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Opinión

21 de Octubre de 2021

Columna de Diana Aurenque: “Donde empieza” (y termina) la violencia

Agencia Uno

¿Queremos de verdad combatir la violencia? Si es así, sería momento de que todas las fuerzas políticas hicieran un mea culpa y reconocieran su parte en el asunto. En vez de culpar a unos y seguir tapando el sol con la mano.

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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De nuevo la violencia es el gran tópico de los medios de comunicación e incluso de las agendas de presidenciables. La derecha y el oficialismo aparecen enérgicos, al fin alineados bajo un discurso común: rechazo a la violencia y urgencia por orden y seguridad. Al frente, apuntan a la centroizquierda e izquierda con el dedo y se les culpa como precursores y promotores de la violencia; ellos serían el verdadero mal del país.

Que la derecha condene la violencia no es nuevo ni tampoco, de suyo, cuestionable. La pregunta, sin embargo, es otra: ¿Se sostiene eso de que Boric, Provoste o el constituyente Atria serían de algún modo responsables de la violencia? Ante esto preguntémonos: ¿Hasta qué punto puede ser válido plantear esta afirmación?

El asunto es delicado y complejo. Pensemos en la violencia. Por un lado, ella no refiere a un único tipo de fenómenos, sino que tiene múltiples expresiones. Como dice su etimología, la violencia se relaciona con una fuerza (vis) que transporta o moviliza, una fuerza que mueve a algo o alguien. Hablamos de la “violencia de la naturaleza”, cuando un huracán azota una bahía, del mismo modo como cuando hablamos de la “violencia de un robo a mano armada”. Naturaleza y mundo humano pueden ser violentos. 

Pero mientras la fuerza violenta de la naturaleza se comprende como a-moral o fuera de la acción ética, por tratarse de un suceso que simplemente ocurre, independiente de un Dios malévolo que sea su causa, en el caso humano su expresión pertenece al ámbito de la ética y tiene un significado normativo. En cuanto poseemos capacidad de juicio, voluntad y responsabilidad, actuar con violencia o ser víctimas de ella no es algo neutral, y su origen no se explica con leyes causales, sino con conceptos éticos como responsabilidad, culpa, motivación, interés, entre otros.

Que la derecha condene la violencia no es nuevo ni tampoco, de suyo, cuestionable. La pregunta, sin embargo, es otra: ¿Se sostiene eso de que Boric, Provoste o el constituyente Atria serían de algún modo responsables de la violencia? Ante esto preguntémonos: ¿Hasta qué punto puede ser válido plantear esta afirmación?

Entonces, en el caso humano, ¿quiénes son los responsables de la violencia que hemos visto? Por cierto, en primera línea quienes ejecutan los actos, los llamados “violentintas”. Pero ya dijimos que la violencia tiene muchas formas. Así, bajo este mismo nombre encontramos distintos actores: el manifestante pacífico por ocupar y tomarse las calles en señal de protesta, el encapuchado politizado resistiendo la represión innecesaria de la fuerza policial para salvaguardar el derecho de los demás manifestantes, el saqueador organizado y el “de paso”, o el encapuchado que, sin aparentes razones políticas, sino por pura rabia, rompe todo a su paso. Violencias muy distintas, de la que ciertamente no son ni pueden ser responsables únicamente la centroizquierda e izquierda, sino muy por el contrario, la derecha y el oficialismo.

Porque si hablamos de responsabilidad, no seamos hipócritas. Ser responsable de algo es tener que ver con su origen, con dejar que algo sea. Quizás una parte de la violencia sí tenga que ver con la izquierda; porque la historia indica que ella como movimiento en contra de un sinnúmero de opresiones oficialistas o conservadoras dueñas del poder, capital y autoridad ha tenido que luchar contra ellas. Y la lucha siempre tiene algo de violento.

Pero también, ese último grupo de “violentistas”, los despolitizados o saqueadores, tienen también su origen en el silenciado olvido que han quedado los que nacen en “ghetthos de impotencia” y en la “carencia de toda oportunidad”, como rapean denunciantes ya el 2012 Portavoz ft. SubVerso, en esa mítica canción “Donde empieza”. Una canción que da cuenta del origen de otra violencia, institucional, solapada, que carcome y engendra más violencia. De una violencia despolitizada, como la descarnada vida en un país sin protecciones sociales, formación ciudadana y orientada sólo al crecimiento económico estadístico, surge una nueva violencia igualmente despolitizada y, sin duda, muy peligrosa.

Pero ya dijimos que la violencia tiene muchas formas. Así, bajo este mismo nombre encontramos distintos actores: el manifestante pacífico por ocupar y tomarse las calles en señal de protesta, el encapuchado politizado resistiendo la represión innecesaria de la fuerza policial para salvaguardar el derecho de los demás manifestantes, el saqueador organizado y el “de paso”, o el encapuchado que, sin aparentes razones políticas, sino por pura rabia, rompe todo a su paso. Violencias muy distintas, de la que ciertamente no son ni pueden ser responsables únicamente la centroizquierda e izquierda, sino muy por el contrario, la derecha y el oficialismo.

Entonces, ¿queremos de verdad combatir la violencia? Si es así, sería momento de que todas las fuerzas políticas, hicieran un mea culpa y reconocieran su parte en el asunto. En vez de culpar a unos y seguir tapando el sol con la mano. Al menos, la centroizquierda e izquierda intentan dar salida institucional y reconocimiento a esa violencia purulenta en cuanto intentan cambiar el modelo, y apoyar, por ejemplo, el cambio de una Constitución.

Pero la derecha y el oficialismo, ¿qué han hecho para asumir la responsabilidad de ser los causantes de la violencia indómita y despolitizada de Chile? ¿Del dominio cada vez más feroz de los narcos en las poblaciones a causa de una desprotección total de ciertos sectores? ¿O de la completa pérdida de legitimidad y autoridad de las policías que, seamos justos, son la cara del gobierno en las calles? ¿Una policía que, en su interior, además, demuestra prácticas que hacen imposible confiar que sepan administrar su poder sin abusos? No hacen nada más que desconocerla.

El fin de la violencia no pasa por su rechazo nominal. Será necesario asumir de una vez sus causas no para legitimar su reproducción, sino para terminarla desde “donde empieza”: en los “ghettos de impotencia”.

La derecha y el oficialismo, ¿qué han hecho para asumir la responsabilidad de ser los causantes de la violencia indómita y despolitizada de Chile? ¿Del dominio cada vez más feroz de los narcos en las poblaciones a causa de una desprotección total de ciertos sectores? ¿O de la completa pérdida de legitimidad y autoridad de las policías que, seamos justos, son la cara del gobierno en las calles?

*Diana Aurenque es filósofa. Directora del Departamento de Filosofía, USACH.

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