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3 de Noviembre de 2021

Del Psiquiátrico a la Catedral Castrense: La ruta del mural de Pedro Lira que la dictadura tomó como “regalo”

En 1906, Pedro Lira -uno de los principales pintores chilenos- elaboró un mural con la figura de Cristo sanando a un niño enfermo. Tal como lo pensó el artista, "Curación del endemoniado" se ubicó al interior de la capilla de la antigua Casa de Orates, hoy Instituto Psiquiátrico José Horwitz. Allí se mantuvo 80 años, hasta que una madrugada de 1986 fue trasladado a la Catedral Castrense, donde hasta hoy ornamenta su ábside central. Esta es la historia, con luces y sombras, y donde hablan varios de sus protagonistas.

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Era una madrugada del último fin de semana de mayo de 1986. El restaurador Claudio Cortés afinaba los detalles finales de un proyecto que lo tenía ocupado y que, sabía, podría redefinir su vida profesional para siempre. 

Por lo mismo manipulaba con particular cuidado sus herramientas y junto a su socios, el anticuario Rodrigo Uranga, el arquitecto Sergio Rojo y Armando Puche, repartía instrucciones al equipo de cerca de diez carpinteros que trabajaban para ellos y que habían logrado separar el único mural que Pedro Lira pintó en su vida, desde el interior de la capilla del Instituto Psiquiátrico (hoy Instituto Psiquiátrico José Horwitz Barak).

Los compañeros admiraron por un momento la escena en la que se encontraban, divisaron el gran forado que hicieron a la capilla para que pudiera ingresar un par de grúas, también observaron los tablones de madera, la estructura de fierro, las gasas y esponjas que utilizaron para poder proteger la obra que iban a trasladar: la moverían de su ubicación original, donde se mantuvo por 80 años y que en ese momento se encontraba cara abajo, tendida en el suelo. 

La extracción que realizaban era una verdadera extirpación de la obra que Lira -quien había fallecido más de siete décadas antes- pensó y pintó exclusivamente para esa capilla sobre un tabique. 

La contemplación del mural pintado por uno de los cuatro maestros de la pintura chilena que había sido sacado de cuajo y envuelto en el suelo con distintos materiales que ocultaban su contenido fue breve. El trabajo debía ser rápido. La idea era no alertar a los internos aquejados por padecimientos mentales, ni a los trabajadores del hospital, por lo cual se hizo durante el amanecer. 

Cuando el sol comenzaba a salir, la grúa levantó el mural de 7 metros de alto, 3 de largo y toneladas de peso, para subirlo en el transporte que lo llevaría a su nueva ubicación. 

En las horas posteriores, cuando la mayoría de los funcionarios comenzaban su turno, incluido el director de la institución, Luis Gomberoff, la obra ya no estaba allí. El hospital Psiquiátrico había perdido para siempre uno de sus tesoros más importantes, declarado monumento nacional en 1975. En su lugar quedó un espacio vacío. 

Gomberoff, quien había presenciado los trabajos en la capilla en los meses anteriores, los que incluyeron la presencia de militares quienes monitoreaban los avances de la obra, no daba crédito a lo ocurrido. Esperaba al menos presenciar la salida del mural que constituía un orgullo no sólo para su hospital, sino que para la psiquiatría chilena. Enrabiado vio el forado en la vieja capilla del recinto. Aún así, pensó que lo mejor era no hacer preguntas a sus superiores al respecto. 

“Todavía era el gobierno militar, a quién le iba a alegar yo”, recuerda Gomberoff  en su casa, a más de 35 años de esa escena.  “Yo hasta el día de hoy no tengo idea quién se lo llevó. Pero sí he escuchado rumores, lo que me contaron es que lo sacaron en un helicóptero militar para arriba y se lo llevaron en él”.

El traslado del mural Curación del endemoniado


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El mural denominado como Curación del Endemoniado por el Consejo de Monumentos Nacionales, es una obra del pintor Pedro Lira que data del año 1906. La obra realizada por el autor de la Fundación de Santiago es calificada como valiosa y rara dentro de sus trabajos, puesto que es el único mural conocido del artista y porque incorpora elementos religiosos, que si bien forman parte de las obras de Lira, no fueron su tópico principal.

En el mural se puede ver a Cristo de pie curando con sus manos a un niño enfermo y rodeado por otras nueve figuras humanas en distintos planos. Los personajes secundarios tienen otros padecimientos, algunos tienen vendajes y otros se apoyan en bastones y muletas. 

El pintor y Premio Nacional de Arte Pablo Burchard, discípulo de Lira, fue el modelo de Jesús en el cuadro, según lo confirmó su nieta María Luisa Landea Burchard varias décadas más tarde en una carta enviada a El Mercurio. 

Según investigaciones académicas, hay distintas teorías sobre por qué Lira pintó aquel mural en la antigua Casa de Orates. Una de ellas, descrita el año 2005 por el psiquiatra y académico experto en antropología médica e historia de la psiquiatría, Eduardo Medina, apareció en una publicación en la Revista de Psiquiatría y salud mental: daba cuenta que cuando el pintor bordeaba los 60 años fue internado en el pensionado del Psiquiátrico tras “caer en una profunda depresión”. 

El mural lo habría realizado en agradecimiento a la Hermanas de la Caridad que lo cuidaron en una época en la que el Psiquiátrico atendía a otros 1.300 enfermos y en cuyos tratamientos incorporaban sedantes como el bromuro, terapias de sueño y baños con agua fría. 

Internado o no, lo cierto es que la pintura de Lira se realizó durante la administración de Pedro Montt, quien ofició como administrador general del hospital y que en 1906 se convertiría en Presidente de Chile. También, que en ella tuvo directa influencia el cuñado de Pedro Lira, el psiquiatra Augusto Orrego Luco, quien además de la neurociencia desarrolló una larga carrera como ministro y parlamentario, llegando a ser Presidente de la Cámara de Diputados y quien estuvo involucrado en la discusión en torno a la separación del Estado y la Iglesia. 

 El académico de la Universidad de Chile y experto en la historia del arte Diego Parra, cuenta que además de cuñados, Orrego Luco y Lira eran muy amigos y se admiraban mutuamente: “Augusto Orrego Luco es uno de los introductores de la psiquiatría en Chile, por lo mismo en esta obra había un vínculo familiar, de clases y con ciertos intereses con respecto al desarrollo científico del momento. Por su parte, Pedro Lira fue promotor del pensamiento con respecto a las artes y tradujo a muchos autores. Ambos eran sujetos que intentaron producir ciertos avances en las áreas en la que se desempeñaban”, comenta.

Según una carta escrita en 1985 por el abogado Gastón Vallejo, yerno de una de las hijas de Pedro Lira, Curación del endemoniado pese a su tópico religioso destaca porque las figuras son tratadas “como un estudio académico de lo humano, los rostros denotan una penetración sicológica. Son retratos en los cuales alcanzamos a perfilar las conductas de los seres”. 

Se desconoce el tiempo que le tomó a Lira la confección de Curación del endemoniado, también si recibió alguna remuneración por su único mural conocido, lo que sí se sabe es que además de Pablo Burchard lo ayudaron otros de sus discípulos como Rafael Valdés,  José Backhaus y su propio hijo, Pedro Lira Orrego, quien fue testigo de la elaboración de su padre a sus 18 años. 

Actualmente se tienen catastradas 111 obras de Pedro Lira en colecciones públicas pertenecientes o vinculadas al Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, de las cuales 91 obras se encuentran en el Museo Nacional Bellas Artes (MNBA)

Jaime Cuevas, historiador del arte e investigador del MNBA, considera que: “En términos históricos, Curación del endemoniado se trata de una obra importante dentro de la última etapa productiva de Pedro Lira no sólo por tratarse de una pintura mural, sino porque también se inserta en una inquietud de Lira por asuntos religiosos muy característicos durante esta etapa. Algo muy notable pero todavía no se ha investigado a cabalidad”.

Para Cuevas, la obra no sólo tiene una relevancia histórica, sino también una simbólica relacionada al desarrollo de la psiquiatría chilena y al tratamiento de enfermedades ligadas a la salud mental.

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“Que el tema de la pintura sea sobre la sanación de un poseído -la manera en que se ha relacionado la locura en oposición a ciertos valores morales- sin duda se vincula directamente con el propio hospital psiquiátrico (…) En términos amplios, justamente el programa iconográfico se presenta como una manera de incentivar los procesos de curación de la locura de los sujetos marginados en la institución. Algo muy propio de fines del siglo XIX y principio del siglo XX”, agrega.

El mural efectivamente es una de las últimas obras de Lira, quien falleció en abril de 1912, seis años después pintar Curación del endemoniado. 


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Años después de la muerte del pintor, la Iglesia Católica poco a poco fue perdiendo relevancia al interior de la Casa de Orates que cambió su nombre a Manicomio Nacional en 1928 y a Hospital Psiquiátrico en 1955. Con el paso de los años, las monjas dejaron de asistir a los enfermos y la capilla en la que se conservaba el mural de Pedro Lira se fue deteriorando a tal punto que a fines de los años 60 fue clausurada por el ministerio de Obras Públicas, abriéndose solamente durante celebraciones religiosas y excepcionalmente para los directivos y funcionarios que quisieran ver la obra.

“La capilla estaba hecha un estropajo, había grietas. El cuadro debería haber estado cubierto por mucho polvo. Yo empecé a agarrar el valor que tenía ese cuadro cuando al fin supe que era de Pedro Lira, que en esa época era el pintor número uno”, recuerda Luis Gomberoff, ex director del hospital. 

Con el Golpe de Estado, el doctor Claudio Molina asumió en 1973 la dirección del hospital psiquiátrico reemplazando al doctor Jorge Jordán Subat, cuyo hijo, el militante comunista Jorge Jordan Domic, fue asesinado a sus 28 años: fusilado por agentes del estado en el regimiento Arica de la ciudad de la Serena.   

La llegada de Molina, designado directamente por la dictadura y quien años más tarde estaría a la cabeza del Servicio Médico Legal (donde fue acusado por los abogados de la Vicaría de la Solidaridad de haber sido el responsable de que las osamentas encontradas en los hornos de Lonquén, en noviembre de 1978, fueran depositadas en una fosa común y no entregadas a sus familiares), coincidió con un profundo interés en el mural de Lira. 

En febrero de 1974, a pocos meses de asumir la dirección del Psiquiátrico, Molina envió un informe al ministro Secretario General del gobierno de Pinochet, Pedro Ewing, en el que solicitó que la capilla del hospital fuese declarada monumento nacional. 

Ewing aceptó la solicitud. Sin embargo, el Ministerio de Educación, a cargo de las declaraciones de monumentos, solicitó un informe al Museo de Bellas Artes para justificar los atributos históricos de la capilla 

El informe del museo elaborado por su directora Lily Garafulic, quien fue designada en el cargo en 1973 luego del golpe militar, fue contrario a declarar monumento la capilla. Se argumentaba que su “arquitectura no tiene mayor interés” y que al declararla monumento “no se puede demoler”.

Garafulic también advirtió la presencia del valioso mural de Pedro Lira pintado en su interior, aunque en el documento se presentaron groseros errores históricos, como por ejemplo señalar que la obra correspondía a la primera época del pintor.

La directora del museo además detalló las condiciones de la obra que presentaba tres trizaduras, descascaramiento y el barniz oxidado. Calculaba sólo la mano de obra de su restauración en 1.500.000 de escudos de la época. 

El informe de Garafulic fue acogido por el consejo de monumentos nacionales, que el 21 de julio de 1975 no declaró monumento histórico nacional toda la capilla, pero sí al “mural pintado por Pedro Lira, existente en el altar mayor de la capilla del hospital psiquiatrico, ubicado en avenida La Paz Nº 841”. 

El decreto fue firmado por el subsecretario de educación Miguel Retamal Salas, el ministro de Educación y oficial de marina Arturo Troncoso Daroch y el dictador Augusto Pinochet Ugarte. 

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Pese a que Curación del endemoniado fue declarado monumento nacional, los esfuerzos por preservar la capilla en la que se encontraba fueron infructuosos. En junio del año 77, por ejemplo, el aún director del hospital psiquiátrico Claudio Molina envió una carta al asesor cultural de la junta de gobierno Enrique Campos Menéndez, la que dio cuenta del deterioro que sufrió la capilla luego de los temporales de ese año. 

“Respetuosamente sugerimos a ud. la iniciación de una campaña nacional pro conservación de este valioso patrimonio artístico. La mantención de esta obra permitiría fortalecer la conciencia histórica de los chilenos, el amor y respeto por nuestra tradición cinco veces centenaria, además desde un punto de vista práctico inmediato sería útil para hacer difusión de ciertos principios de salud mental que son tan necesarios en el presente”, decía parte de la misiva, la que no tuvo una respuesta satisfactoria. 

La llegada de Luis Gomberoff a la dirección del Psiquiátrico en 1979, también coincidió, asegura él, con esfuerzos por restaurar la capilla. 

“Campos Menéndez además era el jefe de la Dibam. Le mandé cartas, me recibió, me dijo que era fantástica la iniciativa de preservar un Pedro Lira,  pero me decía ‘no tenemos plata’, ‘es que tiene que hacerlo usted’. La otra institución con la cual tuve mucho contacto para intentar preservar la capilla fue con el Colegio Médico (…) Con el Colegio Médico, todo muy buena disposición, pero nadie con plata.”, recuerda Gomberoff. 

Con los años, el deterioro de la capilla se acrecentó. A fines de 1982 el Museo de Bellas Artes planteó la idea de retirar el mural desde la capilla; para ello solicitó un informe  a Guillermo Joiko, uno de los restauradores más respetados en Chile, quien lideró para la Dibam la creación de una unidad especializada en conservación.

Imagen de la capilla del hospital psiquiatrico.

El estudio de Joiko fue contrario a lo que años atrás había planteado Lily Garafulic. Para el experto, la obra se encontraba completamente integrada al diseño arquitectónico de la capilla. Incluso, según detalló, la pintura continuaba “una serie de columnas y arcos de tipo gótico que definen el espacio”. 

Joiko recomendó que el mural se mantuviera en su lugar de origen, argumentando que: “En ningún caso resulta oportuno (su traslado) y que por el contrario se debería recomendar la restauración del inmueble”. Pese a la recomendación del experto, la restauración de la capilla nunca se realizó.

Tres años después del informe de Joiko, el terremoto del 3 marzo de 1985 deterioró aún más el estado de la capilla. Las grietas en su interior se acrecentaron y según las autoridades de la época el riesgo de derrumbe era inminente, por lo que se decretó una orden de demolición. 

Luis Gomberoff asegura que tras el terremoto hizo aún más esfuerzos para conseguir recursos; sin embargo, las autoridades le señalaron que la restauración de la capilla debía correr por los gastos asignados en el presupuesto del Psiquiátrico.

Así lo comunicó el por ese entonces Secretario del Consejo de Monumentos Nacionales, Juan Eyzaguirre, quien comentó a La Segunda que “no contamos con recursos para ello” y que los dineros para su financiamiento debían correr por cuenta del área de la salud. 

Sentado en su casa, Luis Gomberoff recuerda que llegó a cotizar los arreglos, pero que los dineros para costearlos se hacían imposibles con el presupuesto que tenía el Psiquiátrico. “No me acuerdo la cifra exacta de la reparación, pero sí me acuerdo del equivalente que era. El precio era el mismo que el presupuesto de alimentación del Hospital Psiquiátrico de un año. La comida de 2000 pacientes durante un año”, asegura.

Luego de ver la imposibilidad de reparar la capilla en donde estaba pintado Curación del endemoniado, Luis Gomberoff asegura que se reunió con su jefe directo, el director del servicio de salud metropolitano norte Jacques Alberto Vignau, quien también había solicitado fondos para la reparación de la capilla.

Vignau señaló en una entrevista con el diario La Época en 1990 que para que el mural no se perdiera tomaron una decisión extrema. “Había hecho todos los trámites y nadie quería ayudarme. Entonces puse un aviso en un diario: ‘Se regala un Pedro Lira’”, aseguró en la entrevista. 

Gomberoff recuerda cómo se gestó aquella decisión: “Fue una reunión con estos jefes superiores míos, pensamos en que tal vez alguno tenía contacto con la Revista Domingo. Decidimos hacer eso para salvarlo. La verdad es que lo regalamos”.

“Curación del endemoniado” en su lugar de origen


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Revista del Domingo, El Mercurio, 19 de mayo de 1985: “Esta Obra se Regala”:

“Suena a ironía, pero no es tal. En el Hospital psiquiátrico está a punto de ocurrir algo de locos(…) Alberto Vignau, director del Servicio de Salud Metropolitano Norte, con el dolor de su alma, ha decidido regalarlo. Por la integridad de sus internos, ellos están obligados a demoler la capilla ¿Con la obra de Lira incluida? Sí; si alguien no se interesa en el regalo… En el hospital psiquiátrico puede ocurrir algo de locos”. 

Entre los miles de lectores de la revista más popular de El Mercurio por esos años, Francisco Uranga, un reconocido anticuario y dueño del Estudio Lo Curro ubicado en el barrio Lastarria, se entusiasmó con que su incipiente firma lograra “salvar” tan importante obra de Pedro Lira.

Uranga, quien jugaba rugby en el Stade Francais y que tenía redes en el mundo político y económico, comenzó a mover los hilos. Dentro de sus contactos se comunicó con su antiguo amigo, el contraalmirante Rolando García Le Blanc, quien se desempeñó en la Dina y que por esos años, según contaría el propio Uranga (fallecido en 2020) a Eduardo Medina para su publicación en la Revista de Psiquiatría y salud mental, era miembro del directorio de la Compañía de Teléfonos de Chile (CTC), que por entonces aún era administrada por el Estado.   


Las conexiones de Uranga son confirmadas por uno de sus socios, Claudio Cortés: “Francisco Uranga tenía muchos contactos porque él era corredor de seguros, entonces entre sus amigos de aquí y sus amigos de allá llegó incluso a movilizar a la Secretaría General del Gobierno”.

Según detalla Eduardo Medina, Uranga logró convencer a la CTC de financiar la restauración de la obra de Lira y su posterior traslado. La idea incluso llegó a oídos de Augusto Pinochet, quien sugirió se colocase al interior de la capilla del Palacio de La Moneda, lo que fue imposible por la dimensiones de aquel lugar. Desechada esa idea, se propusieron otras instituciones para albergar el mural de Lira, todas ellas ligadas al Ejército como la Escuela Militar y el Hospital Militar. 

Finalmente, los agentes de la dictadura decidieron que el destino del mural de Lira sería la Iglesia de San Ramón, la que había sido comprada por orden del ministro de Defensa Patricio Carvajal, quien entregó los terrenos de la casa parroquial y la iglesia de San Ramón al obispado castrense, que pretendía instalar allí, en Los Leones con Providencia, su propia catedral para la guía espiritual de los uniformados. 

La decisión de trasladar el mural de Lira no fue compartida por todo el mundo. Gastón Vallejo, yerno de una de las hijas del pintor, le escribió una carta al director de la Dibam, Rodrigo Campos Menéndez, solicitando que la obra “sea mantenida en el lugar en que actualmente está y que la capilla del hospital psiquiátrico sea reparada, lo que ciertamente le agradecerán todos los chilenos y las generaciones futuras”. Su solicitud, sin embargo, no fue escuchada. 

La decisión del traslado ya estaba tomada.

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Conseguido el financiamiento para el traslado de Curación del endemoniado, Uranga conformó a su equipo de trabajo para retirar el mural, al cual se incorporó Claudio Cortés. Los honorarios cobrados por el estudio Lo Curro, según señaló Uranga a Eduardo Medina para su publicación en la Revista de Psiquiatría y salud mental, ascendieron a $1.850.000 de la época más impuestos. 

De los cuatro miembros del estudio Lo Curro que participaron del traslado, Claudio Cortés es el único que sigue con vida. El actual profesor de la Universidad de Chile recuerda que los trabajos de restauración y traslado se extendieron por cerca de un mes. Sentado en su taller, donde aún restaura obras particulares, Cortés recuerda que el pago fue mucho mayor, que sólo él recibió $1.850.000 y que el costo total ascendía a diez millones de la época. 

Más allá del dinero, Cortés recuerda que aquel trabajo fue el más desafiante a inicios de su carrera. Agrega que hasta el día de hoy da seminarios y charlas contando cómo fue que sacaron el mural de Pedro Lira de la capilla del Psiquiátrico. 

“Yo hice el mío, las planimetrías. Necesitaba una cuadrilla de carpinteros buenos(…) necesitaba que construyeran una bóveda falsa para poder embutirla sobre la original y atornillarla con la estructura de fierro que se hizo para atrás. También tuve que limpiarle toda la tierra y cuestiones, le pegué gasa hidrofila, esa gasa que se usa para las heridas, para evitar que se perdiera cualquier pedacito. Una vez que todo estuvo listo y eso atrapado con pernos, lo corté de arriba abajo a mano con un serrucho”, recuerda Cortés en su taller.

Sobre el trabajo que realizó en el Psiquiátrico, Cortés recuerda que éste era periódicamente supervisado por un uniformado quien elaboraba un informe de avances a la CTC. Cortés asegura que ésa era una preocupación, además de lidiar con insultos y cuestionamientos de los trabajadores del hospital que veían con malos ojos el traslado del mural que a juicio de ellos le correspondía al Psiquiátrico.

“Incluso la doctora Cordero nos fue varias veces a joder ahí: ‘¡Ustedes se están robando el mural!’ ‘¡Se lo van a llevar a los milicos’, nos decía”, recuerda Cortés. 

Al teléfono, María Luisa Cordero, hoy candidata a diputada y quien por esos años trabajaba en el hospital Psiquiátrico, confirma el encuentro aunque con algunos matices: 

“Por favor no me dejen como una chiquilla loca que le gritaba a la gente… No, yo le fui a decir al gallo ‘esto es una expropiación’ y al final terminamos íntimos amigos”, recuerda Cordero, quien en 1990 dio una entrevista sobre el mural al diario La Época en su calidad de presidenta del Departamento de Arte y Cultura del Colegio Médico.

En dicha publicación ,Cordero señaló: “Pedro Lira lo pintó para los pacientes, no pensó jamás que lo iban a sacar del Psiquiátrico. Traté de contactarme con los descendientes de la familia de Lira, pero no tuve éxito. Este cuadro es patrimonio de los chilenos para los chilenos, y un patrimonio que Lira le dejó como legado a los enfermos mentales del Psiquiátrico”. 

La doctora Cordero en entrevista con el diario La Época en su calidad de presidenta del Departamento de Arte y Cultura del Colegio Médico.

Más allá de los cuestionamientos, el traslado se terminó efectuando ese último fin de semana de mayo del año 1986. No fue en helicóptero como le contaron a Luis Gomberoff, sino a bordo de un camión en cuyo remolque colocaron neumáticos viejos para acolchar los impactos. 

“Fue en un trailer común. Pusimos neumáticos encima de la cubierta y sobre los neumáticos pusimos toda la estructura del mural. Cosa que con el zarandeo fuera blandito. No se fuera a mover. Iba amarrado, pero con los casi 3.500 kilos de peso que tenía hacía difícil que se moviera mucho”, comenta Claudio Cortés, quien a años del traslado considera que aquella decisión fue la mejor que se pudo tomar.

“En las dependencias de la capilla del hospital psiquiátrico, sabes tú que los loquitos se iban a fornicar al lado. Además las puertas estaban cerradas, no era como que fuese público. No. Todos los vitrales estaban rotos. Hechos pebre (…) Las posibilidades que ofrecía la capilla del psiquiátrico eran muy pocas. Con incluso el informe que tenían de peligro de derrumbe. O sea, se cae la iglesia, se cae el mural y todo queda sepultado. Entonces, la premura por sacarlo era porque mientras nosotros estuvimos trabajando allí hubo varios temblores, las réplicas, yo veía cómo la muralla del fondo se movía”, añade Cortés. 

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El mural de Pedro Lira se mantuvo durante dos años en las dependencias de la actual Catedral Castrense, mientras se realizaban los preparativos para su inauguración que se realizó el 17 de marzo de 1988. En esa ventana de tiempo la obra debió ser custodiada por Carabineros, ya que personas en situación de calle ingresaban recurrentemente a la zona en busca de resguardo. 

La ceremonia de inauguración de la iglesia castrense fue un acontecimiento para el mundo militar, que llenó sus dependencias. A ella asistieron las máximas autoridades de la dictadura. En primera fila, Augusto Pinochet y su esposa Lucía Hiriart vieron desde una posición privilegiada el mural de Pedro Lira que ornamentaba el ábside central del templo a espaldas del monseñor Joaquín Matte Varas, quien ofició la misa.

Lucía Hiriart y Augusto Pinochet en la inauguración de la Catedral Castrense.

La inauguración fue cubierta por los medios nacionales; el diario La Segunda llevó una entrevista a página completa al sacerdote Joaquín Matte, quien aseguraba que era el propio Papa quien solicitó que “se asista espiritualmente a los militares en la mejor forma”.

“El Papa insiste que los militares son grandes gestores de la paz, porque al evitar la guerra están produciendo la paz”, agregó el cura al medio.

The Clinic solicitó una entrevista con las actuales autoridades de la Catedral Castrense sobre la propiedad del mural. Desde la secretaría del Obispado Castrense aseguraron que los únicos antecedentes que poseen son los señalados en el libro “Historia del Obispado Castrense de Chile”, escrito por el propio monseñor Joaquín Mattte, quien calificó la llegada de la obra como un regalo:

“La catedral castrense recibió como un preciado regalo el fresco ‘Jesús sanando a los enfermos’ del pintor nacional Pedro Lira, pintado el año 1906. Esta pintura es un óleo sobre madera combada en forma de mural de 2 metros noventa centímetros de ancho y 5 metros de alto”.

En su escrito, Joaquín Matte agregó: “El grupo de participantes de tan hermosa y difícil tarea quedó en su mayoría en el anonimato. Reciban por esta publicación nuestro reconocimiento y gratitud. Fue un valioso aporte al Obispado Castrense y al patrimonio nacional”. 

El “regalo” de la dictadura a la Catedral Castrense aún se mantiene ornamentando su ábside principal; según la secretaría del Obispado Castrense se puede visitar de lunes a viernes de 9:00 a 12:00 y de 14:30 a 17:00. Lo cierto es que las puertas principales del templo permanecen cerradas durante la semana y sólo se puede acceder a la iglesia a través de una puerta lateral por la calle Los Leones, solicitando autorización a través de un citófono. 

Con respecto a la propiedad del mural, el Ministerio de Defensa señaló a The Clinic que Curación del endemoniado: “Se encuentra bajo la tuición y protección del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN), entidad que tiene la potestad de autorizar todo lo referido a su conservación, reparación o restauración. De acuerdo al Registro de Monumentos Nacionales, entidad que en 1986 tomó conocimiento de su traslado desde la capilla del Hospital Siquiátrico de Santiago a la Catedral Castrense ubicada en Providencia con Los Leones, este mural se encuentra en dicho inmueble”.

Según la ficha del mural de Pedro Lira disponible en el Consejo de Monumentos Nacionales, el propietario del inmueble donde se ubica la Catedral Castrense es el Ministerio de defensa. Según la información, su avalúo fiscal es de $2.811.735.850, lo cual confirmó The Clinic. El mural no es parte de dicho avalúo y se desconoce cuál puede ser su precio.

Actualmente en la Catedral Castrense se siguen realizando ceremonias religiosas orientadas a los uniformados. En aquel lugar, además se han realizado varios homenajes póstumos a Augusto Pinochet y también se luce una placa: “A la memoria de los niños asesinados antes de nacer”.

  

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A más de 10 años de la inauguración de la Catedral Castrense, en 1999 los restauradores María Eugenia Van de Maele y Alejandro Rogazy realizaron un diagnóstico de la obra de Lira, donde encontraron grietas transversales y horizontales debido al movimiento de contracción y dilatación del soporte estructural del mural. Los expertos además dieron cuenta de “exfoliaciones”, “descaramientos” y “repintes alterados durante su traslado y restauración anterior”. 

Según su evaluación, calcularon entre un 10% y un 20% de pérdidas en la obra según su composición original. 

Rogazy, quien ha restaurado decenas de obras de Pedro Lira durante su carrera, comenta a The Clinic que “el mural fue trasladado, y yo creo que en las condiciones en que quedó y se restauró, quedó mucho peor de como estaba antes. Porque nosotros no tuvimos acceso al informe de los restauradores anteriores porque no lo iban a pasar. Era cosa de confrontar, y ahí quedaba en evidencia lo que habían hecho. Nosotros lo que hicimos fue más que nada un trabajo de conservación, que fue pegar todas las capas pictóricas que estaban en vía colapso”. 

Curación del endemoniado en su actual ubicación

Con respecto a la actual ubicación del mural de Lira, Rogazy es enfático: “Lira era uno de los pintores más importantes chilenos, fundó Bellas Artes, la Academia en la Universidad de Chile, hizo clases… Y eso no estoy hablando del valor arquitectónico y simbólico del monumento, estoy hablando solamente de las pinturas. Lo que se debió hacer con ese mural era haber salvado la capilla donde se albergaba. Lo que hicieron fue un injerto”. 

Rogazy no es el único crítico de la decisión de situar al mural de Lira en la Catedral Castrense. El licenciado en estética Ramón Castillo publicó una columna en la Revista Vivienda y Decoración el año 1999, donde señaló: “El ‘transplante’ del mural no fue satisfactorio, si bien mantuvo el valor de la obra original, quedó fuera de contexto, en un cuerpo arquitectónico que no lo contiene ni en estilo ni en significado”. 


El profesor Diego Parra tiene una concepción similar: “El método que Lira ocupó justamente lo que provocaba es que el mural se tuviera que quedar en el edificio. Lo que pasó después del terremoto es una apropiación o un expolio que son fenómenos completamente recurrentes en la historia del arte. Siempre ha pasado que se sacan obras de lugares y se meten en otra parte. Lo normal es que se suelen meter en museos, en este caso es bastante peculiar que una obra como ésta haya terminado en la catedral castrense que no tiene ningún vínculo”.

Sobre una posible reubicación del mural de Pedro Lira, el Consejo de Monumentos Nacionales señala que dicha decisión actualmente sólo pasa por manos del Ministerio de Defensa: “El CMN, desde el momento en que no detenta la propiedad de los monumentos nacionales, no tiene la facultad de disponer la ubicación o reubicación de estos, salvo que se trate de una acción destinada a proteger el bien”, afirman.

Con respecto a un eventual traslado, Luis Gomberoff defiende su decisión de “regalar” un mural de Pedro Lira y publicarlo en el diario, aunque considera que ya es hora de que Curación del endemoniado vuelva al Instituto Psiquiátrico José Horwitz Barak: 

No me arrepiento de haber hecho el reportaje para regalarlo, porque era el momento en que a mí me tocó actuar, el destino era la destrucción del cuadro de Pedro Lira y no había de otra (…) pero si me preguntas, yo creo que ese cuadro debiera estar en el hospital Psiquiátrico. Lo digo categóricamente ¡Pero categóricamente!” 

Luis Gomberoff en la actualidad

 Sobre las críticas con respecto a la restauración y el traslado, Claudio Cortés defiende su trabajo y el del estudio Lo Curro:

“Mi trabajo se hizo a conciencia siguiendo normas y preceptos de la escuela italiana, que Alejandro (Rogazy) también conoce, así que no tiene mucho que hablar (…) Soy el único que ha trasladado murales en Chile. Es más, este trabajo lo presenté en un Congreso de restauración, en España. Incluso se discutieron detalles finos que me preguntaron colegas restauradores de allá”. 

A pesar de su defensa, Cortés asegura que se cometió un  gran pecado al mover Curación del Endemoniado del hospital psiquiátrico para el que fue concebido:

“Eso yo lo dije en la primera conferencia: ‘Me declaro culpable de un pecado muy grande que tiene que ver con una erradicación de contexto’. Eso fue lo que yo hice, lo saqué de su contexto y lo puse en un contexto semejante, pero no era el mismo. Una era una iglesita que tiene que ver con la salud y el otro tiene que ver con la cuestión castrense, son dos cosas distintas, por no decir enormemente distintas”.

El restaurador Claudio Cortés reconoce que cometió un pecado.

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