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Opinión

21 de Octubre de 2021

Columna de Rafael Gumucio: Lolosaurios

Agencia Uno

Los comunistas son un partido perfectamente infantil, en el sentido leninista del término, que sólo ha conservado lo peor de Lenin, la manía de equivocarse todos juntos, sin dejar que ni un disidente pueda advertirles que saltar todos juntos al abismo no es lo mismo que volar hacia las alturas.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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El anticomunismo me ha parecido siempre en Chile una moda importada. Aunque son y eran innegables los crímenes del comunismo en tantas partes del mundo, no era creíble que Pinochet y Jaime Guzmán fueran los que nos protegieran de sus peligros. En muchos aspectos, la vida bajo la dictadura anticomunista chilena se parecía a la vida detrás de la cortina de hierro quitándole a la derecha chilena el piso ético para criticar lo que pasaba en Varsovia y sigue pasando en La Habana.

Y estaba el dolor de la persecución que los comunistas sufrieron con especial crudeza, sobre todo si se toma en cuenta la lealtad con el presidente Allende y la vía democrática al socialismo de la que hicieron gala durante toda la UP. El partido de Neruda, de la Violeta, de Volodia, Gladys Marín, Víctor Jara y Luis Corvalán tenía demasiado raíces en la historia de Chile y sus tradiciones para mirarlo con desprecio (y no tenerle algo de admiración). Mal que mal, ser comunista seguía siendo una forma adulta de continuar viviendo la rebeldía juvenil. El marxismo no dejaba de ser una forma razonable de administrar el malestar de clase, y el leninismo una manera de disciplinar el voluntarismo y evitar los sacrificios inútiles. Ese era al menos la intención de Lenin, acabar con la histeria nihilista de los anarquistas rusos. Es justamente ese voluntarismo pre-soviético, la marca de fábrica del comunismo chileno de hoy. Un partido perfectamente infantil, en el sentido leninista del término, que sólo ha conservado lo peor de Lenin, la manía de equivocarse todos juntos, sin dejar que ni un disidente pueda advertirle que saltar todos juntos al abismo no es lo mismo que volar hacia las alturas.

¿Puede haber algo más irritante e irresponsable que la sonrisa con la que la alcaldesa de Santiago celebraba la mañana del 18 de octubre esa fiesta democrática que todos sabían que iba a terminar con el incendio de los “locales de barrio” que tanto le gusta defender? Todo eso hablando como una niña de siete años, con todo el respeto que me merecen las niñas de siete años. ¿Cuándo los comunistas, además de defender todos los dictadores más indefendibles del mundo, decidieron insultar la inteligencia de los chilenos?

Es justamente ese voluntarismo pre-soviético, la marca de fábrica del comunismo chileno de hoy. Un partido perfectamente infantil, en el sentido leninista del término, que sólo ha conservado lo peor de Lenin, la manía de equivocarse todos juntos, sin dejar que ni un disidente pueda advertirle que saltar todos juntos al abismo no es lo mismo que volar hacia las alturas.

Aparte de las antes lúcidas Karol Cariola y Camila Vallejo, que hace siglos no dicen nada que no diga antes la Pamela Jiles, el elenco estable del partido lo componen el insoportable alcalde Jadue, el inescrutable Guillermo Tellier y el siempre desatinado Hugo Gutiérrez. Esto sin hablar de Carmen Hertz, que ilustra a la perfección todo lo mal que hace creer en tu propia superioridad moral. Un grupo que no puede dejar de recordar “Los doce del patíbulo”, un clásico del cine de acción de ayer. Gente que tenía como única cualidad ser leales y de una sola línea y que han intentado con esfuerzo borrar esa cualidad haciéndole a su candidato a presidente la vida a cuadritos.

Camila Vallejo, que tanto hizo para que el 2011 fuera inolvidable, perdió la presidencia de la FECH ante Gabriel Boric que jugaba entonces a ser lo que era: joven. Boric maduró; la Camila, y más aún los dirigentes que la han reemplazado, quieren volver a una adolescencia que ya no tuvieron. En términos de la UP, son comunistas que quieren ser miristas cuando grandes. Son eso, siniestros lolosaurios que no saben tomar o drogarse y que cuando lo hacen matan manejando a todos los que llevan a su casa. Es cosa de ver al exministro de Bachelet, Marcos Barraza, defender cualquier ocurrencia directamente llegada del seno del imperialismo norteamericano con tal de conseguir los aplausos de la extinta Lista del Pueblo, donde cualquier estudiante de marxismo básico sabe que hay cualquier cosa menos pueblo.

Aparte de las antes lúcidas Karol Cariola y Camila Vallejo, que hace siglos no dicen nada que no diga antes la Pamela Jiles, el elenco estable del partido lo componen el insoportable alcalde Jadue, el inescrutable Guillermo Tellier y el siempre desatinado Hugo Gutiérrez.

Comunistas que tienen una idea completamente antojadiza de la lucha de clase, porque el proletariado no son los profesores de colegio y los estudiantes de universidad a los que los comunistas se limitan a seducir. El proletariado en Chile no terminó 4º Medio y a veces tampoco octavo básico. No trabaja en las fábricas del marxismo clásico, pero tampoco es feminista interseccional, sino que trabaja de jardinero, junior, reponedor de supermercado, empleada doméstica o de la limpieza, temporeros varios. Toda esa gente está completamente fuera del discurso público y muy lejos de un partido que suma los adjetivos de moda, “no binario”, “ambientales”, “anticoloniales”. Ese proletariado que ya no vota o que vota por la extrema derecha, ésa que defiende aún lo que el Marx nos enseñó, que no hay nada poético en la pobreza, que los bailes ancestrales y las cosmovisiones son también el opio del pueblo, que la gente no es lo cree que quiere ser sino como vive, come. Ese pueblo que ha perdido en los comunistas el único que todavía tenía la obligación de escucharlo y ya no los escucha más.

Comunistas que tienen una idea completamente antojadiza de la lucha de clase, porque el proletariado no son los profesores de colegio y los estudiantes de universidad a los que los comunistas se limitan a seducir. El proletariado en Chile no terminó 4º Medio y a veces tampoco octavo básico. No trabaja en las fábricas del marxismo clásico, pero tampoco es feminista interseccional, sino que trabaja de jardinero, junior, reponedor de supermercado, empleada doméstica o de la limpieza, temporeros varios.

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