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Selección Nacional

22 de Julio de 2021

Las búsquedas y la ansiedad de la joven astrónoma chilena Teresa Paneque

En íntima conversación con The Clinic, la candidata a doctora en Astronomía cuenta sobre su infancia y su intención constante de encajar. También revela qué ha sentido tras su éxito en redes sociales, el lanzamiento de su libro y su hallazgo clave sobre la formación de planetas gigantes.

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Una niña ordena a sus alumnos en varias filas. Luego, se sienta frente a ellos y empieza a enseñar: sobre literatura, historia, matemática. Ellos la miran atentamente, callados. Ella les habla durante horas. Se mueve de un lado hacia el otro, gesticula, se entusiasma. Y ellos, callados. Claro, son solo unos cuantos peluches.

La escena se repite, cada cierto tiempo, pero con sus abuelas. La niña los sienta y les hace deletrear “ei, bi, ci, di (…)” hasta que se aprendan el alfabeto en inglés, su segunda lengua. Las abuelas le siguen el juego y se ríen ante la dedicación de su nieta.

La niña creció y hoy es candidata a doctora en Astronomía en el Observatorio Europeo Austral (ESO, Alemania) y en la Universidad de Leiden (Holanda), a sus 23 años. La niña es Teresa Paneque, conocida por divulgar sobre astronomía en sus diferentes redes sociales, donde tiene miles de seguidores, y por su interés continuo en la enseñanza y el aprendizaje.

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Recientemente, Teresa publicó su primer libro, “El Universo según Carlota” (Planeta Junior, 2021), la historia de una niña común y corriente a quien le apasiona el arte, pero le carga la ciencia hasta que se ve obligada a participar en una feria científica. “Lo que quiero transmitir a través de Carlota es que los niños y niñas se atrevan a hacer preguntas y a no encasillarse”, dice.

También hace poco Teresa descubrió, junto a la astrónoma Laura Pérez, inestabilidades gravitacionales en el nacimiento de un sistema planetario masivo en la constelación de Ofiuco, a 378 millones de años luz de la Tierra, lo que arroja luces sobre el proceso de formación de planetas gigantes, como Júpiter.  

Está, al mismo tiempo, súper contenta y súper cansada. “Estoy toda la mañana haciendo ciencia y después, toda la tarde, hasta las 12 de la noche o una de la mañana, haciendo divulgación científica porque siento que hay una falencia en el sistema educativo. Porque siento que, de alguna manera, si es que no lo está haciendo el Estado ni las políticas públicas, algo podré aportar yo desde mi perfil en Instagram, en Twitter, en Tiktok, a acercarle esta ciencia a las personas, hasta que tenga el poder o la voz para poder hacerlo de manera más consistente y masiva. Estoy hasta tarde haciendo charlas, videos. Durmiendo en el medio, tratando de mantener una vida social cuando puedo”, comenta.

Teresa está, también, aprendiendo a lidiar con su éxito: “Hay que entender algo: hasta hace un mes, cuando aparecía en prensa era para hablar de descubrimientos de otras personas, para hablar sobre lo que se estaba haciendo en la Astronomía, para hablar en términos generales, como un comentario o un aporte. En el último mes salió mi publicación científica, salió el libro, y entonces el foco se ha puesto en mí. Y eso genera mucha ansiedad”.

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El conocimiento es un área de su vida que siempre la hizo sentirse cómoda. Su madre, Paz Carreño, es química farmacéutica y su padre, Manuel Paneque, es bioquímico. Teresa nació y pasó su primera infancia en medio de libros e investigaciones, mientras sus papás realizaban su doctorado -ella en inmunología, él en genética molecular- en España. Mayoritariamente en medio de libros y peluches, porque sus papás no le dejaban tener Barbie, una muñeca que fue objeto de su deseo por años, “porque todos la tenían”.  

“Yo tuve la suerte y la fortuna de tener padres que siempre me alentaron a hacer preguntas y me dieron todas las oportunidades que necesité, y eso es un privilegio enorme que yo espero que todos y todas tengan”, dice.

Pero detrás de todo eso también hubo una infancia mayoritariamente solitaria. “Yo lo único que quería era tener amigos y encajar”, cuenta Teresa.

En España no tenía familia, más allá de sus padres, y se incomodaba mucho porque no lograba pronunciar bien la erre. A los cinco años perdió a todos sus amigos de ahí -aunque los reencontró después de grande- porque se cambiaron a Escocia cuando sus padres iniciaron sus postdoctorados en la Universidad de Glasgow. Ahí nacieron sus hermanos, Carlos y Miguel.

Tampoco en Escocia lograba encajar. No tenía tele y todos sus compañeros de curso comentaban lo que veían en la tele. Y mientras sus compañeros llevaban sándwich de almuerzo, su mamá le enviaba un termo con comida. “Yo me angustiaba un montón, porque era la única niña con termo en el colegio. Y los niños jugaban afuera, en la calle y mi mamá no me dejaba”, rememora.  

Durante ese período, lo único que quería era estar en Chile, con sus 14 primos y casi 30 familiares. Un clan con el cual quería estar, jugar, comer, aprender y reír. “Yo ansiaba mucho tener eso y no lo tenía”.  

Cuatro años después, dejó de ver a sus amigos escoceses porque se vino a Chile en función de una oportunidad de trabajo de su papá. Era la oportunidad para echar raíces.  

Pero al llegar al país, ingresó a sexto básico de forma adelantada. Tenía nueve años y sus compañeros 11. “La primera vez que fui a clases, fui con mi libro y mis compañeros me miraron extraño. Además, era más pequeña. Y siento que, durante mis primeros años en básica en Chile, y después menos, pero definitivamente durante mucho tiempo, sentí constantemente la presión de tener que ser más normal”, relata.

También sentía que tenía que encasillarse, que no tenía que “abarcarlo todo”. “Y no porque no podía por no tener la capacidad, sino que se sentía juzgada por querer hacerlo. Sentía que estaba siendo muy pretensiosa; sentía que eso caía mal. Y yo quería tener amigos, amigas. Cualquier adolescente o niña quiere tener amigas, quiere encajar, y yo no lo lograba. No lo lograba por distintas razones: porque yo venía con una idea; porque actuaba de cierta forma; porque la recepción no era la que yo esperaba”, recuerda Teresa.

Mientras no estaba en clases, leía convulsivamente. Le salía, cuenta, “por los poros”. Leía cinco libros al mismo tiempo. Partía las sagas por la mitad, sin ningún respeto hacia nada. Leía lo que fuera y cómo fuera.

Fue por esa época que su familia encontró un programa educacional para niños con talentos académicos en la Universidad Católica, conocido como Penta UC. “Eso me salvó”, cuenta, medio en serio, medio riéndose.  Ahí encontró a niños y adolescentes que, como ella, querían aprender más. Y más. Y más.

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A los 16 años ingresó a la Universidad de Chile a estudiar Astronomía. Se sentía cómoda, feliz, realizada. “Yo sabía que era buena y nunca se me cruzó por la cabeza que no perteneciera a ese lugar. Tanto así que miraba en menos las demandas de mujeres diciendo que no se les daba el espacio. Yo era ese tipo de personas”, recuerda.

Beauchef le sirvió para entender que no todas las mujeres habían tenido padres en contra de las Barbies, o que fomentaban que hiciera ballet y karate en igual medida como los suyos.

Entrando a la facultad, donde en mi año entraron 800 personas, de las cuales menos del 25% éramos mujeres, me dije ‘¿Por qué no hay mujeres? Okey, esta carrera es realmente masculina’. Pero a mí me iba bien. Me preguntaba entonces ‘¿Por qué asumen que es masculina?’”, comenta.

Empezó a escuchar las experiencias de sus compañeras. Se percató de la “programación” -como define- que les hacen a las niñas desde una edad temprana, insistiéndoles en que no pueden ser ciertas cosas. “Qué bueno que yo quería tener Barbies, y que bueno que yo quería vestirme con trencitas y todo. Y que no fuera como que sintiera que esa era mi única opción. Como que hay otras personas que sienten que tienen que hacer eso porque siempre lo han hecho y nunca han tenido otra opción. Yo quería hacerlo porque se me daba la gana, y eso es un lujo que muchas de mis compañeras nunca tuvieron”, cuenta.  

Sin embargo, incluso teniendo todas esas oportunidades, Teresa reconoce que tenía un sesgo implícito, un pensamiento masculinizado. Y lo explica: “cuando tuve que elegir a mi profesor de investigación de formación planetaria, sabía que había un profesor hombre que lo hacía en el departamento. Y lo iba a hacer con él. Estaba a punto de hablarle y una amiga súper feminista, power y maravillosa, me dijo ‘oye Tere, pero yo estuve trabajando este semestre con Laura Pérez, y en verdad es seca, deberías ir a hablar con ella, acaba de llegar, es joven’. Me dice eso y yo lo primero que pensé fue como ‘pero es una mujer, profe nueva, joven, seguro que no tiene mucha experiencia y no creo que sea tan seca como este otro profe hombre’”.

A penas pensó eso, su guata se apretó. Retó a sí misma: “Teresa, tú eres una mujer, científica joven. ¿Porqué sentirías que otra mujer científica joven, que más encima es profesora, no es lo suficientemente buena?”.

Finalmente, hizo su investigación con Laura. Y con ella hizo recientemente su descubrimiento sobre la formación de los planetas.

“Trabajando con Laura me di cuenta de que habían ocurrido varias cosas en mi camino para llegar a esa conclusión de ese pensamiento. En primer lugar, que yo nunca tuve profesoras mujeres en la universidad. Nunca había profesoras mujeres en estos cursos donde tú dices ‘ohhh, que seca la profe’. Eran siempre hombres. Eso tiene sentido. La cantidad de profesoras mujeres, de investigadoras, es un porcentaje mínimo al lado de la cantidad de profesores que tenemos contratados. Y ese es un problema, porque las mujeres no vemos a estas mujeres asombrosas que están liderando investigaciones asombrosas. Y al no verlas, no nos sentimos inspiradas a ser como ellas, o trabajar con ellas, porque no sabemos que existe esa opción”, comenta Teresa, quien hoy se autodefine como feminista y, en todas sus biografías, como la de la contratapa de su libro, pone que es “mujer y científica”.

Hoy, siente que ser mujer es una cualidad importante: “Para mí es clave para que otras mujeres, otras personas que se identifiquen como mujeres, lean eso y algo dentro de su cabeza les recuerde que la ciencia es un espacio para mujeres. Hablo constantemente de la necesidad de incluir a mujeres en ciencias. No solamente convocarlas hacia la ciencia, sino que además después darles las oportunidades para que sean referentes en ciencias a través de procesos de contratación selectiva; a través de incorporar cuotas de género en los estamentos académicos. Porque de otra manera no se puede”.

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En estos tiempos, además de transparentarse como mujer, Teresa se ha visto en la necesidad de contar que está en terapia desde hace tres años. “Yo me angustio con mucha facilidad. Hay días en que me siento completamente sobrepasada. Siento la presión de rendir bien en la ciencia y en la divulgación. No quiero tener que elegir una de las dos en este momento. Yo no esperaba que las cosas explotaran tanto este año, francamente. Y lo hicieron y estoy muy feliz y, al mismo tiempo, hay una parte de mí que se angustia un poco”, comenta.

Tiene mucho miedo fallar. Se siente insegura, quiere volver a leer Harry Potter y a Carlos Ruíz Zafón, y no logra. Quiere sentarse a ver Grey’s Anatomy y no puede. Hay días en que no puede levantarse de la cama. Para sacar el doctorado debe tener cuatro publicaciones científicas y tiene una. Quiere difundir su libro y hacer un segundo. Quiere estar en las redes, pero sabe que debe mantenerse activa en ellas. Siente que las personas esperan cosas de ella.

“No contesto los correos hace tres semanas porque no sé cómo enfrentarme a la cantidad de mensajes que me llegan. Nadie nos prepara para estas situaciones. Entonces, simplemente, quiero dar lo mejor de mí sin colapsar”, cuenta.

Añade que está siendo sincera frente a todo esto ahora para que otras personas no sientan la misma presión. “Imagínate un estudiante en la universidad, peleando con sus ramos, y que ve que esta persona está sacando un doctorado, un libro y videos, y todo súper feliz todo el día. Siento que cuando una es referente de personas que quieren seguir el mismo camino, es importante también transparentar que el proceso no es solamente lo que se ve, sino que hay muchas cosas por detrás; para no romantizar al asunto”, comenta.

“Si voy a hablar de mí, por supuesto que voy a transparentar todos los procesos por los que he pasado. Creo que es importante, cuando me presento como Tere Paneque: no soy un proyecto de divulgación, soy una persona que disfruta de entregar conocimientos. Soy una persona que disfruta de comunicar, me encanta, y me encanta enseñar. Yo soy una persona”, dice, casi didácticamente. Casi tan didácticamente que nos haría imaginar a una niña que ordena a sus peluches en fila para darles clases.

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