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Opinión

12 de Septiembre de 2021

Columna de Agustín Squella: Cuidemos nuestros jardines

Agencia Uno

"Cualquier estímulo externo que no sea de nuestro agrado –incluidas las ideas que no aprobamos- nos sacan de las casillas y hacen reaccionar. Hemos ido perdiendo la capacidad de procesar estímulos externos que nos molestan, transformándolos en agresiones a las que es necesario y justo responder del mismo modo".

Agustín Squella
Agustín Squella
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La desmesura, o sea, la falta de medida, el exceso, con toda seguridad exacerbada hoy por los todavía insuficientemente estudiados efectos neurológicos de la pandemia, está a la orden del día. La vemos a cada instante: en casa, en el barrio, en las calles de la ciudad, en las carreteras, en la política, en los medios, y, por momentos, hasta en la Convención Constitucional. Cualquier estímulo externo que no sea de nuestro agrado –incluidas las ideas que no aprobamos- nos sacan de las casillas y hacen reaccionar. Hemos ido perdiendo la capacidad de procesar estímulos externos que nos molestan, transformándolos en agresiones a las que es necesario y justo responder del mismo modo. Ayer mismo, bastó con que una amable señora mayor que conducía su automóvil vacilara unos segundos en un cruce antes de decidirse a tomar una de las calles para que los cuatro automovilistas que la sucedían empezaran a hacer sonar sus bocinas con gran estridencia y por largo rato, y yo, que caminaba en ese momento por el lugar, pensé en cuanto estamos todos necesitados de una pronta visita al psiquiatra, porque con pedir hora a un psicólogo no bastará. Si algo está pasando con nuestras conductas es porque algo está pasando en nuestros cerebros.

La prisa es otro de los males que se han puesto a la orden del día, aunque esto venía ya de antes de la pandemia. Respondemos de manera instantánea a lo que nos preguntan,  y vamos siempre rápido, casi corriendo, tanto a la ida al trabajo como a la vuelta a casa, al ingresar y al salir de las estaciones del Metro, al comer en lugares públicos o privados, al beber esas copas que antes se conversaban, al movernos dentro de nuestras casas en labores domésticas que no demandan ningún apuro, y tal vez incluso al leer, escribir y publicar, que es lo que hacemos esa extraña gente que pasa por intelectuales. No termina de ocurrir un hecho y todos nos abalanzamos sobre los medios con nuestras columnas y opiniones para notificar a las audiencias cómo deben entender el hecho de que se trate y cuáles son sus proyecciones, mostrando con ello falta de contención y de distancia reflexiva ante el caos de la realidad y los complejos sucesos que se producen a diario en Chile y en el mundo, aunque exhibiendo también una cierta cuota de arrogancia en los planteamientos que hacemos ante los demás: los nuestros son los racionales, los que tienen base empírica, los que no responden ni a ideologías ni a intereses, mientras que los planteamientos ajenos y rivales a los nuestros son siempre irracionales, sin correspondencia con los hechos, ideológicos o interesados. Cada cual cree estar en la cima de la montaña y observando de manera objetiva todo el amplio paisaje que tiene abajo, olvidando que él forma parte también de ese paisaje brumoso y contaminado.

Prisa también por producir, desde luego, por crecer, por aumentar la cantidad de bienes y servicios disponibles, y mucha menos por conseguir algo más que crecimiento –desarrollo- y algo más, aún, que este último: desarrollo equitativo y sustentable, desarrollo humano en fin. Prisa por comprar, así se consuma o no lo adquirido, y prisa también por desechar y cambiar prontamente lo que acabamos de comprar, así se trate de un automóvil o de unas simples zapatillas.

La prisa es otro de los males que se han puesto a la orden del día, aunque esto venía ya de antes de la pandemia.

¿Cómo podríamos recuperar la lentitud, que vendría siendo lo contrario de la prisa, y cómo hacerlo para recobrar la mesura, que es lo opuesto a la desmesura? Recuperar, digo, como si esos dos males provinieran de la pandemia y no fueran anteriores a ella, estimulados desde hace ya mucho por el mal uso de las redes sociales y el frenesí por expresarnos ante cualquier acontecimiento que se produzca, así sea verdadero o falso, y sin darnos tiempo para pensar un poco

No me hago muchas ilusiones al respecto. Cuando más vamos a combatir la desmesura y la prisa con un uso cada más abundante y rápido de ansiolíticos, cambiando así desmesura por desmesura y prisa por prisa.

Algunos hacen yoga, otros meditan, y no faltan los que se refugian en un cómodo cinismo ante los tiempos que corren, el cinismo de los que afirman que nada tiene remedio y buscan de ese modo mostrarse más inteligentes que el resto que todavía mantiene alguna cuota de optimismo o de esperanza.

¿Cómo podríamos recuperar la lentitud, que vendría siendo lo contrario de la prisa, y cómo hacerlo para recobrar la mesura, que es lo opuesto a la desmesura?

Cada cual tendrá que ver cómo se las arregla, aunque lo primero sería tomar conciencia de la desmesura y de la prisa que cunden en nuestros jardines como la mala yerba que amenaza con eliminar las flores y hortalizas que hay allí y que  nutren y dan colorido a nuestras vidas.

*Agustín Squella es Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, jurista, periodista y, actualmente, convencional constituyente.

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