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Opinión

19 de Julio de 2021

Columna de Álvaro Bisama: Notas tomadas al pasar una tarde de primarias

Agencia Uno

La demora de Jadue en llegar a su comando. La comedia de las encuestas. El silencio de La Moneda. El twit de Camilo Escalona. Los analistas que disparan a la bandada. Las lágrimas de Carter. Las escenografías en 3D de los cómputos que recordaban a “American Ninja Warrior”. El taxista dice que no vota, porque no le interesa nada, porque odia todo…

Álvaro Bisama
Álvaro Bisama
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Los cazadores de pokemones dan vueltas por el Parque Bustamante y las cercanías de Plaza Dignidad, bajo del monumento a Manuel Rodríguez. Hace tiempo que no venían. Aparecen solos o en parejas. Apenas se miran entre sí, con suerte un par de gestos como señales de reconocimiento cruzadas. Las primarias no existen para ellos. Dan vueltas buscando algo entre los árboles. Siguen las indicaciones del teléfono, persiguen el mapa en la pantalla. El sol, que no alcanza ni siquiera a ser tibio, les pega en la cabeza. No parecen darse cuenta. No sabemos qué encuentran. 

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El busto de José Victorino Lastarria en el hall del liceo que lleva su nombre. Está en la sombra, más allá hay un patio y una fila y la gente espera para votar. Todo parece suspendido, la tarde quizás no va a terminar nunca, quizás las primarias duren para siempre, otro suspenso más de los que estamos acostumbrados acá. Pienso en otras láminas para este álbum imaginario que más bien es una hoja suelta: el hombre que llegó vestido de Condorito en Francia; los vendedores de comida chilena en España; el hombre al que no dejaron votar en Australia. ¿Dónde están los chilenos y chilenas disfrazados de dinosaurios? ¿Están extintos? ¿Por qué no volvieron en las primarias? ¿Existe una pandemia?

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La demora de Jadue en llegar a su comando. La comedia de las encuestas. El silencio de La Moneda. El twit de Camilo Escalona. Los analistas que disparan a la bandada. Las lágrimas de Carter. Las escenografías en 3D de los cómputos que recordaban a “American Ninja Warrior”. El taxista dice que no vota, porque no le interesa nada, porque odia todo, porque mañana debe seguir trabajando igual, dice. Hace un gesto, mueve la mano. Masculla. La ciudad sigue ahí para él. La política pasa por encima, no le importa, dice, para qué, qué le da lo mismo el voto, no le afecta, no le da de comer, dice. La mascarilla vuelve todo un murmullo, un lamento. La Historia de Chile es algo que les sucede a los otros.

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El rostro de Joaquín Lavín en el momento en que entra al comando de Sebastián Sichel es una postal inesperada. En esas imágenes, mientras camina rumbo a aceptar su derrota final, el alcalde eterno parece encogido dentro de sí mismo. Ya no es alcalde; ya se va a acabar “Bienvenidos”, su principal plataforma política; y al parecer sólo le queda presentarse a sí mismo como el protagonista de su propio vía crucis. Es su despedida por ahora. Ha estado los últimos treinta años ahí. No ha querido irse, salir de las pantallas, de las elecciones, de los cargos. Eso lo ha vuelto una pesadilla, una caricatura que también es una máscara de Halloween, un meme eterno, un meme que no da risa, de una sonrisa que nunca fue sonrisa. Es extraño verlo por televisión; ya es un artefacto de otra época, está fuera de lugar, nadie le ha dicho que es un fósil. Se acabó la ubicuidad porque se terminó la campaña infinita, el realismo mágico electoral que abrazaba. No le sirvió de nada vestirse de indígena, de Mario Bros, de patriota de la Independencia, al final eran puras máscaras; no sirvió que tratase de lloviera artificialmente sobre Santiago, ni ir a todos los matinales posibles, porque en esa multiplicación sólo podía estar la oquedad, todas las promesas vacías, la llegada inminente del olvido. Ahora mismo, Sichel se presenta como una versión suya mejorada; es un mimo que ha leído sus gestos de modo perfecto para repetirlos sin los errores del original; un upgrade remozado de la campaña de fines del 99; mismas promesas, la misma clase de lenguaje, el mismo desprecio trucho a la política, las mismas batucadas imaginarias. 

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 ¿Habrá un museo, un depósito de basura electoral, lleno de panfletos, palomas, afiches, lápices, retratos, muñecos, calendarios, canciones, manifiestos, llaveros, más panfletos? ¿Quién lo cuidará? ¿Todas las mascarillas y bufandas naranjas de Briones van a quedar guardadas ahí, al lado de los peluches de Katherine Barriga y las frutas falsas que cuelgan en los patios de La Moneda? 

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Boric subiéndose a un árbol en Punta Arenas. Abrió la campaña y terminó la campaña ahí, desde un pedazo de infancia, desde algo parecido a la memoria. Ahí el árbol de la provincia pasaba a ser otra cosa: un símbolo inesperado, kawai, alucinante. Quizás eso era todo. El paisaje como una promesa en medio del invierno. El árbol como parte de una alameda antes secreta, inesperada.

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Los cazadores de pokemones ya se fueron. El parque vuelve a la oscuridad, a estar vacío. El futuro es el pasado: releer a Droguett, a Mistral, a Manuel Rojas. 

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