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7 de Mayo de 2021

Un Rasputín a la chilena: Las extravagantes andanzas del Cristo de Elqui

Retrato principal Domingo Zárate Vega, años 40 - Crédito René Zárate Grandón

Inspiró a Nicanor Parra, protagonizó novelas y hasta una ópera en el Teatro Municipal. Sin embargo, poco se sabe de Domingo Zárate Vega -su verdadero nombre-, quien en los años 30 recorrió el norte predicando sobre teología y sabiduría popular. Tuvo discípulos, publicó libros, planeaba visitar al Papa en Roma. Fue detenido y enviado al psiquiátrico. Volvió a la calle, se perdió de vista y “resucitó” años después en la literatura. Escritores, investigadores y su sobrino nieto trazan aquí el mapa de su vida, que terminó en 1971 en Valparaíso, en el más absoluto anonimato.

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Lo tienen sentado frente a dos periodistas en una oficina.

“Casi todo en él refleja un vigor místico –anota uno de ellos–. Tiene algo que despierta respeto y simpatía, algo indefinible, que no se sabe si está en la expresión de sus ojos mansos o en su timbre de voz”.

Mide poco más de un metro setenta, es de rostro delgado y ojos serenos. Luce una barba nazarena y una melena chascona que apenas le cae sobre los hombros, ceñida a la frente con una tira de cáñamo. Viste un sayal rosado ajustado a la cintura con un listón blanco, “obsequio una buena sierva”, según cuenta, sandalias rústicas y una serie de “ornamentas celestiales”: un medallón de metal con la imagen de María Auxiliadora, un crucifijo artesanal que cubre totalmente el dorso de su mano derecha, un rosario fabricado por él con palos de chañar y alambre, y una toca hecha de cartón blanco sobre su cabeza, similar a las que usan las autoridades eclesiásticas. Tiene un innegable parecido a Raputín, el monje ruso que ejerció un desmurado poder en la familia del último zar.

Retrato Domingo Zárate Vega y una niña. Años 40. Crédito: René Zárate Grandón.
Retrato Domingo Zárate Vega y una niña. Años 40. Crédito: René Zárate Grandón.

Lleva una hora contestando preguntas y le han tomado fotografías, para “las que él ha posado con toda naturalidad”. Su hermano mayor, Lorenzo, a quien llama su “secretario divino y más fiel servidor”, ha permanecido sentado a su lado sin pronunciar una sola palabra. Hombres y mujeres de bata blanca circulan por la misma habitación. Todos quieren verlo de cerca y saber todo acerca del “estrafalario” tipo, quien por estos días ha empañado las visitas oficiales del Presidente Carlos Ibáñez del Campo; el príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, y su hermano Jorge. Alguien interrumpe al fin en escena: es el doctor Humberto Pacheco, jefe de la Sección de Alienados. Le ofrece un vaso de leche.

“Yo no como –responde con imperturbable serenidad y ambas manos pegadas al vientre–, yo soy inmortal”.

A nadie le sorprende; ya han leído y oído rumores sobre él.

Su nombre es Domingo Zárate Vega, y allá en el norte lo llaman el Cristo de Elqui. Tiene 33 años, “la misma edad de Jesús”, y es oriundo de Río Hurtado, “de un sitio llamado Morrillo en el departamento de Ovalle –cuenta–, pero renací en Vicuña hace tres meses, cuando por la gracia de Dios pude leer el catecismo, que es lo único que puedo leer porque lo demás no lo entiendo. (…) Él se apareció en el rincón donde vivo, y en visitas sucesivas me abrió el costado y puso un nuevo corazón. Me destapó el cráneo y en mi cerebro hizo brotar una luz”.

Su fama ha generado fanatismo y escozor en distintos sectores. Lo han visto predicando con los ojos cerrados sobre rocas y quebradas, o arrimado a los árboles de las plazas de Vicuña y sus alrededores. Donde sea improvisa un altar, y desde allí les habla a no despreciables multitudes convencidas por su palabra o atraídas por su singular apariencia. Lo sigue además un grupo estable de “apóstoles” integrado, entre otros, por su hermano y su padre, quienes ofician de Pedro y José. También están Juan y María. Lo asisten en sus apariciones, que a diario crecen y llenan las páginas de los periódicos de la zona.

Su fama ha generado fanatismo y escozor en distintos sectores. Lo han visto predicando con los ojos cerrados sobre rocas y quebradas, o arrimado a los árboles de las plazas de Vicuña y sus alrededores. Donde sea improvisa un altar, y desde allí les habla a no despreciables multitudes convencidas por su palabra o atraídas por su singular apariencia. Lo sigue además un grupo estable de “apóstoles” integrado, entre otros, por su hermano y su padre, quienes ofician de Pedro y José.

Esta misma tarde, y ante la noticia de su arribo a Santiago desde La Serena, donde cientos fueron a despedirlo a la Estación de Ferrocarriles, Zárate y su hermano fueron “bajados del tren en la Estación Yungay”, una antes de su destino, la Estación Mapocho. Allí lo esperaban 3 mil personas, pero no llegó. Había sido trasladado a la 7ma. Comisaría y escoltado por Carabineros horas más tarde hasta la Dirección General de Sanidad, donde acaban de examinarlo e ingresarlo con fecha jueves 26 de febrero de 1931.

Fotografía de archivo prensa años 30. El Cristo de Elqui al centro, a la izquierda su hermano y a la derecha su padre.
Fotografía de archivo prensa años 30. El Cristo de Elqui al centro, a la izquierda su hermano y a la derecha su padre.

Ahora sigue siendo interrogado por la prensa, que ya escribe los titulares de mañana: “Vivirá en el mundo de los locos, el Cristo de Vicuña, y acaso sea allí más feliz que su reinado”, “El Cristo de Elqui tiene desde ayer un nuevo templo: la Casa de Orates”. Otro consignará el diagnóstico del equipo médico encabezado por Pacheco: “Domingo Zárate Vega es un demente con delirio crónico”. 

“Yo sabía que me iban a traer a Santiago para examinarme y que iba a ser objeto de bajezas que no merezco –exclama Zárate–. Pero no importa; precisamente porque lo sabía no opuse ninguna resistencia. Así me lo ha ordenado mi gran Señor”.

–¿Es Dios Ud.?, le preguntan.

–No señor, únicamente soy escogido por Dios para enseñar su doctrina.

–¿Ud. es Jesucristo entonces?

–No señor, solamente su representante.

–¿Y lo crucificarán a Ud.?

–Dios y el Hombre no morirán dos veces.

El “plan divino”

Dos días después de su detención, el Diario Ilustrado publicó un exhaustivo perfil que arrojaba nuevas luces sobre el profeta de Vicuña. Era el sexto hijo de los campesinos Lorenzo Zárate y Rosa Vega; y aparentemente no sabía leer ni escribir. Había sido un sobresaliente conscripto en los padrones del Regimiento de Infantería Esmeralda N°7 de Antofagasta, al que ingresó en 1916. Un instructor suyo, citado en el artículo, dijo que “sus calificaciones eran excelentes”, y que Zárate llevaba una “vida ordenada, austera y libre de vicios”.   

Desde luego llamó también la atención su fecha de nacimiento, el 24 de diciembre de 1898.

Retrato Domingo Zárate Vega años 40. Crédito: René Zárate Grandón.
Retrato Domingo Zárate Vega años 40. Crédito: René Zárate Grandón.

Zárate Vega llegó a vivir a Vicuña a temprana edad. Hacía de todo para ganarse la vida: fue carpintero, minero, zapatero y artesano. “Trabajaba en las salitreras con mi hermano, en la oficina Domeyko”, contó el día de su detención en Santiago. En el pueblo no pasaba desapercibido; ya usaba el cabello largo, aros, se había dejado crecer las uñas “como garfios” y vestía túnicas y mantas oscuras. Iba del gótico al hippie en un solo atuendo. Además tenía fama de buen orador, casi tanto como de mujeriego. En 1930, sin embargo, apareció convertido en este otro personaje suyo al que todos comenzaron a llamar el Cristo de Elqui.

Se atribuyeron títulos y mandatos celestiales. Decía que su primera “revelación” la tuvo en 1927: “Una mañana el techo de mi habitación se abrió y volvió una compuerta, de la que descendió la figura divina del Mesías. Me dijo: ‘Hijo mío, de ti necesito y para esto he venido a poner sobre ti algo profundo para el bien y la humanidad, que está perdida. No temas, yo estaré contigo, yo y mi padre. Hoy mismo retírese del contacto del mundo y haga lo que yo le digo’”.

“En la época se hablaba de varios iluminados en el norte, pero una de las tantas particularidades de la historia del Cristo de Elqui fueron los cruces entre su vida y la de Jesús en la Biblia”, apunta el académico y escritor de Vicuña, Edmanuel Ferreira, autor del libro Jesús y el Cristo de Elqui (2016), donde tiende puentes entre ambos personajes. “Además de la fecha de nacimiento en común, ambos venían de una familia muy pobre, los dos tuvieron alucinaciones desde jóvenes y atribuidas a lo divino. Zárate también tuvo sus primeras andanzas en el desierto a los 33, cuando comenzó a evocar la imagen, el carácter e incluso la retórica de Jesús. Diría yo que fue su mejor arma”.

En el sector de Quebrada de Leiva, próximo a Vicuña y a los pies del río Elqui, Zárate reunió a sus primeros seguidores. Allí dio también sus primeras prédicas, en las que mezclaba aforismos, teología y sabiduría popular: anunciaba el Apocalipsis, condenaba los vicios, daba recetas naturales con yerbas para curar aflicciones crónicas y pasajeras, consejos de higiene personal y hasta citaba a Schopenhauer. Entre los mismos cerros ensayó uno de sus “milagros”: un día se arremangó la sotana, trepó el sauce junto a la quebrada y prometió que volaría. Sus fieles rezaban y otros esperaban el fatal desenlace. Se lanzó y cayó boca abajo; fue el primero de varios costalazos en el mismo intento.

Entre los mismos cerros ensayó uno de sus “milagros”: un día se arremangó la sotana, trepó el sauce junto a la quebrada y prometió que volaría. Sus fieles rezaban y otros esperaban el fatal desenlace. Se lanzó y cayó boca abajo; fue el primero de varios costalazos en el mismo intento.

“Sus prédicas son de esquiva catalogación, porque él mismo es incatalogable”, dice Andrés Estefane, doctor en Historia de la State University of New York y autor de Crónica de la primera venida del Cristo de Elqui, relato incluido en Historias del siglo XX chileno (Ediciones B, 2008). “Él recuerda a otros personajes igual de populares que cruzan sabidurías de distinto origen y generan una especie de pensamiento mixto interesante. Son de una sensibilidad especial para tocar y mover a la gente. El Cristo de Elqui encarna la figura de predicador y místico popular, y lograba concentrar el interés que suscitaban artistas o deportistas consagrados. Les hablaba a los pobres y marginados, pero lo escucharon también en la alta sociedad y empezó a hacer ruido. Era de esperarse que hicieran algo con él”, agrega.

Retrato principal Domingo Zárate Vega, años 40. Crédito: René Zárate Grandón.
Retrato principal Domingo Zárate Vega, años 40. Crédito: René Zárate Grandón.

A fines de 1930, el gobernador de Elqui de la época, Carlos Gabler, mandó a disuadir una de sus concentraciones por “el gran número de feligreses”. Las autoridades contaron más de 400 personas. Esa tarde todo el elenco fue detenido. Domingo Zárate Vega pasó dos semanas preso y bajo supervisión médica en Vicuña. Fue su primera reclusión. “Allí estrechó un vínculo insólito con Carabineros, que después lo defendía y daba alojamiento en las comisarías”, revela Estefane.

Tenía en mente algo más grande, Un “plan divino”, como lo llamó él.

“Quería viajar a la Santiago a reunirse con el presidente y con el arzobispo Crescente Errázuriz, y llegar a Roma para encontrarse con el Papa Pío XI. Quería conciliar la doctrina católica con sus propias enseñanzas”, cuenta Juan Guillermo Prado, autor del libro Los iluminados del Valle de Elqui. Funcionario de la Biblioteca del Congreso Nacional, ha investigado por años a Zárate y está convencido de que “él no era un revolucionario ni un reformista. Era un predicador que hablaba sobre múltiples asuntos, y eso molestó sobre todo a la Iglesia, que presionó a las autoridades para que se hiciera cargo”.

Zárate llegó a La Serena y los círculos conservadores se mostraron inquietos. La Intendencia decidió “hacerlo alojar” en el cuartel de Carabineros. Su celda se volvió una fábrica de noticias en los últimos días del verano de 1931: qué decía, qué hacía y hasta qué comía, era digno de cuartilla. Bullado fue el hallazgo de una bolsa de higos secos en su bolsillo, que no calzaban con su supuesto ayuno. Por esos días apareció publicada también una lapidaria carta del cardenal de La Serena, José María Caro, en el semanario La Luz. “Se ha presentado entre vosotros un pobre iluso, de los que hay muchos en el manicomio y al cual los fieles han acogido como el enviado de Dios, como el mismo Mesías, nada menos, y le han formado su comitiva de apóstoles y creyentes”.

Intentaban desacreditarlo desde todos los frentes, pero estaba decidido a llegar a Santiago. El 25 de febrero, la Intendencia filtró la noticia de que ya estaba todo listo para que Domingo Zárate Vega y su hermano retomaran rumbo a Santiago a bordo del tren Longitudinal Norte. “Hoy entrará a Santiago el Cristo de Elqui”, anunció el diario La Nación el mismo día de su arribo, hace exactos 90 años. Las autoridades, sin embargo, ya tenían otros planes para él.

“El poder no tenía otra alternativa que darlo por loco. Si no lo hacían, no podrían frenarlo. Había logrado instalarse en sectores populares con una facilidad insólita”, opina Edmanuel Ferreira.

“No se tiene registro de si Zárate Vega pretendía generar un movimiento político más allá de las multitudes que escuchaban sus prédicas, pero al menos tenía plena consciencia de ser un personaje –añade Andrés Estefane–. Era muy cercano y conocido en los sectores populares, y además sabía que en los sectores de élite provocaba una mezcla de fascinación, exotismo y perturbación, pero también el miedo por lo impredecible que era”.

“No se tiene registro de si Zárate Vega pretendía generar un movimiento político más allá de las multitudes que escuchaban sus prédicas, pero al menos tenía plena consciencia de ser un personaje –añade Andrés Estefane–. Era muy cercano y conocido en los sectores populares, y además sabía que en los sectores de élite provocaba una mezcla de fascinación, exotismo y perturbación, pero también el miedo por lo impredecible que era”.

Larga vida en la ficción

Se resistió con patadas e insultos a que le cortaran el cabello y la barba. Había dejado también el ayuno y renunciado a sus vigilias. Llevaba casi cuatro meses recluido en la antigua Casa de Orates de Santiago y los médicos no veían avances en su recuperación. Un informe emitido por el doctor Jerónimo Letelier, subdirector de la institución, señaló que el diagnosticado “delirio místico con ideas de grandeza” de Domingo Zárate era “incurable”. Al quinto mes de encierro, y como varios otros internos, fue liberado y devuelto a las calles.

Se radicó en Santiago, y a contar de agosto de 1931 ofreció charlas y conferencias en plazas, teatros, cárceles y sindicatos. Visitaba también a enfermos en los hospitales y les ofrecía sus consejos y conocimientos de medicina natural. Lo mismo hacía en el restaurant El Naturista, en pleno centro de la capital. Andaba de aquí para allá, a pie y sin rumbo. Nicanor Parra, quien años después impostará su voz en dos libros fundamentales de su obra, Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979), fue a topárselo en esos años en la Quinta Normal.

Portadas-primera-edición-de-Sermones-y-Prédicas-del-Cristo-de-Elqui-1977. Crédito: Javier García.
Portadas primera edición de Sermones y Prédicas del Cristo de Elqui 1977. Crédito: Javier García.

“Yo lo vi muchas veces. (…) Era un hablador callejero, analfabeto y medio loco, naturalmente. (…) Yo lo he definido como un teósofo de la liberación, pero jugando con él. Poseía lo que Kafka llama una gran fuerza animal. Su mirada era muy fuerte y era difícil librarse de ella. (…) Yo no me atrevía a conversar con él, lo miraba desde lejos. Tenía una gran capacidad de retener a la gente. Una vez que te ponías a escucharlo, debías seguirlo indefinidamente, aunque fuera disparate tras disparate lo que estaba diciendo”, contó el antipoeta en Conversaciones con la poesía chilena (1990), de Juan Andrés Piña.

“Yo lo vi muchas veces. (…) Era un hablador callejero, analfabeto y medio loco, naturalmente. (…) Yo lo he definido como un teósofo de la liberación, pero jugando con él. Poseía lo que Kafka llama una gran fuerza animal. Su mirada era muy fuerte y era difícil librarse de ella. (…) Yo no me atrevía a conversar con él, lo miraba desde lejos. Tenía una gran capacidad de retener a la gente. Una vez que te ponías a escucharlo, debías seguirlo indefinidamente, aunque fuera disparate tras disparate lo que estaba diciendo”, contó el antipoeta en Conversaciones con la poesía chilena (1990), de Juan Andrés Piña.

Parra tuvo también en sus manos los minúsculos folletos que Zárate comenzó a repartir entre sus seguidores. Estaban llenos de opúsculos escritos por él, y aún se encuentran en la Biblioteca Nacional. “Deben ser como diecisiete y constituyen su Autoevangelio”, escribió años después el poeta Alfonso Calderón en Memorial de la Estación Mapocho (RIL, 2005). El primero fue El grito del pastor en el silencio (1935), y le siguieron otros títulos como Un signo de luz (1938), Blanco azul y rojo (1944), El secreto y el silencio es poder, Luz vida y orientación, Sima, lumbrera y orientación y La estrella del Oriente (sin fecha).

“Pongo en conocimiento de todos los lectores chilenos sanos, enfermos y a todas las Américas este libro para toda persona de sociedad, credo, literatura, título, raza o clase. Sus lecturas sencillas pueden medir comprensión a cualquier hombre de la ciencia y del poder, así como la humildad humilla al necio y al ensalzado, así las verdades divinas reducen a tierra a los sabios y poderosos sin dejarlos llevar nada del palacio”, se lee en uno de ellos. 

Cuatro años después apareció su libro más personal, La promesa y la vida de El Cristo de Elqui (1948). Entre sus páginas, Zárate Vega reveló hechos cruciales en su vida: en agosto de 1926, mientras trabajaba como maestro carpintero en Potrerillos, recibió el aviso de que su madre había muerto. “¡Ni antes ni después, hablo con entera franqueza, he sentido pena más grande”, escribió. Pensó en el suicidio, pero optó por hacer una manda.

“Durante veinte años vestiría un traje distinto al que llevan los demás; prometí ser manso, fiel y sordo a toda ofensa; procuraría no responder a persona alguna con impaciencia, soberbia o rencor; daría todo lo que poseía, yéndome a vivir durante cuatro años adonde nadie supiera de mí. Después de sufrir así saldría a andar por el mundo, pero siempre con mi secreto, sin que nadie, a cuenta cabal, supiera el motivo de mi extraordinaria vida, hasta cumplir los veinte años vestido de sayal en honor de mi madrecita”, escribió.  

En 1948 se quitó el sayal, puso fin a su vida como religioso y se borró del mapa. Durante los próximos 70 años, el personaje desplazará a su intérprete: el Cristo de Elqui resucitará en gloria y majestad en la antipoesía y una obra de teatro escrita por Nicanor Parra, aparecerá en novelas y hasta protagonizará su propia ópera en el Teatro Municipal de Santiago.

En 1948 se quitó el sayal, puso fin a su vida como religioso y se borró del mapa. Durante los próximos 70 años, el personaje desplazará a su intérprete: el Cristo de Elqui resucitará en gloria y majestad en la antipoesía y una obra de teatro escrita por Nicanor Parra, aparecerá en novelas y hasta protagonizará su propia ópera en el Teatro Municipal de Santiago.

“Él es casi de ficción, estaba hecho para ser un personaje de novela. Yo leí a Parra y aluciné, y después accedí a los textos del Cristo y comprendí el milagro del antipoeta, que fue reescribir sus textos en decasílabos. Ahí apareció la obra de arte”, comenta el escritor chileno Hernán Rivera Letelier. El personaje tuvo primero un par de apariciones incidentales en dos de sus novelas, La reina Isabel cantaba rancheras (1994) y Los trenes se van al purgatorio (2000), pero en 2010 publicó El arte de la resurrección, que recogía aspectos de su vida y estaba protagonizada por el alter ego de Domingo Zárate Vega.

“Pensé en un Cristo que tuviera humor, fallas, que no le funcionaran los milagros, y ése era él, un Cristo bien chileno –agrega el autor–. Investigué muy poco de su vida, porque encontré muy poco. Tuve que inventarle la infancia y un montón de cosas, pero su voz y su mensaje se me hicieron conocidos, pues mi papá era un predicador de la calle y yo lo acompañaba siempre cuando niño. El viejo era analfabeto, pero cuando se ponía a predicar era cosa seria. Así mismo me imaginé a este Cristo, con quien además comparto mucho la calle y la intemperie”. 

En 2018, el compositor chileno Miguel Farías trajo también de vuelta al personaje en la ópera El Cristo de Elqui en el Municipal de Santiago. “Cuando leí las novelas de Rivera Letelier inmediatamente vi en su historia y en él una ópera –cuenta–. De su vida se sabe muy poco, eso hace que el personaje sea tan permeable a la ficción. Representa un arquetipo del héroe más aterrizado, más chileno, de un héroe fantasioso incluso, imaginario”.

Mi tío Domingo

Lo ha conocido a través de lo que otros le han contado. Desde que era un niño, René Zárate Grandón (52) ha oído cientos de historias y anécdotas de su tío abuelo Domingo en sus años “iluminados”. “Falleció cuando yo tenía dos años, no tengo recuerdos de él. Las historias me las fue contando mi papá, que fue el que lo acompañó hasta el final de su vida. Él era su sobrino directo, hijo de una hermana del tío Domingo. Así le decían en la familia”, cuenta al teléfono desde Valparaíso.

“Nunca le escuché a nadie llamarlo Cristo ni loco. No era católico ni evangélico, hasta donde he sabido. No tenía religión. Era creyente a su manera, decía mi papá. Predicaba la palabra de Dios a su estilo. Y puede haber tenido su locura, por qué no, pero su mensaje llamó la atención también por sus conocimientos. No por nada la gente lo seguía”, comenta el sobrino nieto.

“Nunca le escuché a nadie llamarlo Cristo ni loco. No era católico ni evangélico, hasta donde he sabido. No tenía religión. Era creyente a su manera, decía mi papá. Predicaba la palabra de Dios a su estilo. Y puede haber tenido su locura, por qué no, pero su mensaje llamó la atención también por sus conocimientos. No por nada la gente lo seguía”, comenta el sobrino nieto.

Al morir su padre, hace unos años, René Zárate heredó todos los documentos personales de su tío abuelo. “Mi papá le tenía un altar ahí en la casa donde vivíamos, en el cerro Yungay. El tío siempre llegaba allá de sus viajes o cuando vivía en Santiago. Recuerdo que había un cuadro con una fotografía suya en la que aparece bien barbón, joven y en sus años de predicador. Para la crisis del 82 mi papá vendió hartas cosas, incluido ese cuadro, y nunca más supe de muchas otras. Yo aún tengo su libreta de familia y un carnet de cuando ingresaba a la cárcel en sus últimos años”, cuenta.

El primer documento consigna que el 8 de agosto de 1956 Domingo Zárate Vega se casó con una mujer llamada Estrella Pavlovic en la oficina del Registro Civil de San Isidro, en Santiago. “Entiendo que fue después de terminada su manda, cuando ya no se vestía de Cristo. Con ella tuvo un hijo, aunque dicen que tenía otros repartidos. En el norte quizás, quién sabe. Como haya sido, yo no he sabido de ni uno más”, revela su sobrino nieto.

Interior libreta de matrimonio. Crédito: René Zárate Grandón.
Interior libreta de matrimonio. Crédito: René Zárate Grandón.

El segundo, con fecha 25 de abril de 1963, es una autorización otorgada por el alcaide de la Penitenciaría de Santiago que le permitía entrar diariamente como comerciante. Les vendía zapatos, guitarras, artesanías y yerbas naturales a los internos. En la misma credencial hay una fotografía de Domingo Zárate Vega a los 65 años: tenía el cabello corto, se había afeitado la barba y dejado un canoso y delineado bigote. Casi no hay rastros del Cristo de Elqui en ese hombre de chaqueta y camisa blanca, a excepción de su intimidante y singular mirada.

Carnet año 1963. Crédito: René Zárate Grandón.
Carnet año 1963. Crédito: René Zárate Grandón.

Vivió en Santiago hasta sus últimos años. “Estaba desahuciado y mi papá se lo trajo a Valparaíso, a su casa. Murió el 12 de diciembre de 1971 de una insuficiencia hepática. Mi papá compró también la sepultura y lo enterró. Contaba que el funeral había sido bien hermético, y que ahí apareció su hijo. Murió muy en el anonimato”, cuenta René.

Vivió en Santiago hasta sus últimos años. “Estaba desahuciado y mi papá se lo trajo a Valparaíso, a su casa. Murió el 12 de diciembre de 1971 de una insuficiencia hepática. Mi papá compró también la sepultura y lo enterró. Contaba que el funeral había sido bien hermético, y que ahí apareció su hijo. Murió muy en el anonimato”, cuenta René.

La tumba de Domingo Zárate Vega se encuentra entre los cerros del cementerio N°3 de Valparaíso, comúnmente llamado Cementerio de Playa Ancha. A 50 años de su muerte, entre sus olvidados textos asoma un insólito vaticinio: “Un día, quizás no lejano, recordarán y moverán todos estos archivos, que han venido relatando mi vida desde el año 1930, y el predicador no quedará olvidado ni desconocido entre los humanos”.

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