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Opinión

17 de Noviembre de 2021

Columna de Florencio Ceballos: El Partido Comunista y los tiempos que vienen

Agencia Uno

Aunque más allá de la polémica de turno el partido de la hoz y el martillo pareciera estar moviéndose en una dirección distinta y esperanzadora de la mano de una potente nueva generación de dirigentas, si no evidencia de manera honesta y transparente sus debates, y da respuestas satisfactorias, corre el riesgo de no encajar en el Chile de los próximos 30 años.

Florencio Ceballos
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En Chile resulta difícil hablar del Partido Comunista desde la neutralidad. Una historia larga y compleja nos ubica siempre desde una amalgama maniquea de razones y pasiones, de datos objetivos y subjetividades inevitables. Para hacerlo, parto por declarar entonces que en mi caso aunque casi nunca voté por ellos y frecuentemente me irrita, el Partido Comunista forma parte de mi biografía cultural y afectiva, de lecturas fundamentales, amigos entrañables, tíos en la mesa de domingo, historias heroicas escuchadas cien veces, ideales compartidos y cariños profundos.

La semana pasada la noticia fue: “Partido Comunista emite declaración apoyando a la dictadura en Nicaragua”. Sólo que esta vez la realidad parecía ser algo distinta: una corriente importante pero minoritaria -Lagos, Gutiérrez y Carmona serían los Malenkov, Mólotov y Kaganóvich de esta historia- “se arrancó con los tarros” emitiendo una declaración inconsulta que fue velozmente desautorizada por las principales figuras del partido. Esto, a contrapelo de la tradición de férrea disciplina leninista que invita a resolver las luchas intestinas sin mostrar fisuras externas, fue quizá la mayor novedad de esta nueva escaramuza. Fuera de eso, la noticia sirvió para lo de costumbre: configurar la agenda noticiosa previa a la elección intentando horquillar por proximidad al candidato de la izquierda, Gabriel Boric.

Salvo el desmentido -que no es poco, aunque tampoco suficiente-, nada de esto es sorprendente. Ni el instinto recursivo del Partido Comunista de apoyar autoritarismos en base a un repertorio de argumentos -no injerencia, antiimperialismo yanki- que envejece cada vez peor. Ni el aprovechamiento para exacerbar posturas originadas a veces en ideales liberales (en un sentido amplio) y frecuentemente agendas de un anticomunismo extremo y cargado de atavismo.

En ese ejercicio de suma cero se bloquea cualquier esfuerzo honesto por intentar repensar con mayor apertura la posición que debiese jugar en 2021 un partido inscrito a fuego en la historia política y social chilena, aislado por diseño del parlamento durante los primeros 20 años de la transición, y que goza hoy de una fuerza electoral y simbólica importante. Ad portas de una elección en que existen altas posibilidades de que la coalición de la que es parte acceda al gobierno, se trata de un ejercicio necesario. En mi caso al menos, ese ejercicio está poblado de más preguntas que certezas.

La semana pasada la noticia fue: “Partido Comunista emite declaración apoyando a la dictadura en Nicaragua”. Sólo que esta vez la realidad parecía ser algo distinta: una corriente importante pero minoritaria -Lagos, Gutiérrez y Carmona serían los Malenkov, Mólotov y Kaganóvich de esta historia- “se arrancó con los tarros” emitiendo una declaración inconsulta que fue velozmente desautorizada por las principales figuras del partido. Esto, a contrapelo de la tradición de férrea disciplina leninista que invita a resolver las luchas intestinas sin mostrar fisuras externas.

Algunas de esas preguntas posiblemente rodeen el hermético debate interno del PC. Su tradicional secretismo ante la opinión pública no ayuda a saberlo con seguridad. Y aunque más allá de la polémica de turno el partido de la hoz y el martillo pareciera estar moviéndose en una dirección distinta y esperanzadora de la mano de una potente nueva generación de dirigentas, si no evidencia de manera honesta y transparente esos debates, y da respuestas satisfactorias, corre el riesgo de no encajar en el Chile de los próximos 30 años.

¿Qué rol le cabe a un partido que a lo largo de un siglo ha dejado una impronta indeleble en la conformación de un ethos cultural chileno, en el proceso largo de formación de un nuevo pacto social que hemos emprendido? ¿Podría jugar un rol enmarcado en una Nueva Constitución democrática y democratizadora, sin adscribir con convicción y entusiasmo a la idea de que ninguna dictadura es aceptable y ninguna violación a los DD.HH. condonable?

En su historia centenaria, el Partido Comunista ha tenido diversas caras. El Partido Obrero Socialista formado por Recabarren en 1912 que hace de la lucha obrera y social del salitre el eje primigenio de su relato. El partido internacionalista y antifascista que inspirado por la República Española y Leon Blum empujó antes que nadie la idea de un frente popular que terminaría llevando a Pedro Aguirre Cerda a la presidencia. El bolchevique devenido sumiso al komintern, que aplaudió primaveras aplastadas y celebró genocidas con odas antes de presenciar inmutable el desmoronamiento de los socialismos reales. El que levantó una alternativa de lucha armada y rebelión popular de masas frente a la dictadura. O quizá el disciplinado miembro de tres coaliciones de gobierno, la última con aliados en las antípodas, en las que fue más un factor estabilidad que de ruptura. ¿Cuál preferiría ser en el ciclo que comienza?

¿Qué rol le cabe a un partido que a lo largo de un siglo ha dejado una impronta indeleble en la conformación de un ethos cultural chileno, en el proceso largo de formación de un nuevo pacto social que hemos emprendido? ¿Podría jugar un rol enmarcado en una nueva Constitución democrática y democratizadora, sin adscribir con convicción y entusiasmo a la idea de que ninguna dictadura es aceptable y ninguna violación a los DD.HH. condonable?

Otra parte de las preguntas debe hacérselas el resto del espectro político, y en particular aquellos que se ubican desde una vereda opuesta al comunismo pero distinta a la del fanatismo ciego. El anticomunismo tiene raíces aún más profundas que el comunismo. “El epíteto zahiriente de comunista” recuerda el Manifiesto en su primera página. En Chile, el anticomunismo en su forma extrema e “institucional” ha dejado cicatrices dolorosas: relegaciones, proscripciones, exilio, artículo octavo y miles de muertos. De cara a un nuevo ciclo, ¿es legítimo, deseable o siquiera factible pretender marginalizar de la esfera pública a un partido que tiene una base electoral real (9.23% en concejales el 2021) y ha accedido por medios democráticos a cuotas de poder?

Y si la crítica central al Partido Comunista es hoy su toma de posición -vergonzosa en mi opinión- respecto a los autoritarismos de izquierda en el concierto internacional, ¿cómo plantea un sistema democrático su política internacional frente al autoritarismo? ¿Hay una excepción con China? ¿Sólo cuentan las dictaduras consagradas: Cuba, Nicaragua, Venezuela? ¿O también, y con mayor razón, con la creciente corriente nacionalista autoritaria que va de Trump a Orban y de Bolsonaro a Kast, hoy por hoy la principal amenaza al orden global y la democracia?

Por su parte los grandes medios, aquellos que configuran la agenda pública y editorializan el debate político, deben hacerse sus propias preguntas. ¿Qué rol en la justa representación de las fuerzas democráticas les corresponde? Los nuestros parecieran solazarse en cada polémica que surge desde el PC al tiempo que se le excluye de los espacios de debate y análisis político una mirada desde ese mundo. Anatemizar es parte de una agenda editorial.

Lo dije al principio, no soy neutral. Soy un incondicional de la democracia y los derechos humanos siempre y en todas partes. Y también me rebelo ante una teoría del empate que instala una simetría mentirosa y forzada entre -hoy- la ultraderecha del Partido Republicano y el Partido Comunista de Chile. No creo que haya equivalencia posible entre la historia de quien recuerda a sus víctimas y quien celebra a los victimarios; entre combatir una tiranía y defenderla; entre quien reclama -aún con propuestas a mi entender equivocadas- derechos para los más desamparados y quien sistemática y persistentemente los niega; entre defender los derechos humanos y defender a sus violadores. No fueron lo mismo antes, tampoco lo son ahora.

* Florencio Ceballos es sociólogo, reside en Canadá.

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