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Entrevista Canalla

14 de Mayo de 2021

El artista Gaspar Galaz y su queja con la humanidad:”¡El que inventó esto estaba borracho!”

Es un legendario escultor e historiador del arte, papá de un astrónomo que lleva su mismo nombre, amigo de sus amigos y un pesimista con respecto a los seres humanos. Le hace frente a una complicada enfermedad, cree que ya vivió el 96% de su vida y aquí habla del universo, del mundo, del arte, de la muerte.

Por

“Lo tengo controlado”, advierte Gaspar Galaz, el artista. “¿Qué tiene controlado?”, pregunta el reportero, contemplando esa legendaria expresión juvenil del escultor. “El cáncer”, menciona él con naturalidad, como si hubiese dicho “una filtración en el baño”, o bien “el gasto en luz”. El reportero ilustra el pesar con una dramática rigidez facial y, a su vez, el artista ilustra su relajo con una risotada. Y Gaspar agrega, aún en mitad de su risa:

-¡Se acerca el fin, maestro!

Tiene 80 años, es un mítico escultor en etapa reposada, un creador jubilado desde el 2009, pero un teórico vigente. Colgó la inspiración para no forzar más la madera, su material de trabajo. De todos modos, sigue siendo un documentado historiador del arte, un difusor, una figura luminosa de las fiestas, un dandy en bluyines. En el mundo de las galerías de arte, allí en medio de la onda, aparecerá el señor Galaz. Y del brazo le colgará una esposa y del otro un whisky. Y lanzará una carcajada con dos hielos y la fiesta se pondrá más feliz. Estará rodeado de pintores realistas y surrealistas, compartirá un chiste con Cienfuegos, con Lira, un gesto audaz con la señora Aldunate. Estamos, a fin de cuentas, ante el señor Galaz, el mito del salón. 

-¡¡¡JAJAJA!!!- y aquí está su risa.

En la actualidad, Gaspar Galaz -canas muy largas, aspecto de sabio magnético- está esperanzado: el Carnet Verde, ese permiso para ser normal, abrirá los museos, el arte, la belleza. De todos modos, él sigue ejerciendo como un académico online de la Universidad Católica. Los días viernes dicta clases con su rostro enmarcado en 14 pulgadas y los días miércoles recibe una inyección en el estómago que lo mantiene con vida.  

-Pero, claro, me queda poco…

-¿Cuánto?

-Yo ya viví el 96% de mi vida.

-¿Está preparado?- nuestra voz es solemne. 

Pero Gaspar Galaz, tiempo atrás, leyó a Albert Camus y a Sartre, dos pesimistas, y por tanto proyectaba con pavor la muerte. Luego envejeció, leyó cosas simpáticas, y hoy, dice, no le tiene miedo a nada. Y la muerte le parece un trámite, a tal punto que tiene financiado su propio final.

-Sí, bueno, tengo pagado el cementerio. 

Y añade:

-Y, por testamento, doy instrucciones claras. 

-¿Respecto a sus bienes?

-Respecto a mi cuerpo.

-¿Qué exige?

-Por testamento ordeno a mis hijos que lancen mis cenizas en el camión de basura que pasa por mi casa. Pasa los lunes, miércoles y viernes. Ellos verán el día.

-¿Por qué tomó esa decisión?

-¿A qué se refiere?

El reportero titubea.

-Me refiero a que es atípico que la última morada sea en la basura…

-Bueno, yo quiero inmortalizarme en un vertedero. Aplastado por un ladrillo y lleno de mugre.

-Es arte- murmuramos, hipnotizados por el aura Galaz-, arte póstumo…

-Sí, pero… mis hijos… ¿me vas a creer que no lo quieren hacer?

-…sí, bueno… por qué será…

-¡Allá ellos!- grita.

-¡Allá ellos!- se contagia la prensa.

“Por testamento ordeno a mis hijos que lancen mis cenizas en el camión de basura que pasa por mi casa. Pasa los lunes, miércoles y viernes. Ellos verán el día”.

Déjenlo. Gaspar quiere ser eternizado como un fragmento de suciedad. Perdurará como un escombro intachable, un hito mugroso que montó miles de exposiciones, que talló la madera, que fue abstracto. Que recorrió el mundo y defendió la democracia.   

-¡Y donaré mis libros al Campus Oriente! Y listo. Punto. Vivimos y nos fuimos.

Y respira.

No da más detalles.

Le salta el corazón.

Tiene los pies en la tierra y en los basurales aunque, por causas familiares, está condenado a ser un volado: su señora, a raíz de algunos inconvenientes, vive mentalmente en un planeta más delicado, y tiene, además, un consagrado hijo que estudia el cosmos. Gaspar Galaz, el artista exitoso, es el padre de Gaspar Galaz, el astrónomo exitoso. Por este motivo, el reportero cruza una pierna y le pregunta ampulosamente por el universo. “¿Qué hay allá?”, pregunta, y hace un gesto de teatro en dirección al vacío. “El infinito es abrumador”, desliza el artista. Y luego se pregunta lo siguiente:  

-¿Te imaginas lo que es llegar a la certeza de que jamás hay un fin?

-Eso es estresante…

-¿¿Te das cuenta??

-Vagamente, Gaspar…

-¡Es una locura! ¡No hay una explicación lógica! ¡Sólo la muerte!

Se agita.

-¿Cree que nos miran, Gaspar?

-¿Cómo dice, amigo?

-Desde allá, ¿nos miran?

Gaspar, práctico, voltea la cabeza.

-Los extraterrestres, digo…- especificamos.

-Naaa, ¡qué extraterrestres ni que ocho cuartos! ¡Los únicos extraterrestres somos nosotros!

El reportero detecta hábilmente que está ante un pensador en estado de gracia. El artista tiene 80 años y un cáncer por dentro: este hombre está en la fase de la reflexión, de atar cabos. El chamán quiere hablar.

-Y, dígame…- anunciamos.

-¿Sí?

-¿Cómo está el mundo, Gaspar?

El chamán cierra los ojos y comenta:

-Chucha, la media preguntita.

Y se pone a pensar.

El reportero detecta hábilmente que está ante un pensador en estado de gracia. El artista tiene 80 años y un cáncer por dentro: este hombre está en la fase de la reflexión, de atar cabos. El chamán quiere hablar.

DIÁLOGO CON UN GRAN ENOJADO

“Nosotros los humanos”, dice, “no pesamos nada”. Y enfatiza: “¡Nada!”. Luego pone una mueca de melancolía y aclara: “Pienso en mis nietos… a ellos les tocará pagar la deuda”. Y explica que hace millones de años los humanos estaban en cavernas, asustados, cubiertos con pieles de osos, pero que hoy el ser humano “es igualito a ese cavernícola asustado, no hemos cambiado en nada”.

Su frase es tajante:

-Tenemos conciencia de la razón y seguimos siendo irracionales.

-¿En qué mundo vivimos?

-En uno surrealista. El humano no evoluciona. Seguimos siendo el mismo ser violento. Y seguimos con los mismos temas sin resolver: la riqueza y la pobreza. Tenemos más vacunas, sí, pero somos los mismos de siempre. Somos esos mismos seres egoístas, agresivos, celosos de toda la vida… sólo que un poco más lateros… ¿sabes? Yo me hago una pregunta…

-Diga…

-Me pregunto: ¿¿A quién cresta se le ocurrió inventar esta vaina??  

-Se especula que es Dios, señor…- razona la prensa.

-¿¿Dios?? ¿¡Será eso posible!?

-Dicen que sí…- en voz baja.

-¡Yo me refiero al objetivo! ¿Con qué objeto se crea todo esto? ¡Si más encima miles y miles de muertos están bajo nuestros pies! ¡Así es como vivimos!

-…de qué habla…

-Vivimos sobre la muerte, maestro…- sentencia el artista.

-Tal vez eso es irremediable, señor…

-Te voy a decir algo… no me importa…

-Dígalo…

La intensidad sube. El chamán transpira.

-¡El que inventó esto estaba borracho!

-¡Pero cómo se atreve! 

-¡¡¡Borracho!!!

Y Gaspar ríe locamente.

-¿Insinúa, en términos metafóricos, que Dios bebía? 

-¡Debió haber tenido una tremenda borrachera cuando inventó esto! Esto es el máximo de egocentrismo. 

“Tenemos más vacunas, sí, pero somos los mismos de siempre. Somos esos mismos seres egoístas, agresivos, celosos de toda la vida… sólo que un poco más lateros…”.

Fue criado en el Liceo Manuel de Salas, es hijo de un mueblista. No es devoto de Dios. Es devoto de valores laicos, como el compañerismo, la lealtad, los brindis y la conversación. Opina que la historia es un loop, un círculo permanente. Y recuerda, por ejemplo, que el 12 de abril de 1957 él fue testigo de un estallido social. Y el país siguió siendo el mismo. Y el 18 de octubre del 2019 él vio otro estallido social. Y cree que el país seguirá siendo el mismo.

-¿Considera que la creación es una condena?

-Es una condena. Están todos perdidos. Los jóvenes ven a los mayores que se sacan la cresta. Después ellos serán los mayores que se sacan la cresta. Y así. Todos compitiendo, unos con otros, salvajemente. 

Toma aire. Sigue:

-Mira, desde que el hombre primitivo cachó que con un hueso de dinosaurio podía golpear y cagarse al otro, desde ahí todo se echó a perder.

-¿Entonces cómo se puede soportar la vida?- el reportero lo pregunta con desesperación.

-Un amigo me lo dijo: “La vida es una pérdida de tiempo”.

-No puede ser…

-Maestro, mire, los humanos estamos tan asustados que la alienación está en el trabajo. La forma de escapar es trabajando. 

“Mira, desde que el hombre primitivo cachó que con un hueso de dinosaurio podía golpear y cagarse al otro, desde ahí todo se echó a perder”.

En este momento, a modo de pausa, se asoma a la pantalla la flamante esposa de Gaspar Galaz. Saluda e invita a la prensa a tomar un vaso de whisky uno de estos días. Gaspar le dirige una frase dulce, totalmente humanizada, diferente a sus frases despiadadas con la humanidad. 

Luego vuelve a poner el ceño fruncido. 

-Imagine, a modo de ejercicio- le sugiere el reportero-, que la creación fuese una obra de arte…

Entrecierra los ojos.

-Ya…

-¿Qué puede decir de ella como crítico de arte?

Sonríe diabólicamente.

-Esto es una obra inacabada. Una obra fallida.

Vuelve a abrir los ojos:

-Y el arte será lo único que quedará…

Ahí se ríe una vez más.

ARTE AL FIN

Lleva una vida matemáticamente regulada: se despierta a las ocho de la mañana y toma una ducha de doce minutos. Luego se dirige a la esquina y da seis vueltas por una plaza que tiene trescientos metros de longitud. Respira, bufa, llama a los amigos porque él, dice, es un coleccionista de amigos, un genio en habilidad blanda. 

-Puta que tengo ganas de ir a los bares…

-¿Qué pasa en los bares?

-El mundo es mejor.

Según parece, a lo largo de cinco vasos de whisky Gaspar Galaz se empieza a transformar en un optimista. Al salir del bar, admite, choca frontalmente con lo que, paradojalmente, ha llamado la creación imperfecta de un borracho. La humanidad. Sólo los amigos han hecho que la vida sea maravillosa. Y recuerda: “A Nemesio Antúnez, José Balmes, Guillermo Machuca, a Francisco De la Puente. Las juntadas en el Rehnania con Benjamín Lira, Gonzalo Cienfuegos, Juan Pablo Langlois”. 

Y dice: “Sólo mirar arte mejora la existencia”.

O dice: “Sólo mirar la belleza de la mujer mejora la existencia, con respeto eso sí”.

Es un pesimista que ha vivido muerto de la risa. Todo el mundo le cae estupendo, confiesa, menos Pinochet. Y nadie le cae mal. 

-¿Y los artistas cómo han enfrentado este periodo?

-Trabajando. Encerrados. Sin parar.

No quiere, eso sí, detallar sus penurias. No quiere exponer a los colegas. Pero allí están, aclara, creando. Y él, mientras, aguarda el Carnet Verde y sin más remedio se pincha el estómago.

Es un pesimista que ha vivido muerto de la risa. Todo el mundo le cae estupendo, confiesa, menos Pinochet. Y nadie le cae mal.

-¿Hay alguien que le gustaría conocer?

-Pepe Mujica me intriga.

-¿Con qué sueña?

-Con nada. No sueño.

-¿Qué le impresiona?

-Nada. Lo he visto todo.

-¿Pero qué le emociona?

Y aquí su mirada cambia. Es la mirada del escultor. La mirada del hombre que dedicó sesenta y cinco años de su vida a inventar.

Sonríe. 

-Me emociona la libertad. 

Y se queda en silencio. Los ojos le brillan.

Gaspar Galaz dice que le queda un 4% de batería.

Su vida ha tenido arte, amor, desamor, aciertos, errores, cosmos, hijos, whisky, bluyines, cócteles, entrevistas, bares, amigos, alumnos, madera, abstracciones, risas.

Y libertad.

Y aquí está, en la fase final.

-Me he quejado tanto… de cosas metafísicas, de los seres humanos… pero pienso en mi vida, en mis 80 años, y absurdamente tengo que decirte algo…

-Qué…

Entonces, mirando fijamente, confiesa:

-No me puedo quejar, maestro. No me puedo quejar- y se queda sonriendo, pegado, por mucho rato. Mirando algo que nadie parece ver.

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