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20 de Agosto de 2021

El conflicto en Afganistán en la voz de un refugiado en Chile

Archivo personal

Tras la salida de las tropas estadounidenses, los talibanes llegaron a Kabul y tomaron el poder en Afganistán, generando caos en la capital, la desaparición de mujeres de las calles y el intento de huida en busca de refugio. Hace casi 20 años, el afgano Alí Akbarzada llegó a Chile junto a su familia, huyendo de una situación similar.

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En 2020, el ex Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un acuerdo de paz con los talibanes, el cual buscaba reducir la presencia del ejército estadounidense en Afganistán. En las últimas semanas, EE.UU. y la OTAN terminaron de retirar sus tropas del país. Tras esto la facción fundamentalista de los talibanes avanzaron rápidamente: derrotaron a las tropas afganas, llegaron a Kabul (la capital) y se hicieron con el poder y el Presidente, Ashraf Ghani, huyó del país.

El pánico fue sembrado. El afgano Alí Akbarzada (24), quien llegó como refugiado a Chile el año 2003, comenta que en Afganistán se vive un ambiente de terror. Aún está presente la sombra de lo que fue el mandato de los talibanes en el pasado, quienes gobernaron el país durante casi cinco años en los 1990. Ese gobierno se destacó por aplicar castigos físicos duros, perseguir a sus opositores, llevar una interpretación radical de la Sharia (ley islámica) y liderar un régimen extremadamente patriarcal. “Los talibanes demostraron un desprecio por la vida humana”, afirma Alí.

Un Estado fallido

Alí explica que para entender el conflicto hay que tener claros dos puntos: que Afganistán siempre ha estado conformado por varias tribus, con sus propios idiomas, costumbres y líderes; y que es un país religioso, guiado por el Islam. Comenta que uno de los grandes errores que cometen los medios de comunicación al mostrar el conflicto es no mostrar todo el proceso histórico y cultural que hay detrás. “Los medios al no comunicar la historia completa sobre Afganistán, y solo mostrar los conflictos, hacen que queden vacíos en las mentes de los espectadores. Estos automáticamente los llenan con conexiones que pueden ser erradas”, explica. Este desconocimiento es uno de los factores que puede llevar a la islamofobia.

“Afganistán es un Estado fallido”, comenta Rosario Rodríguez, historiadora de la Pontificia Universidad Católica. Aunque el país naturalmente no tiene ningún interés económico, su ubicación en Asia Central lo hace interesante para otras potencias, al ser posible sacar de ahí gaseoductos u oleoductos sin la necesidad de pasar por Irán o Rusia. En el pasado, el interés en el país también se concentró por su calidad de vecino de la Unión Soviética (URSS).

Durante la Guerra Fría, Afganistán tenía un gobierno procomunista, apoyado por la URSS. Frente a esto, Estados Unidos comenzó a apoyar a la tribu de los pastunes, quienes se estaban levantando contra el mandato. De ellos nace el grupo guerrero de los muyahidines, que deriva en quienes hoy conocemos como los talibanes, hombres que fueron educados en “escuelas coránicas” (donde se enseña el Corán, libro sagrado del Islam). Estos se hacen con el poder y se mantienen alrededor de cinco años en el gobierno.

“Los talibanes demostraron un desprecio por la vida humana”, afirma Alí.

En 2001, tras los ataques del 11 de septiembre de Al Qaeda en EE.UU., Washington le declaró la “guerra al terrorismo” y atacó al gobierno talibán en Afganistán, argumentando que en el país se permitían centros de entrenamiento para el grupo extremista. Los talibanes escaparon y se replegaron hacia los valles y montañas y empezó la guerra.

“Esta fue una guerra injusta desde un punto de vista material, Afganistán era uno de los países más pobres del mundo. No hicieron planes para educar y estructurar al ejército, no hicieron planes para dar una cierta estabilidad y, 20 años después, dejaron al país igual cómo habían entrado”, explica Rosario. “La triada de Estados Unidos es libertad, democracia y capitalismo… no hay nada de eso allá”. 

“La gran equivocación de Estados Unidos fue creer que los talibanes se iban a demorar en volver”, comenta la socióloga experta en derechos humanos, niñez y mujer, y asuntos humanitarios, Marta Maurás Pérez, sobre lo que ocurre hoy. “Eso demuestra que los occidentales no entendemos cómo están conformadas estas sociedades”. A pesar de que los talibanes no se encontraban en el gobierno, de igual manera tenían poder y ganancias. Su principal forma de financiamiento la obtenían de los ingresos generados al liderar el comercio de opio, la cobranza de impuestos a las cosechas y bienes raíces en distintas zonas.

La invisibilización de la mujer

Esta semana se comenzó a viralizar una lista de 29 puntos con las prohibiciones que los talibanes han impuesto en el pasado a la mujer. Algunas de estas son: no poder trabajar, no poder salir de casa sin su mahram (hombre de parentesco cercano), no poder acudir a escuelas y universidades, utilización obligatoria de burka (velo que cubre todo el cuerpo), entre otras.

“En este tipo de sociedades la mujer se invisibiliza: se dejan de mostrar como personas y se presentan como animales de satisfacción sexual o reproducción”, comenta Marta Maurás. A días de la llegada de los talibanes a Kabul, ya se han escuchado distintos testimonios de mujeres en Afganistán que plasmaban casos como el de decenas de mujeres armadas para combatir a los talibanes y cómo las calles quedaron sin mujeres.

“La triada de Estados Unidos es libertad, democracia y capitalismo… no hay nada de eso allá”. 

Alí Akbarzada comenta que una de sus tías en Kabul tiene cuatro hijas, quienes son el principal sustento económico de la familia y no han podido trabajar desde la llegada de los talibanes. Utiliza permanentemente la palabra “incertidumbre” para describir la situación. “Ni los propios talibanes saben qué va a pasar”. Pese a esto, Alí describe que hay una extraña sensación de normalidad. “Los afganos siempre han sido obligados a cambiar. Durante los últimos 100 años hemos pasado por una monarquía, gobiernos prosoviéticos, mandatos de los talibanes, una república, etc.”.

“Yo creo que serán las mujeres desde adentro de Afganistán quienes tratarán de cambiar la situación”, opina Marta Maurás. “Ninguna revolución parte desde afuera. Las mujeres tenemos que levantarnos y apoyarlas”. Frente a la situación, el Canciller chileno, Andrés Allamand, anunció que traerán al menos diez familias afganas como refugiadas al país, priorizando a mujeres activistas humanitarias, académicas y periodistas.

Ser un refugiado

En 2003, Alí Akbarzada llegó como refugiado a Chile, junto a sus padres y tres hermanos menores, convirtiéndose en la primera familia afgana refugiada en el país. Sus papás habían escapado de Afganistán hacia Pakistán cuando los talibanes tomaron el poder en 1996, ya que hubo una fuerte persecución a funcionarios públicos que trabajaban para el gobierno pro-soviético, y su padre era profesor en una universidad del Estado. Estuvieron varios años en Pakistán, moviéndose de un lugar a otro, viviendo una situación compleja por la corrupción de las fuerzas de seguridad y los casi tres millones de inmigrantes afganos ahí. Comenzaron a buscar un segundo país donde migrar, donde las condiciones fueran mejores, y así llegaron a Chile.

“La gran equivocación de Estados Unidos fue creer que los talibanes se iban a demorar en volver”, comenta la socióloga Marta Maurás Pérez, sobre lo que ocurre hoy. “Eso demuestra que los occidentales no entendemos cómo están conformadas estas sociedades”.

En la época de la invasión rusa, Marta Maurás estuvo ayudando en los campos de refugiados afganos en Pakistán, como representante de la UNICEF. Describe el ambiente como de alto estrés físico y psicológico para los inmigrantes. “No tienen dónde ir, hay mucho susto, sufrimiento, familias separadas, niños perdidos, condiciones precarias, poco alimento…”.

Hoy hay miles de afganos intentando salir del país. Esta situación se permitió ver en las grabaciones y fotografías del aeropuerto de Kabul, el cual estaba atestado de masas de personas, quienes ante la desesperación incluso trataban de agarrarse de los aviones, provocando varias muertes. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Irán y Pakistán albergan a más de dos millones de refugiados afganos, y varios países, tales como Canadá y Reino Unido están buscando recibir miles de afganos.

Alí da a entender que su llegada a Chile fue una experiencia agridulce. “Era como un viaje común y corriente, pero con toda una historia por detrás, una historia con un poco de tragedia. No teníamos nada. Pero lo que sí teníamos eran maletas llenas de sueños y esperanzas”, describe. “Mis hermanos, de algunos meses de edad, estuvieron muy inquietos todo el viaje. Pero cuando llegamos a Chile se calmaron. Era sentir inconscientemente que algo había cambiado”.

“Los afganos siempre han sido obligados a cambiar. Durante los últimos 100 años hemos pasado por una monarquía, gobiernos prosoviéticos, mandatos de los talibanes, una república, etc.”.

De niño no tiene recuerdos de haberse sentido diferente a sus compañeros, pero cuando comenzó a crecer se dio cuenta de que había cosas que le hacían pensar que no era común y corriente, por ejemplo, no poder acceder a becas educativas o tener problemas para aplicar a beneficios del Estado. Hoy, Alí siente que vive una doble vida: dentro de su casa es afgano, y fuera de casa, chileno. En su hogar él habla persa, se saca los zapatos al entrar, sigue ciertas costumbres que le hacen saber que ahí dentro, no está en Chile. “Por más años que pasen, sigo teniendo un pedazo de mí en Afganistán”.

“Los latinos y los afganos son como la noche y el día”, describe. “Los factores de diferencia son muchos… su historia, su idioma, cultura, etc”. Esto implica una gran dificultad para musulmanes que llegan como refugiados desde Medio Oriente a Chile. Pone el ejemplo de uno de sus primos, quien llegó al país y al entrar al colegio sus profesoras lo saludaban de beso y abrazos, cuando él llevaba viviendo más de diez años en un lugar donde lo común era que existiera una mayor separación física entre hombres y mujeres. Su papá le tuvo que explicar qué era lo normal en Chile. “Cuando son niños es más fácil, yo no recuerdo ningún choque cultural, pero los adultos ya cargan con prejuicios, ya vienen con una historia”.

Estudió Derecho en la Academia de Humanismo Cristiano, institución que se caracteriza por ser pro-derechos humanos y ayudar a los refugiados. “Estudié con el objetivo de especializarme en el Derecho Internacional y los DD.HH.”. Luego realizó una pasantía en ACNUR, con el objetivo de ayudar a otros que viven algo parecido a lo que vivió su familia.

“Mis hermanos, de algunos meses de edad, estuvieron muy inquietos todo el viaje. Pero cuando llegamos a Chile se calmaron. Era sentir inconscientemente que algo había cambiado”.

Alí explica que falta avanzar en cómo los países reciben a los refugiados. Que falta trabajar de forma más directa con las comunidades para entender qué es lo que realmente necesitan, no dejarlos a la deriva. Comenta que llega gente que tiene tanto que contar, pero que, por la brecha del lenguaje, no puede hacerlo.

Marta Maurás resume la situación: “desde Occidente debemos ayudar a Afganistán, no desde el invasor, sino que, desde una comunidad internacional abierta, que entienda que hay modos distintos de gobernar”.

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