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Entrevista Canalla

16 de Septiembre de 2021

Julio Jung, actor: “Pasé dos o tres meses en que no tenía idea de quién era yo”

Archivo personal

Esta legendaria figura del teatro debutó en una obra por Zoom y quedó asombrado. Aquí habla del futuro, la modernidad, los amigos, la vejez, los genios y también se refiere a una extraña situación de salud que lo tuvo desorientado por un largo tiempo. El artista estuvo en otro planeta, pero ya volvió.

Por

“Fíjate que la modernidad es maravillosa”, opina Julio Jung del Favero, el actor ancestral, el padre del otro actor llamado Julio Jung, el padre de aquel galán que tiene una anatomía agigantada. Este Julio Jung es el irónico, el eterno, y es un mito comprimido en 169 centímetros. Tiene 81 años, dos matrimonios y ese solo hijo al que abraza desmedidamente en todas las fotografías. Y es una gloria viva. Un volado adiestrado en el sarcasmo.  Ha hecho tonteras con mucha gravedad. Ha hecho dramatismo con mucho relajo. Ha actuado en veintinueve películas, ha alzado un total de trece premios, nacionales e internacionales. Lo homenajeó el Congreso el año 2009: le colgaron una medalla, recibió aplausos de derecha y de izquierda, y él levantó un brazo en señal de paz. ¿Y qué tiene de maravillosa la modernidad, Julio? “Es el descueve, huevón”, sintetiza, asombrado, como si acabara de despertar en medio del siglo 21. Y agrega, pensativo:

-Es lo máximo.

Lo que ocurre es que Julio Jung, el legendario, ha vuelto al teatro. Ha vuelto al teatro, pero no a las tablas. El teatro ya no se hace con madera. El teatro ahora, a la fuerza, también se hace con computadores.

-Debuté actoralmente en esta cosa del Zoom- admite.

El 10 de septiembre es su día histórico: esa noche Julio Jung puso un pie en la era virtual. El actor que hizo giras teatrales a pie, colgado del brazo de Silvia Piñeiro, el hombre que en mitad de un grupo de creativos armaba obras de teatro espontáneas fumando cigarrillos en el café Santos, el simple, el de piel, el de apretones de manos, de ofrecer un café, de convivencias en el camarín, de un gin tras el estreno, de pronto da un salto al espacio. Y protagoniza, estupefacto, una obra acomodado a solas en el living de su casa.

-¿Me vas a creer, huevón, que actúo en una obra llena de personas y no sé dónde mierda están los otros actores?

-¿Por qué no los ve?

-¡Qué sé yo! ¡Parece que están en otros computadores! Yo no veo a ningún huevón…

-¿Le ha parecido sorprendente?

-¿Sorprendente? ¡Esto es genial! A mí, en las primeras reuniones, me habían dicho: “Ahí en la obra, en cierta escena, nos vamos a juntar todos”. ¡Pero nunca nos juntamos en realidad! 

Debuté actoralmente en esta cosa del Zoom

-¿Y cómo se juntan?

-Puta, no sé… En el guion sale: “Aquí se abre una puerta”. Y yo digo: “¿Dónde mierda está la puerta?”. ¡¡Es que no hay puertas, huevón!!

-Son puertas tecnológicas, Julio- afirma el reportero con un halo de soberbia, si bien ignora hondamente todo lo que sucede en la computación.

-¿Ah?

-Es la sensación de una puerta, Julio- el reportero, aunque cierra los ojos y habla como sabio, se empieza a entrampar.

-¡Eso es! Uno se hace la idea de que hay una puerta ¡Qué fantástico!… Y nadie se junta con nadie… Pero igual nos juntamos- murmura para sí mismo el actor.

-Se juntan mentalmente…

-¡Mentalmente!- corrobora exaltado.

La obra se llama “Llegó Julio” y es, además, un homenaje a la leyenda. Trata de un hombre que toca el saxo, pero, alterado por alguna causa, súbitamente deja de tocar el saxo. Está escrita por Flavia Radrigán y forma parte de un ciclo denominado “Íconos del Teatro”, una temporada que organiza el AIEP y en la cual buscan que brillen los genios actorales del siglo 20. Héctor Noguera, Gloria Munchmayer, Julio Humberto Gonzalo Benito Jung del Favero, entre otros.

¿Me vas a creer, huevón, que actúo en una obra llena de personas y no sé dónde mierda están los otros actores?

-¿La era moderna lo ha dejado atónito, Julio?

-Ha sido impresionante.

-¿Cómo se siente?

-Raro.

-¿Por qué?

-¿Te digo algo? Yo soy un vejete.

-No lo es.

-¡Sí, huevón, soy un vejete!

Y el reportero adjunta ese cliché:

-¡Los ochenta de hoy son los cincuenta de antes!

Silencio melodramático.

-Soy un vejete -insiste, serio-, me pasaban las cosas por el lado y yo no las veía.

Yo soy un vejete

-¿Qué le ha pasado por el lado? ¿La vida acaso?- teatraliza la prensa.

-La vida, huevón- acota secamente el actor- …fíjate en esto: me demoré 20 o hasta 25 años en operarme de la próstata. Dejé pasar los años. Y, claro, la próstata puede ser una cosa espantosa.

Y la próstata de Julio Jung fue una cosa espantosa. Se operó, al fin, a principios del 2021.

-Quedé muy golpeado después de la operación- señala, afligido.

-¿Qué le pasó?

Entonces Julio Jung lanza una frase que contiene, en partes, la filosofía del absurdo, la tragedia griega y la salud contemporánea.

-Pasé dos o tres meses en que no tenía idea de quién era yo…

¿Quién eres, Julio?

Julio Jung estuvo anormal entre marzo y mayo de este año. La operación le alteró la mente. En ese procedimiento, supone, le inyectaron una anestesia furibunda, una explosión de somníferos, de alucinógenos, de químicos, la verdad, sintetiza Julio, “no sé qué cresta habrá sido”, y entonces le ocurrió eso:

-Me perdí- resume él.

-¿Cómo?

-Me perdí, me perdí…- exhala.

La pócima le cruzó los cables. Y Julio Jung reitera que durante el curso del segundo trimestre del año no sabía quién era él. Pasó tres meses desconcertado, abrumado, acompañado de una señora enigmática y simpática llamada Tessa Aguadé, y que, según los persistentes rumores que alcanzaba a escuchar, es su esposa desde 1999.

-¿Dónde estoy?- preguntó alguna vez.

-En la casa- le dijeron.

Y Julio quedaba sumamente nervioso, rodeado de gentiles extraños que sonreían con una mueca de publicidad.

-Fue fuerte- recuerda.

-¿Qué más recuerda?

-A las personas que me iban a ver.

-¿Quiénes eran?

-Parece que eran mis amigos.

Julio percibía los murmullos. Escuchaba, de pronto, la frase que provenía de algún pasillo: “No se va a recuperar, Dios mío, pobre Julio…”.  

Los datos, por supuesto, son difusos. Julio reposaba con cara de niño, la cama pegada al suelo, y él habitando un planeta distinto. La paradoja le golpeaba el lado más débil: el año 2017, en el diario La Nación, Julio Jung había señalado su pavor a perder la coherencia. Su frase fue lapidaria: “Si tuviera Alzheimer prefiero morirme”. Julio, eso sí, no padeció Alzheimer: únicamente, por tres meses, él no estuvo aquí.

-¿Y dónde estaba?

-No tengo la menor idea, huevón.

-¿Tenía miedo?

-Uf… Esto te turba, te deja mal. Te golpea muy fuerte.

-¿Y qué pasó finalmente?

-Esa mujer que tengo como esposa, mis amigos, todos me ayudaron a ponerme las pilas.

-¿Qué significaba eso?

-¡Yo tenía que despertar, huevón! Yo tenía que despertar. Yo no quería hacer sufrir a los demás.

-Y despertó…

Julio estira una pausa.

-Me ufano, de verdad, de haberlo logrado.

Y agrega:

-Sí. Yo desperté.

Abrir los ojos

Al despertar, Julio Jung supo que tiene un solo hijo al cual admira. Es enorme, bueno, talentoso. Volvió a saber que tiene una nieta de cuatro años que se llama Matilda y que quiere volver a estrujar en un abrazo de abuelo. Volvió a saber que Tessa Aguadé, su esposa, sea cual sea el planeta que habite Julio, le llevará, cada mañana, un romántico desayuno a la cama. Se volvió a dar cuenta que tiene muchos amigos, que en el siglo 20 se codeó con la genialidad, que junto a otros más impuso en Chile la estética del absurdo, que validó la comedia sin tener que sonreír. Y volvió a recordar que algunos de esos pioneros verídicamente se han ido de este mundo.

-Casi todos- susurra.

Y afirma con muy poca voz:

-Supe que nos dejó Tomás Vidiella.

-Así es, Julio…

-Puta que duele… todos se van…

Y a algunos de estos amigos que ya no están él les dedica una frase:

-Andrés Rillón fue lo más genial que he visto en mi vida.

-¿Por qué?

-Porque todo lo que improvisaba era asombroso.

Y continúa:

-Jaime Celedón era absurdo y sabio. Otro genio. Otro genio…

Puta que duele… todos se van…

-¿Por qué lo deslumbraba?

-Jaime a veces se volvía loco. Y otras veces se volvía cuerdo. Podía hacer lo que quisiera. ¡Y hacíamos lo que queríamos! ¡Hicimos sin querer La Manivela! ¡Hicimos el Teatro Ictus!

Quizás son pocas las generaciones que recuerden esos destellos de lucidez. Eso ocurrió en los años sesenta, en medio del siglo pasado. En esa época un grupo de extravagantes le otorgó un nuevo humor a Chile. Hablamos del joven Celedón, tal vez el importador del absurdo en Chile; y hablamos del inaudito Director del Servel de entonces (entre 1965 y 1977), Andrés Rillón, un abogado que pasaba el tiempo conteniendo una carcajada y que legitimó voto a voto la elección de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende; y hablamos del joven Jung, un Peter Sellers en estado latente, un actor de izquierda romántica que luego se iba a exiliar en Venezuela y luego volvería a Chile a montar otras obras y que, en el futuro, llegaría a ser un concejal.

Andrés Rillón fue lo más genial que he visto en mi vida.

-Recuerdo- acota Julio, que, dicho sea de paso, ya ha vuelto a recordar muy bien- …que Jaime Celedón tuvo que ir a buscar al Director del Servel a su oficina para ofrecerle dedicarse al teatro y a trabajar formalmente en hacer puras huevadas.

-¿Y qué dijo el Director del Servel?

-Dijo que encantado, jajaja. Era todo absurdo… Uno no se da cuenta de la cantidad de cosas absurdas que hay en verdad…

-¿Cómo ve el humor de hoy?

-Es distinto. Cada época es distinta. Cada generación tiene sus motivos para reírse. Lo que importa es que la imaginación siempre esté viva. Lo importante es que no paremos de sorprendernos.

-¿Qué opina, por ejemplo, de Felipe Avello?

-Un talento impresionante. Él está aportando una cosa nueva.

Jaime Celedón era absurdo y sabio. Otro genio. Otro genio…

Baja la voz. Baja la energía.

-¿Los echa de menos…?

-¿A quiénes?- añade.

-Al grupo… A Rillón, a Celedón, a Sharim, a Jorge Díaz, a todos…

-Ja- ríe sin reír.

Y confiesa, con énfasis:

-…no te imaginas cuánto… puta, no te imaginas todo lo que los echo de menos…

Y la voz es un hilo. Esta leyenda se siente sola. Y aquí el reportero percibe que el mitológico artista, el comediante afilado, parece más retraído. Quizás, al volver a despertar todo lo ve distinto. Ya lo suyo no es el sarcasmo, sino el asombro. Ahora todo lo impresiona mucho más. Y opina, por ejemplo, que, así como él, “Chile también despertó”. Y, además, la ironía la mutó por humanidad, pues ahora acota que “Piñera, no lo puedo negar, no me puede caer mal. Ningún Piñera me cae mal”. Y revela que no pudo seguir como concejal de Providencia porque quisieron empatar las tendencias del municipio. Y si fuera Presidente no demoraría un segundo en tomar su primera decisión:

-Me suicido- declara seriamente.  

Cada generación tiene sus motivos para reírse.

Y, en fin, Julio Jung ha podido volver de su operación y ya despertó. De algún modo, ahora todo lo mira con los ojos de un adulto recién nacido.

-Y esto de la tecnología, esto de actuar en Zoom…- vuelve a repetir.

-¿Qué le parece?

-Yo no creía. Yo decía… ”cómo mierda lo vamos a hacer”… Y todo salió óptimo…

Piñera, no lo puedo negar, no me puede caer mal. Ningún Piñera me cae mal

-¿Y ahora qué piensa de la modernidad?

-Ha sido una sorpresa. Una tremenda sorpresa- y se queda en completo silencio. Todavía estupefacto. Todavía asombrado.

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