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Opinión

27 de Septiembre de 2021

Columna de Mario Fabregat: La Guerra Civil en Chile y el proceso Constituyente: lecciones en cinco escenas

A 130 años de la Guerra Civil de 1891 surgen preguntas y lecciones. Los 10 mil muertos de este enfrentamiento formaban parte de dos bandos antagónicos. Ambos decían defender la patria. Pero ¿qué era la patria para cada uno?

Mario Fabregat
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Escena I (1891). El 21 y 28 de agosto se produjeron las batallas de Concón y Placilla donde se enfrentaron fuerzas del Ejército y la Armada muriendo, según las cifras más conservadoras, más de 10 mil personas, en lo que fue la Guerra Civil de 1891. Unos defendieron al Presidente José Miguel Balmaceda (Ejército) y los otros al Congreso (Armada). El 12 de abril, el Almirante Jorge Montt junto al vicepresidente del Senado, Waldo Silva y el presidente de la Cámara de Diputados, Ramón Barros Luco, conformaron una Junta Provisional en Iquique. Derrotado Balmaceda, se refugió en la legación argentina. Tres semanas después, el 19 de septiembre, se quitó la vida de un disparo. Fue el corolario de un conflicto entre élites. El pueblo solo participó como carne de cañón. La política entonces estaba reservada para los caballeros de levita.

Escena II (2021). Por primera vez en la historia de Chile una Convención Constitucional formada por 155 personas de las mas variadas características sociales y culturales, se hace cargo de la redacción de una Constitución Política. Históricamente es un hecho inédito. Ya sabemos que todas las constituciones chilenas han surgido de la voluntad de un pequeño grupo de personas, generalmente una oligarquía. En más de 200 años de vida independiente, por primera vez aparece el pueblo chileno –mujeres, indígenas, trabajadores– ejerciendo soberanía. Acotada, por cierto, pero logrando mover la historia, ser escuchados, y también, obedecidos. El proceso no se puede detener a martillazos. Un nuevo tiempo ha llegado. Los martillazos también son para construir.

Escena III (1891 y 2019). La crisis de 1891 no enfrentó a la izquierda con la derecha, ni al pueblo con la oligarquía. El estallido crítico fue entre dos poderes del Estado. El inicio del periodo llamado parlamentarista (1891) fue la consagración del poder oligárquico disfrazado de liberalismo y perfume francés. Era, como siempre, una política sin pueblo, o más bien con un pueblo que incomodaba y amenazaba por su pobreza. Paradójicamente, la oligarquía que gobernó sin contrapeso se desvaneció en su propia irrelevancia. Como uno de ellos dijo “los rotos se habían envalentonado”. La huelga de la carne en Santiago (1905) y la del salitre en Iquique (1907) que terminó en masacre, daban crédito al temor de los pijes. A balazos se arreglaban los reclamos. La oligarquía, aferrada a los privilegios que habían construido sus creencias, fascinada por la cultura europea y convencida de su pureza racial, no entendía que era tan mestiza como el pueblo que reprimía.

Ya sabemos que todas las constituciones chilenas han surgido de la voluntad de un pequeño grupo de personas, generalmente una oligarquía. En más de 200 años de vida independiente, por primera vez aparece el pueblo chileno –mujeres, indígenas, trabajadores– ejerciendo soberanía.

Escena IV (2019 y 2021). Desde poco antes de octubre del 2019, pero sobre todo desde entonces, conceptos como patria, nación, tradición, Estado, han sido objeto del análisis crítico de la sociedad. El poder en todas sus formas y manifestaciones ha sido severamente impugnado. La mano que empuña la pluma vale lo mismo que la que empuña el arado, como dice Rimbaud, por tanto, la Constitución no es solo un tema de abogados. Necesita de todos los otros y otras que quieran participar en su elaboración. Plurinacionalidad, pluriculturalidad, diversidad de género y sexual, destrucción del patriarcado, eutanasia, aborto libre, etc., han hecho desaparecer la entelequia metafórica de las fuerzas espirituales de la nación al mismo tiempo que insuflando vida a algo más concreto llamado soberanía.

La oligarquía, aferrada a los privilegios que habían construido sus creencias, fascinada por la cultura europea y convencida de su pureza racial, no entendía que era tan mestiza como el pueblo que reprimía.

Escena final para una historia abierta. A 130 años de la Guerra Civil de 1891 surgen preguntas y lecciones. Los 10 mil muertos de este enfrentamiento formaban parte de dos bandos antagónicos. Ambos decían defender la patria. Pero ¿qué era la patria para cada uno? ¿Por qué matarse por la misma patria? Ambos decían defender Chile ¿Qué era Chile para cada uno? ¿Peleaban por un mismo Chile? Si esas personas formaban parte de la misma patria y el mismo Chile ¿por qué se consideraban enemigas? Es necesario repensar la idea de nación que ha predominado en Chile y las narrativas algo excéntricas, como la del novelista Francisco Encina, que explicaba la inferioridad económica de Chile (1912) por el “atavismo araucano” presente en el pueblo chileno. La patria y la nación parecen ser afirmaciones imprecisas y reduccionistas que han fagocitado la soberanía popular, al mismo tiempo que han generado un Chile apócrifo e inauténtico. Por eso, debemos hacer lo posible por evitar la radicalización de las posiciones. Bien conducida, la energía del estallido del 18 de octubre de 2019 servirá para construir un nuevo Chile y alejar cualquier posibilidad de enfrentamiento entre hermanos, como el de 1891.

*Mario Fabregat Peredo es Doctor y Magíster en Historia por la Universidad de Chile, académico de la Universidad de La Frontera. Su último libro es “El cadáver de Balmaceda. Locura, suicidio y muerte en Chile” (1890-1921) (RIL Editores, 2021).

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