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1 de Octubre de 2021

Saúl Iglesias, primer padre de Sichel: “No entiendo para qué describe algo que es una realidad disfrazada”

Durante ocho años Sebastián Sichel ha contado la historia de su niñez en una casa tomada en Concón donde vivió con su hermana, su madre y quien fuera su padre, Saúl Iglesias. Este año, la historia ha sido usada como relato en su candidatura presidencial y pasó de los medios de comunicación al libro biográfico “Sin Privilegios”, que narra sus desventuras con mayor profundidad: una vida sin luz, ni agua y con un padre violento y negligente. En todo este tiempo, esa historia sólo tuvo una versión. Hoy, por primera vez, se suma una nueva voz: en entrevista con The Clinic, Saúl Iglesias responde a quien por casi 30 años llevó su apellido. “Esta historia que cuenta es una barbaridad que usa para llegar al puesto y para sensibilizar a la gente”, asegura.

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El 4 de octubre del 2013, hace exactos ocho años, el hoy candidato presidencial Sebastián Sichel contó por primera vez públicamente la historia de su infancia. Lo hizo en período electoral, como candidato a diputado de la Democracia Cristiana por el distrito 23 de Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. Apareció en El Mostrador, en un artículo titulado: “El candidato a diputado por Las Condes que vivió en campamentos hippies y nunca vio tele cuando niño”.

Sichel habló allí de su dura infancia sin luz, sin agua potable ni cocina durante años en una casa tomada en Concón. También de un viaje a dedo que realizó por Sudamérica antes de cumplir cinco años y del tiempo que pasó viviendo en un campamento en Horcón. Además, contó la historia de su cambio de apellido de Iglesias a Sichel -ocurrido, según sentencia judicial, en 2009- y entregó el nombre de su primer padre, Saúl Iglesias, a quien describió como “un hippie del puerto de San Antonio, con el que creció pensando que era su papá”.

Cuatro años más tarde, en julio del 2018, alejado de la DC y dos meses después de asumir la presidencia de la Corfo, designado por el presidente Sebastián Piñera, Sichel volvió a contar su historia.

Lo hizo en un artículo de portada, escrito en primera persona en la Revista Sábado de El Mercurio. Allí entregó más antecedentes de Saúl, quien dejó de ser un personaje secundario en sus historias. Narró cómo ambos se conocieron con su madre, cuando Saúl vivía en una casa rodante estacionada en Francisco Bilbao con Américo Vespucio.También contó que, pese a no ser su padre biológico, Iglesias lo reconoció como hijo cuando él había cumplido 3 años, luego de que se casara con su madre y entregó detalles de su relación con él.

“Nunca fue cariñoso conmigo, pero para ser justo, nunca me trató mal tampoco. No era una mala persona, sólo tomaba mucho y no trabajaba. Me enseñó a pelar pescado con una piedra; eso para mí fue importante. Algo pasaba conmigo y con la Banya (su hermana) que éramos súper protegidos. Estando en este mundo que era bien tremendo, a nosotros nunca nos pasó nada”, aseguró en ese texto donde además argumentó la razón para hacer pública sus vivencias.

“En mis años de estudiante en la Católica, jamás la habría contado. Ahora sé que las apariencias no sirven y que al contarlo se normaliza”, explicó.

Dos años más tarde, Sichel volvió a narrar las vivencias de su infancia: lo hizo en una entrevista a Canal 13 titulada “La historia de vida del presidente del Banco Estado”, la que dio tres meses después de dejar el Ministerio de Desarrollo Social, con la aprobación más alta de todo el gabinete del golpeado segundo gobierno de Sebastián Piñera. 

En esa entrevista de 10 minutos, Sichel -acompañado de su chofer- recorrió sucursales del BancoEstado, una casa en la que vivió en su adolescencia e incluso el Palacio de La Moneda. Allí afirmó que “la sensación de precariedad nunca la he perdido, de saber que tengo que estar siempre preparado… ahora hay algo que me dijo una gran amiga: la austeridad es un privilegio y es verdad”.

Un año más tarde, su historia fue más allá de la prensa y pasó a ser contada en un libro biográfico escrito por el periodista Rodrigo Barría y publicado por ‎Ediciones El Mercurio.  “Sin Privilegios” se lanzó en abril del 2021, cuando Sichel ya era candidato presidencial y tres meses antes de imponerse en las primarias de Chile Vamos (hoy Chile Podemos Más). 

En el libro, su historia tomó una mayor profundidad. Los recuerdos del candidato hablaban de una infancia vulnerable y desprotegida; y se presentaba a Saúl Iglesias como un hombre oscuro y maltratador. 

La biografía narra situaciones como que Sichel debió alimentarse de ranas en su viaje de niño por Brasil, que Saúl le quebró la pierna a su madre luego de agredirla hasta dejarla hospitalizada, que Sichel debía iluminarse con velas robadas a una virgen para poder leer en las noches o que tuvo sobrepeso, porque su dieta se basaba “casi únicamente” en pan, fideos, arroz y papas. Sobre este último alimento, destacó que las cáscaras se cocinaban aparte, para “ser aprovechado al máximo”.

En el libro además se entrega la siguiente descripción de Saúl: “No tenía ninguna intención de llevar una vida tradicional. Esa era una idea que le parecía insoportable”. 

“Yo ayudaba con pañales y leche”

Sentado en un restaurante en el sector de la Península en Iquique, ciudad en la que vive hace más de 20 años, este lunes 27 de agosto la imagen que Saúl Iglesias proyecta es precisamente la de un hombre tradicional. Es canoso, mide un metro 83 y pesa 120 kilos. Desde que llegó a esta ciudad, trabaja en distintas faenas mineras del norte de Chile: hoy maneja camiones para la empresa Qb2 en turnos de 14 x14.

Vive con su pareja y sus dos hijos en el sector de Los Verdes. No registra antecedentes penales, sí dos causas judiciales por violencia intrafamiliar en 2009 y 2019, las que culminaron con salida condicional del procedimiento y con decisión de no perseverar por parte de la Fiscalía. Según él, este último proceso judicial se debió a una discusión familiar en la que él llamó a Carabineros. Con respecto a los años que vivió en Concón junto a Sebastián Sichel, Iglesias no tiene registros penales de ningún tipo.


Saúl Iglesias en su trabajo de Iquique

En medio de su bajada de descanso, aceptó hablar en exclusiva con The Clinic. Cuenta que durante los 8 años en los que Sebastián ha hablado sobre su relación, ningún periodista lo había contactado. Dice que tampoco lo hizo el autor de “Sin Privilegios”. Confiesa que ha seguido varias de las publicaciones en las que se le ha mencionado y que sólo tras leer la biografía de quien fuera su hijo, le pareció prudente entregar su versión de los hechos. “Es que es mucha la mentira y la tergiversación”, reflexiona.

La conversación se da en medio de una ciudad convulsionada por la crisis migratoria, y a lo largo de la charla varios grupos de niños venezolanos se acercan a pedirle limosna. Saúl les entrega las monedas que tiene a algunos de ellos.

Lamentándose por la situación de esos pequeños, reflexiona: “El niñito que anda ahí, el venezolano que anda pidiendo, ése es un niño vulnerable. Yo nunca mandé a mis hijos a mendigar. Nunca pasaron hambre. Y Sebastián eso lo sabe”, comenta Saúl sobre Sebastián Sichel, a quien -asegura- conoció pocos meses después de su nacimiento en la Clínica Alemana en julio de 1977.

-¿Cómo conoció a Ana María, la madre de Sebastián Sichel? 

-Él había nacido ya. Tenía como dos, tres o cuatro meses. Por ahí más o menos. Con su madre estudiábamos en un liceo nocturno, de la calle Italia, en Providencia. Ahí la conocí.

-Sebastián Sichel ha dicho en varias entrevistas que conoció a su madre, cuando usted vivía en una casa rodante en Francisco Bilbao y ella iba al colegio. ¿Eso no es cierto?

-No es cierto, yo vivía en una casa en Las Condes. Mi papá tenía una casa rodante que la estacionaba afuera, pero yo nunca viví en ella. En ese tiempo, yo vivía en la casa de la doctora Rebeca Sepúlveda, que era pareja de mi papá.

-En la biografía de Sebastián Sichel se afirma que en esa época usted vendía aros con monedas de un peso para subsistir. 

-No. Yo empecé a hacer aros años más tarde, cuando fuimos a Brasil, pero nunca antes vendí aros o hice artesanías. Y en esa época, trabajé vendiendo Lubricantes Sinclair en la calle Rondizzoni, al lado del Parque O’Higgins, 

-¿Cómo comenzó la relación con la madre?, ¿cómo asumió la paternidad de su hijo? 

-Al principio, con su madre éramos amigos y él era chiquitito. Él era el hijo de mi amiga, yo la ayudaba con los pañales y la leche. Ella vivía en el segundo piso de su casa y para el papá fue una vergüenza que la hija hubiera sido mamá soltera y joven. No sé si ella con el papá de Sichel estuvieron pololeando, porque yo nunca se lo pregunté, porque como se dice: quien quiere a la gallina tiene que querer a los pollos. Entonces, empezamos de repente la relación entre amistad y cariño. Éramos muy amigos. Era una relación natural de amigos hasta que de repente un día, bueno, pasó lo que tenía que pasar.

-Y cuando iban al Cajón del Maipo lo hacían en esa casa rodante, ¿no?

-No, porque yo era muy chico y no tenía licencia. No tenía auto tampoco. Íbamos en micro.

-Se casaron en 1980, cuando ambos tenían 20 años Sebastián tenía 3 años, ¿no?

-Sí.

-En ese momento, ¿ustedes vivían juntos?

-No, no, para nada. Ella vivía en su casa. Cuando me casé con ella, recién ahí salió de su casa.

-¿Se fue a vivir con usted?

-Conmigo, nos fuimos a vivir a La Reina. 

-¿No vivieron nunca en la casa donde estaban sus papás?

-No. Quien se casa, casa quiere. Entonces, nos fuimos a vivir a La Reina, en María Monvel, parcela 316. Una parcela donde había hartas paltas. Después, vivímos en Callejón Lo Ovalle y la calle Maratón. Incluso, mi cuñada, Virginia Ramírez, estuvo viviendo con nosotros. 

“No, yo no era hippie”

-¿Cuándo deciden partir de viaje por Sudamérica?

-Hubo un momento en que me quedé sin pega, entonces nos fuimos. Yo no quería irme a la casa de mi papá, no quería ir a la de mis suegros y parece que fuimos unos días a Viña, donde mi mamá. Ella vivía en 15 Norte, en el departamento donde nos criamos todos desde chicos.

-¿Usted es de Viña del Mar? En una de las entrevistas que dio Sebastián, dijo que venía de San Antonio.

-Sí (de Viña del Mar), estudié en la Escuela 75, en Emiliano Rivera. Pero bueno, en esa época (antes de partir de viaje por Sudamérica), mi viejo nos invitó a acampar con él unos días en Las Gaviotas, que está ahí en Concón, pasado la línea del tren. Después nos fuimos con los niños hasta Mendoza.

-Sebastián habla mucho de que usted era un hippie.

-No, yo no era hippie. La única vez que él puede decir que yo fui medio hippie fue en ese viaje. Pero me fui trabajando, siempre los mantuve en residenciales. Ahí en Mendoza había una residencial, y ahí ellos se quedaban todo el día mientras yo fabricaba artesanías, porque dije “¿yo cómo me mantengo para allá?”. Yo traté de migrar, pero me di cuenta que no fue buena idea.

¿Cómo fue ese viaje? Sebastián cuenta que viajaban en autos con los vidrios quebrados, que dormían en cualquier lugar con adictos…

-No es como lo pinta Sebastán, que parece más como se vienen caminando de Colchane para acá (los venezolanos). Yo todo el viaje fui trabajando. Vendía aros y pulseras en los servicentros. 

-Pero sí reconoce que ésa fue su época hippie.

-Sí, pero nunca anduve con el pelo largo, nunca fui drogadicto, yo era consciente de que iba con dos hijos. Que no les podía faltar la comida. Siempre comían… íbamos a restoranes (…) Después, llegamos a Brasil, a Puerto Alegre; y ahí lo que más me chocó fue ver mucha pobreza. Los hoteles eran pésimos. No era igual que en Argentina, donde era todo limpio.

-En el libro biográfico se habla de que en ese viaje llegaron a comer ranas…

-En Mongaguá, conocí a unos artesanos y nos quedamos en su casa. Y ahí es donde una persona dice que él bajó y comió ranas, y nosotros salimos a cazar ranas. Ellos me invitaron a cazar y no pillamos ni una, así que nunca pudimos comer carne de rana. Sebastián nunca comió carne de rana, ni yo comí carne de rana, me acordaría del sabor. 

-Ya. Pero en su visión, ¿cree que ese viaje fue adecuado hacerlo con dos niños? En el libro se muestra como una irresponsabilidad.

-No, nada que ver. Se presenta como que nosotros fuimos como pordioseros; y no era así, fue la única vez que yo fabriqué aros en mi vida y de ahí nunca más. 

-¿Cuánto duró ese viaje?

-Unos dos meses y medio.

-En el libro y en las entrevistas se asegura que luego del viaje vivieron en un campamento en Horcón

-Llegamos directo a Horcón. Incluso, con unos argentinos de allá. Nos fuimos para descansar y planificar qué íbamos a hacer, pero las cosas se salieron de control.

-¿Por qué?

-Porque empezó la onda del copete, mucha droga, en el sentido de mucha mala influencia para los niños.

-¿En Horcón o entre ustedes?

-En Horcón. 

-¿Cuánto tiempo estuvieron viviendo en carpas en Horcón?

-Un mes; luego llamé a mi mamá y ella fue con don Guillermo (Ramírez, abuelo de Sichel) a buscar a los niños.

-¿Y eso porque no era un lugar apto para ellos?

-Claro. Y de ahí, nos fuimos a Concón.

-¿A los niños se los llevaron a Santiago?

-A Sebastián se lo llevan a Santiago, y mi mamá se lleva a la Banya (hija de Saúl y Ana María) al departamento en Viña. 

-Y cuando llegan los abuelos a buscarlos, ¿qué les dijeron? Sichel asevera en una entrevista que llegaron con Carabineros

-No po, si yo los llamé por teléfono.

-¿No les recriminaron la forma en que vivían?

-No. Llegaron a buscarlos nomás, si estaba toda la gente en carpa. Si cuando uno va a acampar duerme en la carpa.

¿Cuánto tiempo alcanzaron a estar en Horcón sin los niños?

-Estuvimos poco. Una semana más. De ahí, nos fuimos a Concón.

“Tapé las ventanas con nylon, no teníamos plata”

-¿Cómo llegaron a tomar esa casa abandonada donde vivieron en Concón?

-Caminando. Empezamos a caminar, porque a mí me habían dicho que había un cabro que vivía en una casa que estaba abandonada, y dije “bueno, nosotros no tenemos dónde vivir. Por último nos vamos a vivir a una casa abandonada”. Y ahí llegamos a Vergara 270. La casa estaba desocupada, habían robado todo adentro: el baño, el bidet, el lavamanos, el lavaplatos, todo. 

-¿Cómo era esa casa?

-Tenía un living comedor, una chimenea, una cocina grande y tres piezas. Un baño grande. Un balcón grande con vista al mar. Preciosa la casa. Si ése es barrio alto de Concón. En esa época, había mucha gente que se había ido del país exiliada. Eran muchas, demasiadas casas botadas, pero ésta nos gustó más, porque estaba más repuesta y en la esquina había un negocio.

-¿En qué momento los niños llegan a esa casa?

-Después de que nos instalamos. Yo tapé las ventanas con nylon, porque no teníamos plata; con tablas, las puertas, puse una chapa. Porque tenía que tener chapa, o si no me entraban a robar. Tuvimos cama, cocina, había un cuidador en la casa de al lado, el marido de la Sunny, él me vendió un baño. 

-Sebastián cuenta que cuando llegaron a esa casa no había luz.

-Claro, no había luz porque se habían robado hasta el medidor. Estábamos con velas.

-¿Qué opinaba su familia respecto a cómo estaban viviendo? ¿No hubo cuestionamientos?

-No, porque considerando cómo era esa época, fue al contrario. Incluso mi familia fue a vernos, fue mi hermano mayor. Mi padre iba mucho, porque yo trabajaba con él.

-¿Y el padre de Ana María qué opinaba?

-El papá de la Ana María llegó al comienzo. Nunca me dijo nada, porque teníamos la casa limpia. Virutillábamos, sacábamos toda la mugre, la dejábamos impecable. Puse el baño con concreto, compré un tambor con cemento revertido para que cocináramos el agua, el cuidador de al lado nos convidaba agua con una manguera, entonces siempre teníamos agua.

-Sebastián afirma que no tuvieron luz ni agua en todo el período que él estuvo allí.

-No. Después los vecinos nos convidaron con un enchufe que conectábamos en el baño, en la noche nomás, para poder tener luz. Pero tuvimos luz. Quizás no en todas las piezas, pero en las esenciales. Ellos vivían al lado de las piezas que daban a la chimenea, porque yo les prendía el fuego. Al comienzo, cocinábamos con leña, pero eso fue para empezar. Comenzamos como de cero. No íbamos a llegar a Concón e íbamos a tener todo. 

¿Y cuánto tiempo estuvieron sin agua y sin luz formalmente?

-Hicimos el trámite como al año más o menos.

-Sebastián habla de un episodio en que de niño él fue a robar velas de una virgen para poder tener luz en su casa y poder leer.

-Eso no fue así. Una vez fuimos todos a la virgen, ahí le oré, saqué unas velas y le dije que yo se las iba a devolver. Me acuerdo que le saqué tres para poder alumbrar cuando recién llegamos y después se las repuse con cuatro paquetes. 

-Según la biografía, a esa casa llegaban personas adictas, que no había control y que se pasaban en fiesta ¿Era así? 

-No, ahí al lado vivía Claudio con su señora, nosotros a él los ayudamos porque era un matrimonio que no tenía dónde vivir. Y les dijimos “ya, quédense al lado”. Dejamos sellada esa puerta y ellos vivían como en la pieza de empleados. Igual tenían baño y un sótano, por el lado de atrás. En la casa también vivió el Eduardo, el hermano de Ana María.

-¿Es cierto que bebían mucho?

-Tomamos de jóvenes como todos, pero nunca hicimos fiestas interminables como hablan ahí.

-En el libro y en las entrevistas, Sebastián menciona que usted no trabajaba. 

-Eso no es verdad, yo me puse a trabajar en la refinería de Concón, trabajé en construcción. Cuando no había pega, íbamos a cortar árboles y hacíamos rodela con un amigo. Vivíamos de eso. También yo iba a sacar almejas, trabajábamos con los pescadores, en los espineles. Me pagaban 3 mil pesos por desenredar el nylon, gracias a eso todos los días comíamos pescado. 

-También se afirma que casi únicamente comían arroz, fideos y papas, que incluso cocinaban las cáscaras aparte.

-Eso lo hacíamos, porque de repente hacíamos papas, y mi mamá me había enseñado que para aprovechar la vitamina había que comerse la cáscara. No era por necesidad. Al contrario. Nos gustaba, y a él le encantaba. No se puede decir que pasó hambre, o que estaba desnutrido o que tenía una mala nutrición.

-Un detalle: en el libro se describe que para Sichel en esa casa no existía el Conejo de Pascua ni el Viejo Pascuero.

-El Viejo Pascuero, sí. Le hacíamos regalos. Tan mal corazón no tengo. Para mí, la Navidad es la época más armoniosa.

“No había una situación para estar mejor”

-También cuenta episodios de violencia de parte de usted. 

-Claro. Yo leí eso, que supuestamente la mandé al hospital por una pierna quebrada; y no, nunca… Yo lo único que sé es que la Ana María tenía problemas con el alcohol. 

-¿No es efectivo que le haya levantado la mano? 

-No. Digamos que quizás alguna vez, claro. Pero no en el sentido de que yo le pasaba pegando. 

-Sebastián, al día siguiente del último debate presidencial, habló de lo mucho que le había costado ganarse el apellido Sichel. ¿Vio esa declaración?

-No.

-Él dijo: “Me cambié el apellido porque me daba vergüenza llamarme Iglesias, por los problemas que tuve por alguien que golpeaba a mi madre” 

-No. No. De hecho, nosotros nos juntamos el 2005, muchos años después de que yo me fuera. Él me invitó a su departamento, tengo las fotos. Y me invitó antes de que hiciera todo esto de escribir este libro. Yo no invito a una persona que le pega a mi mamá, no la invito a comer al departamento. Me parecería ridículo que me llame y me diga “ven al departamento para que compartamos un rato”. Incluso le llevé una caña de pescar de acá de Iquique, se la llevé como regalo. Estuvimos hablando y me contó que él tenía autos antiguos, que había estado en Alemania. Yo le dije que me alegraba por él, nunca tuvimos una relación mala. Incluso, vino después a Iquique, y le presté el vehículo.

-Además de ese reencuentro, no me queda claro si descarta los episodios de violencia en contra de su ex pareja

-Sí po, pero es que él habla de la violencia hacia la mamá. Y al hablar de la violencia mía hacia la mamá, no era algo porque yo fuera maltratador, de hecho ¿un maltratador qué es lo que hace? Le pega a la mamá y a los hijos, ¿o no? Psicológicamente un maltratador de familia le pega a la mujer y a los hijos. Yo nunca toqué a Sebastián. Nunca le pegué. Nunca le pegué a mi hija. Nunca los castigué. Nunca fui violento con ellos. Yo traté de que ellos llevaran una vida lo más normal posible.

-En la biografía, se cuenta que incluso lo enfrentó un día por la violencia contra su madre. Que lo amenazó con un palo. 

-No, yo me acordaría. Yo diría “sí, me atacó”, pero yo no tengo por qué mentir. Nunca él me atacó con un palo, nunca.

-En el libro se narra que Sebastián se fue de Concón antes que ustedes, que se arrancó y tomó un bus a Santiago para estar con su abuelo.

-No po, si era menor de edad. Se fue con los abuelos. Pero no se fue en un bus como dice.

-¿Sebastián volvió, luego de eso, a vivir con ustedes?

-Estuvo un tiempo con el abuelo, pero después volvimos a Santiago y estuvimos juntos todos de nuevo. Vivimos en Manuel Barrios, de ahí salí yo en una Navidad, pero no me acuerdo en qué año. 

-¿Y esa casa en Manuel Barrios de quién era?

-De mis suegros. Él me arrendaba una pieza con un baño y una cocina. Y vivíamos todos ahí.

¿Qué le parece el relato de Sebastián respecto de usted en su historia? 

-Si él hubiera sido vulnerable, yo creo que mi suegro, que tanto lo quería, hubiera hecho algo. Hubieran puesto una demanda o un recurso de protección, la misma gente de ahí hubiera alegado en mi contra. No, Sebastián nunca fue vulnerable. Él siempre fue al colegio. Claro, el colegio fue el mejor que pudimos conseguir, el María Goretti, porque el otro era uno de básica que no era bueno. Por eso lo metimos ahí. No pagábamos mensualidad, pero era un buen colegio. Incluso los niños almorzaban ahí.

-Pero independiente de la reacción familiar y de que usted diga “si hubiese sido de tal forma, el abuelo habría hecho tal cosa”, ¿no considera que Sichel fue una persona vulnerable?

-No. Si hubiera sido vulnerable, yo hubiera tenido muchas demandas por malos tratos.

-¿No cree que en el libro o sus entrevistas hay algo cierto? ¿No hace un mea culpa?

-Claro, es que, por la situación que se vivía en el país en ese momento, no había una situación para estar mejor. No había. No existía. La dictadura era una dictadura y nada más. Y el que tenía, tenía; y el que no tenía, no tenía. Pero mis hijos nunca pasaron hambre. Y Sebastián sabe que todas las semanas comíamos pescado. 

-¿Siente que tanto usted como Ana María hicieron algo mal como protectores?

-No, yo considero que Sebastián muerde la mano que le dio de comer, que lo alimentó, que lo mudó, que le compraba la leche, que lo vistió, que se desveló por él, que se levantaba a las 6 de la mañana para ir a trabajar.

-¿Usted está con la conciencia tranquila?

-Yo estoy con mi conciencia tranquila de que el que nada hace, nada teme. Quizás pude haber hecho cosas mejores, pero lamentablemente en esa época no eran las condiciones de tener las cosas mejores, de yo haber tirado más para arriba. En ese momento, no se podía. Por eso después cuando me separé, salí a trabajar para afuera, para Antofagasta. 

-¿Y a lo largo de todas las entrevistas en que él lo ha mencionado, nadie lo contactó?

-No, nadie. Yo leí las entrevistas que él daba, pero lo pasé por alto, porque no era algo que me doliera tanto. Ahora a uno como que le duele que digan esas cosas que no son verdad. El libro cuenta una historia desgarradora.

-¿Usted quiere a Sebastián?

-Sí, hasta el día de hoy. ¿Por qué no? Fue un niño mío. El padre no es el que engendra, es el que cría. 

-¿Se consideraba su papá?

-Sí po. De hecho, yo siempre quise que él supiera que yo no era el papá. Cuando yo me casé, mi suegro me dijo “que no, que cómo le iba a decir”. A él le gustaba mucho aparentar. Pero yo siempre quise decirle “hijo, sabís que yo no soy tu padre, tu papá es otro caballero”. A mí se me arrancó el padre de Sebastían en el supermercado. Me encontré con él en el supermercado. También fui con Ana María a la casa a golpearle la puerta y vimos que con la mamá se escondieron detrás de las cortinas. Yo lo miré y le dije “oye Sichel, acá está tu hijo, él es tu hijo”.

-¿Por qué asumió la paternidad y le puso su apellido? ¿Ella le pidió o usted quiso?

-Yo empecé a tomarle cariño a Sebastián. Sebastián no tenía papá. No tenía una imagen de un hombre que le enseñara, que lo guiara. 

-¿Le tomó cariño?

-Era un hijo.

-¿Usted le ofreció entonces la paternidad a su madre?

-Sí po. Yo le dije.

-¿Nunca habló con él de que no era su papá?

-No, nunca le conté, porque me dijeron que no le contara. Me lo dijo mi suegro.

-¿Y cuando Sebastián se enteró, tampoco hablaron?

-No. Él nunca me dijo “Saúl, supe que tú no eres mi papá”. El 2005 ó 2007 estuvimos juntos en el departamento, me pudo haber dicho.

Saúl Iglesias, en Iquique


Siempre estaba preocupado de él

-¿Ha visto la candidatura de Sebastián?

-En la tele a veces cuando sale.

-¿Le alegra ver la posición en la que él está?

-Sí, de hecho yo le escribí en un Messenger que yo me sentía muy orgulloso de él. Cuando yo aún no tenía idea del libro ni que él contaba estas historias. Yo le dije en Concón cuando chico: “Sabís qué Sebastián, tú un día vas a llegar a ser una gran persona, quizás serás presidente”.

-¿Se lo dijo así?

-Sí. Yo se lo dije a él cuando era chico. “Quizás vas a llegar a ser presidente”. Quizás ahora estamos mal, pero no toda la vida deberíamos estar así.

-¿Qué sintió cuando leyó el libro? 

-Hay cosas que uno como ser humano no debería hacer. Claro, uno puede contar su historia, pero ¿por qué me culpa a mí si él tuvo un padre? Él tuvo un padre y el padre toda la vida supo que él existía. 

-¿Quiere que él sea elegido Presidente?

-A mí no me influye, porque voy a tener que seguir trabajando igual.

-¿Lo encuentra buena persona?

-Por lo que hizo, no.

-¿Qué le disgusta?

-Él me pinta como alguien que maltrataba a su mamá, que yo aquí; y yo a ellos no los maltraté nunca. El lobo se disfrazó de oveja… Ahora si yo tuviera que hablar con él, le diría de dónde sacó todo esto. Él siempre comió, siempre estaba preocupado de él, de que no le faltara la leche, que no le faltara nada. ¿Dónde estaba su papá en ese momento? ¿Dónde estaba el papá de Sichel cuando tenía que mudarlo? ¿Dónde estaba? “Ah no, es que yo después a los 30 años lo conocí”, dice Sebastián ahora. No entiendo para qué describe algo que en el fondo siempre es una realidad disfrazada.

-¿Él disfraza la realidad?

-Él la disfrazó. Ahí dice que me demandó para el cambio del apellido y que yo no hice nada; a mí nunca me notificaron. Además, él sabía dónde ubicarme y ya nos habíamos visto unos años antes. En el 2005, incluso tomamos cerveza, pero nunca me comentó que él quería cambiarse el apellido. Si él me lo hubiera pedido, yo le hubiese dicho “ya, cámbielo”. Es bueno que sepa que él tiene sus raíces, que tiene un nombre y apellido.

¿No le molesta su nuevo nombre?

-Ahora se llama Sebastián Iglesias Sichel Ramírez. Estoy feliz que él ya se sienta realizado, que él se sienta feliz con lo que hizo, porque yo lo acogí cuando chico, cuando estuvo más solo, cuando estuvo sin su padre que no lo quiso reconocer. Y después creció el hijo y el papá pudo haber dicho “el cabro tiene un puesto, una vocación” y haya nacido un interés. Me alegro de eso, porque el viejito conoció a sus nietos, y bueno, qué pena que le haya durado poco su papá. 

-Me contó que hace unos meses le mandó un mensaje a Sebastián, ¿se lo respondió?

-Nunca. Yo se lo mandé en agosto, antes de que supiera que escribió este libro. Yo no sé, mira aquí sale, fue el 10 de agosto a las 7:59: “Sebastian primero que nada felicidadez (sic) seras un buen presidente te lo dije cuando eras niño (…) tienes todo mi apoyo estoy muy orgulloso de ti y tu hermana felicidadez cuidate que dios te bendiga eres muy buen muchacho tu puedez (sic) ”.

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