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Entrevistas

28 de Mayo de 2021

Cristina Dorador, científica y constituyente: “La Convención es como el ‘Poema de Chile’, de Gabriela Mistral, un viaje de re-conocimiento”

Cristina Dorador, constituyente

La bióloga antofagastina está convencida de que la Convención Constitucional puede ser una instancia de reencuentro y reparación. Allí, Dorador pondrá énfasis en los derechos sociales, en establecer el acceso y el desarrollo de la ciencia como un “derecho humano” y en crear una Constitución ecológica que deje establecido “el vínculo indisoluble entre el ser humano y la naturaleza, poniendo a la naturaleza al centro”, dice. En las redes sociales la han postulado para presidir la convención y ella asegura que aceptaría el desafío: “Con todo, sino pa qué”, responde.

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El jueves 13, el último día de campaña antes de la elección de constituyentes, Cristina Dorador pudo llegar a Ollagüe, un pueblo fronterizo del altiplano de la Región de Antofagasta donde los visitantes sienten en el cuerpo los más de 3.600 metros de altura. Este aislado poblado de unos 350 habitantes era la única de las nueve comunas del distrito 3 que la bióloga antofagastina no había podido visitar. “La campaña me tenía agotada, pero sentía que era importante llegar a todas las comunas, incluso a las más remotas. Fue un momento de mucha felicidad estar ahí”, dice Dorador, que forma parte del puñado de científicos que resultaron electos para redactar la nueva Constitución. Ella fue apoyada por el Movimiento Independientes del Norte en el distrito 3.

Camino a Ollagüe, Dorador hizo una parada en el solitario Salar de Ascotán. Bajó del auto, caminó un rato y se quedó contemplando la belleza blanca de las nevadas cimas de la cordillera. No muy lejos había una manada de vicuñas y quedaron mirándose varios minutos, como si se conocieran.

“Siento amor por el altiplano. Es un lugar que me recarga de energía”, dice. 

Dorador dedica su vida a los salares altiplánicos. Doctora en Ciencias Naturales con mención en Microbiología, recorre el desierto de Atacama buscando a los desconocidos microorganismos que habitan ahí en condiciones extremas, para entender cuántos son, de qué tipo y qué función cumplen. Para una persona común, el desierto es un lugar donde aparentemente no hay nada; para ella, en cambio, esa inmensidad está llena de vida por descubrir y desde que era niña lo considera como el patio de su casa.

***

Cristina Dorador (41) es investigadora de la U. de Antofagasta. Tiene dos hijos con el ecólogo acuático británico Chris Harrod, a quien conoció mientras cursaba su doctorado en el Max-Planck Institute for Limnology, en Alemania, y que decidió seguirla y radicarse con ella en el norte de Chile. El sábado 15, Cristina se levantó temprano para ir a votar y así descansar el domingo junto a su familia. Cuando vio su nombre impreso en la papeleta se emocionó: “Sentí algo en la guata, como expectación”, describe. Mientras en la campaña debía presentarse, contar su programa y a veces hacer clases de educación cívica a gente que no entendía a qué postulaba, este día de votación tuvo trato de rockstar: la abordó la prensa, los vocales de mesa la reconocieron y hasta le pidieron fotos. Antes de ese sábado, sólo se había sentido popular cuando visitaba colegios para dar charlas y los escolares le daban trato de reina.

El domingo en la tarde puso la televisión para ver el conteo de votos. Le sorprendió escuchar su nombre repetidamente y los más felices eran sus dos hijos -de 8 y 6 años-, que saltaban y gritaban cada vez que escuchaban “Cristina Dorador”. Para ellos, el nombre de la mamá fue todo un descubrimiento. “Desde ese día ya no me dicen mamá; ahora me dicen Cristina Dorador”, dice y ríe. A las 11 de la noche de ese día, se sintió finalmente ganadora.

Doce días después de ese momento, Cristina cuenta que sólo imaginarse entrando a un salón con los otros 154 constituyentes, con mujeres y representantes de los pueblos originarios, la emociona. “La Convención es la gran conversación que debe tener Chile”, dice. “Es como el ‘Poema de Chile’, de Gabriela Mistral, un viaje de re-conocimiento, porque vamos a estar todos siendo parte de algo para reencontrarnos. Habrá gente que piense que la convención no es para eso, que no es una instancia para reparar, pero yo creo que sí, porque hay un fondo muy emotivo respecto a lo que estamos viviendo. Durante la campaña y la elección sentí mucha esperanza y espero que esto vaya más allá de nueva Constitución y se refleje en bases más humanas para construir un nuevo país”.

-¿Tienes algún desafío como constituyente?

-Mi campaña se basó en cinco ejes y la gente votó por esas ideas, porque yo no vengo del mundo político, en absoluto. Lo primero, que es el clamor popular que desembocó en esta salida política de una nueva Constitución, es aspirar a más derechos sociales y garantizar una Constitución cuya base sean los derechos humanos y la equidad social. Esto incluye temas tan sensibles como el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, no más violencia contra la mujer, reconocimiento de niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos, reconocimiento de los pueblos originarios y de las personas con discapacidad. Después están los temas más propios de la región, como la descentralización real, porque es un sentir que acá es transversal. Nosotros nos sentimos dejados de lado. La Región de Antofagasta es la segunda que produce más riqueza principalmente por la minería del cobre, pero esa riqueza no se ve reflejada en avances locales. Por ejemplo, en los indicadores de ciencia y tecnología estamos en los últimos lugares y eso deja una sensación de injusticia, de que tenemos que aceptar nuestro destino. Hay mucha inequidad territorial y aspiramos a un modelo de descentralización donde los territorios tengan autonomía política, económica y presupuestaria.

“La Convención es la gran conversación que debe tener Chile”, dice. “Es como el ‘Poema de Chile’, de Gabriela Mistral, un viaje de re-conocimiento, porque vamos a estar todos siendo parte de algo para reencontrarnos. Habrá gente que piense que la convención no es para eso, que no es una instancia para reparar, pero yo creo que sí, porque hay un fondo muy emotivo respecto a lo que estamos viviendo.

-¿Cuál es tu aspiración como científica?

-Que las decisiones del Estado se tomen en base a evidencia científica y eso significa garantizar que se genere el conocimiento y que esa información llegue a las personas. Hasta el momento eso ocurre en temas muy específicos, como proyectos ambientales o iniciativas muy particulares, pero no vemos que en la realidad el país funcione en base al conocimiento. Esto va más allá de las ciencias biológicas, incluye las ciencias sociales, las artes, las humanidades y también los saberes locales y ancestrales. De esa manera podemos enfrentarnos de mejor manera a los desafíos que tenemos, porque si no nos vamos a quedar con visiones muy reducidas del mundo.

-¿De qué manera eso podría quedar establecido en la Constitución?

-Poniendo énfasis en que la ciencia es un derecho humano, tanto su generación como su acceso. El texto me lo imagino bien elaborado, donde incluso cada frase pueda ser analizada desde el contexto del conocimiento: ¿cómo esto se vincula con lo que se sabe?, ¿cómo esto se vincula con lo que puede pasar en Chile?, ¿cómo esto se vincula con la equidad?, ¿dónde están acá las mujeres, el territorio y la diversidad? Me lo imagino como un ejercicio bien interesante, inter o transdisciplinario y pluricultural.

-La pandemia ha demostrado que, si bien la ciencia tiene un rol público, los tomadores de decisiones no la tienen demasiado en cuenta. ¿Cómo explicas eso?

-Creo que la política en Chile es muy tradicional y muchas decisiones se toman en base a las encuestas o pensando en la próxima elección, sin considerar los problemas de la gente, lo que es muy lamentable. Por lo tanto, aun existiendo evidencia, hay decisiones que se toman con fines políticos y económicos y eso lo hemos visto innumerables veces. Hay un desprecio a la ciencia en el sentido de no considerarla o considerarla sólo cuando conviene. En la pandemia lo vimos cuando ponen los rankings: cuando somos el primer país en no sé qué, se muestra; pero cuando somos el último país, se oculta. Hay un sesgo o una selección respecto de lo que pareciera ser conveniente o no, cuando sabemos que el conocimiento no tiene esa impronta. Creo que a las autoridades políticas les falta cultura científica y esperemos que, estando personas que trabajamos con el conocimiento en la Convención, podamos tener otro tipo de discusión a nivel país, porque a veces las discusiones políticas son muy lamentables y de bajo nivel para lo que necesitamos.

***

A principios de los 80, un militar recién asumido como intendente de la Región de Antofagasta se reunió con la comunidad de Mejillones en un viejo edificio municipal. De pronto, un hombre se puso de pie y le planteó al militar su inquietud por los malos olores provocados por la industria de harina de pescado, ante la sorpresa de los asistentes y de la propia autoridad. “Acostúmbrese… es olor a dólares”, le dijo el uniformado.

Ese hombre era un profesor normalista y poeta llamado Wilfredo Dorador. “Mi papá muy tempranamente les dio importancia a los temas ambientales”, dice Cristina. “Siempre ha sido muy valiente e incluso en dictadura, con un militar al frente, fue capaz de reclamar por los malos olores. Los costos podrían haber sido super altos, pero sus convicciones eran más profundas”. 

“Hay un desprecio a la ciencia en el sentido de no considerarla o considerarla sólo cuando conviene. En la pandemia lo vimos cuando ponen los rankings: cuando somos el primer país en no sé qué, se muestra; pero cuando somos el último país, se oculta. Hay un sesgo o una selección respecto de lo que pareciera ser conveniente o no, cuando sabemos que el conocimiento no tiene esa impronta”.

Cuando la dictadura pulverizó la escena cultural, la familia se convirtió en el refugio de Wilfredo Dorador y recitaba poemas a sus tres hijos en casa. “Mi papá empezó a escribir muchos poemas relacionados con la naturaleza. Su primer libro, ‘El Alfarero del Tiempo’, está lleno de poemas que hablan del altiplano, de los pueblos originarios, de los peces, del mar. Para mí fue una forma de entender la naturaleza desde una visión poética”.

En “Universo sin orillas”, su segundo libro, Wilfredo le dedicó un poema a cada uno de tres sus hijos. El de Cristina se llama “Todo es viaje”. Los últimos versos son los que a ella más le gustan:

“Este exilio imprevisto;
alondras deshechas;
almendros amantes;
la mujer que besa
la frente del hombre
que se va para siempre;
y este amor
que en tu nombre
aún canta;
¡Hija mía,
todo es viaje!”

“Hay muchos gestos de amor que nuestros padres nos pueden hacer y ése ha sido unos de los grandes gestos de amor que recibí de mi papá -comenta la científica-. Cuando lo leo voy entendiendo cómo me imaginaba: siempre viajando, moviéndome, pensando… Eso es muy bonito, porque una misma se queda corta con las palabras para demostrar amor. Lo noto con mis hijos: te amo, te amo, te amo, pero además te imagino así, te veo así, y se va construyendo una belleza a través de las palabras. Me siento muy afortunada de tener un poema”.

Cristina vivió hasta los seis años en Mejillones y luego la familia se trasladó a Antofagasta. De Mejillones recuerda que nadaba en la bahía entre cardúmenes de pejerreyes, y que las ballenas y los delfines se dejaban ver con frecuencia. Hoy, esa ciudad carga con la etiqueta de “zona de sacrificio”.

“En la campaña trabajamos para tratar de sacarle esa narrativa a las zonas de sacrificio: no somos zonas de sacrificio, a pesar de que en la teoría se entiende que se refiere a lugares donde existe alta concentración industrial. Sin embargo, las palabras crean realidad y el sacrificio es un estigma muy grande para las personas. En la campaña, un joven de Tocopilla nos contó que desde chico había escuchado que vivía en una zona de sacrificio, entonces él pensaba que lo que tenía que hacer era estudiar y luego irse de Tocopilla a un lugar que no estuviera contaminado. Sin embargo, en ese camino se dio cuenta de que no, él quería quedarse para hacer todo lo posible por mejorar la calidad de vida de su ciudad y rescatarla de las imposiciones del extractivismo. Por eso, no es menor el lenguaje que se ocupa, por el sentido que le hace a la gente. A mí me genera mucho dolor ver a Mejillones como está, porque se pudo haber fomentado el turismo, las ciencias, las tecnologías, pero se decidió que fuera el puerto para abastecer a la gran minería del cobre”.

“Mi papá empezó a escribir muchos poemas relacionados con la naturaleza. Su primer libro, ‘El Alfarero del Tiempo’, está lleno de poemas que hablan del altiplano, de los pueblos originarios, de los peces, del mar. Para mí fue una forma de entender la naturaleza desde una visión poética”.

-¿Como te explicas que desde la política tradicional no se cuestione el extractivismo como modelo de desarrollo? 

-Es algo que me llamaba la atención desde antes, pero mucho más ahora siendo candidata. Me tocó estar en más de 50 conversatorios con distintas personas y cuando llegamos al tema de la minería, porque inevitablemente terminas hablando de minería cuando eres de la Región de Antofagasta, nadie se cuestiona la explotación. Por un lado, quienes vienen de la política más tradicional y se definen de izquierda hablan riqueza y de recursos naturales, pero lo que cambia en su discurso es quién explota -si el Estado o un privado- y hacia dónde se van los recursos -para financiar los derechos sociales o para fomentar la actividad privada-. Pero nadie se cuestiona el fondo. Y es muy paradójico que se piense que el extractivismo va a solucionar las demandas sociales cuando en realidad es parte del problema que genera esta gran desigualdad.

-Según la última encuesta Cadem, entre los principales temas a tratarse en la Convención Constituyente la gente menciona los derechos de agua y el medioambiente. ¿Ves un interés creciente en estos temas?

-Sí. Se nota en el apoyo que tuvo nuestra candidatura, porque siempre fuimos de frente al decir que queremos una Constitución ecológica. Pero para los políticos tradicionales hablar de medioambiente es incluir la palabra sustentable o verde como si fuera una fórmula mágica, y creen que con eso se soluciona el problema. Mira lo que pasa con la electromovilidad: algunos la ven como una solución para dejar los combustibles fósiles, pero no hay un cuestionamiento de dónde vienen las materias primas para desarrollar esas tecnologías, pese a que estamos en un problema global. Pensemos que Chile es el principal productor de insumos para la electromovilidad, que son el litio y el cobre. El litio está contenido en salares y no podemos pensar que por cubrir la demanda de la industria -que muchas veces responde a cuestiones de mercado más que a una necesidad- vamos a destruir los 50 salares que existen en Chile, que son el refugio de biodiversidad que existe en el altiplano. Hay que tener esas conversaciones y no enclaustrarse en temáticas como: ‘ya, y de dónde vamos a sacar empleos’, como me dicen a veces. Hay que buscar otras formas, pero no podemos evadir esa conversación pensando en el Chile del futuro. ¡Esta es una responsabilidad intergeneracional! Hace unos días me entrevistaron de un medio internacional y al hablar de neoextractivismo o postextractivismo, la periodista me decía: ‘Pero esto puede provocar inquietud en los mercados’. Yo le decía que no, que la minería tiene que seguir, porque necesitamos minerales para poder vivir, el tema es la masividad de la extracción y el cómo se hace.

-¿Qué significa tener una Constitución ecológica en la práctica?

-Establecer el vínculo indisoluble entre el ser humano y la naturaleza, poniendo a la naturaleza al centro. Eso significa que necesitamos un cambio de ética respecto de las relaciones que tenemos con nuestro entorno. Esto tiene que ver, además, con establecer ciertos derechos, como el derecho humano al agua y a la seguridad hídrica, pensando también en la calidad del agua que consumen las personas y en que los ecosistemas tengan agua, porque si no hay agua no hay biodiversidad. Otro tema importante es el derecho de vivir en un medioambiente sano y en equilibrio, que viene a hacerse cargo del artículo de la actual Constitución que habla del derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación, pero que bien sabemos queda muy al debe de los desafíos que tiene Chile a nivel medioambiental. Lo otro es el reconocimiento de los pueblos originarios: el ámbito plurinacional y pluricultural es clave, porque la visión que tienen los pueblos originarios sobre la naturaleza es distinta a la nuestra y tenemos mucho que aprender de ella. Y lo último es el derecho a la información para las temáticas ambientales.

“Para los políticos tradicionales hablar de medioambiente es incluir la palabra sustentable o verde como si fuera una fórmula mágica, y creen que con eso se soluciona el problema. Mira lo que pasa con la electromovilidad: algunos la ven como una solución para dejar los combustibles fósiles, pero no hay un cuestionamiento de dónde vienen las materias primas para desarrollar esas tecnologías, pese a que estamos en un problema global”.

-¿Podría incorporarse la participación ciudadana vinculante, algo que estaba en el Acuerdo de Escazú que finalmente Chile no suscribió?

-Sí. Tenemos contemplado que los principales tópicos del Acuerdo de Escazú se incluyan en la nueva Constitución.

-En las redes sociales te han propuesto para presidir la convención. ¿Te interesa?

-Pienso que sería interesante que la presidencia fuera rotativa y que se visibilizara a personas que han sido históricamente marginadas, como los pueblos originarios o las mujeres. Pero si se propone que sea yo… Sí, me encantaría tomar ese desafío. Con todo, sino pa qué. 

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