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Entrevistas

21 de Abril de 2021

Sergio Rojas, filósofo y Doctor en Literatura: “Ingresamos desilusionados al siglo XXI”

Acerca de las tribulaciones de la época que nos toca vivir trata el último libro de Sergio Rojas, llamada “Tiempo sin desenlace. El pathos del ocaso”. En esas páginas desarrolla una inquietante hipótesis: estamos en un tiempo que se parece a un fin, pero que no se acaba nunca.

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Para el filósofo y Doctor en Literatura Sergio Rojas, hay un capítulo clave en Los Simpsons para comprender nuestra relación al presente y el futuro. Homero se encuentra con Billy Corgan, vocalista de Smashing Pumpkins, y le agradece: “¿Sabes? Mis hijos piensan que eres fantástico. Y gracias a tu música depresiva han dejado de soñar un futuro que no puedo darles”. Esta imagen refleja las tribulaciones de la época que nos toca vivir y que Rojas trata en su último libro “Tiempo sin desenlace. El pathos del ocaso”, en cuyas páginas desarrolla una inquietante hipótesis: estamos en un tiempo que se parece a un fin, pero que no se acaba nunca. 

-¿Qué nos pasó que nos quedamos sin imágenes de futuro? En los noventa aún había, un futurismo medio ciencia ficción, pero había algo como un mañana. Hoy pensar en el futuro, es como un desierto. 

El modo en que imaginamos el futuro tiene que ver con nuestra relación con el presente. En los 90 suponíamos que el futuro que recién estaba comenzando iba a ser completamente distinto al presente que vivíamos, nos imaginábamos en tránsito hacia otra cosa mejor. Por un momento parecía abrirse el futuro, pero todavía había que imaginarlo ¿Pudimos hacerlo? En esos años la memoria y el reclamo de verdad y justicia acerca de lo que había sucedido en dictadura era lo esencial. A la vez, paradójicamente, después del triunfo del “No” ese sentimiento de estar en tránsito era tan potente que el imperativo de “no olvidar” fue también una necesidad. Pero los 90 fue la década en que la expresión “en la medida de lo posible” se fue transformando en algo así como nuestro sentido común. Imaginar “en la medida de lo posible” limita desde un principio la posibilidad de construir desde el futuro que deseamos, pero esto no tiene que ver sólo con “lo que nos pasó”, sino también con lo que hicimos con lo que nos pasó. La democracia mercantilizada se fue reduciendo a “libertad para elegir”.

-¿Qué significa que estemos en un fin del mundo que, paradójicamente, no tiene fin?

-Teníamos la noción, en cierto modo “cinematográfica”, de que el “fin del mundo” iba a ser un acontecimiento, por cierto, catastrófico, en que, producto de un cataclismo natural o de una guerra nuclear, se destruiría materialmente la civilización que sostenía a la existencia humana. Pero hoy es necesario preguntarse si acaso el fin del mundo puede ser imaginado todavía como un acontecimiento, preguntarse si acaso no consiste más bien en un proceso; es más, se trataría de un proceso que ya comenzó. Entonces seguir creyendo que el fin es algo que “va a suceder” es una manera de protegernos de saber que ya estamos en el fin

-Es como esa extraña práctica en los medios de anunciar posibles catástrofes por venir, pero con imágenes de cataclismos que ya ocurrieron

-En este momento las instituciones y la mayoría de las formas de autoridad que habíamos heredado se tambalean, cunde el escepticismo en política, la democracia hace crisis, más de cinco mil especies de animales se encuentran en peligro de extinción, ya se anuncian las guerras por el agua, el fenómeno de la migración forzada se desata en un planeta que de pronto parece estar “demasiado lleno”, la paz se entiende como ejercicio de una violencia pacificadora, se multiplican entonces las fronteras de todo tipo, etc. En cierto sentido, ya somos sobrevivientes.

“Pero hoy es necesario preguntarse si acaso el fin del mundo puede ser imaginado todavía como un acontecimiento, preguntarse si acaso no consiste más bien en un proceso; es más, se trataría de un proceso que ya comenzó. Entonces seguir creyendo que el fin es algo que “va a suceder” es una manera de protegernos de saber que ya estamos en el fin”.

¿Y qué le hace la sensación de el fin a las personas? Dices que mal que mal, nadie quiere perderse el fin del mundo.

-El fin, es decir, el presentimiento de que vivimos un tiempo de acabamiento de esto y lo otro, genera inquietud debido al hecho de que la inestabilidad ingresa en nuestra vida cotidiana; pero, a la vez, la inminencia de ese fin que no deja de suceder pero que nunca llega a consumarse, puede dar lugar también a una especie de entusiasmo festivo. Algo así como la “danza macabra” del medioevo europeo; es decir, una catástrofe que tiene la estatura de la naturaleza misma, que no respeta jerarquías, que no hace diferencias de clase, que no sabe de la propiedad ni de identidades de ningún tipo.

Foto: Captura de Youtube

¿Qué actitudes o prácticas podríamos pensar hoy bajo la lógica de la danza macabra? ¿Tiene que ver con la fascinación con el fuego?

La “danza macabra” era una representación popular de la muerte, una mascarada en que el miedo convive con la celebración de esa especie de “democracia” que la naturaleza impone a la condición humana: nada ni nadie escapa a la muerte porque esta no reconoce jerarquías ni fronteras. Vimos, primero durante la revuelta y después en la pandemia, cómo las circunstancias de incertidumbre fueron desde un principio objeto de un sentido del humor que derrochaba creatividad e ingenio. Nadie estaba preparado para lo que sucedió, y ninguna autoridad quedó a salvo de caer en el ridículo, en lo extravagante, a veces en lo grotesco. La risa es una forma de trascender la fatalidad, tiene incluso un sentido de comunidad. Me parece, en cambio, que lo que denominas “entusiasmo por el fuego” es más bien la expresión de un tiempo para el cual la muerte carece de sentido, es lo que sucede cuando la rabia, la desesperación, el revanchismo hacen perder el miedo a la muerte. Cuando se actúa sin tener “nada que perder”, todo sentido de trascendencia se ha clausurado.

UN SINIESTRO EXPERIMENTO

En tu libro hablas del término “lo tremendo” como una dimensión de la realidad que nos excede, podemos saber sobre un montón de cosas, pero quedar igual de impotentes.

-He propuesto en varios textos el concepto de lo tremendo, en un intento por pensar lo que sucede hoy, cuando el paradigma que de alguna manera aun hegemoniza nuestro imaginario, en una poderosa combinación de Ilustración y cristianismo, se estremece, pero sin terminar nunca de caer. Ahora escribimos y hablamos acompañando nuestras palabras con el pudoroso gesto de las comillas: “izquierda”, “democracia”, “progreso”, “verdad”, “identidad”, “expectativa”, “revolución”, “intimidad”, etc. El escepticismo que hoy cruza nuestra cotidianidad debilita incluso los conceptos que alguna vez sirvieron a los discursos de la emancipación. Lo tremendo, como lo entiendo, no es sinónimo de algo malo, sino que significa la emergencia de una realidad de magnitud inédita

¿El estallido y la pandemia tienen algo de la cualidad de “lo tremendo”?

La revuelta y la pandemia se hacen parte de lo tremendo. La revuelta es, al menos en un aspecto, la emergencia de un conflicto que hoy la política ya no puede contener, pero es necesario pensar de qué se trata. Creo que el motivo de todo esto no es simplemente el hecho de la desigualdad, sino la conciencia de la desigualdad. Me refiero a que ésta es hoy un escándalo, pero ¿por qué? Creo que, en el presente del individualismo extremo, dada la crisis de los vínculos sociales, las formas históricas de contener la desigualdad se debilitan y entonces ésta se hace literalmente intolerable. Luego la pandemia trae consigo otra forma de conciencia: nos remite violentamente a la humanidad como especie, pero al mismo tiempo hace de la cercanía humana una fuente de peligro mortal. El resultado de esto ha sido la locura. Es como si los seres humanos hubiésemos sido sometidos a un siniestro experimento conductual a escala planetaria, y lo que resultó ha dejado en suspenso la respuesta a la pregunta ¿qué es el ser humano?

Y en medio de la crisis del humanismo y la cercanía del transhumanismo, ¿cómo se puede responder qué es el ser humano? 

-El humanismo ha sido el ideario de la modernidad occidental: la razón humana es aquello a partir de lo cual se establece con la naturaleza una relación de conocimiento y dominio, a la vez que la historia se entiende como universal progreso de la civilización.  La crisis del humanismo se produce cuando ya no podemos reconocernos en el “mundo” que la razón ha creado. Entonces se nos viene encima la pregunta ¿qué es el ser humano? Durante la Guerra Fría el mundo parecía dividirse entre dos formas de concebir lo humano, fue en cierto modo el “canto del cisne” del humanismo, el planeta dividido entre dos “respuestas” con apoyo en cada caso de la inteligencia militar. Ahora regresa la pregunta, modulada de distintas formas, primero con la revuelta y luego en la pandemia, ambos acontecimientos de escala planetaria. ¿En qué sentido somos un país, siendo parte de una misma historia? ¿Somos como seres humanos una especie? Pienso que estas preguntas surgen hoy como un cuestionamiento a lo que ha traído el individualismo neoliberal: desvinculación, soledad, escepticismo, cinismo. 

“La pandemia trae consigo otra forma de conciencia: nos remite violentamente a la humanidad como especie, pero al mismo tiempo hace de la cercanía humana una fuente de peligro mortal. El resultado de esto ha sido la locura. Es como si los seres humanos hubiésemos sido sometidos a un siniestro experimento conductual a escala planetaria, y lo que resultó ha dejado en suspenso la respuesta a la pregunta ¿qué es el ser humano?”.

LA VERDAD DEL PEDESTAL

-¿El estallido te parece un “despertar”, o es otro capítulo del epílogo?

Desde un principio el término “despertar” no me ha parecido adecuado, porque sugiere que nos encontraríamos ya en el inicio de un tiempo nuevo, pero, desde mi perspectiva, más bien estamos, como dices, en una especie de último capítulo que se prolonga. La revuelta del 18-O tiene el carácter de un desborde, un malestar que de pronto ya no pudo ser “contenido” por las instituciones, por el consumismo, por la literatura, por los diagnósticos, por el partidismo político, por el emprendimiento. Es como esos terremotos que los geólogos saben que necesariamente ocurrirá en un territorio determinado, pero nadie puede vaticinar en qué momento sucederá. Estamos asistiendo al fin de algo, todavía expectantes acerca de qué es lo que tendría que comenzar. En todo caso, me parece que hoy sería muy difícil reflexionar el sentido histórico de la revuelta iniciada el 18 de octubre del 2019 sin el acuerdo por la paz social firmado el 15 de noviembre del mismo año.

Hoy en la plaza Baquedano hay un pedestal vacío, erigido sobre un muerto sin nombre y rodeado de un muro, imagen que es a lo menos inquietante. ¿Cómo sería tu lectura de esa imagen?

-La imagen del General Baquedano daba lo mismo, pues en la práctica era sólo un anónimo punto de referencia citadino; de hecho, se decía “Plaza Italia”. Pero de pronto ya no hubo fiesta, y el lugar se transformó en el espacio de ejercicio de una violencia inédita, y fue entonces que el monumento a Baquedano se hizo máximamente visible, como si se tratara del emblema de un poder hegemónico que hubiese sido olvidado en ese “espacio público” -otra expresión que vamos entrecomillando- y ahora tomado como rehén. Pienso que tratar de entender este fenómeno no pasa por la pregunta ¿quién fue el militar al que ese monumento representa?, sino más bien: ¿en lugar de qué estaba ese monumento allí para quienes lo hacían blanco de sus ataques? De pronto el orden social -por injusto- ya no cabía en el espacio público, y “Baquedano” era precisamente la visibilidad de un pedestal, la altura de un personaje recomendado por una historia consagratoria de efemérides que invisibilizaban a las víctimas. La verdad del monumento pareciera ser el pedestal, y este sigue allí, subrayado ahora por el muro que lo circunda. 

“La revuelta del 18-O tiene el carácter de un desborde, un malestar que de pronto ya no pudo ser “contenido” por las instituciones, por el consumismo, por la literatura, por los diagnósticos, por el partidismo político, por el emprendimiento. Es como esos terremotos que los geólogos saben que necesariamente ocurrirá en un territorio determinado, pero nadie puede vaticinar en qué momento sucederá”.

EL SILENCIO DE DIOS Y LA DEMOCRACIA

-Tu libro trata la muerte de Dios. Muchos se jactan de un ateísmo trivial, sin embargo, las consecuencias de tal ausencia, dices, es también el fin del Hombre.

-La muerte de Dios es un concepto filosófico, que señala el agotamiento de la dimensión supra sensible de la existencia humana, ese lugar “metafísico” donde radican los valores e ideas que orientaban a los seres humanos en medio de la incertidumbre y conflictos propios de lo que implica existir. La muerte de Dios no señala su simple “inexistencia”, sino el hecho de que ese orden superior y universal comienza a dejar de tener sentido para los seres humanos. Ya lo decíamos: toda forma de autoridad o fundamento trascendente cae desde su pedestal. El punto es que la creencia en ese orden superior no tenía que ver sólo con una concepción de Dios, sino con una forma de comprenderse lo humano a sí mismo. El ateo celebra la falta de Dios como emancipación, “somos libres”, dice; pero comenzamos a presentir que ese vacío sobre nuestras cabezas es también una falta de fundamento bajo el suelo que pisamos. El concepto de muerte de Dios anuncia una transformación radical en el modo de comprendernos a nosotros mismos. Se trata de algo inédito que está más allá de lo que podemos calificar simplemente como malo o bueno. Es algo tremendo.

Foto: Captura de Youtube

-Dices, de acuerdo con Heidegger, que la técnica no es una mera herramienta, sino un régimen de verdad, una idea de mundo, en la que endosamos la inteligencia a las máquinas. Parece que matamos a Dios, pero paradójicamente, delegamos nuestra libertad. ¿Qué significa hoy pensar?

Confrontados con lo tremendo de nuestro tiempo, pensar no es algo que hacemos, sino algo que nos pasa. Embestida por la totalidad de un mundo en crisis, una persona se dice a sí misma: “uno ya no sabe qué pensar”, es entonces que viene lo que se llama pensar, cuando las categorías y representaciones heredadas ya no nos sirven para dar con nuestro lugar en el mundo. Este tiempo de magnitudes inéditas de información y flujo de capitales financieros se traduce en “grades números” y así llegamos a las máquinas. Pareciera que hemos puesto al funcionamiento del mundo “fuera de nuestro alcance”, encargándolo a computadoras capaces de realizar millones de operaciones por segundo. Pero esto es solo una manera de ver las cosas. En las encrucijadas “sin solución” que enfrentamos se anuncian senderos que todavía no han sido caminados por el pensamiento. Es aquí donde veo el diálogo entre la filosofía, las artes y las ciencias.

¿Cómo se hace política en el “tiempo sin desenlace”?

-Podemos entender la política como una forma de administrar institucionalmente los conflictos que son propios de cualquier colectividad humana. Ahora, en medio del actual descrédito de las instituciones y, en general, de toda forma de autoridad, los conflictos emergen y desbordan la política. Lo que va de este siglo tiene que ver todavía con lo que fue el pasado siglo. El historiador británico Eric Hobsbawm señalaba “el siglo XX terminó mal”; no estamos propiamente en el inicio de un “nuevo tiempo”, sino en un tiempo de ocaso. No se trata simplemente de que la democracia nos decepcione, lo que sucedió es que ingresamos desilusionados al siglo XXI. Vivimos entonces una democracia que tiene más pasado que futuro, más memoria que imaginación. No enuncio un juicio de valor -evito hacer la lista de los “hay que”-, más bien señalo la urgencia de pensar el hecho de que hoy la consecuencia del descrédito de la política es una democracia sin relato. Me parece que hoy una tarea política urgente es ir más allá del escepticismo y el cinismo que hacen de este clima de “fin de todo” el pretexto para una descomprometida “lucidez”. Individualismo y nihilismo van juntos. Una actitud política sería pensar que la catástrofe que se anuncia por doquier no dejará lugar para espectadores, que en algún momento todos tendremos que abandonar el mundo que conocíamos.

“Vivimos entonces una democracia que tiene más pasado que futuro, más memoria que imaginación. No enuncio un juicio de valor -evito hacer la lista de los “hay que”-, más bien señalo la urgencia de pensar el hecho de que hoy la consecuencia del descrédito de la política es una democracia sin relato”.

-La pregunta inevitable: ¿Qué crees que nos dejará la pandemia?

-Parece que lo tremendo de la situación nos impone tener que aprender algo de ella. Catástrofes de esta magnitud pueden tener para los seres humanos el carácter de una revelación, porque estremecen los parámetros de la cotidianeidad, aunque tal vez la memoria de este tiempo se transforme mañana en algo extraño. Con la pandemia se hizo manifiesta la fragilidad del orden y las instituciones sobre las que se sostiene nuestra existencia colectiva, y apareció nuevamente la desigualdad estructural en eso que todavía podemos llamar “sociedad”. Ensayando una respuesta a tu pregunta, diría que ahora sabemos algo que millones de personas en el planeta ya habían aprendido: que en cualquier momento esta realidad globalizada e hiperconectada puede transformarse, además, en inhabitable. Quiero creer que también sabemos que, cuando eso sucede, un ser humano sólo puede ser auxiliado por otro ser humano. 

¿Qué viene ahora? al menos para ti

-Mi próximo libro es De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett. (Editorial Pólvora)

“Ahora sabemos algo que millones de personas en el planeta ya habían aprendido: que en cualquier momento esta realidad globalizada e hiperconectada puede transformarse, además, en inhabitable. Quiero creer que también sabemos que, cuando eso sucede, un ser humano sólo puede ser auxiliado por otro ser humano”.

FICHA TÉCNICA
“Tiempo sin desenlace. El pathos del ocaso”
Editorial: Sangría Editora
Año: 2019
550 páginas

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