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Opinión

23 de Noviembre de 2021

Columna de Constanza Michelson: La nueva (no) política

Constanza Michelson frente a Franco Parisi Agencia Uno

A la “nueva política” le salió su gemelo: la nueva (no) política. Si Kast es el retorno de lo reprimido del patriarcado, Parisi es la expresión de un machismo postpatriarcal: el macho de pandilla o el free raider.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Protégeme de lo que quiero (Jenny Holzer)

La lógica de lo inconsciente tiene una ley: aquello a lo que se le cierra la puerta, tarde o temprano, entra por la ventana. A veces el retorno de lo reprimido toma formas nítidas y reconocemos que algo tiene que ver con lo que negamos; mientras que otras, lo que retorna nos toma por asalto y sin categorías previas para comprender. Creo que el primer caso es el de Kast; el segundo, el del fenómeno Parisi. En ambos casos, lo reprimido es la alianza entre ley y deseo. En el caso de Kast retorna la ley desanudada del deseo, por eso sólo puede hablar de orden, no de futuro como un deseo. Por el lado de Parisi, aparece el deseo desanudado de ley (que el mismo candidato encarna mejor que nadie): la libertad anarca, sin lazo.

Volveré sobre esto.

Primero debo explicar a qué ley me refiero. En psicoanálisis se habla de ley paterna, que no es la autoridad del pater familias, sino que una función simbólica. Se le llama paterna – y si quieren le cambian el nombre para evitar confusiones – porque, aunque es una función simbólica, toma la imagen del destete. La ley paterna sería la ley de la cultura que lleva a dejar la inmediatez del cuerpo materno; es decir, lo inmediato de la satisfacción. La espera, el rodeo, la mediación entre el impulso y su consumación son el primer acto cultural. Es una ley que separa de lo directo, pero a la vez habilita el deseo humano, puesto que nos protege de consumirnos en los impulsos. La ley simbólica sofistica el deseo. Cuando esa función fracasa en la vida psicológica individual caemos en los estados de intensidad corporal feroz: adicciones, pánico, taquicardia, angustia.

En el caso de Kast retorna la ley desanudada del deseo, por eso sólo puede hablar de orden, no de futuro como un deseo. Por el lado de Parisi, aparece el deseo desanudado de ley (que el mismo candidato encarna mejor que nadie): la libertad anarca, sin lazo.

La función paterna es en primer lugar una distancia psicológica, que nos separa de lo inmediato; cuestión que incomoda -en general queremos todo ya- pero es la que nos permite las satisfacciones más sofisticadas: el amor, el pensamiento, la creación, la calma. Y en lo social, permite la vida política. Pero el camino de la modernidad es el inverso: es hacia lo inmediato. Sloterdijk afirma que los ansiosos y los abreviadores han sido el mayor grupo de presión psicopolítico de la historia. Ganamos velocidad, caen las mediaciones entre el impulso y la satisfacción; pero se empobrecen los gestos, nuestro repertorio de respuestas, y los lenguajes para encontrar calma y consuelo. Por eso la anestesia es una forma de vida tan instalada.

Hay un gran malentendido respecto de esta ley simbólica. Se la confunde con la literalidad de la ley y con la encarnación de la autoridad. Por un lado, cuando hay miedo y a la vez sensación de impotencia, la tentación es la nostalgia: el llamado a una ley encarnada por un “padre” que se atreva a ejercerla de manera terrible. La imagen del discurso de Kast, después de las elecciones del domingo, fue inquietante.  Dejó su tono cortés, el que por lo demás creo que fue clave en su levantamiento (lo cortés es precisamente una distancia psicológica, las distancias son aire), por una actitud durísima; mientras tanto sus seguidores coreaban “todo va a estar bien”. Una imagen arcaica, entre tribal e infantil, como cuando en la niñez abrazamos al oso de peluche al estar aterrorizados. Esta vía la conocemos. 

La imagen del discurso de Kast, después de las elecciones del domingo, fue inquietante.  Dejó su tono cortés, el que por lo demás creo que fue clave en su levantamiento (lo cortés es precisamente una distancia psicológica, las distancias son aire), por una actitud durísima; mientras tanto sus seguidores coreaban “todo va a estar bien”. Una imagen arcaica, entre tribal e infantil.

Creo que la sorpresa vino por el lado de Parisi, quien antes que un padre que viene a poner orden, representa una especie de pirata que viene a decir: se puede sin ley, sin mediación, es decir, sin política. Es una alegoría al deseo, una suerte de Mayo 68 virtual y sin la lengua de izquierda: está prohibido prohibir. Pasolini ya lo advertía en esos años, el hedonismo y la performance inconformista, coincidía también con la revolución capitalista; luego era imposible distinguir derecha, izquierda, fascistas y antifascistas. Parisi claramente no representa una nostalgia reaccionaria por el padre, no busca los valores del siglo XX profundo -nación, familia, zanjas – sino algo más parecido al hermano grande que te muestra el porno. A la “nueva política” le salió su gemelo: la nueva (no) política. Si Kast es el retorno de lo reprimido del patriarcado, Parisi es la expresión de un machismo postpatriarcal: el macho de pandilla o el free raider.

Creo que Kast es la nostalgia reaccionaria frente al argumento: si Dios ha muerto, entonces todo está permitido. Lo que quedaría entonces es la búsqueda de un padre fuerte, que no tema revivir el autoritarismo y a Pinochet. Pero hay otra lectura de la misma frase: si Dios ha muerto, entonces todo queda prohibido: a falta de pactos simbólicos, hemos caído en la autoridad de la moral, los protocolos y los lenguajes impersonales y normativos. Especialmente bajo la forma del progresismo importado de Estados Unidos: el “Woke”. Pienso que Parisi es una reacción a esa moral. Algo así como la venganza de los funados. Al menos su líder.

Creo que no hemos terminado de calcular los problemas que la versión “Woke” del despertar político traen. No sólo por su vocación moralizante, sino porque su versión de la inclusión y el antirracismo puede conducir a todo lo contrario por la vía identitaria. Luego, con las mejores intenciones hacia la sociedad y el planeta, arma una fiesta a la que pocos se sienten invitados. El lenguaje del desdén, tan propio de lo posmoderno; el “leru leru” como triunfalismo y arrogancia; el imaginario de una juventud permanente; creo que caen en la actitud de pelea constante con la autoridad (incluso con la de sus propias filas), pero no responden por la propia. El “Woke” abusa de la rumiación victimizante. Pero no cuenta con que la imagen de la víctima se desplaza de bando; y lo que se inflama como recurso psíquico, pero también político, es el resentimiento. Nos deja sin esperanza.

Pero ni el feminismo, ni el combate antirracista, ni anti homofóbico, son asuntos triviales, ni de segundo orden como ha planteado Kast. Son asuntos esenciales, sin embargo, creo que la disputa es cómo darles un tratamiento que aspire a la pluralidad, a la igualdad de derechos, a las sexualidades y formas de vida múltiples, sin caer en los cierres identitarios que homogenicen y segreguen. Pero uno de los problemas es que, a pesar de los discursos anticoloniales, el “Woke” ha ido colonizando, a punta de amenazas y haciendo lo contrario de estas aspiraciones.

Pero ni el feminismo, ni el combate antirracista, ni anti homofóbico, son asuntos triviales, ni de segundo orden como ha planteado Kast. Son asuntos esenciales, sin embargo, creo que la disputa es cómo darles un tratamiento que aspire a la pluralidad, a la igualdad de derechos, a las sexualidades y formas de vida múltiples, sin caer en los cierres identitarios que homogenicen y segreguen.

La moralización de izquierda, el retorno de los padres autoritarios y los free rider de la nueva no política, son en mi opinión, síntomas de un tiempo, en que huérfanos de Dios, no encontramos una forma de alianza entre ley y deseo. No es raro que frente a la angustia acudamos a los consuelos securitarios, conspiracionistas, farmacológicos o nihilistas (que apuestan a que se queme todo de una vez). Tales son la locura y los recursos de la época.

¿Qué queda?

La ética. Es decir, el punto exacto de articulación de la ley simbólica -que indica cuál es el lugar en la genealogía y en la comunidad – y la respuesta que se hace a ese llamado. Ser un “padre” que responda a la filiación, un funcionario a su rol, un amante a su amor, como sea, responder no porque se debe responder, sino porque se reconoce que hay un deseo propio también ahí. Luego la ley toma sentido (de vida).

Creo que Boric tiene varias dificultades ya conocidas. Una de ellas es la lengua del “wokismo”, asambleísmo o como sea que se le quiera llamar a la guetificación generacional. Pero si hay algo que lo hace un candidato digno e interesante, es que optó por el camino difícil de la ética. Responde a su lugar, sin garantías. Sus propias filas lo han despreciado por ello. Está lejos de tener todo resuelto (por cierto, el otro candidato tampoco), pero se obliga a responder al llamado. Es el único en carrera que se hace cargo de algo esencial: tiene fe en el ser humano. Porque aspira al futuro, cuando casi todo dice que el mundo se nos derrite. Mientras aparecen las tentaciones nostálgicas; las ofertas de los goces célibes, quienes sin lazo se mueven como si no tuvieran una deuda (con la cultura); entre gritones performáticos o autoritarios (no niego que desde su propio bando); este candidato insiste en la esperanza, cuando parece que ya pasó de moda. Pero la esperanza no es una tontería ni un capricho, es una teoría sobre la especie. Eso lo comparto con él y su programa: el ser humano puede. Esa esperanza es el punto en el que coincide salud mental y salud social. Y que, cuando se asumen las consecuencias de ello, se puede esperar más de nosotros mismos; especialmente cuando la urgencia es crear respuestas para un siglo que, aunque ya se abrió, no alcanzamos a comprender.

(Boric) es el único en carrera que se hace cargo de algo esencial: tiene fe en el ser humano. Porque aspira al futuro, cuando casi todo dice que el mundo se nos derrite. Mientras aparecen las tentaciones nostálgicas; las ofertas de los goces célibes, quienes sin lazo se mueven como si no tuvieran una deuda (con la cultura); entre gritones performáticos o autoritarios (no niego que desde su propio bando); este candidato insiste en la esperanza.

*Constanza Michelson es psicoanalista y escritora. Su último libro es “Hasta que valga la pena vivir”.

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