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Entrevistas

14 de Mayo de 2021

Kathya Araujo, socióloga: “Tenemos una sociedad extremadamente irritada y agobiada”

Crítica de la clase política, la investigadora que más profundamente ha analizado las relaciones de autoridad en el país dice estar preocupada de que no hayamos hecho todos los debates participativos que requería esta elección constituyente. También revela hasta qué punto la figura del Presidente Piñera se ha convertido en “la metáfora” del descontento social.

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En octubre del 2019, con el estallido social, las investigaciones de Kathya Araujo cobraron una importancia vital. Por años, la directora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías del Poder indagó -a través de estudios cualitativos- los cambios que se habían ido generando en la sociedad chilena. Entró a indagar en las grietas de un país que parecía pulcro, exitoso, bien encaminado. El velo cayó. Y la rabia apareció. 

Araujo, especialista en teoría social y en estudios sociológicos, profesora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA ), de la Universidad de Santiago de Chile, venía tocando el botón de alerta desde hace años. Lo hizo a través de sus libros “Habitar lo Social”, “El miedo a los subordinados” y “Una teoría de la Autoridad”.

Hoy, a pocas horas de que se inicie formalmente el proceso constituyente, la socióloga advierte de que hay muchos problemas sociales que no se van  a resolver con una nueva Constitución y que requieren de un diálogo mucho más amplio. Un diálogo que el mundo político -hasta ahora- no ha logrado abordar porque está prisionero de la mirada corto plazo. 

Yo estaba muy optimista. Pensaba que estábamos yendo por un buen camino, pero la pandemia puso condiciones muy duras para hacer bien este proceso”, afirma Araujo al señalar que desde octubre del 2019 “no se ha dibujado un horizonte que le dé sentido a la ciudadanía.”. 

“Me parece impresentable que recién ahora estemos hablando de mínimos comunes y que en todo este tiempo no haya habido ningún proyecto para los próximos 20 ó 30 años. La mirada hacia el futuro está ausente”.

-Estamos ad portas de la elección más importante en décadas. ¿Cómo estamos llegando? ¿Entusiasmados? ¿Desconectados? Recordemos que es la culminación de un acuerdo político que permitió bajar la presión del estallido social de octubre 2019…

-Fue una salida que intentó ser lo más institucional posible para la situación de crisis en la que nos encontrábamos. Pero uno tendría que partir por decir que las cosas no se dieron como uno esperaba. Con la pandemia en el medio, ha sido un proceso bastante atípico… 

“Me parece impresentable que recién ahora estemos hablando de mínimos comunes y que en todo este tiempo no haya habido ningún proyecto para los próximos 20 ó 30 años. La mirada hacia el futuro está ausente”.

-¿Se congeló el proceso?

-Se nos cambió la vida. Este proceso debió haber estado acompañado de conversaciones, encuentros, cabildos, discusiones y una mayor interacción presencial. Y, por otro lado, el foco de tensión se movió. Para muchos la vida ordinaria se volvió muy difícil. Se han perdido trabajos, ingresos. Súmale las grandes preocupaciones por la salud y las pérdidas en lo cotidiano como las escuelas para los niños, las universidades para los más jóvenes. Es un proceso que ha sido interferido por otro.

¿La elección más política de las últimas décadas no ha tenido interacción política? 

-Claro. Y es que es muy difícil interactuar sin el necesario cara a cara. Fundamentalmente, porque esa cosa colectiva que se empezó a producir en octubre, era una promesa para generar conversaciones que pudieran ir decantando emociones como la rabia, el desconcierto…

-¿La pregunta es si la olla a presión todavía está hirviendo o esta elección la va a descomprimir?

-Encuentro que hay casi una obsesión por preguntarse si el estallido está ahí o no. La obsesión debería estar centrada en si los problemas de la sociedad continúan siendo los mismos o no. Creo que estamos al debe en entender lo que ha pasado.

-Quizá es porque para muchos el estallido quedó entre paréntesis. No fue resuelto.

-La verdad es que llegamos a octubre del 2019 con una sociedad que venía arrastrando muchísimas dificultades. ¿Se han resuelto? ¿Hemos dado horizontes para que la sociedad sienta que se está moviendo hacia otros lugares? Esa es la pregunta esencial. Es cierto que la pandemia ha arrasado con un montón de certezas. Pero también es cierto que no estamos llegamos bien preparados a esta elección. Faltaron procesos colectivos.

-¿Es sólo un asunto de falta de diálogos? ¿Ha habido voluntad política para poner el foco en la  conversación constituyente?

-Más allá de la pandemia, que tiene dificultades reales, no hemos conseguido darle un cauce a lo que debía ser el inicio de la conversación en octubre. Recién ahora se abre el espacio para hablar de mínimos comunes. ¡Pero estamos a mayo del 2021! El problema del estallido del 2019 no era desactivar la violencia. Nunca fue ése el tema. El problema del estallido era lo que se había puesto en juego en la sociedad. Una de las cosas más importantes tenía que ver con generar un piso básico, un mínimo común. 

“Encuentro que hay casi una obsesión por preguntarse si el estallido está ahí o no. La obsesión debería estar centrada en si los problemas de la sociedad continúan siendo los mismos o no. Creo que estamos al debe en entender lo que ha pasado”.

LA OPACIDAD

-Desde tu ámbito de investigación social. ¿Qué dirías que ha pasado desde el 2019 hasta ahora?

-Estamos en un momento especialmente opaco de la sociedad. Al no haber interacción, todo pierde nitidez. La pandemia impone muchas restricciones para poder establecer relaciones con los demás. Además, hay que considerar que el país ha enfrentado situaciones traumáticas sucesivas. Octubre fue traumático para la sociedad. La pandemia también lo es. Por lo tanto, es muy difícil saber hacia dónde se está yendo. Lo honesto es decir que no tenemos capacidad de verlo. 

-¿Las tesis e interpretaciones son equívocas, entonces?

-Se está imponiendo una versión sobre la sociedad que viene desde las redes sociales o de grupos más activos políticamente y que están expandiendo su propia interpretación de la sociedad. 

-¿Lejanas a la realidad?

-Pienso que en la opacidad todos se están aprovechando para hacer interpretaciones, pero no están recogiendo la complejidad de lo que está pasando. Unos dicen: “El país quiere que todo cambie completamente”. Otros dicen: “No, lo que los chilenos quieren es que esto se mantenga”. Pero la verdad es que nadie lo sabe… Estamos en un país revuelto y confundido.

-¿Y tienes alguna idea de qué se podría estar incubando en una sociedad cruzada por una crisis sanitaria, económica, política?

-Hemos estado investigando cosas en terreno, pero nos prohibimos mirar con óptica política. Nos hemos metido en las vidas ordinarias. Y lo que uno está viendo es que hay una capa de la población que está enfrentando exigencias contingentes muy agudas. Las personas están concentradas en encontrar otro trabajo, en reinventarse, en poder salvar el día. 

“Pienso que en la opacidad todos se están aprovechando para hacer interpretaciones, pero no están recogiendo la complejidad de lo que está pasando”.

¿Están respondiendo a la urgencia?

-Claro. Una primera capa está en la urgencia. Gente que está enfrentando esto con mucha fuerza y creatividad. Luego, hay otro sector que está con mucha nostalgia de ese momento épico, colectivo y heroico que se cortó. Hay una cosa complicada ahí.

-¿Por qué?

-Porque se cortó un proceso que para muchos fue como darle un sentido a sus vidas. Uno de los problemas de los últimos 30 años era el sentimiento de no tener un sentido de la vida social, de un para qué. Entonces, hay una nostalgia de ese momento épico, pero que se agrió en el camino. También hay otra capa de la población que tiene que mucha rabia aún.

¿Rabia con quién?

-Es un gran desapego con la clase política en general, pero diría que el gran símbolo ha sido y sigue siendo Sebastián Piñera. Ahí hay algo que se instaló. O sea, más allá de sus responsabilidades, Piñera es visto como una figura de responsabilidad en todo esto. 

¿En qué sentido Piñera es una figura icónica?

-Prefiero no centrarme en eso, que es más político y no tiene con ver con mi trabajo. Sólo digo que ahí hay un tema con la figura del Presidente. En él se concentra un malestar. Es la expectativa de que con todo lo que pasó, algo tendría que haber cambiado. Piñera se ha convertido en una figura emblemática de todo lo que ocurrió y en que muchos sienten que no se movió. 

-¿Una sensación de frustración?

-Claro. Porque lo que intentó octubre fue mover las cosas. Y las movió. Hay muchos aspectos en que ya no hay marcha atrás. La percepción de la desigualdad ya es un sentido común en nuestro país. Objetivamente, hay cosas que sí se han transformado. Ahora, si esto se movió hacia la izquierda o hacia la derecha, es una disputa de interpretaciones. Pero que hubo un sentido común establecido sobre la desigualdad y las injusticias, eso ya se instaló. 

“Sólo digo que ahí hay un tema con la figura del Presidente. En él se concentra un malestar. Es la expectativa de que con todo lo que pasó, algo tendría que haber cambiado. Piñera se ha convertido en una figura emblemática de todo lo que ocurrió y en que muchos sienten que no se movió”. 

-¿Y Piñera representaría algo así como el inmovilismo?

-Eso no lo sé. Los cientistas políticos lo pueden haber estudiado mejor. Solo digo que el ícono de lo que pasó es Piñera. Es como el referente. Es la imagen, la metáfora. Como que él no hubiera entendido que ya  hay cosas que cambiaron, que se movieron y se instalaron.

LA IRRITACIÓN

-Dices que hay distintas capas de la población que viven en la nostalgia, en la urgencia o en la rabia…

-Son varias capas. No sólo es nostalgia o rabia. También hay una parte asustada. Un sector más moderado de la población. Casi nadie habla de ellos, es como que no existieran. Ese sector no quiere saber mucho de nada, está un poco harto de todo, pero existe y está en silencio. 

-Juntando todas esas capas de la población, ¿cómo dirías que se está configurando la sociedad chilena hoy?

-Tenemos una sociedad extremadamente irritada. Es una sociedad que está viviendo entre el agobio y la irritación. Está agobiada por las desmesuradas exigencias que ha tenido que enfrentar para poder sobrevivir. Pero, en lo de fondo, es una sociedad muy irritada. Porque la otra cosa que pasó en este tiempo es que los principios que ordenaban nuestras relaciones sociales se han diluido.

-¿Cómo?

-Los códigos que históricamente manejamos para establecer las relaciones entre las personas, y las personas con las instituciones han entrado en zona de incertidumbre. Tenemos que reconstruirlos. Entonces, estamos irritados porque estamos agobiados. Y estamos irritados porque no sabemos cuáles son los principios que ordenan nuestras relaciones. 

“Tenemos una sociedad extremadamente irritada. Es una sociedad que está viviendo entre el agobio y la irritación. Está agobiada por las desmesuradas exigencias que ha tenido que enfrentar para poder sobrevivir”.

-¿Eso pone en entredicho las relaciones de autoridad?

-Totalmente. Perdimos esa lógica, esas normas. Yo no digo que antes estuviera mejor. Lo que estoy diciendo es que somos una sociedad agobiada e irritada porque tampoco hay códigos claros.

-En esas capas de la sociedad, ¿la Convención Constituyente es vista con épica?

-Creo que la convención constituyente es vista como un logro importante, pero no que iba a resolverlo todo. Se construyó una épica en torno al Apruebo, pero hay conciencia de que hay muchas cosas que no se pueden resolver con normas, con leyes, porque son problemas de otra índole. Entonces, por supuesto que necesitamos cambiar la Constitución y poner principios distintos a los que teníamos y que reflejen lo que queremos ser. Pero la Constitución no lo va a cambiar todo. También hay otras cosas que tenemos que resolver como sociedad. 

LA ESCUCHA

-¿La clase política se ha desacoplado de la sociedad? ¿No escucharon?

-Sería injusto decir que no oyeron. Sí han habido movimientos. Hemos visto cambios de posiciones en la centro-izquierda, en la izquierda y en la derecha. Yo no soy analista política, pero como simple ciudadana observo y trato de ser justa. Obviamente algo pasó con la clase política. No se quedó en el mismo lugar que estaba antes del 19 de octubre. 

Pero dices que un sector de la ciudadanía que siente que, a pesar de todo lo que pasó, nada se movió. Y que Piñera sería el símbolo de eso….

-Sí, pero no estoy diciendo que se haya movido en la dirección correcta. Lo que digo es que miremos en detalle. No se puede decir que ésta es la misma derecha de octubre o que mantiene las mismas relaciones de poder en su interior. No lo es. Tampoco es la misma izquierda. Se re barajaron los naipes. Hay cambios. Pero una cosa es que tú escuches y otra es que escuches mal.

-Si no hay proyectos de futuro en el horizonte, ¿la política realmente se movió?

-Creo que a partir de octubre tendríamos que haber visto una clase política que construyera horizontes de futuro. Ninguno lo ha hecho. Entonces, sí se movieron, pero no en la dirección correcta. El punto esencial, creo yo, es ¿cuál es la función de la clase política hoy?

-¿Y cuál es?

-Hoy las demandas son múltiples. Y la clase política no puede ser un mero vocero de la ciudadanía. Se requieren propuestas bien trabajadas, con un horizonte de futuro. Mi crítica es que la política está muy electoralista. Todo el tiempo están haciendo cálculos electorales, pero sin una proyección a 20 ó 30 años más. Sin generar sentido. Te hablo de la necesidad de plantear propuestas responsables y que muestren un camino. 

“No se puede decir que ésta es la misma derecha de octubre o que mantiene las mismas relaciones de poder en su interior. No lo es. Tampoco es la misma izquierda. Se re barajaron los naipes. Hay cambios”.

-En tus investigaciones aparece el desapego ciudadano como un distanciamiento con lo político-social. ¿Cuánto puede afectar eso al proceso político que se abre?

-Hice una investigación en el 2018. No es reciente, pero los procesos sociales son lentos. No creo que hayan cambiado tanto. En esas investigaciones una de las cosas que encontré es una especie de corriente de desapego. No es anomia, no es no hacerle caso a las normas. Es un desapego que tiene más bien que ver como una especie de distancia y desidentificación que toca a lo que es lo común. Hay diferentes formas de desapego. No es una. 

-¿Cuáles?

-En esa investigación encontré cuatro tipos de desapego. Los vamos a publicar recién, pero detectamos tres tipos de desapego que no eran contenciosos. O sea, que no implicaban enfrentamientos destructivos, pero había uno que sí y que es más complicado. Eso es algo que ya había encontrado en el 2000 y ha ido fortaleciéndose con el tiempo.

-¿Un desapego asistémico, anárquico?

-Lo que pasa es que hay un tipo de desapego de gente que te reporta que está pensando en irse a vivir al sur, en alejarse, pero no en disputar el orden. Solamente te vas y al alejarte abandonas esa idea de lo común para armar una especie de lo nuestro, algo más pequeño. Pero hay otro sector que es más contencioso, que está en la línea de poner en cuestión las normas mismas de convivencia. Hay varias modalidades, pero te ejemplifico uno que estamos observando y que es: “Yo soy la ley”.  “Yo pongo la ley”. O sea, si tal cuestión no funciona para mí,  entonces no lo vamos a cumplir. En el fondo es como decir: “Yo hago mi propia ley y me voy a regir por ella”. 

-Entonces, ¿hay que pelearle al desapego?

-Totalmente. Si queremos construir futuro, tiene que ser con el compromiso de todos. Y eso pasa por la solidaridad, por reconstruir la idea de lo común. Pero eso requiere tiempo.

-¿El temor a que las cosas se desmadren, está presente?

-Nunca sabes por qué vía va a reaccionar una sociedad. Pero no se puede decir: “Seguro que vuelve un estallido igualito que el anterior “. No lo sabemos. Y lo que vamos a ver ahora es en qué medida la política va a ser capaz de generar circulaciones que permiten la elaboración de propuestas. Lo esencial es ir re-tejiendo lo social. Y asumir que estamos en una crisis. ¿Por qué lo digo? Porque tenemos que aprender que las crisis también requieren tiempo. 

¿No se le ha dado el tiempo requerido a esta crisis?

-Creo que el tiempo de la discusión constituyente podría haber sido más largo. Desde la transición, el apuro por resolver cosas, el apuro para evitar los conflictos, nos ha marcado. Pero la realidad es que tenemos que aprender a vivir con conflictos. Y eso es posible cuando uno sabe que los conflictos no necesariamente son enfrentamientos. 

“Nunca sabes por qué vía va a reaccionar una sociedad. Pero no se puede decir: ‘Seguro que vuelve un estallido igualito que el anterior’. No lo sabemos”.

-¿Y nosotros pensamos que todo conflicto es enfrentamiento?

-Claro, y como pensamos eso, estamos apurados o aterrados de que venga un estallido 2.0. No es malo vivir en conflicto por un cierto tiempo. Quizá la idea del orden nos pesa demasiado. En una crisis tan grande como ésta, uno sabe que ninguna sociedad ha salido de una crisis tan grande si no es con tiempo. Hay que aprender tres cosas difíciles: darle tiempo al tiempo, no tenerle miedo al conflicto y soportar la incertidumbre. Ninguna es fácil, pero si por ir rápido intentas tapar la crisis, en cuatro años la vas a tener de nuevo. Es así. 

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