Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

30 de Septiembre de 2021

Columna de Cristina Dorador: La negación del desierto

Agencia Uno

La idea de autoridades de gobierno de la Región de Atacama -absurda, pésima y de mal gusto- de poner riego artificial a 3 hectáreas del desierto para que florezca todos los años y con ello garantizar el turismo, demuestra en su máximo esplendor el dogma económico que ha prevalecido desde el centro a las periferias, de arriba hacia abajo.

Cristina Dorador
Cristina Dorador
Por

El desierto florido es un fenómeno natural que ocurre en años donde se registra un nivel de lluvias que permite que el banco de semillas germine manifestándose en campos de flores de especies endémicas y únicas en el mundo. Cuando no hay flores, se observan lomas y quebradas secas, sin embargo, existen millones de esporas microbianas esperando la humedad suficiente para comenzar la labor de convertir el sol en energía y carbono y generar las condiciones biogeoquímicas para la germinación de las plantas y su posterior florecimiento.

Históricamente el Desierto de Atacama ha sido visto como un lugar donde, al parecer, su único destino y fin es la explotación. Desaparecen cerros y se convierten en relaves, se secan salares, ríos y se contamina el aire. La gente se enferma, subsiste, no hay opción. Entre el polvo y la camanchaca está la vida misma enfrentada a la mayor radiación del planeta, a construir felicidad y contemplar inmensidades. Amamos el desierto porque somos parte de él.

La minería parece ser inherente al desierto. Tanto es así, que imaginar una campaña ambiental cuyo lema sea “Desierto de Atacama sin mineras” parece surreal y excesivo. Estas campañas están destinadas a los bosques milenarios, ríos copiosos y océanos de ballenas. La idea de autoridades de gobierno de la Región de Atacama -absurda, pésima y de mal gusto- de poner riego artificial a 3 hectáreas del desierto para que florezca todos los años y con ello garantizar el turismo, demuestra en su máximo esplendor el dogma económico que ha prevalecido desde el centro a las periferias, de arriba hacia abajo.

Amamos el desierto porque somos parte de él.

El desierto se niega, para muchos evoca esterilidad, vacío y desesperanza. Sin embargo, es vida pura y original, estrellas que caen en la noche y cuna de pueblos originarios, hijos de la Lickana y la Pacha. Además, posee las grandes riquezas minerales que le han dado sustento al Estado desde hace siglos; primero el guano, luego el salitre, el cobre y el litio. Siempre habrá algo que explotar.

El mar ha sido despojado de los cardúmenes de pejerreyes y se arrasan los bosques de macroalgas, sustento de la vida marina. El extractivismo no tiene matices, se conjuga con el centralismo profundo y con la desconexión con el entorno y las comunidades. Las autoridades han señalado que Chile tiene un rol protagónico en la disminución de las emisiones de CO2 al ser proveedor de cobre y litio, claves para la electromovilidad. Es así como el extractivismo se viste de verde y de un falso heroísmo que a la vez contamina, termina con el agua, divide a las comunidades y genera mayor desigualdad.

La minería parece ser inherente al desierto. Tanto es así, que imaginar una campaña ambiental cuyo lema sea “Desierto de Atacama sin mineras” parece surreal y excesivo.

La reivindicación del desierto es un acto de justicia. Los romanticismos extractivos de décadas pasadas y el crecimiento sin límites no tienen cabida en un contexto de crisis climática y socioecológica. Es fundamental que desde la nueva Constitución se garanticen los Derechos de la naturaleza y la perspectiva socioecológica en todo el texto constitucional.

En los próximos días se terminará de sancionar el Reglamento de la Convención que contiene 7 comisiones de las cuales la Comisión de Medio Ambiente, Derechos de la Naturaleza, Bienes Naturales Comunes y Modelo Económico y la de Sistemas de Conocimientos, Culturas, Ciencia, Tecnología, Artes y Patrimonios tendrán un rol clave en la transición hacia el postextractivismo, generando los marcos normativos, de conocimientos y ética necesarios para esta transformación.

El desierto florido revela la vida invisible de Atacama. Regar el desierto es negar la vida misma.

* Cristina Dorador es convencional constituyente (D3) y científica. Dedica su vida a recorrer los salares del altiplano buscando vida microbiana.

También puedes leer: Columna de Caroline Stamm: La justicia ambiental, eje central para la nueva Constitución


Volver al Home

Notas relacionadas

Deja tu comentario