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Cultura & Pop

15 de Julio de 2021

Pepe Secall y el coro de niños chilenos que dirigió durante su exilio en la URSS

Anita Acuña Aguayo

El 5 de julio pasado murió Pepe Secall. Cinco años antes, para un proyecto de arte, me reuní con él en la Sala La Comedia. Conversamos dos horas, en una entrevista inédita hasta ahora. Recordó su propia infancia y también la de otros, a quienes ayudó a no extraviarla. A mediados de los 70, dirigió un coro de niños chilenos en la URSS. “Era una forma de ayudar a estos niños que estaban viviendo un exilio incomprensible en Moscú”, dijo. Años después, ya de regreso, se fue al sur de Chile a estimular la creatividad de escolares rurales. Él mismo lo explicó en esta conversación: “Para mí la gente más importante son los niños”.

Por

En memoria de Pepe Secall

Me enteré de esta historia por una amiga del colegio. Un día, al preguntarle si en su familia tenían los pasaportes de infancia, me contó que su mamá había participado en un coro infantil en la URSS y que hacía poco, en YouTube, se había compartido un video en el que cantan en un programa de televisión de 1975. En ese momento, para un proyecto de arte y memoria, yo estaba recopilando relatos de adultos que habían partido al exilio durante su infancia. Me interesaban sus fotografías de pasaporte.

Vi ese video una y otra vez. Más allá del idioma, había algo que no podía explicar, algo cercano que se desvanecía lejos. Comencé a buscar a quienes habían participado en ese coro de niños chilenos. Con ayuda de la mamá de mi amiga, contacté a cada miembro. Muchos vivían en Santiago, por lo que nos juntamos en un almuerzo en el que todos los relatos me llevaban a quien los había dirigido: fue así como llegué Pepe Secall.

Me junté con él. Era el 2 de febrero de 2016, pasado el mediodía. Pepe venía saliendo de un ensayo para reponer “La noche de los volantines” en la conmemoración de los 60 años del ICTUS. Nos sentamos primero en un café que vende dulces árabes. Recuerdo que él sólo pidió agua. Me sorprendió su temple de ánimo, su forma tranquila y la voz tan familiar. Recordé cuando cantaba con Pin Pon; y era “el amigo Pepe”. Luego fuimos a la Sala La Comedia, y nos instalamos en su camarín. Había un par de fotos enmarcadas delante del espejo y otra grande en la pared de Roberto Parada y María Maluenda. Conversamos un poco más de dos horas. Sobre todo de la infancia; de la suya y de las de otros que él trató de mantener a flote en medio del exilio en Moscú y, muchos años después, también en el sur chileno.

-Abandonas Chile después del golpe. ¿Cómo llegaste a dirigir un coro de niñas y niños chilenos en Moscú?

-Voy a partir de antes para que entendamos algunas cosas. El 73 yo trabajaba en el Teatro Nuevo Popular de la CUT, financiados por la Universidad Técnica del Estado. Hacíamos un teatro bastante panfletario, pero también muy didáctico, las obras tenían que ver con lo que estaba ocurriendo, con la necesidad del discurso político y la formación de sindicatos campesinos. El 72 y 73 recorríamos Chile en un bus haciendo funciones en el campo, en bodegas, potreros y gimnasios. Éramos felices haciendo esto hasta que vino la tragedia el 73. Al año siguiente, con algunos colegas de este grupo, salimos a la RDA porque teníamos un pre-convenio con los alemanes para ir a hacer una especie de seminario sobre Bertold Bretch. Aquí había persecución hacia nosotros y compañeros del grupo ya habían estado detenidos. En la RDA nos acoge una institución teatral alemana: el Volkstheatre Rostock, con varias salas de teatro, orquesta sinfónica, ópera y ballet. Nos entrega vivienda y sueldo, y nos recibe como uno más de su familia teatral. Yo tenía 24 años.

¿Y de la RDA partes a Moscú?

-Cuando llevo poco más de un año en la RDA, desde la URSS recibo una invitación para ser locutor en la Radio Moscú Internacional. Le habían propuesto a Volodia Teitelboim crear un grupo de periodistas chilenos en la Radio Moscú para producir emisiones diarias hacia Chile y así poder informar de la solidaridad internacional con las fuerzas opositoras a la dictadura. Se crea este equipo, encabezado por nuestro queridísimo José Miguel Varas, Eduardo Labarca y Rolando Carrasco. Me invitaron para locutar una emisión que se iba a llamar Radio Magallanes, igual que la radio donde se escucharon las últimas palabras de Allende el 11, pero ahora iba con bajada de título “La emisora que el fascismo no pudo callar”. Por supuesto, acepto la invitación, siento que es la forma de estar en Chile y entonces decido viajar.

Llegando ya a Moscú era tal mi emoción que no tengo imágenes de la llegada, pero sí de un vehículo que nos llevó directamente al edificio donde viviríamos, el del Comité Estatal de la Radio y Televisión de la URSS. Trece pisos donde sólo vivían los llamados Especialistas Extranjeros de la radio, periodistas de distintas nacionalidades que transmitían en diferentes idiomas a todo el mundo.

Presentaciones del coro de niños chilenos en la URSS.
Crédito: Gentileza de miembros del coro.

-¿La locución de radio fue tu primera experiencia fuera del teatro?

-En realidad las primeras cosas que hice como actor fue a los nueve años en un elenco infantil que luego fue el elenco juvenil de las producciones radiofónicas del Instituto de Radiodifusión Educativa del Ministerio de Educación. Yo de cierta manera vi teatro desde siempre por ser sobrino de Roberto Parada y de María Maluenda, fundadores del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Cuando niño me encantaba ver a mi tío con peluca, con disfraces, porque este tío además era mi imagen paterna en esa época, entonces era alucinante verlo peleando a espadas o cosas clásicas españolas. Él en su casa tenía dos floretes y una caja llena de bigotes y cosas extrañas, barbas y pelucas que con mi primo José Manuel Parada sacábamos y nos disfrazábamos. Un día, una tía que trabajaba de libretista de una radioemisión del Ministerio de Educación, me llevó a un radioteatro infantil porque me había escuchado cantar y también imitar a mi tío Roberto. Ahí, me presenté con una canción y un personaje. La obra, creo, era la Abeja Maya. Y me dejaron para hacer personajes con voces infantiles. Esa fue mi primera experiencia y de ahí nunca paré, el elenco infantil se transformó en elenco juvenil y ahí destacamos dos: Sonia Viveros y yo. Trabajamos con actores muy destacados de la época, fue un aprendizaje feroz, mi primer director fue Hugo Miller. Después los dos seguimos en el teatro profesional. Teníamos once años.

Cuando llevo poco más de un año en la RDA, desde la URSS recibo una invitación para ser locutor en la Radio Moscú Internacional. Le habían propuesto a Volodia Teitelboim crear un grupo de periodistas chilenos en la Radio Moscú para producir emisiones diarias hacia Chile y así poder informar de la solidaridad internacional con las fuerzas opositoras a la dictadura.

¿De ahí viene entonces tu interés por generar actividades culturales con grupos infantiles?

-Sí, del estímulo de haber vivido como niño cualquier tipo de juego, musical, teatral, radiofónico o lo que fuera, porque no paré nunca más. Empecé a formar grupos de teatro en los colegios del sector y donde yo estudiaba. En el Colegio Lastarria, el Liceo 7 de niñas de Providencia, el Liceo 5 que quedaba en Portugal y también, en el Liceo Nocturno con sede en Lastarria. Vivía formando grupos de teatro en mi adolescencia, nunca se me ocurrió qué podía ser cuando grande, nunca me hice esa pregunta porque viví lo teatral de forma muy natural, hasta llegar a la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, ahí rápidamente me aburrí y no terminé.

El coro en la Unión Soviética

-Volvamos a la URSS. Cuando ya estabas en Radio Moscú, ¿cómo se genera el coro de niñas y niños chilenos?

-Al poco tiempo de estar en la radio, no recuerdo qué mujer me cuenta que hay un grupo de niños –en el que estaban sus hijos– que se están juntando y cantando algunas canciones y que los habían invitado a cantar en actos de solidaridad con Chile. Entonces me proponen si quiero hacerme cargo de este grupo.

Yo de cierta manera vi teatro desde siempre por ser sobrino de Roberto Parada y de María Maluenda, fundadores del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Cuando niño me encantaba ver a mi tío con peluca, con disfraces, porque este tío además era mi imagen paterna en esa época, entonces era alucinante verlo peleando a espadas o cosas clásicas españolas. Él en su casa tenía dos floretes y una caja llena de bigotes y cosas extrañas, barbas y pelucas que con mi primo José Manuel Parada sacábamos y nos disfrazábamos.

-¿Tú conocías a los papás y mamás del coro de antes?

Cuando llegué a Moscú yo no conocía a nadie, ni a Eduardo Labarca, ni a Rolando Carrasco, ni siquiera a Guillermo Ravest y Ligeia Balladares que fueron mis padres putativos en Moscú. El periodismo fue un mundo que se me abrió allá, primero como trabajo profesional radial y luego como mundo de afecto, fue muy hermoso. Entonces cuando me proponen trabajar con este grupo del coro, yo sólo conocía a dos de las familias; y para desmitificar algunas cosas, no fue una orden de partido. No, fue una invitación de esta mamá si yo quería y podría trabajar con los chicos el sábado por la tarde.

Presentaciones del coro de niños chilenos en la URSS.
Crédito: Gentileza de miembros del coro.

Y aceptaste, claro.

-Por supuesto, acepté sin saber muy bien pa’ dónde iba la moto porque yo no sé música, pero puedo tocar de oído algunos acordes en el piano, y gracias a esos acordes y también a cuatro posturas en la guitarra pude acompañar a los chicos en algunas canciones. Y debo confesar que en principio no era lo más entretenido para mí, pero sentí que tenía que hacerlo, que era una forma de ayudar a estos niños chilenos que estaban viviendo un exilio incomprensible, era como un deber ético de estar con nuestros niños chilenos. Y digo que al principio no era muy entretenido porque el sábado era el día que podía estar en mi casa en la tarde después de almuerzo, y en vez de dormir siesta, tomaba el metro y pasaba a buscar a las niñas de José Miguel Varas a la casa, y también a los Cáceres. Pero claro, al poco tiempo les empecé a tomar cariño, me empecé a entretener con ellos, y yo no sé cómo ellos tenían paciencia para ir también el sábado a ensayar canciones y hablar de Chile.

-¿Qué cantaban? ¿Cuál fue la primera canción?

-Eran todas de la Nueva Canción Chilena. La primera no me acuerdo como se llama, pero era de Víctor Jara (canta) “Igualito que otros tantos de niño aprendí a cantar, tatarataritatantan”. Puedo tocártela en el piano, pero no me acuerdo ni de la letra ni de cómo se llama, creo que era “El hombre es una creación”.

¿Y cómo eran esas clases, los ensayos?

-Yo siempre improvisaba, nunca me hice un método ni pautas. Sabía que tenía que cantar con ellos y hablar de Chile. Entonces era entretenido porque hablaban de lo que querían, yo no les imponía nada, excepto cierta disciplina en el ensayo de algunas canciones. Después fue muy bonito porque además los vi crecer. Hoy día a esas niñitas las veo en fotos con sus nietos, y las veo bien del alma. Imagínate, qué privilegio ser testigo de todo eso, me emociona mucho. Creo que hicimos bien en su infancia, en un momento muy importante, muy definitorio de la personalidad del individuo. Bueno, hay mucho también de la educación soviética, que es una muy humanista, participativa y solidaria.

¿En qué actos se presentaba el coro?

Es que el sentido de este coro infantil chileno que cantaba con esos ponchos tan curiosos que a alguna mamá se le ocurrió hacer –con una tela que, por los bordados, imagino que era tela bielorrusa– era participar en las actividades de solidaridad con Chile, en la lucha contra la dictadura militar. Los actos de solidaridad con Chile se hacían por miles en la URSS –en colegios, universidades, en fábricas–, todo el mundo hablaba de Chile, de la muerte de Salvador Allende y de la prisión de Luis Corvalán. Entonces, se creó todo un ambiente de entregar información sobre lo que había ocurrido en Chile, había mucha actividad de solidaridad con el pueblo chileno y a los chicos los invitaban a cantar todas partes: a encuentros, festivales y programas de televisión que eran transmitidos para toda la URSS y el mundo socialista. También los chicos más grandes exponían, contaban a sus pares sobre Chile.

Presentaciones del coro de niños chilenos en la URSS.
Crédito: Gentileza de miembros del coro.

-Hay fotografías de un programa de televisión en que el coro canta en un coro ruso. ¿En qué consistía este programa?

-Es un especial de televisión donde están invitados los chicos precisamente por esta presencia de la problemática chilena en la sociedad soviética. Un programa de Año Nuevo, porque allá, como son ortodoxos, no celebran la pascua de diciembre, pero sí el Año Nuevo, con un abuelo de las nieves –que es como el viejo pascuero– y que anda con su princesa de las nieves para todos lados, y hay regalos también. Probablemente, se hizo en el Palacio de Pioneros, el centro infantil de la cultura soviética donde se realizan distintas actividades, desde centros de astronáutica –con astronautas de verdad– a pintura y danza. En el público había gente joven, pero también muchos veteranos de guerra: Héroes De La Unión Soviética, que es una condecoración muy especial, y esos con las medallas en el pecho son los veteranos de la Gran Guerra Patria, los que pelearon contra el fascismo alemán nazi.

Yo siempre improvisaba, nunca me hice un método ni pautas. Sabía que tenía que cantar con ellos y hablar de Chile. Entonces era entretenido porque hablaban de lo que querían, yo no les imponía nada, excepto cierta disciplina en el ensayo de algunas canciones. Después fue muy bonito porque además los vi crecer.

¿Cuánto tiempo dirigiste el coro?

-Uno o dos años, tal vez un poco más. Es que al principio yo sólo acompañaba a estos chicos con guitarra, y después con piano. Pero luego, de forma paralela al coro, me propuse crear un grupo musical con jóvenes chilenos que estudiaban en “La amistad de los pueblos”. Era una universidad en la que una serie de chilenos –de 16, 17 años– estaban becados para estudiar carreras técnicas y universitarias. La mayoría eran hijos de dirigentes sindicales, vecinales, dirigentes políticos, muchos de ellos hijos de obreros. Y como las clases empezaban en septiembre, habían llegado a la URSS días antes del Golpe. Entonces me acerqué a un chico, Luis Maira, que me habían dicho que cantaba muy bien y le propuse que formáramos un grupo musical. Empezamos a sumar otros estudiantes y así formamos el Grupo Lautaro, compuesto por tres mujeres y tres hombres. Empezamos a ensayar, yo todavía con mis tres posturas de guitarra, y los otros que ya tocaban un poco más. Sonaba muy bonito.

Entonces en algún momento me desligo del coro de niños porque los chicos ya más grandes se fueron a estudiar fuera de Moscú, a un internado varios de ellos, entonces le pedí a uno de los integrantes del Grupo Lautaro que de ahora en adelante se encargara de acompañar a los chicos. Y ahí yo me distancio de este coro infantil, pero dejo a estos otros chicos acompañándolos muy bien con guitarra, y me dedico al grupo musical de estudiantes.

 Fotograma del registro de un video de un programa ruso de TV en 1975. Entre todos los coristas, están los chilenos.

Buscando alegrías

-Regresas a Chile en 1984. ¿Mantienes aquí contacto con quienes habían participado en el coro?

-No, porque habían pasado muchos años. Yo vuelvo el año 84 y mi trabajo con los niños había sido el año 75. Si tenían 7 ó 10 años, el 85 tenían 20, estaban en la universidad en la URSS o en Chile si es que habían retornado, eran ya muchachos grandes. Pero ellos sí se mantuvieron en contacto, hasta el día de hoy. Sí me acuerdo de haber participado de un encuentro con todos en la casa de uno de ellos, con asado, vino y todo, fue muy bonito porque yo sigo siendo el tío Pepe.

-Y desde otros ámbitos, ¿te vinculas a actividades infantiles?

-Solamente con Pin Pon, donde era el amigo Pepe (ríe). Cuando me invitan a hacer el programa Pin Pon, con Jorge Guerra no nos conocíamos. Nos juntamos, hicimos una prueba, y luego comencé a hablar con una caja de zapatos vacía y él me respondía de lejos, creamos toda una situación improvisada. Fue tanta la cercanía que se produjo, que lo grabamos entero en dos temporadas. Un vínculo que dura hasta el día de hoy, porque cuando voy por la calle me paran los treintañeros que vieron Pin Pon el 90 cuando eran chicos y me dicen “una foto Tío Pepe”. Se les olvida sí que en la tele yo era el amigo Pepe, así que soy también el Tío Pepe desde esos años.

Entonces en algún momento me desligo del coro de niños porque los chicos ya más grandes se fueron a estudiar fuera de Moscú, a un internado varios de ellos, entonces le pedí a uno de los integrantes del Grupo Lautaro que de ahora en adelante se encargara de acompañar a los chicos. Y ahí yo me distancio de este coro infantil, pero dejo a estos otros chicos acompañándolos muy bien con guitarra, y me dedico al grupo musical de estudiantes.

Hace un tiempo también trabajaste con escuelas fuera de Santiago

-Sí, cierto. Es que a mí me satura Santiago. Llevaba muchos años en lo mismo, entonces sentí que tenía que parar, del ICTUS, de la tele, de todo, y paré. No en un año sabático tipo “me voy a ir a pasear por la India y por Finlandia o a meditar a Honolulu”. No, vendí una propiedad que tenía y con ese dinero creé un proyecto personal en la comuna de Futrono, Lago Ranco. Con Ramón Quichiyao, amigo y profesor de la zona, nos organizamos y él me ayudó a contactarme con cinco escuelas rurales de otras localidades –Nontuela, Vista Hermosa, Pumón, Quimán y Cerrillo–, escuelas unidocentes en medio de la montaña que funcionan con un profesor para todos los alumnos de 1º a 6º básico, todos en una sala. Mi proyecto era creatividad. Fui de lunes a viernes durante meses a visitar las cinco escuelas. Me instalé ahí en Futrono, arrendé una casa, y luego partí con la construcción de títeres Guiñol: hacer los labios, las cejas, la cabeza bonita, también pintar las pieles, los ojos, ellos hicieron todo, después inventamos y construimos los cuentos y al final pudieron representarlos con sus muñecos. Y además nuevamente, creatividad musical. Me llevé un teclado, y los chicos crearon canciones; no hay ni palabra ni una nota mía, ellos las crearon.

Pepe Secall (sentado) junto a Guillermo Ravest y Ligeia Balladares en Radio Moscú. Crédito: Archivo personal de Pepe Secall.

-Al mirar hacia atrás, ¿qué significan estas experiencias para ti: haberte hecho cargo durante tu exilio en la URSS de un coro porque “había que hacerlo”, o haber trabajado en las escuelas rurales de Futrono?

-Han sido siempre para mí una necesidad interna de la vida, personal, una necesidad de estar con la gente. Primero ir donde los campesinos y hacer teatro campesino, o a las fábricas a hacer una obra sobre la industria. Vincularse con la gente, y con mucho amor, porque uno para hacer teatro tiene que ser amoroso; si no, no funciona la cosa o funciona mal. Después, el haber estado con los niños en Moscú o con los de Futrono, tiene que ver con lo mismo, una necesidad de estar siempre vinculándome de verdad con la gente. Y para mí la gente más importante son los niños, y deberían ser para todos nosotros, y para el Estado. No hay individuo ni ciudadanito más importante que las niñas y niños del país. Tengo una necesidad muy personal de vincularme a la sociedad; ¿y cómo?: a través de los niños, porque ahí, hay futuro.

Son experiencias en las que se vinculan también las familias y la comunidad en general. ¿Cómo se genera ese vínculo?

-Sí. En Moscú los padres eran la mayoría mis compañeros de trabajo, y claro, se produce una relación de amistad, generalmente agradecen mucho la atención hacia sus hijos. Me pasaba en el sur también. Los abuelos, o los padres o madres. En el campo los niños viajan caminando a la escuela y viven allá lejos y te dicen “esa es mi casa tío, allá” y uno ve allá, pero lejos, en la punta del cerro, la casa. Y ahí parte el niño en la tarde. Claro, con los padres y con los profesores, se produce una relación muy cómplice, muy solidaria, es una maravilla. Si el abuelo de la “Juanita Pérez” en la Escuela de Cerrillo dijo “tío Pepe, mi abuelito dijo que cuando se vaya al pueblo pase por la casa porque quiere mostrarle la prensa nueva que hizo para la chicha de manzana”, ¿cómo no voy a pasar? Y ahí estaba, una joya de artesanía, todo hecho en madera y a mano, la prensa para moler manzanas. El abuelo me dice “yo quería que usted la viera, para que sepa cómo trabajamos acá. Esto lo hice yo con mis manos y sabe que le tengo estas dos botellas de chicha, que es jugo de manzana recién hecho”.

En ese momento yo sentía que era un privilegio lo que estaba viviendo. La vida real, sin faramallas, sin plásticos, sin superficialidades, la vida natural. Esto fue hace pocos años, no hace cincuenta mil. Yo ahí dije, esto es lo que yo quiero, estar con la gente, sentirme parte y que me sientan parte también.

Después, el haber estado con los niños en Moscú o con los de Futrono, tiene que ver con lo mismo, una necesidad de estar siempre vinculándome de verdad con la gente. Y para mí la gente más importante son los niños, y deberían ser para todos nosotros, y para el Estado. No hay individuo ni ciudadanito más importante que las niñas y niños del país.

-¿Sentías que era el lugar en que tenías que estar?

-Claro, porque yo no sólo lo hacía por lo niños, lo hacía también por mí, porque hacer eso me hacía feliz. He sido profundamente feliz, incluso durante la dictadura. Perdona… A mí me mataron a mi primo que era mi hermano, el José Manuel (Parada), y desde el mismo día terrible cuando encuentran su cuerpo degollado, yo siento alegrías. Saber que este teatro iba a estar lleno de gente para apoyar al tío Roberto cuando supiera que habían encontrado a su hijo degollado. En la calle estaba lleno de gente, esperando la reacción y solidarizando con él. Eso a uno le producía alegría. Extraña la alegría, pero alegría. Después vamos al funeral de José Manuel, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, decenas de miles de personas en la calle. Triste. Pero la alegría de que la gente se atreviera a salir a la calle y cantar sus canciones y gritar contra la dictadura producía alegría. Por eso nunca he dejado de tener las “antenitas” como para percibir lo positivo de las cosas, porque si no estaría convertido en un depresivo y trato de no serlo. Cómo me voy a deprimir si tengo amigos y amigas maravillosos, tengo la posibilidad de hacer teatro, la posibilidad de haber hecho recién una ópera hablada en el Museo de la Memoria con música y textos frente a 1.200 personas. Entonces, hay que mirar alrededor de uno, inventar cosas, y cosas que sean divertidas ojalá, aprovechar las cosas que salen de lo propio, y, en esta época, buscar un vínculo con la memoria.

*Anita Acuña es Licenciada en Arte UC y Magíster en Teoría e Historia del Arte Universidad de Chile.

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