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29 de Abril de 2021

Escribir el Futuro | Roberto Fuentes: 2035

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2035

Yo no quería ir a la fiesta. Tampoco era una fiesta, más bien era una reunión social. José me había invitado y hace rato que me andaba toreando. Mi empresa de datos caminaba muy bien, pero a mí me gusta estar encima de todo. Papá me admira porque salí igual a él. En cambio, mamá me reprocha que a mis 35 años no tenga un “cuento armado”. Mi cuento es mi empresa, por eso no tenía tiempo para José ni para otros. Insistió que en esta reunión iba a haber un pianista y comida rica. José vende productos al Gran Estado. No tengo idea de qué vende, ni me interesa, pero lo conozco desde que estudiamos en la universidad y nunca se ha rendido en su afán de llevarme a la cama. Y esa noche yo estaba dispuesta a ello, pero entró la Policía Azul y nos detuvo a todos. Las reuniones sociales de más de cinco personas estaban prohibidas y, esa noche, contando al pianista, éramos ocho.

Caí en el galpón 33, al norte de la Capital. Un mes de castigo. Los dos primeros días nos capacitaron en primeros auxilios y en el tratamiento básico que se le debe dar a un enfermo. Había 1533 camas ocupadas ese día. No había pensado que la pandemia estaba tan dura. Nos explicaron que esta cepa era mucho más contagiosa que las anteriores y más agresiva también. Envueltos en overol blanco, guantes, gafas y una mascarilla que costaba un mundo sacársela, debíamos tratar a los pacientes: cambiarles el suero, anotar un par de datos y mandarlos a la red central cada media hora, además de obedecer las instrucciones que nos daban los médicos por intercomunicador. Lo que más me costaba era girar a los pacientes, pues no debían convulsionar y tampoco debían desprenderse de las muchas tonteras que tenían adheridas al cuerpo. Bañarlos me causaba asco, pero al menos sabía que no corrían riesgo de muerte inmediata. Al final, el 52% de ellos no sobreviviría.

Llevamos seis pandemias desde el 2020. En realidad es la misma, pero las mutaciones aparecen cada tres años. Las restricciones son duras y las vacunas son tan caras que solo se las dan al personal médico. A nosotros, los castigados, nada. En el galpón mío había jueces, políticos, militares, empresarios y gente común. Nadie se salva de esto, ni siquiera José, que es amigo íntimo del ministro de Hacienda. Si alguno de los castigados se contagia, simplemente lo mandan al galpón común, que es mucho más chico que el galpón oficial y te juntan con los demás contagiados. Solo te dan agua, algo de comida y hay algunos baños comunes y un par de colchones desparramados por el piso. De ahí, solo sobrevive el 30% y debes completar en ese lugar 15 días, por lo menos. Dos exámenes negativos seguidos te dan la salida para seguir completando tu castigo, pues esa estadía no se descuenta de tu mes de castigo oficial.

Ayer salí del galpón. Pude comunicarme con mis tres empleados y la empresa no había colapsado. A mis padres solo les comuniqué que estaba viva a través de un mensaje de texto. Seguramente deben estar enojados conmigo. Vi morir a 47 personas. La mayoría de ellos, jóvenes y adultos. Los niños siguen inmunes y nadie entiende la razón. Quedan pocos viejos después de tanta pandemia, y eso que son los que más se cuidan. Por la noche fui al departamento de José y tuvimos sexo hasta tarde. En la mañana él seguía durmiendo, fui a la cocina y preparé dos cafés cargados. Al de José le eché un poco de leche y parte de la saliva que vomitó un paciente que logré guardar en un pequeño frasco sin ser descubierta. Buen día, le dije, lo desperté y le pasé la taza humeante.

*Roberto Fuentes es autor de varios libros donde destaca la serie juvenil “Estrella”, traducida a idiomas como el inglés, italiano y vietnamita. Entre sus últimos títulos está el ejemplar de cuentos “¿Y Lenin?” (2020).

Revisa todos los capítulos de “Escribir el futuro” AQUÍ.

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