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Opinión

3 de Junio de 2021

Columna de Lina Meruane: La vida de las vivas

Agencia Uno

¿Qué vidas protegerá la nueva Constitución? Suena a sinsentido esta pregunta: nuestro nuevo libro constituyente debiera defender la vida de todas las chilenas y chilenos, y asimismo la vida de los y las migrantes. Pero nada es tan sencillo y es precisamente en la palabra vida donde se sigue dando un arduo debate: ¿Qué define la vida humana y cuándo se inicia la vida?

Lina Meruane
Lina Meruane
Por

A Elvira Hernández,

que me habló de la vida

¿Qué vidas protegerá la nueva Constitución? Suena a sinsentido esta pregunta: nuestro nuevo libro constituyente debiera defender la vida de todas las chilenas y chilenos, y asimismo la vida de los y las migrantes. Pero nada es tan sencillo y es precisamente en la palabra vida donde se sigue dando un arduo debate: ¿Qué define la vida humana y cuándo se inicia la vida? Recordemos la existencia de un inciso, el primero del capítulo tercero del artículo 18, que declara, en la derrocada pero aún vigente Constitución de 1980, que “la ley protege la vida del que está por nacer”. Y no olvidemos que entre los conservadores (los que menos se preocuparon de resguardar la vida ciudadana en los aciagos tiempos de la dictadura y en los años de un concertacionismo continuista y católico) la “vida” se iniciaría en la mismísima concepción, en el instante en que un espermio penetra (masculinamente) un óvulo. Es decir: la “vida” humana quedaba establecida por células reproduciéndose a toda velocidad en el vientre de una mujer, meras celulitas sin cuerpo todavía, sin piernas ni brazos, sin que se hayan conformado los órganos, sin un corazón electrizando un ecógrafo con sus debidas pulsaciones, sin un cerebro.

Así rezaba y todavía reza la demagogia de élites de derechas y centros, ampliada por discursos católicos, en declive numérico pero aún influyentes, y evangélicos, cada vez más populares y poderosos, que hasta hace poco no se interesaban en estos temas. La posición que estratégicamente se autodenominó “pro-vida”, sugiriendo, a partir de ese nombre vitalista, que quienes defendemos la anticoncepción y el aborto seguro, libre y gratuito no estamos defendiendo las vidas de las personas nacidas, la vivibilidad de mujeres y niñas.  

Es cierto que en el 2017 se logró la despenalización el aborto en tres causales, pero su implementación, siempre insuficiente, se encontró con la objeción de conciencia de médicos e instituciones que reciben fondos del Estado. Y es incierto el horizonte de la legalización total del aborto ahora que se abre la posibilidad de un marco constitucional, porque en este delicado e ideológico asunto está todo por verse todavía. Las posiciones, por lo demás, se siguen extremando en el mundo que es nuestro telón de fondo, y en ese que es nuestro mundo no sólo las células reproductivas son consideradas “la vida misma”, sino que incluso impedir su multiplicación es un crimen contra lo humano.

“La posición que estratégicamente se autodenominó “pro-vida”, sugiriendo, a partir de ese nombre vitalista, que quienes defendemos la anticoncepción y el aborto seguro, libre y gratuito no estamos defendiendo las vidas de las personas nacidas, la vivibilidad de mujeres y niñas”.  

A tal punto se ha enloquecido este debate que algunos defensores de esta vitalidad micro-organísmica aseguran que los anticonceptivos son armas asesinas. Y en los Estados Unidos, país donde paso la mayor parte de mis días, no falta la Alabama donde tantas mujeres (sobre todo mujeres de color) son sentenciadas por consumir drogas o alcohol y poner así en riesgo “la vida del que está por nacer”. Se cuentan por cientos las encarceladas por “atentar químicamente” contra su descendencia, aun cuando no se supieran embarazadas, aun en casos en que no se pudo probar daño alguno. No sobra subrayar entonces que las células en su reproducción, el creciente embrión y el feto no sólo han adquirido los derechos y privilegios de los vivos sino que poseen derechos extraordinarios por sobre las vidas de sus propias madres, por sobre ellas que son personas plenamente vivas, no remotos proyectos de persona.

Y yo pienso, y no estoy sola en este pensar, por qué será que a estos sectores sólo parece importarles esas “vidas” mientras están dentro de un útero. ¿Por qué los (y lamentablemente las) que defienden esas “vidas” no suelen manifestarse por las vidas verdaderas? ¿Dónde están ellos (y ellas) cuando hay que brindarles oportunidades a esos niños y niñas nacidos de mujeres que no deseaban ser madres o que no veían cómo iban a sostener material y afectivamente esas maternidades? Porque no olvidemos que son esos los grupos que quieren recortar ayudas económicas, sanitarias y educacionales a las vidas más necesitadas. Y son ellos quienes se oponen a las campañas de prevención de embarazos adolescentes y a la educación sexual en las escuelas y a las políticas de contracepción que son todas maneras efectivas de reducir las cifras de aborto y la muerte de tantas mujeres. ¿Y dónde están ellos (y algunas ellas) cuando se discute el abuso infantil de los niños que acaban en el Sename? O, por volver a los Estados Unidos, ¿dónde están cuando a los niños migrantes se los separa de sus padres o se los detiene indefinidamente para evitar que se reúnan con sus familias?

“Y yo pienso, y no estoy sola en este pensar, por qué será que a estos sectores sólo parece importarles esas “vidas” mientras están dentro de un útero. ¿Por qué los (y lamentablemente las) que defienden esas “vidas” no suelen manifestarse por las vidas verdaderas? ¿Dónde están ellos (y ellas) cuando hay que brindarles oportunidades a esos niños y niñas nacidos de mujeres que no deseaban ser madres o que no veían cómo iban a sostener material y afectivamente esas maternidades?”

Si esas vidas vulneradas no revisten ninguna urgencia es porque la “vida” que se invoca con tanta fuerza retórica, que se escuda tras un llamado ético difícil de impugnar (quién querría declararse contra la vida); si no importan las verdaderas vidas es porque ese no es sino un lema vacío que encubre lo que las feministas hemos sabido siempre, que tras la defensa del que “está por nacer” lo que se quiere es impedir que las mujeres puedan defenderse ellas de los mandatos que se les imponen, imposibilitar que opten a otros roles, postergando, anulando o rechazando la maternidad para darle curso a otros deseos.

*Lina Meruane es novelista, ensayista y docente. Entre sus últimos libros se cuentan la novela “Sistema nervioso” y los ensayos “Contra los hijos” y “Zona Ciega”.

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