo. Su nombre el Víctor Bórquez, pero nadie lo conoce por su nombre, ni siquiera en su familia. Hace 14 años es utilero del Audax Italiano después de ejercer durante 19 años el mismo oficio en Everton. Hoy, con 58 años, al Caroca le cuesta hablar de un mundo sin el Ale. Para él su partida fue como la muerte de un hijo.

“Este fin de semana jugamos con Universidad Católica y el Ale se me aparecía en todos lados. Cuando hablaba con los otros utileros del club, en vez de tratarlos por su nombre, de decirle Rorro, le decía Ale. De verdad no puedo creer que no esté”.

La relación entre el Caroca y Alejandro Valdés comenzó a edificarse cuando el futuro utilero tenía 13 años. “Lo conocí a través de su papá. Yo le compraba frutas y verduras para llevar a la casa y nos hicimos amigos. Un día aparece este chico y se queda mirándome porque yo tenía el buzo y un polerón de Everton. Oiga tío, que bonito ese pantalón. Yo quiero uno como ese. El papá le dice que yo trabajaba en el club, que era el utilero y que conocía a todos  los jugadores. Yo quiero ir, tío. ¿Lo puedo acompañar? Le pregunté al papá cómo se portaba en el colegio y en la casa y me dijo que más o menos. Entonces le prometí que si mejoraba las notas y el comportamiento, lo llevaba a conocer a los jugadores”.

El pequeño Alejandro no olvidó esas palabras. Le preguntaba a su padre todos los días si podía asistir a los entrenamientos, si podía acompañar al tío Caroca. Al comienzo sólo quería conocer a los futbolistas, recorrer el vestuario, visitar la cancha desde adentro, la misma a la que había asistido tantas veces desde la galería junto a su padre y hermanos apoyando al cuadro oro y cielo.

Hasta que un día llegó el permiso. Los tres se reunieron en puesto de frutas y verduras. “¿Cómo se ha portado el chiquillo”, peguntó el Caroca, intuyendo la respuesta. El padre miró a su hijo con un gesto cómplice. “Se ha portado mejor”. “Listo –dijo el Caroca-. Mañana en la tarde entrenamos. Tienes que hacer tus tareas primero. Si las haces, te llevo conmigo”. Fue el primer día que Alejandro Valdés visitó las dependencias del que sería su lugar de trabajo hasta el día de su muerte, a los 41 años. Esa tarde mágica, donde todo le parecía sacado de un cuento, tenía 13 y conoció a quienes eran sus ídolos de infancia, jugadores como Héctor Roco, Juan Banana Salinas, Carlos Rojas, Carlos Toro.

La complicidad entre ambos continúo. “Si te sacas buenas notas, te llevo de pelotero”, prometió el Caroca y tuvo que cumplir, porque un día Alejandro llegó con la libreta de notas y un evidente alza en sus calificaciones. Poco a poco comenzó a encomendarle pequeñas tareas y las pagaba de su propio bolsillo. Alejandro se ganaba fácilmente la confianza de los jugadores y los utileros mayores. Aprendía rápido y cómo era dueño de un carácter alegre, a todos les caía bien.

“Un día llegó triste porque lo habían llamado a hacer el servicio militar. Le dije que lo hiciera y que el regreso le buscaríamos un trabajo”.

Otra vez Caroca cumplió. Transcurrido el período del servicio militar, Alejandro Valdés llegó un día al entrenamiento. Después de conversar largo rato, Víctor Bórquez le mostró a Valdés varios zapatos que estaban fuera del camarín, sucios después de una jornada de práctica. “¿Quieres trabajar, ahí está la escobilla de acero. Limpia esos zapatos. Veamos cómo quedan y después hablamos”.

Al cabo de unos minutos, el calzado lucía impecable. Ese día Alejandro Valdés pasó a ser parte de la utilería del club y trabajaría con el Caroca hasta el alejamiento de éste de la institución, en el 2007.

La relación laboral se convirtió en una amistad. Los funcionarios del club y algunos jugadores pensaban que eran padre e hijo porque andaban siempre juntos. Caroca se hizo amigo de la familia de Alejandro, de sus padres, de sus hermanos. Lo llevó incluso a jugar al fútbol al club Deportivo El Bosque, donde tuvo una excelente acogida.

Pasaron momentos buenos y malos trabajando juntos. El peor fue la muerte de la esposa del Caroca. “El Ale siempre estuvo conmigo en ese tiempo, su familia también y algunos dirigentes de Everton, no todos. Antonio Bloise padre, Aldo Caprile sí estuvieron. Y los jugadores, en especial Johnny Herrera. En los dos períodos que él estuvo en Everton nosotros sabíamos que a los utileros no nos faltaría nada, porque siempre se la jugó por los funcionarios y trabajadores”.

Caroca define a Alejandro Valdés como “un chico súper responsable. Nosotros teníamos que cuidar todo lo que ocurría en el camarín y cuando él estaba nunca hubo una queja de nada”.

Su muerte lo sorprendió y fue una verdadera bofetada a la esperanza. “Me enteré que se había enfermado con Covid y lo llamé. Hablamos largo rato un día sábado. Estaba preocupado por su mamita. Me dijo que había perdido el olfato, el gusto y le dolía la cabeza. Quería acostarse y estar con los ojos cerrados. Al día siguiente, el domingo, me llama a las 08:03 de la mañana. Me dice que se sentía mejor, que casi no tenía temperatura. Le pregunté si lo habían llamado del club y me dijo que no, que no lo había llamado nadie. Le envié la foto de unas vitaminas que le podían servir y nos despedimos”.

Horas después, Alejandro fallecía. El relato de Víctor Bórquez es conmovedor. “En la tarde veníamos de regreso de Rancagua donde habíamos tenido un partido. Me llama una vecina y me cuenta que el Ale había muerto. Le dije que no puede ser porque había hablado con él ese mismo día en la mañana. Llamé a su teléfono y me contesta su mamá, la señora Viviana. Se me murió el Ale, Caroca, se me murió. Está en el sillón y no se mueve. Se me vino el mundo abajo. Llamé a gente del club, a Camilo Rozas y Paco Sánchez que trabajan en el Everton y me confirmaron la noticia”.

Víctor Bórquez no evita la emoción. Se quiebra. Murió su compañero, su amigo. Su hijo.

El Tasmania

Una de las características que más resaltaban los compañeros de Alejandro Valdés, era su ingeniosa capacidad para poner apodos. Muchos jugadores, colaboradores, entrenadores, eran bautizados con  alias que Valdés exponía con suma velocidad y oportunismo. Él mismo lo padeció pues en Everton casi todos los conocían como El Pajita. Uno que recibió un sobrenombre por parte del histórico utilero del equipo viñamarino fue Mario Vera, por muchos años entrenador del equipo femenino, cuadro que supo ser campeón nacional y acceder a instancias finales en la Copa Libertadores. Vera fue bautizado por Valdés como Tasmania.

“Conocí el Ale en el 2008 cuando iniciamos el proyecto del fútbol femenino en el club”, recuerda, ya fuera de Everton.

Alejandro Valdés era parte de una camada de utileros, todos criados futbolísticamente bajo el alero de Víctor Bórquez, el Caroca. Estaban Matías Fuentealba y Miguel Pérez, el koala. En el 2007, Caroca choca con el técnico Nelson Acosta y abandona la institución tras 19 años. En el 2008 Alejandro Valdés enfoca su trabajo en las divisiones menores y comienza a colaborar con Mario Vera en la rama femenina.

“Al principio me ayudaba por la buena onda, porque a nosotros no nos tomaban mucho en cuenta. Recuerdo que me enseñó a doblar las camisetas de las jugadoras. Poco a poco comenzó a involucrarse en nuestro proyecto”, añade el técnico.

Mario Vera agrega que “me daba consejos, me decía que enfatizara algunas cosas, que tuviera ojo con otras. Siempre tuvimos una grata conversación, buen feeling. Fuimos campeones de Chile el 2008 y comenzó a viajar con nosotros”.

Incluso en una de las participaciones internacionales terminaron siendo compañeros de habitación.

“Yo no me llevaba bien con el jefe técnico Rodrigo Bendeck y Alejandro estaba solo en la utilería. Al segundo día y llegué con todas mis cosas y me fui a su pieza. Él se reía porque me decía que había pasado de ser entrenador campeón a dormir con el utilero”.

Los recueros de Mario Vera no cesan. “Lloramos juntos cuando perdimos en la semifinal de la Libertadores el 2009. Me decía, Tasmania, tranquilo, vamos a llegar a la final. Prometimos que íbamos a volver el 2010. Armamos un grupo espectacular con Rolando Santelices, Daniel Díaz, el Ale y yo”.

Ese año Everton se convirtió en el primer equipo femenino chileno en llegar a la final del torneo continental, perdiendo por la cuenta mínima ante Santos de Brasil.

“Con él aprendí mucho. Los utileros y los paramédicos son quienes mejores conocen un plantel. Me decía cuando veía a las chicas bien o un poco confiadas. Hay que levantarlas porque están decaídas. Sabía todo. Por su forma de ser tenía muy buena llegada con los grupos”.

Mario Vera recuerda que el vínculo de Valdés con el club era tan grande que ahí donde conoció a su pareja, Jazmín, la madre de su único hijo, Renato.

“Ella es hija de la tía Claudia, la señora de la lavandería del club. Un día llegó con su hija a ayudarla. Ella empezó a llevar las colaciones a los chicos de las cadetes, necesitaban gente para el aseo. Así se conocieron. Recuerdo que el Ale me dijo, apenas la conoció, que con ella quería formar familia”.

Su muerte lo sorprendió como a todos. Mario Vera coordina junto a otros ex colaboradores del club una ayuda económica para la familia de Alejandro Valdés, pues al momento de su muerte estaba a punto de firmar una promesa de compra de un departamento. El Tasmania quiere colaborar con que se cumpla el sueño de Valdés y adquirir esa propiedad a nombre de su pequeño hijo.

“Se lo debo”, asegura, consternado.

El koala

“Frank Lobos me puso koala”, explica entre risas Miguel Pérez, otro de los utileros históricos de Everton de Viña del Mar. “Íbamos de regreso a Viña tras un partido y el bus tenía tele. Estaban dando los goles y justo me atravesé. Sale de ahí poh, koala, dijo Frank y todos se mataron de la risa. Quedé con ese apodo para siempre”.

Miguel Pérez y Alejandro Valdés comenzaron a trabajar en Everton exactamente el mismo día. “Fue en el ’99. Yo soy fotógrafo, hice mi práctica en la Revista Don Balón como reportero gráfico. Tenía que cubrir a Everton, Wanderers y San Felipe. Cuando se acabó la práctica quise seguir vinculado al fútbol y ahí comencé como utilero”.

Al trabajar a la par con Alejandro Valdés, se conocían de memoria. “El Ale era medio mañoso para trabajar, como todos nosotros, pero era uno de los mejores utileros que he visto en mi vida. No se le iba un detalle. Pensaba en todo, estaba pendiente de todo, era respetuoso de los jugadores, aprendía a conocerlos”.

Con el paso de los años comenzaron a repartirse las labores. “Al Ale no le gustaba viajar mucho, así que yo hacía casi todos los viajes. Pero cuando regresábamos de un partido, a veces a las dos de la mañana, llegábamos al Complejo y él me esperaba, a esa hora, para ordenar las cosas y después me llevaba a mi casa. De otra forma me habría quedado ordenando toda la noche, hasta el amanecer del día siguiente”.

Ambos comenzaron a realizar trabajos anexos a sus roles en la utilería para Everton. Valdés arrendaba su camioneta para traslados y el koala comenzó un emprendimiento de diseño de camisetas. Por muchos años los atuendos que lucían los arqueros del cuadro viñamarino eran confeccionados por él.

Koala siente que a su amigo lo dejaron solo, que el club no colaboró de la forma debida cuando se enteraron de su contagio por covid. “Nunca hicieron la trazabilidad como correspondía, nunca lo llamó una autoridad. Ni a él ni a la familia”, asegura.

La tía Vivi

A Viviana Beizza todos en Everton la conocen como la tía Vivi. Cuando decimos todos son todos, porque durante 20 años administró un kiosco por donde pasaron jugadores, entrenadores, cadetes, dirigentes, hinchas. La vida de la tía Vivi cambió para siempre el domingo 4 de abril del 2021, cuando encontró a su hijo Alejandro fallecido en el sillón del living en el departamento que compartían.

“Estábamos los dos con Covid y nos faltaban sólo dos días para terminar la cuarentena. Ese domingo escuché al Ale hablar con su hijo, jugar con él por el teléfono. En la tarde vino mi hija a dejarnos algunas cosas. Al Ale lo llamaron algunos amigos. Como a las 9 ó10 de la noche yo me fui a acostar porque estaba cansada y él se quedó viendo las noticias. Le dejé un vaso de jugo y una fruta por si le daba hambre”.

El relato de Viviana Beizza continúa, conmueve, estremece. “Sentí que estaba todo muy en silencio. Las luces estaban apagadas. Le hablé a Alejandro pero no me contestó. Le hablé más fuerte y no decía nada. Cuando me acerqué vi que no estaba respirando, su boca había cambiado de color, se había puesto azul. Llamé a mi hija. No lo podía creer, se había muerto mi niño, mi Ale”.

Viviana tiene cuatro hijos, todos muy cercanos, pero Alejandro era el cómplice. Vivía con ella. “Trabajaba y se iba a ver a su hijo y su pareja. Como a las seis o siete de la tarde me llamaba, todos los días, para decirme que traería pan o algo rico para la once. Con esto del covid, él estaba más preocupado de mí que de su propio estado de salud”.

La tía Vivi tiene una pena inmensa, pero ese dolor crece ante lo que ella califica como indiferencia del club. “Everton era todo para el Ale. Era su vida. Desde chico se iba a Sausalito a ver los entrenamientos. Después lo tomó el Caroca. Pero para mí también el club es importante. Después de trabajar en el kiosco por veinte años, nadie me vino a ver cuando tuve covid”.

La pena de Viviana Beizza pasó a molestia cuando escuchó en una rueda de prensa al médico del club. “Ese señor dijo que el Ale se había contagiado en un carrete y ellos saben que no es así. El Ale se contagió en el club y saben cómo se dio”. Agrega que aún no han logrado destrabar el monto que el club le adeuda de su último salario. “Yo me contacté con un abogado porque mi hija fue a cobrar el sueldo de Alejandro y le dijeron que no le iban a pagar porque no correspondía”.

Para la tía Vivi su vida cambió el domingo 4 de abril, cuando su hijo se recostó en el sillón a ver las noticias y no se levantó más. Su pena no tiene fin ni lo tendrá. El apoyo familiar y de algunos trabajadores y ex jugadores del plantel ha ayudado a apaciguar un dolor que no se detiene.

La versión del club

Everton ha realizado su propia investigación, sobre todo para detectar la trazabilidad del contagio de Covid no sólo de Alejandro Valdés, sino de otros funcionarios y jugadores. Sus sospechas radican en un utilero de la institución quien habría visitado a un hijo, contagiado de la enfermedad. Desde ahí se habría generado la dispersión hacia Valdés y, al menos, dos jugadores juveniles, quienes residen en unos departamentos ubicados frente al Complejo del club. Versiones de cercanos a estos jugadores expresaron que funcionarios del club les habrían insinuado que entregaran un relato en donde se habían contagiado en eventos familiares. Desde el club lo desmienten. Aseguran que cumplieron con los protocolos de salvaguardar que los contagiados realizaran sus respectivas cuarentenas en aislamiento, como el caso de Alejandro Valdés, quien se trasladó al departamento de su madre en Reñaca.

Una de las protestas más recurrentes entre los cercanos al utilero fallecido es que desde la institución no se comunicaron con él durante el período de cuarentena. Esto es desmentido por Camilo Rozas, ex jugador del club, quien conoció a Valdés siendo futbolista de cadetes y quien actualmente trabaja en la gerencia deportiva y en la captación de nuevos jugadores. Rozas asegura que se comunicó telefónicamente al menos en cuatro ocasiones con Valdés, incluyendo una videollamada en la previa del partido entre Everton con Antofagasta, donde Valdés habría colaborado con los utileros que lo estaban reemplazando. “Al comienzo el Ale no había presentado síntomas graves, lo que sí tenía mucha tos, como si tuviera un fuerte resfriado”, señala.

El fallecimiento de un paciente con covid agrega muchas capas al dolor que ya existe por la partida. A menudo hay trabas legales que deben ser aclaradas. La familia de Alejandro Valdés aún no recibe el último sueldo ni el dinero proporcional que le correspondía por los días de abril. En el cuadro ruletero aseguran que esa tardanza se debe a motivos legales, formales, pero que reembolsaran todo el dinero. Admiten que por motivos legales deben entregar ese monto a Eduardo Valdés, el Piri, su hermano mayor, pues él fue quien realizó los trámites. Como el Piri se encuentra en cuarentena, están esperando la finalización de ese período para cancelar todo lo adeudado. Desde el club admiten que hacen gestiones para ayudar con la educación del hijo de Alejandro Valdés. Anunciaron además el lanzamiento de un memorial virtual para que los evertonianos puedan recordar a sus seres queridos que han partido.

El fútbol es una de las pocas actividades que se mantienen trabajando en medio de una pandemia donde la mayoría de las actividades han sido suspendidas, algunas incluso clausuradas. Un severo protocolo elaborado en el 2020 ha sido el principal soporte para argumentar que la disciplina puede seguir. Las cifras de contagiados en el fútbol son, efectivamente, bajas en relación a la cantidad de personas que trabajan en la industria. Pero la muerte de Alejandro Valdés, a los 41 años, producto del covid, es la primera de un profesional directo del fútbol chileno.

Esta es parte de su historia. No una estadística, una cifra, un número. Es la historia de un trabajador, de un hijo, una pareja, un padre, un amigo, de un fanático del club donde trabajaba.

La historia de un hombre que ya no está.

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