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Opinión

1 de Octubre de 2021

Columna de Alessia Injoque: Nosotros, ellos y los límites de la empatía en una crisis migratoria

Agencia Uno

Externalizar la culpa siempre es más fácil que mirar nuestros defectos como sociedad y enfrentar los problemas reales.

Alessia Injoque
Alessia Injoque
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¿Qué nos hace diferentes? Hay muchas características que nos distinguen, que nos hacen únicos como personas, sin embargo, no le damos a todas las diferencias la misma importancia a la hora de establecer quién es parte del “nosotros” y cómo definimos pertenencia en contraste a “ellos”, para quienes no tenemos las mismas consideraciones.

La historia está llena de momentos en que por motivos políticos o meramente viscerales se resalta alguna característica, real o inventada, para aumentar la desconfianza en un grupo de personas, reducir la empatía y así, poco a poco, ir corriendo la barrera de lo ético hasta justificar aquello que jamás aceptaríamos para uno de “los nuestros”.

Esta emocionalidad es conocida y aprovechada por políticos sin escrúpulos. Exacerbar la desconfianza permite distraernos de la complejidad de los problemas y los desafíos que debemos enfrentar: la delincuencia, el desempleo, los bajos sueldos, el aumento del VIH y la transmisión del covid-19, todo es culpa de “ellos”. Externalizar la culpa siempre es más fácil que mirar nuestros defectos como sociedad y enfrentar los problemas reales.

La historia está llena de momentos en que por motivos políticos o meramente viscerales se resalta alguna característica, real o inventada, para aumentar la desconfianza en un grupo de personas, reducir la empatía y así, poco a poco, ir corriendo la barrera de lo ético hasta justificar aquello que jamás aceptaríamos para uno de “los nuestros”.

Así, en una columna que parece emular a Trump, la senadora Luz Ebensperger aprovechó de hacer una larga lista de acusaciones a los inmigrantes de Iquique para concluir que no merecen nuestra empatía, tampoco son víctimas, los supuestos crímenes de algunos justificarían un juicio colectivo en el que todos y cada uno -incluidos los niños– son culpables. Así justifica construir una caricatura de sus vidas y tal vez ayuda a que pese menos en sus conciencias la imagen del coche quemado y las historias de familias y niños, que lo dejaron todo en busca de esperanza y que hoy, tras el fuego y el odio, perdieron lo poco que les quedaba.

Entiendo a quienes argumentan sobre los límites de nuestra capacidad de recibir inmigrantes, pero nuestra respuesta nunca puede ser deshumanizar a quienes tocan a nuestra puerta pidiendo ayuda. Es indispensable reforzar el multilateralismo y coordinar una respuesta regional a la crisis migratoria, incluir en los esfuerzos a los organismos internacionales y que el gobierno entregue una solución que garantice el bienestar de chilenos mientras resguarda los derechos humanos de inmigrantes y garantiza el debido proceso para quienes solicitan refugio de la dictadura de Maduro. No podemos caer en la falsa dicotomía de elegir entre “nosotros” y “ellos”.

Es en momentos de crisis en los que se define el carácter de una nación y se forja su destino, el trato que le damos a los más vulnerables refleja nuestros valores como sociedad. Confío en que somos mejores que aquel grupo de nacionalistas que globalizaron la vergüenza, que tal vez todavía en Chile queremos al amigo cuando es forastero y que las líneas arbitrarias que dibujan nuestras fronteras no definen límites para nuestra empatía.

Entiendo a quienes argumentan sobre los límites de nuestra capacidad de recibir inmigrantes, pero nuestra respuesta nunca puede ser deshumanizar a quienes tocan a nuestra puerta pidiendo ayuda.

Yo también soy migrante. En 1989 mi papá vino como turista a buscar suerte, consiguió un empleo, trajimos sólo lo que entraba en las maletas y llegamos a dormir sobre colchones al departamento vacío de un compañero de trabajo de quién se hizo rápidamente amigo. No conocíamos a nadie en Chile, pero pude entrar a segundo básico al colegio San Agustín de Ñuñoa con la ayuda de una asistente administrativa que escuchó nuestra historia y comprendió que, en febrero, si no nos ayudaban, no encontraría un lugar para matricularme.

Aquellos actos de generosidad marcaron mi relación con Chile, fueron parte de mi decisión de regresar como adulta y hoy como chilena sólo siento gratitud por el país que me dio tantas oportunidades. Espero que en un futuro los niños migrantes que crecen hoy en Chile puedan sentir lo mismo.

Es en momentos de crisis en los que se define el carácter de una nación y se forja su destino, el trato que le damos a los más vulnerables refleja nuestros valores como sociedad. Confío en que somos mejores que aquel grupo de nacionalistas que globalizaron la vergüenza.

*Alessia Injoque es activista trans, migrante, directora de Fundación Iguales, coordinadora del Nuevo Trato y ex jefa de campaña de Paula Narváez.

También puedes leer: Columna de Sergio España y Claudio Fuentes: La traición


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